domingo, 4 de diciembre de 2016

¡Bendito país!




Cuando mis cuatro amigos y yo decidimos emprender aquel viaje de fin de carrera, que iba a durar una semana, no podíamos imaginar que nuestra estancia en Escocia iba a convertirse en toda una aventura de gozo extrasensorial.

Nos propusimos visitar además de las ciudades de Edimburgo y Glasgow, todos los lugares emblemáticos de las tierras altas.
 
Por ello después de soltar las mochilas en el hostal de la pequeña localidad de Drumnadrochit lo primero que hicimos fue buscar un bar típico para refrescarnos y tomar algo. El pub en cuestión ostentaba el nombre sugerente de: MacDonald ´s Still que viene a traducirse como: El alambique del hijo de Donald.

Como era tarde pedimos unos whiskys para celebrar nuestra licenciatura; y entre brindis, risas, y bromas, alguien propuso hacer una excursión nocturna al famoso castillo de Urquhart que se asoma al lago Ness aprovechando que no quedaba lejos. A todos nos pareció una idea inspirada para empezar de forma fantástica nuestro viaje por esas tierras de leyenda.

Después de unos cuantos vasos más, del dorado líquido destilado por los dioses, nos pusimos en marcha guiados por las tenues luces de la calle que brillaban como luciérnagas encendidas. 
Nos liamos unos porritos de marihuana que habíamos traído para homenajearnos durante el viaje, y de esta forma llegamos a las orillas del lago de Nessie.

Alguno gritó de pronto. Veía moverse las aguas tranquilas en ondas expansivas y turbulentas que se acercaban a nosotros rápidamente. Corroboramos colectivamente que algo extraño iba a suceder.
Sin esperar, y ante nosotros, apareció una imagen humanoide con un manto de “blanco nuclear” y resplandeciente, que nos dijo señalando hacia el horizonte: 

– ¡Mirad más allá, donde las nubes color malvarrosa se difuminan como neblina de bosque druídico!

Al mirar, juro que vi el arcoiris y un unicornio azul con el cuerno dorado, cabalgado por una mujer de la raza de los elfos del señor de los anillos, que dejó caer ante nosotros ambrosías liquidas almibaradas.
 
Me desperté a la mañana siguiente mojado de escarcha, entumecido, y estropajoso. Sin recordar haber visto al monstruo del lago.
¡Bendito país!



Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cambio de pareja



Se despertó, abrió los ojos una mañana más. No tenía prisa, y tumbado como estaba en la cama, se puso a pensar.
Pensó en ella, en lo bien que empezaron su relación, de mutuo acuerdo, sin exigencias de ningún tipo. Algo fluido y natural. Ella le dejaba su espacio personal y él la dedicaba parte de su tiempo. Se hacían compañía y a veces incluso se añoraban y se buscaban en los silencios.

Pero hacía unos años que este idílico romance se estaba convirtiendo en una losa; ahora ella se estaba volviendo absorbente e incluso envolvente y omnipresente, él ya no se sentía libre como antes, sino atado a una servidumbre que le llenaba de mucha tristeza y desazón.

Ya no la quería como antes ni la deseaba. No ansiaba su cercanía, rehuía su presencia, pero ella siempre estaba a su lado recelosa, perenne y árida, como un mal invierno que no quisiera dar paso a la primavera renovadora.

Y él necesitaba un cambio ¡Sí! Quizás por egoísmo, pensó, se embarcó en esta relación sin futuro. Él y ella, ella y él. Solos, sin querer nada del resto de los que solicitaban un poco de atención, de su amor, de su cuidado, de su persona, de su trato.

Se convirtió poco a poco en un ser huraño y antisocial, un hombre introvertido y esquivo.
No compartía sus vivencias y se guardaba muy mucho de expresar sentimientos banales. Solo se comunicaba con sus congéneres por necesidad y cuando no había más remedio.

Pero esta situación le estaba matando, apagando, amargando, ahogando, como a la llama de una vela sin oxigeno que quemar.

Ahora estaba costeando el precio de las consecuencias de esta común-unión con su amada, y con creces. Penando como alma condenada en el infierno de Dante, purgando cada una de las expectativas puestas en esta especie de tormento consentido, abocado por otro lado al fracaso más estrepitoso.

Desde su comienzo esto no tenía futuro, pero se empeñó en demostrar que eran los demás los que estaban equivocados y que la situación ideal era la elegida por él. Estaba todo controlado. O eso creía en ese momento.

Meditaba en la cama y decidió que ya era hora de cambiar de pareja, su amante actual ya no saciaba sus necesidades, no llenaba sus expectativas, no satisfacía sus ansias de compañía y de amor desinteresado.

Se dio la vuelta en el colchón y allí estaba, a su lado, como cada mañana. No conseguía apartarse de su pegajosa presencia ¡La aborrecía! Debía huir, y únicamente conocía una manera de hacerlo: Buscándose a una mujer de verdad que le llenara la existencia, una pareja que quisiera acompañarle en el baile de la vida, y aparcar en la cuneta a esta que desde hacía años dormía a su lado gracias a su dejadez y la fuerza de la costumbre.

La abandonaría sin despedidas innecesarias, sin agradecimientos de más. Todo con tal de olvidarse definitivamente de esta maldita fulana " Que se llama Soledad”.






Derechos de autor: Francisco Moroz



                                                                          

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