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jueves, 19 de enero de 2017

Novela negra 1ª parte

Relato dedicado a mi querida amiga Rosa, gran reseñadora y amante del género negro.
¡Que los dioses te sean favorables en todo lo tuyo!




Domingo de madrugada.

Sergio sale del bar de copas donde ha pasado prácticamente toda la tarde-noche con sus antiguos amigos. Era el último cliente que quedaba. No tiene prisa, hoy ha sido un día de reencuentro y celebración con grandes expectativas de futuro. Va pensando precisamente en ellos, en las únicas personas que le hicieron sentirse de nuevo vivo, con las que todavía tiene cierto vínculo emocional y de las que no sabía nada desde hacía diez años. Él es una persona callada, introvertida y a la que le cuesta relacionarse. A partir de esa noche todo cambiaría, iba a mantener la amistad con estas personas con las que nunca tenía que haber perdido el contacto.
Se conocieron todos en su tiempo de universitarios. Lo habían pasado bien, y entre tanto brindis se colaron recuerdos de correrías pasadas y aventuras de juventud que sonsacaron risas a todos los del grupo.
Estaban muy unidos de eso no tenía ninguna duda, a pesar de todo el tiempo trascurrido. Una vez roto el primer hielo, parecía como si la relación no hubiera sufrido ese amplio lapsus temporal.

El “fiti”, el “Greñas”,“Single”, Grand Father” y la única fémina de todo el cotarro a la que todos conocíamos como” Kim Basinger“aunque en realidad se llamara Ana Sampere” una belleza rubia que había ganado interés con los años, como lo hace el buen vino de crianza.

Caminaba despacio, como contando los pasos dados. A esas horas, y a pesar de la iluminación, no se sentía muy seguro de no tropezar con alguna farola, árbol o papelera; o caer en algún alcorque. 
Había sido mucho el alcohol ingerido, y aunque no borracho, si notaba el cosquilleo en las venas y el temblor de sus extremidades inferiores.Trastabilló en alguna ocasión teniendo que pararse para sosegar su ritmo cardíaco y recuperar el equilibrio, agarrándose al quicio de algún portal.

A su paso por el barrio de Malasaña unos ojos le observan como lo hacen los de un cazador cuando evalúa a su posible presa.





El cielo nublado auguraba una lluvia que no se hace esperar. Cuando la escucha caer, se levanta del sillón y deja el libro, se acerca a la ventana para mirar hacia la calle. 
Siempre le atrajo este fenómeno meteorológico que la vuelve nostálgica, y si la noche acompaña a la lluvia mejor que mejor, porque entonces recuerda esas lecturas que de niña le hacían temblar bajo el cobertor de su cama y que hablaban de asesinos agazapados en las esquinas, de monstruos capaces de matar por el puro placer de hacerlo. 

Viene a su memoria Jack el destripador y Drácula o el mismísimo profesor Moriarty y Frankestein.
También le vienen a la mente nombres de malvados inscritos en otras historias leídas como adulta: Heachcliff de Cumbres borrascosas. Fumero, de La sombra del viento. Olivia Foxworht de Flores en el ático o la mismísima muerte narradora en la Ladrona de libros. Aunque en este, los demonios miserables fueran con uniformes nacis.
Con una sonrisa de placer y no sabe por qué, aparece en su listado mental el nombre de Augusto Ledesma de la trilogía de Pérez Gellida.

Cierra las cortinas se retrepa en el sillón y sigue con la adictiva novela que se trae entre manos. Ese vaso de leche caliente que se encuentra en la mesita, hace un buen rato que se quedó frío.





Empieza a llover. Sergio se sube el cuello del gabán como para protegerse algo más del agua que sabe le va a terminar empapando a pesar de todo. Acelera un poco más su ritmo, no se siente del todo seguro aunque el frío le haya despejado un poco del abotargamiento inicial.

“El Fity” delgaducho y desgarbado, con una gorra que casi no se quitaba nunca, pues le daba rubor mostrar su incipiente calvicie que le acomplejaba. Cuando el cantante de los Fitipaldis se puso de moda le pusimos el mote operándose el milagro. Fue cuando su calva y su gorra fueron lucidos de continuo con orgullo por su propietario. Ahora trabaja en una gestora inmobiliaria.

Si hubiera visto al “Greñas” antes de hoy por la calle, no le hubiera reconocido. Había engordado como unos 30 kilos, y de la famosa melena que le llegaba hasta los hombros, le quedaban solo los pelos de la parte posterior de la cabeza recogidos en un pequeño moño que más bien parecía un globo desinflado. Era muy Heavy entonces, quién lo diría viéndole ahora convertido en un responsable financiero de un banco de reconocido nombre.





La historia se encuentra en su momento álgido. No es capaz de despegar sus ojos de las hojas, donde las letras parecen atraerla como esas lucecitas parpadeantes de los clubes de alterne. El argumento es absorbente, no cabe duda de que el escritor ha sabido plasmar una trama atractiva y electrizante donde se prevé un final siniestro para el protagonista.

Y es que ella, no lleva una vida muy interesante: Un trabajo de oficina de lo más normal, familia la justa y con la que no mantiene una relación periódica ni muy fluida. 
A las sesiones en el gimnasio de los martes y los jueves le añadimos las compras semanales y las tareas de casa, alguna escapada al cine y al teatro y poco más. Unas actividades de lo más predecibles y aburridas.

De relaciones amorosas mejor ni hablar, y aunque pretendientes no le faltaron en su momento, nunca se decantó por ninguno; bueno, recuerda a ese chaval que le parecía tan flipante y que sabía cantar como los ángeles en su época gloriosa de estudiante en la que ella y sus antiguos compañeros se comían el mundo
¡Qué tiempos!

Abre el libro y prosigue la lectura. Estos personajes si tienen aventuras y peligros que sortear...





Sergio gira la cabeza pues le pareció oír unos pasos detrás de él, y a estas horas de momento no se ha cruzado con nadie salvo con un gato negro que ha pasado mirándole con indiferencia y desafío felino. Mira hacia lo alto. No tiene pinta de escampar y ya se encuentra calado hasta los huesos ¡Que daría por estar en casa con una taza de café humeante entre las manos! 

Sigue caminando concentrado e ilusionado, con esos pensamientos positivos de amistad y buen rollo entre personas adultas cuyos caminos se han cruzado de nuevo. Cada cual con su vida hecha, pero con ese rumbo que entre todos han conseguido de nuevo retomar.

Visiona a “Single”. Está claro que el apodo se lo pusieron de forma irónica a este supuesto ligón de discoteca; siempre se convertía en el rey del cotarro, animaba cualquier reunión o fiesta, incluida la de hoy en la que ha desplegado todas sus plumas de pavo real para hacer caer entre sus redes amorosas a la espectacular Ana.

A este Don Juan le conocimos más de 12 novias a las que engatusaba, invitaba y manoseaba a placer solo por complacer su ego. Después las abandonaba descorazonadas. Nunca se comprometió en serio con ninguna. De ahí lo de Single.

Y es curioso que sea el único de todos nosotros que se dedica a lo que en aquellos tiempos estudiábamos todos.

¡Abogado! ¡No podía ser otra cosa!



Continuará.




Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 13 de enero de 2017

Relación compulsiva





Cuantas soledades he tenido que soportar a causa de tus ausencias desmedidas ¡Claro que te comprendo! Y precisamente porque te quiero nunca quise alejarme, ni quejarme, ni echarte en cara nada; hasta ahora que te tengo postrado ante mí humillado y dolorido.

No siempre fue así ¡ Lo sé ! Comenzó a partir del séptimo año en que empezamos a vivir juntos, cuando conociste a la primera, a la que cogiste cariño enseguida. No era nada del otro mundo, nada espectacular, pero para empezar a echar una cana al aire de vez en cuando no estaba nada mal, tenía que reconocerlo.

Lo que a la larga me fastidió fue, que la conociste en un centro comercial y estando en mi compañía. Tú, dándome la tabarra con las ventajas de esa nueva relación compartida. Yo callada como una boba, asintiendo, e incluso favoreciendo la toma de tu decisión alentándote a ello. 
¡Dios que tonta fui!¡Cuanta ingenuidad por mi parte!

Nunca me apartaste de tu lado es cierto, pero había algunos días que se los dedicabas a ella casi en exclusiva. 
Te hacía sentir joven, no sabía bien lo que te daba, pero venías luminoso, con cara de felicidad. Renovado y lleno de ilusión. A veces sentía celos al ver como la tocabas y te la comías con los ojos. 
Yo entonces me hacía la interesante contigo, como si no me importara tener una rival, incluso me atrevía a desafiarte, preguntándote con indiferencia donde habíais ido y si os había acompañado alguien más.

Nunca me negaste la respuesta, e incluso me contabas detalles sobre tus aventuras; algo que me dejaba chafada en mis pretensiones de protagonismo.
Me llegué a acostumbrar, pues tus salidas eran puntuales. Lo que nunca pude imaginarme es que llegaría una segunda que te atraparía en su tela de araña con sus dotes seductoras, prometiendo el paraíso si empezabais una relación. Con esta se esfumarían mis esperanzas de que tu tiempo fuera en exclusiva para mí. 

Eras mío, y no pensaba renunciar a mi potestad sobre tu persona. Pero comprendí que si me ponía brava, perdería una batalla tras otra, imposible el salir victoriosa con las armas argumentales de las que disponía. 
No me sentía engañada, pues jamás te escondiste para realizar tus actividades lúdicas con ella, y eso me ponía de los nervios y a la vez me sentía desarmaba al ser testigo circunstancial en múltiples ocasiones, de vuestra pasión desenfrenada.

Esta nueva relación te daba más vida si cabe que la anterior. Tu decías que te hacía sentir sensaciones nuevas, a la vez que te proporcionaba motivos para permanecer en su compañía más tiempo del establecido en un principio. Era excitante, pura adrenalina física con mucha química entre ambos.  
Siempre surgía algún imprevisto para no llegar a la hora de la comida, incluso, sé de buena tinta, se atrevía a acompañarte al trabajo en algunas ocasiones, y te esperaba a la salida para hacerlo hasta casa. Siempre de forma divertida.

Pero la gota que desbordó el vaso de mi paciencia fue la tercera. Más provocadora y con mejor cuerpo que las anteriores, de lineas perfectas ¡Impactante a simple vista! No te cuento mi sufrimiento cuando la veía frente a mi, y a la vez reflejada en el brillo de tus ojos cuando la mirabas.
Sabía comportase en cualquier circunstancia y respondía a tus requerimientos con plena satisfacción. Eso me decías; yo sufría en silencio mi impotencia. Era ella o yo, y sin embargo, no me atrevía a verbalizar mis pensamientos por el temor a perderte.

¡Pero claro! 
A todo cerdo le llega su San Martín, y a ti te llegó el descalabro que tarde o temprano tenía que ocurrirte, el que te abriera los ojos de una vez y te desengañase de tanto trajín con ellas tres.Pues otra cosa que me sacaba de quicio es que nunca supiste renunciar a ninguna.
Pero esta última te dejó tirado, con el orgullo y la autoestima por los suelos; tú, que presumías de manejarla a tu antojo, de dominarla para conseguir de ella lo que quisieras ¡ Te causó dolor!¡Te rompió por dentro!

¡Pues bien! Te defraudó restregándote tu seguridad por la cara, de lo cual me alegro en parte, por que de esta forma yo he conseguido recuperar la esperanza de pasar más tiempo contigo, intentando convencerte en que la forma de vida que habías emprendido no podía desembocar en nada bueno.

A las pruebas me remito, que una aventurilla de vez en cuando a nadie le viene mal para desfogar las tensiones de la semana, incluso quemar alguna de las calorías sobrantes.
Actividad que te rejuvenece la piel e incluso le da brillo, te aporta elasticidad y tono muscular, soltura a la hora de desenvolverte en tus quehaceres cotidianos  cansancio suficiente como para poder dormir como un niño.

Pero ahora querido, necesitas descansar y reponerte sin prisas de las heridas sufridas en tu cuerpo y en tu ego. Recapacita sobre lo saludables que son tus salidas y tu relación compulsiva y obsesiva con ellas: con tus flamantes queridas.
Espero que hayas escarmentado y que comprendas que lo que tienes en casa es más seguro y fiable. Pues a mi me tienes no solo para tus correrías.

Y es que lo tuyo se estaba volviendo un vicio y una obsesión en vez de en una afición. 
¡Que tanta bici, tanta bici! no podía reportar nada bueno.  



Derechos de autor: Francisco Moroz


Dedicado a todos mis compañeros de rutas

sábado, 7 de enero de 2017

El espíritu de la navidad





Sigo pensando que la navidad es un cuento inventado por colectivos de comerciantes interesados en que consumamos más y mejor. Para que salgamos de tiendas y comprar lo que no necesitamos, por mero capricho, aunque después lleguen las letras como los fascículos: por entregas. 
A pesar de que el resto del año estemos viviendo con lo básico y endeudados hasta las orejas.

¡Pero claro! hay que guardar las apariencias regalando a la familia, incluso al cuñado que nunca nos cayó bien, a la suegra y al sobrino pedigüeño.

Nos convencen que es tiempo de amor fraterno, de reconocimiento entre las personas de nuestro entorno, incluso con el jefe tirano, los compañeros zancadilleros, el vecino mal educado que no saluda nunca y el político de turno.

Tiempo de milongas y mentiras que no se cree nadie. De buenos deseos hacia el semejante que se nos olvidan en cuanto montamos en el coche y empezamos a mentar a la madre de aquel que se nos cruza sin dar la intermitente.

¡Paz, Amor, Bondad, Serenidad, Alegría! y sonrisas que se te borran cuando ves los noticiarios y la prensa cuajados de desastres naturales y provocados. Con tanta violencia gratuita ejercida directamente y de soslayo.

¡Todo un cuento inventado! con Papá Noel incluido.
Pero eso ya os lo dije al principio de esta carta, mis queridos Reyes Magos.

Por eso, en este año en el que me he portado lo mejor que he podido, me podéis traer lo que creáis adecuado a mis necesidades, que pasan por tener: Un techo, un trabajo y personas que de vez en cuando me echen un eurillo en el plato.

Sé que vosotros no defraudáis y sois los únicos que mantenéis encendida la llama de la generosidad del ser humano.

Firmado:


Alguien que os aprecia desde niño.



Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 1 de enero de 2017

Un mal día




Empieza el primer día del año y no lo empiezo nada bien. No me apetece ni hablar ¡Hoy no!

Ya desde primeras horas de la mañana tras un sueño pesado me levanto ofuscado, con ganas de matar a alguien, de provocar dolor y pesadumbre en mi entorno.
Presiento que no va a ser un buen día pero tengo que encarrilarlo como sea, no puedo dejar que mi cerebro se atore en una idea única, que mis neuronas patinen. Eso crea un desequilibrio creativo importante que no me conviene en absoluto.

Causar desazón, sorpresa, conmoción, puede ser la herramienta adecuada para visualizar y enfocar mi maraña de oscuros sentimientos. Mis pensamientos van hilando tramas y escenarios para dar rienda suelta al desasosiego que me embarga.

Un buen asesinato a sangre fría sin mediar ningún motivo para llevarlo a cabo, puede dejar desorientado al personal. Me voy a reír de los pardillos que intenten esclarecer el crimen.
El eco morboso de los noticiarios y la cara de pasmarotes que se les quedará a los vecinos cuando se enteren de que un inquilino educado, cortés y silencioso fue el autor de tan horrendo suceso. Eso mejorará mi ánimo y enfriará mi acalorado despertar.

Me bebo como desayuno un café amargo como la bilis, no me espabila pero me quema el paladar y eso me enfurece más, predisponiéndome a sacar lo peor de mí.
Presiento que la jornada se va a hacer muy larga, pesada y laboriosa. Mi humor de perros me va a beneficiar en el plan que pienso urdir; muy al contrario que al primer personajillo que se me cruce en el camino cuando lo tenga todo preparado y elaborado con detalle..

Lo pienso abatir de dos tiros, por puro desahogo, o mejor con mis propias manos lo estrangularé, o empujaré escaleras abajo para que se rompa el cuello, o lo precipitaré por la ventana para ver como cae su cuerpo hasta estamparse contra el asfalto; eso después de sacarle los ojos y reírme estrepitosamente en su cara sabiendo que está a punto de morir.

Más tarde que venga la policía si quiere, el servicio de urgencias hospitalario y los forenses, o los de la científica con sus polvitos mágicos buscando las huellas que no hallarán.
Se acercará el inspector listillo de turno a investigar la escena del crimen y a interrogar a todos los sospechosos, pero para cuando quiera hacer acto de presencia yo tendré una coartada inmejorable y andaré parapetado en ella, cual trinchera inconquistable. Mi lucidez me hará esquivar sus trampas dialécticas.

Nadie sabrá que fui el autor de tan espantoso homicidio mientras yo no quiera, claro, tampoco sabrán de los motivos que me indujeron a llevarlo a cabo. Seré el único señor de la verdad. Todo muy teatral, toda una obra de arte de un perverso criminal psicokiller. 
Las causas de la muerte de la víctima serán tan obvias que el caso lo darán por cerrado en cuanto metan el cadáver en una bolsa de plástico para trasladarlo a la morgue.

Aunque al final, algún sabueso, de esos medio alcoholizados y fracasados en sus relaciones personales dará con la pista adecuada, pero sólo porque yo lo quiera ¡Qué más da! ¿Y lo a gusto que me voy a quedar después de dicho desahogo? Quizá de esta forma consiga aclarar mis ideas, despejar mi cabeza que bulle como olla exprés, a punto de reventar con tantas ideas enrevesadas.

Parece que al final por ahí voy a enfocar el argumento de la novela que tengo entre manos; novela negra, naturalmente, del mismo color que el café que me he tomado y
el humor con el que me he despertado hoy.

Un día en el que no me apetece hablar ¡Hoy no!

¡Hoy sólo escribiré!


Derechos de autor: Francisco Moroz



jueves, 15 de diciembre de 2016

El cuerpo del delito





Le habían endosado el caso de la mansión de los Harlim, parecía ser considerado por el departamento de policía, el más prescindible en esos momentos de entre todos sus efectivos. Le habían endiñado un crimen sin importancia, pero él les iba a demostrar su valía, resolviéndolo en tiempo récord ¿A caso pensaban que era estúpido? 

Era sabido que con la llegada de las fiestas de la navidad, ciertos colectivos se revolucionaban en exceso debido a las altas dosis de alcohol ingeridas en las comidas de empresa, que provocaba que las lenguas viperinas se soltasen y pusieran a caer de un burro a los compañeros ausentes.

También las reuniones familiares eran origen de conflictos, cuando aparecía el cuñado o esa suegra inaguantable que crucificaban a sus rivales, clavándoles el colmillo retorcido con saña desmedida. Fingiendo por otro lado, interés y amor verdadero por sus personas.

En los niños de por sí intransigentes en sus pretensiones, se operaba una inusitada transformación: De tiernos infantes, a fieras corrupias desatadas en su afán desmedido de pedir hasta la luna al gordo vestido de rojo y al trío de los camellos. 

Pero este caso era simple. Estuvo prácticamente resuelto desde que entró en el palacete hacía media hora escasa: La pose artificial del mayordomo intentando parecer correcto en su recibimiento no le había engañado. 
Los propietarios, un matrimonio al parecer bien avenido que pretendían desviar su atención contándole lo sucedido, tampoco le habían despistado. 
La atractiva doncella que le guiñó el ojo, menos todavía.

Le daba en la nariz, que el crimen se había cometido en la cocina, a la que se dirigió con paso raudo, pillando a la cocinera flagrantemente con las manos en la masa de un sabroso pudin.
A causa del grito de sorpresa y su actitud histriónica, supo a ciencia cierta que se trataba de la asesina.

Inmediatamente vio el arma homicida sobre la encimera y el cadáver descuartizado de un pavo al que él, haría justicia.
Lo único que le confundió, fue ver de refilón, a un anciano sentado en el salón, inmóvil, con un sangrante orificio de bala.





Derechos de autor:Francisco Moroz




domingo, 4 de diciembre de 2016

¡Bendito país!




Cuando mis cuatro amigos y yo decidimos emprender aquel viaje de fin de carrera, que iba a durar una semana, no podíamos imaginar que nuestra estancia en Escocia iba a convertirse en toda una aventura de gozo extrasensorial.

Nos propusimos visitar además de las ciudades de Edimburgo y Glasgow, todos los lugares emblemáticos de las tierras altas.
 
Por ello después de soltar las mochilas en el hostal de la pequeña localidad de Drumnadrochit lo primero que hicimos fue buscar un bar típico para refrescarnos y tomar algo. El pub en cuestión ostentaba el nombre sugerente de: MacDonald ´s Still que viene a traducirse como: El alambique del hijo de Donald.

Como era tarde pedimos unos whiskys para celebrar nuestra licenciatura; y entre brindis, risas, y bromas, alguien propuso hacer una excursión nocturna al famoso castillo de Urquhart que se asoma al lago Ness aprovechando que no quedaba lejos. A todos nos pareció una idea inspirada para empezar de forma fantástica nuestro viaje por esas tierras de leyenda.

Después de unos cuantos vasos más, del dorado líquido destilado por los dioses, nos pusimos en marcha guiados por las tenues luces de la calle que brillaban como luciérnagas encendidas. 
Nos liamos unos porritos de marihuana que habíamos traído para homenajearnos durante el viaje, y de esta forma llegamos a las orillas del lago de Nessie.

Alguno gritó de pronto. Veía moverse las aguas tranquilas en ondas expansivas y turbulentas que se acercaban a nosotros rápidamente. Corroboramos colectivamente que algo extraño iba a suceder.
Sin esperar, y ante nosotros, apareció una imagen humanoide con un manto de “blanco nuclear” y resplandeciente, que nos dijo señalando hacia el horizonte: 

– ¡Mirad más allá, donde las nubes color malvarrosa se difuminan como neblina de bosque druídico!

Al mirar, juro que vi el arcoiris y un unicornio azul con el cuerno dorado, cabalgado por una mujer de la raza de los elfos del señor de los anillos, que dejó caer ante nosotros ambrosías liquidas almibaradas.
 
Me desperté a la mañana siguiente mojado de escarcha, entumecido, y estropajoso. Sin recordar haber visto al monstruo del lago.
¡Bendito país!



Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cambio de pareja



Se despertó, abrió los ojos una mañana más. No tenía prisa, y tumbado como estaba en la cama, se puso a pensar.
Pensó en ella, en lo bien que empezaron su relación, de mutuo acuerdo, sin exigencias de ningún tipo. Algo fluido y natural. Ella le dejaba su espacio personal y él la dedicaba parte de su tiempo. Se hacían compañía y a veces incluso se añoraban y se buscaban en los silencios.

Pero hacía unos años que este idílico romance se estaba convirtiendo en una losa; ahora ella se estaba volviendo absorbente e incluso envolvente y omnipresente, él ya no se sentía libre como antes, sino atado a una servidumbre que le llenaba de mucha tristeza y desazón.

Ya no la quería como antes ni la deseaba. No ansiaba su cercanía, rehuía su presencia, pero ella siempre estaba a su lado recelosa, perenne y árida, como un mal invierno que no quisiera dar paso a la primavera renovadora.

Y él necesitaba un cambio ¡Sí! Quizás por egoísmo, pensó, se embarcó en esta relación sin futuro. Él y ella, ella y él. Solos, sin querer nada del resto de los que solicitaban un poco de atención, de su amor, de su cuidado, de su persona, de su trato.

Se convirtió poco a poco en un ser huraño y antisocial, un hombre introvertido y esquivo.
No compartía sus vivencias y se guardaba muy mucho de expresar sentimientos banales. Solo se comunicaba con sus congéneres por necesidad y cuando no había más remedio.

Pero esta situación le estaba matando, apagando, amargando, ahogando, como a la llama de una vela sin oxigeno que quemar.

Ahora estaba costeando el precio de las consecuencias de esta común-unión con su amada, y con creces. Penando como alma condenada en el infierno de Dante, purgando cada una de las expectativas puestas en esta especie de tormento consentido, abocado por otro lado al fracaso más estrepitoso.

Desde su comienzo esto no tenía futuro, pero se empeñó en demostrar que eran los demás los que estaban equivocados y que la situación ideal era la elegida por él. Estaba todo controlado. O eso creía en ese momento.

Meditaba en la cama y decidió que ya era hora de cambiar de pareja, su amante actual ya no saciaba sus necesidades, no llenaba sus expectativas, no satisfacía sus ansias de compañía y de amor desinteresado.

Se dio la vuelta en el colchón y allí estaba, a su lado, como cada mañana. No conseguía apartarse de su pegajosa presencia ¡La aborrecía! Debía huir, y únicamente conocía una manera de hacerlo: Buscándose a una mujer de verdad que le llenara la existencia, una pareja que quisiera acompañarle en el baile de la vida, y aparcar en la cuneta a esta que desde hacía años dormía a su lado gracias a su dejadez y la fuerza de la costumbre.

La abandonaría sin despedidas innecesarias, sin agradecimientos de más. Todo con tal de olvidarse definitivamente de esta maldita fulana " Que se llama Soledad”.






Derechos de autor: Francisco Moroz



                                                                          

viernes, 25 de noviembre de 2016

Un miedo con nombre extraño





Mi compañero y yo llegamos rápidamente al lugar donde desde la central nos han indicado que se ha producido la alerta, vamos pertrechados con nuestro equipo al completo, por los imprevistos que puedan surgir. Somos dos precavidos profesionales a los que no nos gustan las sorpresas que escapen a nuestro control.

Estamos sobradamente preparados para resolver situaciones como esta de la que nos han dado aviso tan solo hace una hora.
Para lo que yo personalmente no estaba preparado era para lo que ocurrió cuando el agujero se abrió ante mí.

Empecé a sudar a pesar del frío intenso entrando en estado de shock, me empezaron a invadir las náuseas y mi organismo estresado amenazó con colapsarse.
Mis sentidos quedaron bloqueados de inmediato, mis ojos se adentraron en el negro y profundo pozo sin fin, que me quería engullir. Quise avisar del peligro a mi colega, pero lo hice tarde, no le  pude ayudar, pues de forma irreversible desapareció casi de inmediato en las entrañas de ese pozo mientras yo quedaba en pie, con los brazos caídos y temblando, paralizado por el miedo a lo desconocido; por esa nada que llenaba una boca con forma de circunferencia perfecta. Lo llamaba a gritos, por su nombre, pero solo recibía ecos de sonidos metálicos y de golpes que presagiaban lo peor.

La caja de Pandora se había abierto, y todo lo que ocurriera a continuación podría representar un riesgo para mi frágil espíritu anonadado.

Si esto era mi final, sería el más patético de los finales. Ningún ser o ente me amenazaba de manera perceptible, pero algo parecía gobernar mi mente de tal forma que mis músculos no me respondían. Estaba absorto y agarrotado.

Tengo entendido que a los combatientes les ocurre lo mismo antes de cada batalla, y que a pesar del entrenamiento intenso y continuo que reciben, nunca son capaces de reaccionar en ese crítico momento inicial en el que se requiere la acción inmediata.

Era consciente de que tenía que echar una mano a mi socio. Él estaba adentro, en un lugar oscuro y frío que me aterrorizaba. Por tanto me tuve que recubrir de ese valor artificial que en ocasiones hace héroes a los mortales, y agarrando fuertemente la herramienta y encendiendo la linterna de mi casco para apaciguar mi miedo a la oscuridad, descendí poco a poco a lo hondo de la sima, al encuentro de lo desconocido. No sin haber señalizado antes la zona peligrosa que circundaba la boca de la alcantarilla para evitar accidentes.
Lo que padezco lo llaman nictofobia.



Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 18 de noviembre de 2016

Retrato de un asesino




Se dice que cuando ves a la persona asignada por el destino para acompañarte en tu vida, la reconoces al instante y quedas tan prendado de su presencia como de una música hipnótica que una vez que la escuchas no puedes dejar de silbar.

Este pensamiento me asalta mientras me hallo concentrado en el dibujo.
Mi trabajo consiste en ayudar a los inspectores de policía en las investigaciones en las que hay un sospechoso de haber cometido un crimen y hay a su vez una víctima que sobrevive, o un testigo que lo ha visto todo y conoce sus facciones. 
Es entonces cuando me avisan y me persono con mis bártulos de dibujo para intentar definir en la medida de lo posible, el retrato bocetado del delincuente en cuestión.

No miento si digo, que he llegado a ver cientos de personajes de lo más variopinto, hombres y mujeres con todo tipo de rasgos soeces y remarcables con los cuales poder reconocerles en su nueva situación de busca y captura. Prácticamente todos han sido reconocidos y atrapados. Cuestión de percepción y habilidad.

Pero ahora, en este instante, mientras voy perfilando los rasgos a carboncillo del rostro que tengo delante de mí, solo puedo ver el de una mujer atractiva de faz ovalada, pelo largo y moreno, ojos almendrados que a su vez me mira desde el papel que tengo en las manos.

Se lo enseño al testigo y este confirma con la cabeza que es ella la que se encontraba cerca de la escena del crimen: un triple asesinato cometido en uno de los chalets del vecindario.

Lucho contra las emociones que me produce tal afirmación. Debo de ser imparcial y objetivo en el desempeño de mi labor, pero no puedo. Presiento que ese rostro pertenece a la mujer de mi vida, la que compartirá en el futuro mis sueños y proyectos.

Con la excusa de unos últimos retoques, recorto la melena, alargo el rostro, achato la nariz y aclaro el pelo.

Tengo para encontrarla hasta noviembre, si la atrapan ellos antes, habré perdido a la persona asignada por el destino.



Derechos de autor: Francisco Moroz.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Sin palabras


Mariola es un amor casual, ella llegó y se quedó junto a mí; supo interpretar lo escrito y agradecer el encuentro común con un relato. Se convirtió desde entonces en "Mi relatora" y yo en " Su hechicero" en un lugar que solo ella y yo conocemos.
Me convertí en deudor desde entonces, y aquí me persono para dar cumplida cuenta de lo que la debía.

Aclaro, que nada de lo escrito es real, todo es imaginado, tampoco hay figuras metafóricas. Simplemente se trata de un relato de los que escribo, para dedicárselo a ella, que se lo merece.






Se conocieron por primera vez, en lo que podría haberse denominado: un encuentro circunstancial.

Ella caminaba distraída, pensando en la jornada laboral que tenía por delante: soportar a su encargado y aguantar estoicamente a muchos clientes impertinentes y disconformes que la utilizaban como diana de su frustración; y que por no tener, no tenían ni modales ni educación. Era duro bregar diariamente viendo caras largas y escuchando verborrea irrelevante y agresiva. 

Con esos pensamientos andaba cuando alguien interpuso una flor roja a su paso, y cuando levantó los ojos encontró una sonrisa maravillosa que la lleno de paz. Era él, que con una respetuosa reverencia le ofrecía una pequeña rosa.

Sus miradas se encontraron en lo que fue un contacto mágico. Desde ese momento se creó un vínculo entre los dos que les hacía converger en el mismo tramo de aquella misma calle.

Él la esperaba ansioso todas las mañanas, las soleadas y las lluviosas, siempre estaba cerca de la boca del metro, o debajo de la marquesina del cine, esperando y gesticulando su impaciencia a todo aquel que quisiera prestarle atención.

Cuando ella llegaba nunca le faltaba la flor y de vez en cuando, rompiendo ciertos formalismos, se atrevía a besarle la mano cortésmente, como un caballero a la antigua usanza, pero sin hipócrita galantería, sino poniendo en el beso toda su alma y poquito a poco, todo su amor.

Pasó lo que tuvo que pasar: que sus almas se enredaron en una sintonía común,  y un buen día quedaron al finalizar sus respectivas jornadas laborales. Marcharon a una cafetería cercana, y mientras les servían las bebidas se presentaron.
Ella habló durante dos horas seguidas, mientras él la miraba absorto en esa belleza que solo los amantes saben apreciar, deleitándose en su presencia y escuchando con embeleso todo lo que ella le decía. Embebido en su presencia y enamorado.

El tiempo pasó en un suspiro, se encontraban tan a gusto el uno en la compañía del otro, que acordaron en su fuero interno y cada uno por su lado, no necesitar a nadie ni nada más para ser felices.

Su relación era tan fluida, que al final como en los cuentos, decidieron vivir su aventura en común y para ello, se mudaron a un apartamento asequible y sin pretensiones de grandeza al que llamaron hogar. 
Ella siguió trabajando en los grandes almacenes, en la sección de atención al cliente, y cada vez que las circunstancias eran adversas o algún impertinente se le cruzaba en el camino. Pensaba en su amado, en ese hombre que sin palabras la conquistó en una avenida principal de una ciudad luminosa pero fría.

Nunca le faltaban sonrisas por la mañana ni besos de buenas noches. No le faltaron rosas en el jarrón ni caricias en la mejilla, ni miradas cargadas de ternura ni alguna de aquellas corteses reverencias que la hacían sentirse princesa.

Lo que si le faltaron siempre fueron las palabras, pero nunca las echó de menos, pues sabía con certeza que  en ciertas ocasiones estas dejan heridas incurables y otras se malinterpretan, dejando incertidumbre. Otras no expresan aquello que se quiere trasmitir en el momento, y de la forma adecuada al que las espera como bálsamo.

Su compañero nunca se las pudo ofrendar, nació mudo, pero tenía una habilidad portentosa para comunicarse con las manos, los gestos y las miradas No era un simple artista callejero, era un gran mimo y un excelente hombre que desde el primer día, en aquel encuentro casual, literalmente supo dejarla sin palabras.




Derechos de autor: Francisco Moroz

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