martes, 24 de marzo de 2015

El reflejo.





Aquél día trascurrió sin nada reseñable que debiera destacar para los anales de mi cotidiana historia,

todo lo habitual, todo lo rutinario, todo rayano en el aburrimiento: jornada de trabajo, pequeñas conversaciones referidas al mismo, algunas compras, contacto esporádico con algún vecino, un par de llamadas telefónicas, unas risas en el bar con unos amigos del barrio, una rápida visita a mi anciana madre ... Pero llegando al final de la jornada algo me mantenía inquieto y no sabía cierto de lo que se trataba. Como un resquemor dentro de mis entrañas, un desasosiego angustioso que me mantenía los nervios a flor de piel.

Un pequeño detalle se me escapaba y me tenía en vilo, incluso no me dejaba dormir.
Ya en la cama, hice balance, de forma en que los entendidos en literatura llaman "Flashback" algo así como una marcha atrás en el tiempo pero a cámara lenta, para que no se pasase por alto ningún detalle... y nada. ¡Bueno sí! algo había: el recuerdo de un pequeño reflejo latente en una pequeña superficie acuosa en movimiento de un ser despreciable que me causaba cierto temor.

Algo sin importancia aparentemente, pero a lo único que podía achacar mi desazón e incomodidad. 
Fui profundizando en ese pequeño suceso que mi cerebro clasificó como algo pasajero e irrelevante archivándolo en un rincón de mi subconsciente para no ser recordado, pero que mi consciencia mantenía bajo un foco de escenario, para señalarlo, marcarlo, y mantener despierto mi intelecto impidiéndome descansar.

Al final el sueño llegó a mi abatido cuerpo, un dormir revuelto, intranquilo, en el que mi "Pepito Grillo" seguía trabajando y a lo suyo.

La pesadilla hizo acto de presencia. Recuerdo un ser grotesco con rasgos deformados por la violencia o la locura, alguien fuera de sí gritando y un cúmulo de sensaciones negativas: miedo, incomprensión, dolor, pena, sufrimiento. y un diminuto reflejo que me imitaba exageradamente en una gota de agua.
Desperté al momento y comprendí horrorizado que es lo que atenazaba mi corazón en franca congoja.

Habitualmente mi forma de ser es tranquila. Se debe a la educación recibida que mi comportamiento sea el correcto. Suelo respetar las normas elementales del saber estar en sociedad; pero hay algo que me irrita sobremanera: que me lleven la contraria cuando creo llevar la razón. Mi talón de Aquiles, mi punto débil
en las relaciones con los demás.

Comprendí el sueño y lo que en el se representaba.
El ser grotesco era yo. Meridianamente yo, reflejado en algo tan diminuto como una lágrima.
Era el monstruo que se escondía tras mi personalidad, ese que intentaba domeñar sin conseguirlo a diario, y que resurgía cuando la situación le era propicia.

Aquel día y de forma desaforada hice llorar a alguien muy querido: a mi madre. Enferma, anciana y un poquito sorda. Hablé con ella y no consiguió comprender lo que yo le comunicaba, malinterpreté sus respuestas y perdí el control como siempre. Llevaba mucho tiempo perdiendo los estribos en cada encuentro y ella lloraba, y yo me reflejaba en sus lágrimas sin darme cuenta de la mutación que se realizaba de mi persona en ese ser repugnante, violento y desalmado que era capaz de hacer sufrir a un semejante; torturándolo hasta causarle dolor de alma.

Esa misma noche la llamé y la pedí perdón, como sólo los necesitados de redención son capaces de pedirlo sabiéndose condenados. 
Al día siguiente no fui a trabajar, ni al bar con los amigos. ¡Eso sí! hice la compra: Un gran ramo de flores para mi madre. Pasé el resto del día con ella, diciéndole  lo mucho que sentía el trato que había recibido por mi parte y confirmé lo mucho que la quería, prometiendo desde un hondo pesar que aquellas situaciones no volverían a producirse. Ahora el que lloraba como niño era yo.

Me acarició las mejillas, me envolvió con su sonrisa más cálida y me abrazó como sólo lo saben hacer las madres, dando por zanjada la conversación al respecto. Sin rencor, sin recriminaciones.

Ese mezquino ser que se agazapa en cada uno de nosotros y es capaz de asustar e infringir dolor, está ahí. No seremos dignos de llamarnos hombres, si no somos capaces de domar esa bestia descerebrada y violenta que llevamos dentro. Esa que infringe dolor a los débiles y es capaz de maltratar la fragilidad de lo más amado.
No la llaméis violencia de género, ¡Es absurdo! no hay género para la violencia ni forma de excusarla.  

Quizá las lágrimas nos descubran a ese ser brutal disfrazado de cordero y nos propicie su derrota. 
  



Derechos reservados de autor. Francisco Moroz

12 comentarios:

  1. Es de humanos equivocarse y de sabios pedir perdón. Tu madre puede presumir de tener un buen hijo y además buen escritor. Termino con una frase de Cervantes: No hay pecado tan grande ni vicio tan apoderado que con el arrepentimiento no se quite del todo. Si lo dijo Cervantes seguro que es verdad.

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    1. Se trata de un relato basado en una hiriente realidad. Por suerte yo nunca me he visto reflejado en las lágrimas de los que amo, aunque la bestia está dentro de mi como dentro de todos.
      Agradezco tu comentario y esa frase de Cervantes tan bien traída.
      Besos

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  2. La violencia es un monstruo que se esconde en el interior de ciertas personas. tenerla dominada, domeñada, presa, es fundamental.

    Un abrazo

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    1. La violencia es eso que tu dices y justificarla es alimentarla con el sufrimiento de los que la padecen.
      Gracias amigo por pasarte y comentar.

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  3. Anónimo3:57 p. m.

    Hola Francisco, un relato tan humano, que cualquiera de nosotros puede verse reflejado en el. Somos, como se dice: una de cal y otra de arena, je, je. Muy bueno tu texto.
    Saludos :)

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    1. Un placer tu paso por aquí y tu comentario.
      Me alegro tener la opinión de una buena escritora de relatos.
      Un beso Alejandra.

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  4. Muy buen relato y reflexión.
    Esa bestia interior que todos llevamos dentro, capaz de lo peor de nosotros mismos delante de aquellos a los que más amamos. Lo bueno es identificarla, domesticarla y tenerla bajo un férreo control,que no hiera a nadie ni a nosotros mismos.

    Muy buena la labor del inconsciente en tu relato, trabajando a su manera callada, "como un pepito grillo",cuando la conciencia racional se relaja, para que el protagonista pueda identificar aquello que le molesta y lo mejor, ponerle solución.

    Me encanta ese amor desinteresado de las madres, sin rencor ni recriminaciones. Precioso.

    Un abrazo y feliz fin de semana

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    1. Gracias por tus palabras como siempre Conxita.
      Cierto que lo más difícil es la identificación en nosotros mismos de ese lado oscuro que desconocemos y nos asusta. Para enfrentarnos al enemigo debemos conocerlo. El primer paso para derrotarlo identificarlo como pare nuestra.
      Socrates dijo sabiamente: "Conócete a ti mismo".
      Besos

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  5. A veces es muy fácil perder la paciencia. La enfermedad y la vejez propician el cansancio en los cuidadores. No justifico los enfados pero, en ocasiones, son muy, muy disculpables. Un abrazo.

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    1. Ciertamente Zarzamora que todos tenemos un limite, y el de la paciencia se sobrepasa enseguida. Las prisas por vivir nos restan las oportunidades necesarias para ejercitar ese valor tan necesario a la vez los de de la comprensión y la escucha.
      Gracias como siempre por tu opinión.
      Un abrazo.

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  6. Un texto sincero y sentido, será por eso que cala hondo :)

    Es cierto que todos llevamos a esa bestia terrible dentro y que por más que creamos tenerla controlada, en el convencimiento de que es "mala", a veces se nos sale por cada poro de la piel y campa a sus anchas. Lo que debe consolarnos es que luchamos contra ella, que tratamos de deshacer los entuertos que provoca, grandes o pequeños. Eso y el arrepentimiento deben contar a nuestro favor.

    Me provocas reflexiones, y me gusta!!

    Un beso y feliz comienzo de semana :)

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    1. Cuando se escribe, provocar sensaciones, sentimientos y reflexiones es lo que busca el que lo hace.
      Por lo cual me felicito por haberlo logrado y me congratula que tu gran sensibilidad te capacite para ser interrogada.
      Agradezco tu paso por aquí. tus palabras me ayudan también.
      Un beso

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