domingo, 19 de marzo de 2017

Nunca olvido





Me veo como niño agarrado de su mano,
confiado.
Significaba mucho para mí.
Cuanta seguridad me proporcionaba su compañía,
sus caricias valiosas
preciado regalo.

                           Le asaltaba con preguntas sin respuesta
con honesta ignorancia,
 en bucles sin fin,
en andanadas.
Siempre me respondía con infinita paciencia,
con verdades pactadas.

Pero llegó la juventud
y rehuía cada vez más
 de su presencia.
Muy crecido era mi ego,
muy terca mi conducta
encastillada en mi orgullo.
Elevado en el pedestal de la soberbia
a la décima potencia de lo absurdo.

Me jactaba de no necesitar su ayuda
siendo capaz de sobrevivir sin sus consejos.
Otros maestros busqué, 
otras verdades, otras escuelas.
Obtuve otros resultados.
Vanidoso los retuve 
 cual tesoro,
insatisfecho.

Creí ser más libre, más hombre, 
más completo.
Triunfador sin parangón, 
habilidoso tahúr
desbordante de virtudes.
En resumen:
Un cretino ruin y necio.

Ahora en la madurez
medito el craso error de mi mentira.
Y no olvido, más bien recuerdo
 por ejemplo el sacrificio.
Las horas invertidas y el detalle,
y siendo consciente reconozco
el tiempo que no se dedicó así mismo
por quererme.

 La firme convicción de su conducta
su debilidad, sus fallos,
y no me siento quien para juzgarle.
Ahora el padre soy yo, 
y lo entiendo tanto.
Su palabra amiga, 
el gesto grave.
El premio, el castigo,
el rincón de pensar
la mirada severa
y el profundo dolor que le causaba.

Le agradezco infinito,
las directrices firmes
con las que me fue instruyendo.
Los valiosos principios de coherencia
con los que ahora me rijo.
Una personalidad marcada,
sentimientos manifiestos
de lo que dicta mi alma.

Ahora soy yo
 el que le agarra de la mano 
cuando camina
con inseguros pasos.
El que le ayuda a comer,
el que responde.
Él me confía sus limitaciones.
Ya no sabe quién es, 
pero yo no lo olvido:
Al igual que no lo traiciono en mi recuerdo,
 en el vínculo del pasado ya borroso.

En mañanas de sol y parque,
de juegos, de risas, de carreras.
 abrazos que arropaban mis miedos, 
besos de buenas noches,
cuentos, libros regalados
leídos a la par.
La oración que nos unía
el apoyo amable en su cansancio,
las fiestas familiares, 
su mano en mi hombro.

Su extenso legado de palabras sabias
perdura.
Valorada herencia
de continuo altruismo.
He descubierto de nuevo
su limpia sonrisa que tanto amaba,
su ingenua confianza de niño anciano,
y he vuelto a recordar
todo lo que era y lo mucho que hizo
con mi persona.
Y me siento orgulloso de ser su hijo
que celebra los días compartidos
mientras duran.




Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 15 de marzo de 2017

Un libro titulado: Resiliencia





El libro que he elegido para aliviar la espera en el hospital se titula: “Resiliencia. El arte de superar un trauma”. No es la temática científica que más me gusta, pero no tengo más remedio que prepararme para lo peor de lo que preveo, tiene todos los visos de ocurrir en breve.

Mi cliente va a morir dada la gravedad de sus lesiones, y yo preparo mi estado anímico para el fatal desenlace.

En su día levanté con mucho sacrificio un pequeño negocio que iba viento en popa y que me daba lo necesario para llevar una vida holgada. Pero la crisis se lo llevó todo al garete, por causa de las reformas económicas, ajustes, recortes, impuestos, y demás zarandajas. Que por obra y gracia de los prebostes políticos de turno, y sus grandes y entusiastas ideas pergeñadas a golpe de tarjetas black, en clubes de alterne y restaurantes de lujo; me habían dejado en la ruina a mí, y a las familias de aquellos operarios que tenía contratados.

Lo perdí todo menos la dignidad, y como la justicia no trabaja al mismo ritmo para todos ni con los mismos resultados; decidí buscarme la vida de nuevo.

El drama se empezó a fraguar por entonces, cuando con esfuerzo y tesón conseguí superar las pruebas de acceso a la plaza de chófer de servicios preferentes.
Cuando me proponía algo lo lograba. También conseguí salir indemne del aparatoso accidente de coche del que sin embargo mi usuario resultó gravemente herido.

Las autoridades investigaron el suceso, dada la importancia del cargo que ocupaba en el ministerio de hacienda mi susodicho pasajero, y me exculparon de toda responsabilidad. Al vehículo le habían fallado los frenos, el airbag y el cinturón trasero. 
Un cúmulo fatal de coincidencias.

Y ahora estoy aquí, sentado en una de las sillas de plástico del hospital, esperando los resultados de la operación con cara de aparente preocupación, leyendo este libro; empapándome de conocimientos sobre cómo superar una pérdida irremediable.


El saber nunca ocupó lugar. Por eso también estudié mecánica y sistemas de seguridad del automóvil, y algo de psicología para que no detecten la gran mentira.




Derechos de autor: Francisco Moroz

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