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miércoles, 30 de mayo de 2018

Mi pequeño hombrecito




Hoy domingo es un día especial, celebramos el cumpleaños de nuestro pequeño Fabián.

Mientras preparo la tarta rememoro aquellas etapas de su niñez pasada en la que fuimos tan felices, tanto su padre como yo. Sus primeros balbuceos y llantos, los biberones trasnochados y de madrugada. Los juegos compartidos tirados en el suelo de su cuarto, las pataletas cuando lo llevaba al colegio.

El día en que dio sus primeros pasos,  fue en el que nos hizo sentirnos tan orgullosos; pues era la señal de que empezaba a valerse por sí mismo, a descubrir su autonomía y a depender menos de nosotros.

El tiempo pasa inexorable sin tener en cuenta el sentimiento de los padres, no queremos que los hijos se hagan grandes, pues presentimos el peligro que corren lejos de nuestro amparo y nuestros brazos protectores. Tememos las malas compañías y los entornos conflictivos en los que ellos se habrán de valer sin nuestros cuidados.

Pero gracias a Dios Fabián es muy responsable y él sabe que en casa tendrá siempre a su madre que velará por su bienestar. Se siente a gusto conmigo y apenas sale de casa. Lo justo para ver a sus amiguitos, para compartir con ellos alguna fiesta.

Ahora mismo está en la cama, esperando a que vaya y le despierte con un achuchón y algunos  besos en los mofletes. 
Hoy es un día de celebración y alegría, pero sin embargo siento tristeza al recordar todo lo que ya ha pasado por nuestras vidas, sabiendo que muchos momentos entrañables y algunas personas ya no volverán; como por ejemplo su padre que nos abandonó prematuramente, agotado por tanta responsabilidad, cansado de trabajar de sol a sol para mantener a la familia.

Estoy segura, que en el instante en que mi pequeño sople las velas se me encogerá el estómago y se me hará un nudo en el corazón al adquirir conciencia de que llegará tarde o temprano ese día en que decida abandonar el nido, con deseos de formar su propia familia y un nuevo hogar. En esa coyuntura, sentiré como un puñal me traspasa las entrañas y por ello no deseo que llegue nunca.
Tendré que hacer un esfuerzo para que él no detecte que he llorado ni me vea apenada a causa de mis negativos pensamientos.

Me seco las manos en el mandil y agarro las muletas para dirigirme al cuarto de mi hijo y despertarlo con delicadeza y cariño. Son las doce y cuarto del mediodía, y si me descuido se le va a juntar el desayuno con la comida.

Cuando abro la puerta y subo la persiana me doy cuenta que su sueño es profundo; me acerco quedito y aparto sus muñecos de peluche, le doy unos cuantos besos, y cuando abre los ojos le sonrío y le abrazo con la fuerza que me deja mi artrosis y el dolor de espalda.

Y mientras se despereza le digo: -Buenos días ¡Feliz cumpleaños mi niño!
y observo confusa, las arruguitas que se le formaron en la frente y que junto a unas ojeras que le llegan al suelo, fruto de la trasnochada del sábado con los coleguitas del barrio, le hacen parecer mayor.

No en vano mi niño se está haciendo todo un hombrecito, creo recordar, a pesar de que he perdido mucha memoria, que hoy precisamente cumple cincuenta y seis añazos…

¡Ay! sin darnos cuenta como  se nos escurre el tiempo entre los dedos.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 23 de abril de 2018

Alta tensión






Aquí estoy yo, aburrida del todo, dejando pasar la vida en uno de esos días en los que no te apetece compartir nada con nadie ¡Ni un café!

Y lo veo a él. Como sin querer, está apoyado en esa esquina, esperando indiferente a que yo pase por delante y me fije en sus formas bien delineadas.

No creo en lo casual, y tengo la sospecha, que este en concreto me acecha desde hace un tiempo.

Lo miro de reojo, con indiferencia, no vaya a creer que quiero rollo e interacción. No soy mujer fácil para cualquiera de estos que se abre de pronto a ti, te ofrece el corazón y el mundo entero, y en cuanto te descuidas te endiña su propia historia que puede ser tan soporífera como el peor de los ensayos. Y eso no lo aguanto de nadie y de ninguno.

Ya soy talludita y tengo gustos definidos. Como para conformarme con tochitos de estos que te vienen todo chulitos mostrando su perfil más atractivo para intentar seducirte. 
Los hay que son pura imagen exterior, con mucho pixel y poca chicha y por dentro más vacíos que las muñecas matrioskas, llenos solamente de ellos mismos.

Estoy escarmentada de esos otros que van de ilustrados o de modernos. Petulantes de tres al cuarto que pretenden embaucarte con la milonga de conocer mucho mundo y estar de vuelta de todo. Prometiéndote el oro y el moro si les prestas atención, con el único propósito de llevarte a su terreno para que los admires en su genialidad.

Yo lo que realmente busco es uno que me haga reír y llorar. Que me haga sentir viva. Diva en un entorno de ensueño. Que me interrogue, se muestre tierno y amoroso. Que sea un aventurero tenaz e imaginativo, que me haga vibrar en la cama cuando parece que me rindo al sueño y no puedo dar más de sí… o donde me pillen las ganas de disfrutar de un buen rato ¡Para que nos vamos a engañar! Soy adicta al placer.

Lo quiero misterioso, ameno. Elegante de presencia pero con conocimientos de buen maestro que enseña como sin querer hacerlo. Que me guarde algún secreto y se haga el interesante hasta el final, para luego, con sorprendente naturalidad hacerme revelaciones que me dejen con la boca abierta por la sorpresa.
Que sepa ofrecerme lo que busco en cada momento y esté disponible cuando yo lo solicite. Y sobre todas las cosas, que me mantenga en tensión.

También quiero que me posea toda entera, penetrando todas las fibras de mí ser, mientras yo me entrego sin remisión y lo devoro con fruición
Le condiciono a que me deje marcas indelebles pero ninguna sombra. Emociones a flor de piel junto a recuerdos que me hagan volver a él una y otra vez para experimentar el amor, la pasión y el deseo. Abrazarnos hasta que me duelan los ojos de tanto mirarlo y los dedos de tanto acariciarlo…

Ahora que recuerdo. Este que me espera apoyado como casualmente en la esquina de la estantería, creo haberlo leído un par de veces al menos.
Pero ¿Por qué no disfrutarlo de nuevo? ¡Quizá hoy me sacuda las neuronas o me toque el corazón con su sensibilidad versada o su prosa seductora! 
¡Puff!

¡Creo que voy a preparar un café para compartir con sus letras!


Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 11 de abril de 2018

Amor de verdad






Yo no la conocí en aquellos lejanos años, pero por lo que me contaron era una de las muchachas más bonitas de todo el contorno. Nació y creció en un pueblo chiquito, donde la mayor pretensión era ganar con esfuerzo el pan de cada día.


Sus padres la guardaban como buen paño, pues no eran pocos los mozos que la codiciaban y que se hubieran conformado con ser nombrados por su boca o ser el objetivo de su mirada. Pero sus ojos y sus pensamientos eran dedicados al único varón que la hacía suspirar y que ella consideraba inalcanzable.

Un mozalbete de buena cuna que sabía leer y escribir, siendo estos, atributos casi inéditos para la mayoría de los que la cortejaban, que lo más que trazaban eran surcos en la tierra para la siembra.

Este chaval acostumbraba a pasear por el campo, siempre con un libro en la mano, parándose a ratos para contemplar y escuchar todo aquello que le causaba asombro: Un almendro en flor, el trigo, los girasoles. El zumbido de unas abejas, el trino de algún pájaro, el borboteo del agua en la acequia.

Aunque su secreto objetivo era encontrarse con ella como por casualidad, ensimismarse con su presencia e intercambiar un saludo formal y recatado, no fuera a pensar que era un arrogante.

La timidez y el miedo les ponían a ambos freno en la lengua, impidiéndoles entablar una conversación que hubiera facilitado el descubrimiento de lo que sentían el uno por el otro.
Los dos se querían y ninguno lo sabía. Languidecían de amor…

El tiempo es efímero, un parpadeo, un desvelo entre sueños. Se escurre entre los dedos dejando un regusto amargo la mayoría de las veces. Todo es pasajero y muere.

Menos el amor de esa mujer que sigue siendo bella cuando sonríe, que llora agradecida cuando recuerda al único hombre que la mereció, que la conquistó con las letras de esas cartas que le enviaba cuando estaba lejos, las mismas en las que leyó por primera vez que la amaba con ternura y pasión.

Todavía se sonroja mi viejita cuando habla de mi padre.


Derechos de autor: Francisco Moroz



Premio en: Relatos compulsivos

viernes, 23 de marzo de 2018

Así nos va






Cuestionario previo para la prueba de acceso a la secretaria del Ministerio de Educación y Cultura.

*Escriba el significado explícito de las tres palabras que figuran a continuación: Relente, remedar, nudo.

Relente: Que da mucho asco y repulsión.
Remedar: Dar una solución a un daño o un problema, o evitar que ocurra algo muy gordo y desagradable.
Nudo: Poco delicado en el trato y muy bruto en su comportamiento.

*Escriba una frase corta donde aparezca cada una de las palabras anteriores.

-“Arranqué el coche dentro del garaje y deje el motor encendido al relenté”.
-“Separé la ropa vieja y con rotos que había que remedar”.
-“No tengo aún muy clara la decisión. Nudo si asistir o no al evento”.

*Escriba una oración en la que estén incluidas las mismas palabras, y al menos dos de ellas junto a la preposición “De”.

-“Ese hombre estaba un poco loco, pues un buen día derrelente, montó en su barca y salió a remedar denudo por el lago. Naturalmente regresó tras pescar una pulmonía”.



Tres meses han pasado desde que rellené ese primer cuestionario de acceso y ahora recibo los resultados del mismo para comunicarme que no soy apto ¿Me han tenido en un sin vivir, como con un nudo de soga en el cuello de un sentenciado para después decirme eso? ¿Sin más explicaciones? Creo que todo esto no ha sido más que un puro remedo de lo que tendría que haber sido un examen serio. Este tipo de cosas me indignan y al final serán las que consigan que la cultura me la traiga al relente o al pairo, o que me importe todo un pijo.


Derechos de autor: Francisco Moroz



martes, 13 de marzo de 2018

Suplicio y tormento





Solo esas pocas palabras que salen de la boca del individuo son suficientes para que la tensión empiece a reinar en el reducido habitáculo. La amenaza latente queda suspendida como espada de Damocles sobre las cabezas de los que allí penamos, encerrados por los ineludibles designios de nuestro malhadado destino.

Es más que palpable el olor a sudor frío que traspasa la ropa y que emana de los poros de nuestros cuerpos, pues somos víctimas propiciatorias que cual reos condenados a muerte, exudamos miedo mientras esperamos la sentencia definitiva.

El temor que sentimos por el temible sujeto es compartido por casi todos. Su figura enjuta y grisácea imprime si cabe más drama a la escena. Solo hubiera podido magnificarse más, con la añadidura de la banda original de la película “Psicosis”.

La amenaza hecha hombre se parapeta en su rincón de araña acechante junto a su trampa de seda. Detrás de una mesa, sobre fondo negro. Escalado en su tribuna de juez y verdugo inquisitorial, mientras por encima de sus gafas fulmina con su mirada reprobatoria a todo aquel que se atreva a levantar la cabeza. Por supuesto nadie lo hace, y menos para preguntar cosas fútiles, que dilatarían el padecimiento de manera innecesaria.

Todos somos sospechosos de actos que todavía no se han cometido y nadie quiere ser el primero en condenarse por anticipado.
Repentinamente una mano se alza al fondo de la estancia, sujetando entre sus dedos un bolígrafo que señala al techo. 
Todos identifican al compañero de reclusión programada conocido por la mayoría con el mote de: “El espíritu burlón”, que en un acto irreflexivo y provocador encara al cancerbero, que en ese mismo instante le dedica con exclusividad y derechos de autor, una mirada de puñal afilado capaz de asesinar como cada uno de los componentes de la familia “Manson”.

El atrevido formula con voz meliflua pero claramente retadora y a bocajarro, la pregunta que nos hace temblar cual gelatina a todos los que estamos enclaustrados en la sala de tormento:

–Entonces, estimado profesor ¿Al que pille copiando durante el examen lo deja usted para septiembre?


Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 23 de enero de 2018

El legado





Mi abuelo luchó en la guerra, en el bando de los perdedores. Una esquirla de metralla le arrebató uno de sus ojos.
Cuando me contaba historias yo insistía en que me narrara las aventuras que vivió durante la misma, pero al contrario que otros, mi abuelo nunca me hablaba sobre ello.

Una tristeza peculiar parecía embargarle de vez en cuando, sorprendiéndole pensativo, como si se hallara fuera de este mundo. Si osaba interrumpir sus pensamientos para preguntarle qué le pasaba, él me respondía con un suspiro y una frase: “Extraño una parte de mi".

Mi abuelo fue agricultor, de los que salían al campo antes de que el sol se levantara por el horizonte, de los que tenían las manos como el cuero, agrietadas por el frío, endurecidas por la madera de la azada. 
Acostumbrado a pasar días enteros a la intemperie y en soledad, no era de los que se quejaran por cosas sin importancia. 
Hombre de pocas palabras, las justas para comunicar su escueta filosofía. Nada de banalidades decía, que te llenan la boca de mentira y el corazón de rencores. Ni religión, ni política solían ser temas de conversación pues según él, nunca conducían a nada bueno ni los partidismos ni los credos.

Manifestaba que el mundo era muy complicado como para enrevesarlo más con nuestros sofismas, -bonita palabra que resumía toda la sabiduría que guardaba- afirmaba que no había camino más corto que el que andábamos de manera voluntaria y en buena compañía, pues esa era la manera de llegar más lejos y más entretenido.

En pocas ocasiones le vi triste, solo alguna vez, cuando mi padre le regañaba por sus descuidos de viejo y sus olvidos inoportunos. Nunca contestó con mal talante, únicamente miraba a los ojos de su hijo y se retiraba a su cuarto arrastrando los pies, murmurando por lo bajito: “Llegará el día en que estés a mi lado y yo no pueda ni escucharte ni consolarte".

Para mí, siempre fue un ser especial al que recurrir en los momentos en que nadie más parecía comprenderme. Tenía el don de tranquilizarme posando una de sus grandes manos en mi hombro o dejándome llorar recostado sobre su pecho, donde oía su calmado corazón de anciano, que no tenía premura por llegar a ningún lado.

Sus movimientos eran pausados. Me explicaba que cuanto más se precipitará uno en tomar decisiones y en ejecutarlas, más posibilidades de errar tenía. Que viviendo la vida con prisas, los momentos importantes pasaban por nosotros en un vuelo, privándonos de la ocasión de saborear la felicidad en los buenos y de aprender lo necesario para fortalecernos en los menos afortunados y dolorosos.

Era entonces cuando soltaba de sopetón, con un guiño de su único ojo y una risita burlona su chascarrillo preferido: 

“Ahora, que es cuando tendría que correr apresurado para llegar a tiempo al baño, es cuando no llego nunca para vergüenza mía”.

Le gustaba abrazar como yo abrazaba a mis peluches preferidos, con fuerza y a la vez con ternura. Entre sus brazos sentía el calor del amor verdadero, era mi refugio, en donde me encontraba a salvo de mis monstruos interiores.

Mi abuelo se marchó a la otra orilla una noche de noviembre, sin avisar, silencioso como siempre fue. Mi madre comentó que nunca les dio mucho que hacer para lo mucho que les había ayudado. 
Mi padre lloraba desconsolado, transformado en el niño que en el fondo era, mientras besaba su frente fría, arrepintiéndose de los desplantes y las reprimendas que otorgó a su viejo. Y yo, convertido en adolescente, insistí en estrecharlo entre mis brazos aunque ya no sintiera el calor de su abrazo.

Era consciente que me había quedado huérfano de su presencia esencial, esa que le mostraba a él como referente, ejemplo al que imitar, con su personal bagaje de valores fundamentales, que me ayudaron a fraguar mi personalidad para crecer como hombre honesto.

Me dejó como legado sus sabias palabras, sus acertados consejos y una nota escrita por su mano con letra temblorosa metida entre las páginas de un libro que me leyó todas las veces en las que se lo pedí; ese de Exupery, y justo donde el zorro dialoga con el principito indicándole aquello de que la belleza y lo verdaderamente importante están en el interior de cada persona.

Y la nota rezaba:

“Querido nieto, me voy tranquilo, sabiéndome valorado. Sé que me escuchaste, y que por ello habrás aprendido parte de lo que quise trasmitirte. Quiero dejarte algo que me perteneció desde después de la guerra, algo que me recordaba diariamente que las personas, las circunstancias y las cosas, son tan buenas o malas como la mirada del que las observa, que todo es relativo y nada para siempre. Cultiva aquello que dé buenos frutos y no los malos hábitos que terminan ahogando los sueños y matando las ilusiones. 
Y ante todo recuerda, que nunca debes esperar a las despedidas para demostrar el amor que sientes por aquellos que te importan.

Tu abuelo, que te quiso con casi todo su ser".

Y envuelto en un pequeño trozo de papel de periódico, su ojo de cristal metido en un tarro de canicas. Esas que fueron parte de nuestro tesoro.

Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 14 de enero de 2018

Qué bello es vivir




Don Pablo Meneses a sus 57 años, era uno de esos que no escatimaba en gastos cuando se trataba de darse caprichos Que se le antojaba una bicicleta de montaña de carbono ionizado y componentes ligeros de fibra de vidrio ¡Se la compraba! ¡Total! ¿Que eran nueve mil euros de menos en su cuenta corriente?
Que le gustaba ese televisor HD Full extra plano con pantalla de plasma de última generación, en el momento que lo veía, lo adquiría ¿Para qué esperar al Black Friday ese, o a los días sin IVA?

El podía permitirse realizar esos desembolsos puntuales. Hacer realidad aquellos sueños que siempre tuvo mientras era tan solo un simple trabajador en activo.

Para su cumpleaños, por ejemplo, se regalaba viajes a lugares lejanos y exóticos donde pocos podían permitirse el lujo de ir ni con la imaginación. Siempre, en compañía de alguna mujer joven y despampanante, a la que agasajaba con joyas y lencería fina mientras brindaban con algún vino de los caros.

Cada domingo por ser fiesta, degustaba exquisiteces de gourmet en alguno de esos restaurantes de comida de diseño que aparecen en la guía Michelín, nunca con menos de tres tenedores. Para eso se habían inventado las Visa oro y platino.

La verdad es que la diosa fortuna le había sonreído desde que comenzó la crisis. Muy al contrario que a muchas familias que quedaron arruinadas por culpa del cierre de numerosas empresas que se fueron al garete, con los añadidos efectos colaterales en forma de despidos de multitud de trabajadores.

Época nefasta para la mayoría, se tuvo que rescatar a los bancos con dinero público procedente de impuestos y gravámenes al sufrido contribuyente. Todo por causa de algunos directivos sin escrúpulos, que ofrecían productos preferentes envenenados, a inocentes jubilados que invirtieron en ellos todos sus ahorros. De la misma manera negociaron con insolventes, créditos con desmedidos intereses y propiedades embargadas.

A él, como director de uno de esos bancos, le tocó marcharse por la puerta falsa de la entidad, contratiempo que le permitió redescubrirse, y comprobar que con el dinero que le ofrecieron como compensación por sus años de dedicación a la empresa y al cliente, y con lo que le quedaba de jubilación anticipada, tenía para vivir holgadamente el resto de su existencia.

¡En fin! Tras el escándalo todo seguía su curso, y él estaba encantado de haberse conocido. Se sentía un privilegiado y un hombre con suerte. Por ello hoy, se iba a pasar por la inmobiliaria para apalabrar la compra de una parcela de dos mil quinientos metros cuadrados con piscina, y una casa de tres plantas con vistas a la montaña en la localidad de Mira Sierra. No sin antes recoger en la joyería, el Rolex Cosmograph Daytona que estrenaría para la ocasión.

Arrancó el BMW deportivo y se marchó silbando como si nada, la melodía de " If I were rich" mientras pensaba a qué dedicar los fondos de inversión que había levantado con tanto denuedo, por si llegaban tiempos difíciles.



Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 8 de enero de 2018

Dinero fácil

Antes de que comencéis a leer os indico que la frase del comienzo os sonará. 

Formó parte de un "relato a cien" de los que escribo que titulé: Orgullo paterno.

¡Pues bien! Recibí una petición muy especial durante las fiestas de navidad, la propuesta de redactar un relato algo más largo que le quitase algo de gravedad al que escribí en su momento. 

Puse dos condiciones y con ello evadí parte de la tarea, más bien toda la esencial (El que quiera peces que se moje el C--- )

Primera:

Que la idea de la trama fuese original e inventada por el peticionario.

Segunda: 

Que la escribiese en todo su desarrollo.

Yo solo me reservaría las correcciones de forma y estilo.

De esta manera quedó lo que leeréis a continuación, y que
ambos (dos) esperamos que os guste.





Su padre le dejaba conducir la furgoneta solo en días especiales, pues Alfredo tenía dieciséis años, aunque aparentaba más. No quería arriesgarse a que le pusiesen una multa, a pesar de que su hijo conducía con la técnica de un piloto de carreras.

Hoy tocaba trabajar aun siendo domingo, ya que no sobraba el dinero. Llevaban una semana planeando esta salida que recorrería el interior de una urbanización de lujo, parando en los objetivos señalados.
Alfredo arrancó el vehículo con nerviosismo, ajustó el retrovisor de la cabina, metió la primera y pisó el acelerador. El cambio de marchas lo manejaba con tal pericia que parecía una extremidad más de su cuerpo.

Cuando llegaron a la entrada del complejo, se dieron cuenta que una barrera les cerraba el acceso. El padre intercambió unas palabras con el vigilante y este les dejó paso franco. Giraron a la derecha, y en dos calles más, a la izquierda. La primera parada la realizarían a doscientos metros. Entonces el muchacho frenó suavemente y sin apagar el motor miró a su padre.
Este aprovechó para pasarle una pistola mientras el agarraba otra.

Abrieron las puertas y salieron con cautela, acercándose lentamente a la finca, mirando con recelo al otro lado de la cancela, donde se vislumbraba un jardín muy cuidado con setos recortados por manos expertas. Un poco más allá una fuente, y en el lateral derecho unos parterres cuajados de coloridas flores. Al fondo se veía una ostentosa edificación de tres plantas con amplios ventanales.

Su padre le señaló con la cabeza la cámara de circuito cerrado instalada sobre la puerta, y le indicó la gran caseta que había en el interior a la izquierda. Esa sería la zona de mayor riesgo y de la que más tendrían que estar pendientes mientras realizaban su trabajo.

Padre hijo intercambiaron una mirada, y el primero le pasó su pistola, comunicándole que el cogería el dinero.
De pronto se oyeron unos fuertes ladridos, y Alfredo comenzó a sudar de puro miedo. Ocurrió lo que temían. Una descomunal bestia negra con forma de perro se abalanzó contra la verja, gruñendo y enseñando sus afilados colmillos.

Después del sobresalto todo ocurrió muy rápido.
El padre introdujo precipitadamente una de sus manos dentro de la bolsa blanca, sacando las monedas que se hallaban en el interior, a la vez que su hijo depositaba las dos barras de pan, para finalmente correr hacia la furgoneta con el corazón palpitando a mil por hora.


Nadie hubiera dicho que ganarse un dinerillo repartiendo el pan, supusiese tamaña aventura.



Derechos de autor: J.M & Francisco Moroz



viernes, 5 de enero de 2018

Vamos a por todas ( Noche de Reyes)






–Eres muy cabezón chico ¿No te das cuenta que por ahí no se puede pasar y que es peligroso para tu salud, y que por puro capricho nos expones a un peligro innecesario también a nosotros?

– ¿Eso es lo que crees? Lo hemos hecho en otras muchas ocasiones, ¡Sin más! sin pensarlo tanto. Es una meta que nos planteamos cada nuevo año. Por eso estamos aquí, y de aquí no nos meneamos hasta que lo consigamos. 
Siempre hemos esperado esta noche con ansia viva para salir al encuentro de lo que más nos gusta, algo que nos encanta hacer. Una salida anual que preparamos con detenimiento desmesurado, incluso con estrategia planificada para situarnos en el mejor de los sitios.

–Sí muchacho, lo comprendemos, pero es que ya vamos teniendo una edad que pesa en lo que vale. Nuestra agilidad para realizar largas caminatas está muy menguada al igual que las fuerzas para cargar con las bolsas.
¡Y mira! También estamos un poquito hartos con tus retos personales. 
Es la misma cantinela de siempre cuando se acercan estas fechas: empiezas con que tienes muchas ganas, que precisas un subidón de adrenalina, que necesitas vidilla y actividad física. 
Pero esto es desmesurado y cada vez más difícil de lograr. Antes estábamos capacitados y preparados para ello, eramos más jóvenes y… ¡Mira! En el cartel pone claramente que es zona restringida y cerrada al tránsito rodado y que habrá muchas aglomeraciones, pocos accesos… Además ya han pasado muchos años y seguro que no lo vives con tanta ilusión.

– ¡Mirad compañeros si os queréis rajar os retiráis y punto! Ya lo haré yo solo ¡Yo me meto ahí sí o sí! Es tradición, y repetirla los tres juntos año tras año es nuestro propósito desde que tenemos uso de razón ¿No?

–¡Joder Paquito! ¡Si está muy bien! Nos gusta que te fascine la cabalgata y todo eso, pero ya tienes la suficiente edad como para saber que los reyes magos son de mentira, son tíos disfrazados y maquillados. También has de ser consciente que yo con las muletas y el otro con el andador no podremos llegar muy lejos con este mogollón de gente. Al final nos tirarán a empujones y a ver que explicaciones damos en la residencia de ancianos para que no nos encierren en la habitación una semana por habernos escapado a escondidas.

– ¡Ya!, ya! Muchas pegas, muchos inconvenientes y mucho lloriqueo, pero después bien que disfrutáis chupeteando sin la dentadura los caramelos que podemos recoger ¡Y es más! Esta vez para vuestro consuelo yo me comprometo a llevar las bolsas llenas de chuches en mi silla de ruedas para que no os canséis ¡Menudo par de viejos estáis hechos! Yo voy hasta con el pañal mojado y no me he quejado todavía.
¡Hala, espabilad que esto esta petaó y casi no quedan sitios en primera fila!...

¡La madre que parió a los niños! ¡ Siempre están en medio estos mocosos, acaparándolo todo! 
A ver si dejáis alguno para los abuelos ¡Leches!


Derechos de autor: Francisco Moroz




jueves, 28 de diciembre de 2017

Los pobres inocentes





Casi terminando la jornada laboral el jefe de recursos humanos le llamó a su oficina para comunicarle que su contrato temporal no se lo iba a renovar. Se le desvanecieron las ilusiones que tenía de pillar las vacaciones de verano que le debían desde el año pasado y dada su edad, las esperanzas de encontrar otro curro. Se encogió de hombros. Iba a ser un parado de larga duración.

De vuelta a casa conducía nervioso mientras planeaba que iba a hacer con su vida. Eso le costó un buen abollón en el coche cuando el conductor que llevaba delante frenó en un semáforo en rojo. Tardó casi tres cuartos de hora en rellenar el parte amistoso. El seguro a terceros que tenía contratado, no le cubriría sus desperfectos y le subiría la tasa. Ahora tendría que utilizar el transporte público.

Al abrir la puerta del piso, salió a recibirle su mujer enfurruñada por su tardanza. Aguantó la bronca impertérrito, con la paciencia del santo Job, y aún así ella le puso cara de perro, comunicándole a continuación que fuera pensando en el divorcio, que iba en serio, y que se preparara la comida, pues ella se iba a casa de su madre. Hoy comería fuera de casa y más tarde buscaría un abogado que dirimiera pleitos matrimoniales.

Su hijo estaba en el cuarto con los cascos puestos y tecleando frenético en su Iphone. Con la música a todo volumen, al igual que las luces y el ordenador. Ni tan siquiera le saludó, llevaba una temporada como ausente, como en otro planeta del que él, su padre parecía no formar parte. Más tarde encontraría las calificaciones del  primer trimestre encima de la encimera de la cocina. Todas suspensas menos una. Estaba tan cansado de insistirle para que estudiara y fuera el hombre de provecho que él quería que fuese… Ya no daría más lecciones dimitía como cabeza de familia.

Se metió en la ducha para relajarse, después del día que llevaba lo necesitaba. Naturalmente cuando estaba desnudo y con el grifo abierto volvió a recordar que la caldera llevaba un mes sin funcionar. 
Sonó el teléfono y tuvo que salir mojado, helado y envuelto en una toalla.
La llamada era de una agencia de préstamo en la que le reclamaban tres mensualidades con sus respectivos intereses de un crédito que había solicitado para pagar unas letras retrasadas de la hipoteca y la derrama de la comunidad de vecinos.

Hoy se marcharía de allí para siempre, desaparecería para todos, no volverían a oír hablar de él. se iría a vivir al extranjero donde nadie le reclamara nada. Se olvidaría de mujer, hijo, familia, vecinos, compañeros y jefes y también dejaría atrás las deudas contraídas.

Se vistió de nuevo con su ropa más elegante, y mientras preparaba su maleta pensaba en que la jornada le estaba saliendo redonda. Nunca pensó en la mala suerte ni era supersticioso, tampoco creía que le echaran un mal de ojo ni en que estuviera gafado. Pero que en un día como el de hoy le estuvieran ocurriendo todas estas cosas, era más que casualidad. 

Parecía que los hados le estuvieran preparando el camino para un cambio radical en su vida, esa segunda oportunidad que se merecía, esa libertad para hacer lo que quisiera sin rendir cuentas a nadie.

Esta noche la pasaría en un hotel después de cenar en un buen restaurante. Se iba a dar un buen homenaje. Mañana cogería el primer vuelo a Cancún y allí comenzaría su nueva andadura con otra identidad.

Que inocentes habían sido todos al haberle dado la espalda en su mejor momento, justo un 28 de diciembre.

Ahora no compartiría con nadie ese premio gordo de la lotería que le permitiría a partir de hoy realizar todo lo soñado durante sus 48 años de existencia. No confiaron en él, pues pensaron que era un pobre perdedor.


Derechos de autor: Francisco Moroz




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