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jueves, 1 de noviembre de 2018

No me apetece celebrar





Suena el teléfono, lo coge, no articula más que cuatro palabras: “De acuerdo, estaré esperando.”

Cuando cuelga el aparato ya sabe que la muerte vendrá a por él esta misma noche. Noche de difuntos, Halloween o cómo demonios se denomine entre las distintas culturas de este mundo en el que se celebra hasta a la negra parca.

La verdad es que no está preparado para partir tan pronto. No le ha dado tiempo a dejar todo listo. La casa sin recoger, un libro que parecía interesante sin terminar. Recuerda que debería haber puesto un mensaje a su pareja para decirle que mañana no estará en condiciones de verla, pero ya es tarde.

Llaman a la puerta, se siente forzado a abrir aunque no le apetece en absoluto encontrarse con lo que sabe se va a encontrar.
Insiste el que llama al timbre con impaciencia, como si tuviera prisa por recoger un paquete que ha de entregar con urgencia. Naturalmente el paquete es él y cuando abre se encuentra con el mensajero: ni más ni menos que su amigo Nick disfrazado de muerte, con una máscara de calavera, una túnica negra y en una de sus manos enguantadas, la consabida guadaña. En la otra una botella de whisky medio vacía.

¡Ah! no le apetece en absoluto ir a esa fiesta de Frikis disfrazados. Con lo a gusto que se hubiera quedado en casa con una taza de café caliente y ese libro que le venía a la memoria hace unos momentos. Y no quiere ni imaginarse cuál será la reacción de su novia Rachel cuando pretenda localizarlo mañana para verse con él, y la tenga que decir que le es imposible a causa de la resaca que le producirá el alcohol que consuma.
Desde luego Nick ya va servido con el que lleva encima.

Cogen el coche para dirigirse a la cabaña donde el grupo se reúne habitualmente para beber, fumar, cantar y despendolarse con cualquier motivo. Hoy toca como excusa la noche de los muertos y él no ha sabido decirles que no.

En el kilómetro 35 de la estatal el coche se sale de la carretera, el copiloto queda atrapado entre los hierros retorcidos del vehículo, las piernas rotas con seguridad, pues no las siente. Su visión queda nublada por la sangre espesa que le brota de la cabeza y se escurre por la cara. No tiene movilidad ni fuerzas para salir al exterior pero siente un movimiento a su derecha, una cara que se aproxima a la suya diciéndole con voz profunda: “Nos vamos Nicholas” y ve a su amigo Nick con su disfraz de muerte, como si nada. Y se pregunta ¿ No era Nick el que conducía? ¿Qué hace fuera del coche sin un rasguño?

Antes de expirar, otra postrera interrogante toma cuerpo en su destrozada cabeza: ¿Sería su amigo el que estaba disfrazado de muerte, o la muerte era la que se había disfrazado de amigo?
La única certeza es, que esa noche el difunto sería él y no tenía ningún motivo para celebrar.


Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 30 de julio de 2018

Venganza celestial






Aquel suceso ocurrido hace unos años lo sigo considerando como un aviso para navegantes. Fue el que decidió de alguna manera el cambio en el sector profesional al que me dedico.

Todo empezó cuando con intención de emanciparme de mis padres, obtuve el carnet acreditativo con el que poder convertirme en guía turístico de monumentos y conjuntos museísticos.

Como mi ciudad tiene una bonita catedral me pareció adecuado centrarme en ella para ejercer la actividad que me permitiría abrirme paso en el complicado mercado laboral. Por ello decidí empaparme bien sobre la historia de la misma. Estructura y estilo arquitectónico, tesoro catedralicio, esculturas y pinturas que se hallaban en su interior. Todo con el fin de presentar a los posibles grupos de turistas que requiriesen mis servicios, la mayor y mejor información que se pudiera ofrecer.

Tardé unos meses en adquirir todos los conocimientos necesarios, para, armándome de valor, proceder con mi primera visita guiada. Un grupo de güiris ingleses que contactaron conmigo demostrando un gran interés por conocer los entresijos de la grandiosa construcción religiosa.
Mi inglés era bastante fluido como para que entendiesen convenientemente los conceptos y los nombres de los elementos constructivos y ornamentales, con lo cual por ese lado no habría problema alguno.

Nos encontrábamos pues en el interior, cerca del retablo, y les explicaba en qué consistía el plateresco. Un estilo híbrido desarrollado sobre el siglo XVI basado en la continuidad del gótico, con exuberante decoración y estética renacentista inspirada en modelos clásicos de la antigüedad. Acaeció entonces, aquello que nos dejó a todo el grupo con el alma en vilo y el grito puesto en el cielo. Aunque con las miradas a ras del suelo que pisábamos y un susto tremendo dentro de nuestro cuerpo.

En un momento de la locución explicativa les comenté, que el arte era sempiterno como Dios, y bello como los mismísimos ángeles que le acompañaban; si es que ambos entes existieran en realidad, añadí con una sonrisa irónica, pretendida muestra de mi incredulidad al respecto.

Fue en ese justo instante cuando de forma inesperada y gran estruendo, una escultura del arcángel Miguel se precipitó en picado desde el nicho que ocupaba a unos seis metros. Lo vimos con una espada flamígera en su mano, y con intenciones aviesas de expulsarnos de forma violenta de este valle de lágrimas; que no del paraíso.

Se estrelló contra las losas de piedra, muy cerca del espantado grupo, dejando restos esparcidos de yeso y madera con policromías variadas. Y entre la nube de polvo que levantó, semejante a una niebla infernal que no auguraba nada bueno. Vislumbramos los ojos retadores y llenos de ira del custodio celestial.

Y fue aquel suceso, repito, el que me convenció sobre el cambio que tenía que realizar con respecto a mi orientación profesional.

En la actualidad sigo ejerciendo como guía, pero en distinto lugar: el jardín botánico de la localidad. Algo que presumiblemente tiene menos riesgos laborales y menos implicaciones peligrosas con respecto a mi agnosticismo.


Derechos de autor: Francisco Moroz

                                                 

domingo, 22 de julio de 2018

Sueño de una noche de verano




¿Cuál sería esa montaña brillante, frondosa y exuberante que parecía llamarle tan desesperadamente? Tendría que averiguarlo sobre la marcha, no pensaba demorarse lo más mínimo para descubrirlo.
Esa misma noche había estado soñando con ella, erigida como obsesión, la imagen recurrente de sus desvelos.

–––––––––

En consecuencia, aquél mismo dos de Julio decidió emprender la marcha en busca de aquello que poblaba sus pensamientos desde hacía aproximadamente un año. Había estado preparándose mentalmente para  ese momento.
¡Justo para ese preciso momento y no otro!

En su cabeza no había dejado de hacer planes y preparativos para que llegados a este día tan puntual, no tener que consumir más tiempo de lo conveniente con retrasos de última hora ocasionados por olvidos e imprevistos varios.
Y no obstante, sabía que algo se le escapaba; un detalle volátil que no era capaz de apresar y retener en su memoria. Algo así como unas letras escritas en la arena y borradas con premura por las olas del mar.
Pero no por eso dejó de concentrarse en la preparación de su mochila con eficiencia alemana, metodismo inglés, y toda la ilusión que pone un español en toda aventura que se precie de ser coronada con éxito.
Y esa montaña soñada era su meta y destino en aquella ocasión ¡Su Ávalon, su Ragnarok!

A su lado, una mujer y sus hijos tenían la sorpresa impresa en la cara. Sus ojos reflejaban extrañeza y confusión. Se miraban entre ellos y después a él, pero sin atreverse a emitir ningún sonido para no romper el hechizo al que parecía estar sometido el hombre mientras, en voz alta, enumeraba los objetos esparcidos alrededor:

–Un saco de dormir, tienda de campaña, linterna, termo, botas de marcha, cuerda, ropa apropiada y cómoda. Gorra, pantalones de lona, tres pares de calcetines gruesos, una muda. Cantimplora, brújula, Campin gas, pote y cubiertos, tartera, navaja multiusos, esterilla de caucho, y líquido anti mosquitos.

Aparentemente no le faltaba ninguno de los artículos que aparecían en una lista que sostenía entre sus dedos temblorosos a causa de los nervios y la emoción. Estaba todo listo para comenzar su deseo con cuenta atrás, su ilusión con fecha concreta de caducidad. Por tanto, no estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo segundo.

Fue entonces cuando la magia se esfumó como por ensalmo. Una voz rompió el hermoso encantamiento en el que el hombre estaba imbuido. Una voz que emitió un sonido en forma de palabra que conformó una fatídica frase que le hizo recordar al instante ese detalle, que como soplo inspirado de musa, se le había estado escabullendo hasta aquel momento.

Todo se desmoronó, estalló la burbuja que originó que un lagrimón brillase en uno de sus ojos.

Su mujer deshizo su castillo construido en el aire, presintiendo al mismo tiempo el alejamiento irremisible de esa montaña que le había estado seduciendo desde hacía exactamente un año y dos días. 

Ocurrió cuando ella le dijo:

¡Pepe, sabes bien que este año toca playa! Y que no es negociable un cambio de planes.


Derecho de autor: Francisco Moroz




lunes, 11 de junio de 2018

Isabel



Habían pasado dos años desde que recibieron la noticia que trastornó sus rutinas cotidianas. La misma que les conmocionó e hizo peligrar sus convicciones. 
La que más tarde les incitó a recapacitar sobre el valor justo y el necesario orden de las cosas, sobre las prioridades cotidianas, y lo excepcional de los detalles que pasan desapercibidos por la mayoría de mortales insensatos.

Isabel se incorpora de la cama, se estira remolona y todavía soñolienta piensa en el día que tiene por delante. Le llega ese sabroso olor a café recién hecho y a tostadas crujientes que provocan que la boca se le haga agua. Se dirige a la cocina donde Ángel la espera y la recibe diciéndola:

–Buenos días preciosa. Qué guapa te has levantado esta mañana. La verdad es que te sienta bien.

– ¿El pijama? –Contesta Isabel.

–No, tonta, la sonrisa. La tienes linda y te aprovechas de ella para conquistarme todos los días, ¡Y lo sabes! Y abusas de mis debilidades por tus encantos.

– ¡No seas bobo y zalamero! Sabes que me tienes en el bote desde que te conocí.

Mientras lo dice, acerca la mano a su mejilla y él aprovecha entonces para agarrarla de la cintura y darle un largo beso en los labios. Cuando se separan ella le devuelve el piropo.

–Creo que hoy no me echaré azúcar en el café, después de este beso tengo dulce de sobra.

Ángel la abraza con ternura y la mira a los ojos con devoción de enamorado adolescente.

–Me tengo que ir, y mira que lo siento, esto empezaba a ponerse interesante; pero a la fuerza ahorcan, y hay que ganarse los garbanzos del puchero, que dice mi madre. 
Te veo a la noche, cuidaos mucho mi amor, que cuando regrese os cuidaré yo. Y sal a la calle a dar una vuelta que te sentará bien y de paso regalarás con tu presencia a los que tengan la fortuna de cruzarse contigo.
Sigo certificando que te levantaste preciosa. ¡En fin! ¡Adiós!

Isabel cierra la puerta despacio regresando a donde le espera el desayuno para disfrutar de uno de los mejores momentos del día. Con calma, envuelta en sus pensamientos más amables.
Le queda por delante una pesada jornada, pero no por ello renuncia a tomarse el tiempo que es consciente le pertenece.

Piensa en su compañero, en el hombre que la hace feliz solo con su presencia. Solamente con saber que él está ahí, para acompañarla, sin presionarla ni acapararla le basta.

El hombre que va a ser padre dentro de unos meses si todo sale bien y de acuerdo con sus ilusionados planes. Un hijo, es lo que más desean desde hace seis años, y los dos mantienen viva la esperanza en que lo conseguirán a pesar de todas las vicisitudes.

Cuando termina, Isabel mete la taza y el plato en la pila y se dirige al cuarto de baño para ducharse.
Se desnuda y se pone de perfil ante el espejo acariciándose su abultado vientre de embarazada mientras sonríe preguntándose si será niño o niña.

Isabel lleva dos años intensos, desde que le dieron la noticia. Se pone de frente y se acerca a su reflejo a la vez que se pasa la mano por la cabeza rapada al cero.

Es entonces cuando le invade la congoja y traga saliva mientras se le escapa una lágrima furtiva. 
Se acuerda de su periódica sesión de quimioterapia. Todavía está preocupada por su futuro hijo y por si dispondrá del tiempo suficiente para dejarle a su esposo el mejor de los regalos.


Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 30 de mayo de 2018

Mi pequeño hombrecito




Hoy domingo es un día especial, celebramos el cumpleaños de nuestro pequeño Fabián.

Mientras preparo la tarta rememoro aquellas etapas de su niñez pasada en la que fuimos tan felices, tanto su padre como yo. Sus primeros balbuceos y llantos, los biberones trasnochados y de madrugada. Los juegos compartidos tirados en el suelo de su cuarto, las pataletas cuando lo llevaba al colegio.

El día en que dio sus primeros pasos,  fue en el que nos hizo sentirnos tan orgullosos; pues era la señal de que empezaba a valerse por sí mismo, a descubrir su autonomía y a depender menos de nosotros.

El tiempo pasa inexorable sin tener en cuenta el sentimiento de los padres, no queremos que los hijos se hagan grandes, pues presentimos el peligro que corren lejos de nuestro amparo y nuestros brazos protectores. Tememos las malas compañías y los entornos conflictivos en los que ellos se habrán de valer sin nuestros cuidados.

Pero gracias a Dios Fabián es muy responsable y él sabe que en casa tendrá siempre a su madre que velará por su bienestar. Se siente a gusto conmigo y apenas sale de casa. Lo justo para ver a sus amiguitos, para compartir con ellos alguna fiesta.

Ahora mismo está en la cama, esperando a que vaya y le despierte con un achuchón y algunos  besos en los mofletes. 
Hoy es un día de celebración y alegría, pero sin embargo siento tristeza al recordar todo lo que ya ha pasado por nuestras vidas, sabiendo que muchos momentos entrañables y algunas personas ya no volverán; como por ejemplo su padre que nos abandonó prematuramente, agotado por tanta responsabilidad, cansado de trabajar de sol a sol para mantener a la familia.

Estoy segura, que en el instante en que mi pequeño sople las velas se me encogerá el estómago y se me hará un nudo en el corazón al adquirir conciencia de que llegará tarde o temprano ese día en que decida abandonar el nido, con deseos de formar su propia familia y un nuevo hogar. En esa coyuntura, sentiré como un puñal me traspasa las entrañas y por ello no deseo que llegue nunca.
Tendré que hacer un esfuerzo para que él no detecte que he llorado ni me vea apenada a causa de mis negativos pensamientos.

Me seco las manos en el mandil y agarro las muletas para dirigirme al cuarto de mi hijo y despertarlo con delicadeza y cariño. Son las doce y cuarto del mediodía, y si me descuido se le va a juntar el desayuno con la comida.

Cuando abro la puerta y subo la persiana me doy cuenta que su sueño es profundo; me acerco quedito y aparto sus muñecos de peluche, le doy unos cuantos besos, y cuando abre los ojos le sonrío y le abrazo con la fuerza que me deja mi artrosis y el dolor de espalda.

Y mientras se despereza le digo: -Buenos días ¡Feliz cumpleaños mi niño!
y observo confusa, las arruguitas que se le formaron en la frente y que junto a unas ojeras que le llegan al suelo, fruto de la trasnochada del sábado con los coleguitas del barrio, le hacen parecer mayor.

No en vano mi niño se está haciendo todo un hombrecito, creo recordar, a pesar de que he perdido mucha memoria, que hoy precisamente cumple cincuenta y seis añazos…

¡Ay! sin darnos cuenta como  se nos escurre el tiempo entre los dedos.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 23 de abril de 2018

Alta tensión






Aquí estoy yo, aburrida del todo, dejando pasar la vida en uno de esos días en los que no te apetece compartir nada con nadie ¡Ni un café!

Y lo veo a él. Como sin querer, está apoyado en esa esquina, esperando indiferente a que yo pase por delante y me fije en sus formas bien delineadas.

No creo en lo casual, y tengo la sospecha, que este en concreto me acecha desde hace un tiempo.

Lo miro de reojo, con indiferencia, no vaya a creer que quiero rollo e interacción. No soy mujer fácil para cualquiera de estos que se abre de pronto a ti, te ofrece el corazón y el mundo entero, y en cuanto te descuidas te endiña su propia historia que puede ser tan soporífera como el peor de los ensayos. Y eso no lo aguanto de nadie y de ninguno.

Ya soy talludita y tengo gustos definidos. Como para conformarme con tochitos de estos que te vienen todo chulitos mostrando su perfil más atractivo para intentar seducirte. 
Los hay que son pura imagen exterior, con mucho pixel y poca chicha y por dentro más vacíos que las muñecas matrioskas, llenos solamente de ellos mismos.

Estoy escarmentada de esos otros que van de ilustrados o de modernos. Petulantes de tres al cuarto que pretenden embaucarte con la milonga de conocer mucho mundo y estar de vuelta de todo. Prometiéndote el oro y el moro si les prestas atención, con el único propósito de llevarte a su terreno para que los admires en su genialidad.

Yo lo que realmente busco es uno que me haga reír y llorar. Que me haga sentir viva. Diva en un entorno de ensueño. Que me interrogue, se muestre tierno y amoroso. Que sea un aventurero tenaz e imaginativo, que me haga vibrar en la cama cuando parece que me rindo al sueño y no puedo dar más de sí… o donde me pillen las ganas de disfrutar de un buen rato ¡Para que nos vamos a engañar! Soy adicta al placer.

Lo quiero misterioso, ameno. Elegante de presencia pero con conocimientos de buen maestro que enseña como sin querer hacerlo. Que me guarde algún secreto y se haga el interesante hasta el final, para luego, con sorprendente naturalidad hacerme revelaciones que me dejen con la boca abierta por la sorpresa.
Que sepa ofrecerme lo que busco en cada momento y esté disponible cuando yo lo solicite. Y sobre todas las cosas, que me mantenga en tensión.

También quiero que me posea toda entera, penetrando todas las fibras de mí ser, mientras yo me entrego sin remisión y lo devoro con fruición
Le condiciono a que me deje marcas indelebles pero ninguna sombra. Emociones a flor de piel junto a recuerdos que me hagan volver a él una y otra vez para experimentar el amor, la pasión y el deseo. Abrazarnos hasta que me duelan los ojos de tanto mirarlo y los dedos de tanto acariciarlo…

Ahora que recuerdo. Este que me espera apoyado como casualmente en la esquina de la estantería, creo haberlo leído un par de veces al menos.
Pero ¿Por qué no disfrutarlo de nuevo? ¡Quizá hoy me sacuda las neuronas o me toque el corazón con su sensibilidad versada o su prosa seductora! 
¡Puff!

¡Creo que voy a preparar un café para compartir con sus letras!


Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 11 de abril de 2018

Amor de verdad






Yo no la conocí en aquellos lejanos años, pero por lo que me contaron era una de las muchachas más bonitas de todo el contorno. Nació y creció en un pueblo chiquito, donde la mayor pretensión era ganar con esfuerzo el pan de cada día.


Sus padres la guardaban como buen paño, pues no eran pocos los mozos que la codiciaban y que se hubieran conformado con ser nombrados por su boca o ser el objetivo de su mirada. Pero sus ojos y sus pensamientos eran dedicados al único varón que la hacía suspirar y que ella consideraba inalcanzable.

Un mozalbete de buena cuna que sabía leer y escribir, siendo estos, atributos casi inéditos para la mayoría de los que la cortejaban, que lo más que trazaban eran surcos en la tierra para la siembra.

Este chaval acostumbraba a pasear por el campo, siempre con un libro en la mano, parándose a ratos para contemplar y escuchar todo aquello que le causaba asombro: Un almendro en flor, el trigo, los girasoles. El zumbido de unas abejas, el trino de algún pájaro, el borboteo del agua en la acequia.

Aunque su secreto objetivo era encontrarse con ella como por casualidad, ensimismarse con su presencia e intercambiar un saludo formal y recatado, no fuera a pensar que era un arrogante.

La timidez y el miedo les ponían a ambos freno en la lengua, impidiéndoles entablar una conversación que hubiera facilitado el descubrimiento de lo que sentían el uno por el otro.
Los dos se querían y ninguno lo sabía. Languidecían de amor…

El tiempo es efímero, un parpadeo, un desvelo entre sueños. Se escurre entre los dedos dejando un regusto amargo la mayoría de las veces. Todo es pasajero y muere.

Menos el amor de esa mujer que sigue siendo bella cuando sonríe, que llora agradecida cuando recuerda al único hombre que la mereció, que la conquistó con las letras de esas cartas que le enviaba cuando estaba lejos, las mismas en las que leyó por primera vez que la amaba con ternura y pasión.

Todavía se sonroja mi viejita cuando habla de mi padre.


Derechos de autor: Francisco Moroz



Premio en: Relatos compulsivos

viernes, 23 de marzo de 2018

Así nos va






Cuestionario previo para la prueba de acceso a la secretaria del Ministerio de Educación y Cultura.

*Escriba el significado explícito de las tres palabras que figuran a continuación: Relente, remedar, nudo.

Relente: Que da mucho asco y repulsión.
Remedar: Dar una solución a un daño o un problema, o evitar que ocurra algo muy gordo y desagradable.
Nudo: Poco delicado en el trato y muy bruto en su comportamiento.

*Escriba una frase corta donde aparezca cada una de las palabras anteriores.

-“Arranqué el coche dentro del garaje y deje el motor encendido al relenté”.
-“Separé la ropa vieja y con rotos que había que remedar”.
-“No tengo aún muy clara la decisión. Nudo si asistir o no al evento”.

*Escriba una oración en la que estén incluidas las mismas palabras, y al menos dos de ellas junto a la preposición “De”.

-“Ese hombre estaba un poco loco, pues un buen día derrelente, montó en su barca y salió a remedar denudo por el lago. Naturalmente regresó tras pescar una pulmonía”.



Tres meses han pasado desde que rellené ese primer cuestionario de acceso y ahora recibo los resultados del mismo para comunicarme que no soy apto ¿Me han tenido en un sin vivir, como con un nudo de soga en el cuello de un sentenciado para después decirme eso? ¿Sin más explicaciones? Creo que todo esto no ha sido más que un puro remedo de lo que tendría que haber sido un examen serio. Este tipo de cosas me indignan y al final serán las que consigan que la cultura me la traiga al relente o al pairo, o que me importe todo un pijo.


Derechos de autor: Francisco Moroz



martes, 13 de marzo de 2018

Suplicio y tormento





Solo esas pocas palabras que salen de la boca del individuo son suficientes para que la tensión empiece a reinar en el reducido habitáculo. La amenaza latente queda suspendida como espada de Damocles sobre las cabezas de los que allí penamos, encerrados por los ineludibles designios de nuestro malhadado destino.

Es más que palpable el olor a sudor frío que traspasa la ropa y que emana de los poros de nuestros cuerpos, pues somos víctimas propiciatorias que cual reos condenados a muerte, exudamos miedo mientras esperamos la sentencia definitiva.

El temor que sentimos por el temible sujeto es compartido por casi todos. Su figura enjuta y grisácea imprime si cabe más drama a la escena. Solo hubiera podido magnificarse más, con la añadidura de la banda original de la película “Psicosis”.

La amenaza hecha hombre se parapeta en su rincón de araña acechante junto a su trampa de seda. Detrás de una mesa, sobre fondo negro. Escalado en su tribuna de juez y verdugo inquisitorial, mientras por encima de sus gafas fulmina con su mirada reprobatoria a todo aquel que se atreva a levantar la cabeza. Por supuesto nadie lo hace, y menos para preguntar cosas fútiles, que dilatarían el padecimiento de manera innecesaria.

Todos somos sospechosos de actos que todavía no se han cometido y nadie quiere ser el primero en condenarse por anticipado.
Repentinamente una mano se alza al fondo de la estancia, sujetando entre sus dedos un bolígrafo que señala al techo. 
Todos identifican al compañero de reclusión programada conocido por la mayoría con el mote de: “El espíritu burlón”, que en un acto irreflexivo y provocador encara al cancerbero, que en ese mismo instante le dedica con exclusividad y derechos de autor, una mirada de puñal afilado capaz de asesinar como cada uno de los componentes de la familia “Manson”.

El atrevido formula con voz meliflua pero claramente retadora y a bocajarro, la pregunta que nos hace temblar cual gelatina a todos los que estamos enclaustrados en la sala de tormento:

–Entonces, estimado profesor ¿Al que pille copiando durante el examen lo deja usted para septiembre?


Derechos de autor: Francisco Moroz

martes, 23 de enero de 2018

El legado





Mi abuelo luchó en la guerra, en el bando de los perdedores. Una esquirla de metralla le arrebató uno de sus ojos.
Cuando me contaba historias yo insistía en que me narrara las aventuras que vivió durante la misma, pero al contrario que otros, mi abuelo nunca me hablaba sobre ello.

Una tristeza peculiar parecía embargarle de vez en cuando, sorprendiéndole pensativo, como si se hallara fuera de este mundo. Si osaba interrumpir sus pensamientos para preguntarle qué le pasaba, él me respondía con un suspiro y una frase: “Extraño una parte de mi".

Mi abuelo fue agricultor, de los que salían al campo antes de que el sol se levantara por el horizonte, de los que tenían las manos como el cuero, agrietadas por el frío, endurecidas por la madera de la azada. 
Acostumbrado a pasar días enteros a la intemperie y en soledad, no era de los que se quejaran por cosas sin importancia. 
Hombre de pocas palabras, las justas para comunicar su escueta filosofía. Nada de banalidades decía, que te llenan la boca de mentira y el corazón de rencores. Ni religión, ni política solían ser temas de conversación pues según él, nunca conducían a nada bueno ni los partidismos ni los credos.

Manifestaba que el mundo era muy complicado como para enrevesarlo más con nuestros sofismas, -bonita palabra que resumía toda la sabiduría que guardaba- afirmaba que no había camino más corto que el que andábamos de manera voluntaria y en buena compañía, pues esa era la manera de llegar más lejos y más entretenido.

En pocas ocasiones le vi triste, solo alguna vez, cuando mi padre le regañaba por sus descuidos de viejo y sus olvidos inoportunos. Nunca contestó con mal talante, únicamente miraba a los ojos de su hijo y se retiraba a su cuarto arrastrando los pies, murmurando por lo bajito: “Llegará el día en que estés a mi lado y yo no pueda ni escucharte ni consolarte".

Para mí, siempre fue un ser especial al que recurrir en los momentos en que nadie más parecía comprenderme. Tenía el don de tranquilizarme posando una de sus grandes manos en mi hombro o dejándome llorar recostado sobre su pecho, donde oía su calmado corazón de anciano, que no tenía premura por llegar a ningún lado.

Sus movimientos eran pausados. Me explicaba que cuanto más se precipitará uno en tomar decisiones y en ejecutarlas, más posibilidades de errar tenía. Que viviendo la vida con prisas, los momentos importantes pasaban por nosotros en un vuelo, privándonos de la ocasión de saborear la felicidad en los buenos y de aprender lo necesario para fortalecernos en los menos afortunados y dolorosos.

Era entonces cuando soltaba de sopetón, con un guiño de su único ojo y una risita burlona su chascarrillo preferido: 

“Ahora, que es cuando tendría que correr apresurado para llegar a tiempo al baño, es cuando no llego nunca para vergüenza mía”.

Le gustaba abrazar como yo abrazaba a mis peluches preferidos, con fuerza y a la vez con ternura. Entre sus brazos sentía el calor del amor verdadero, era mi refugio, en donde me encontraba a salvo de mis monstruos interiores.

Mi abuelo se marchó a la otra orilla una noche de noviembre, sin avisar, silencioso como siempre fue. Mi madre comentó que nunca les dio mucho que hacer para lo mucho que les había ayudado. 
Mi padre lloraba desconsolado, transformado en el niño que en el fondo era, mientras besaba su frente fría, arrepintiéndose de los desplantes y las reprimendas que otorgó a su viejo. Y yo, convertido en adolescente, insistí en estrecharlo entre mis brazos aunque ya no sintiera el calor de su abrazo.

Era consciente que me había quedado huérfano de su presencia esencial, esa que le mostraba a él como referente, ejemplo al que imitar, con su personal bagaje de valores fundamentales, que me ayudaron a fraguar mi personalidad para crecer como hombre honesto.

Me dejó como legado sus sabias palabras, sus acertados consejos y una nota escrita por su mano con letra temblorosa metida entre las páginas de un libro que me leyó todas las veces en las que se lo pedí; ese de Exupery, y justo donde el zorro dialoga con el principito indicándole aquello de que la belleza y lo verdaderamente importante están en el interior de cada persona.

Y la nota rezaba:

“Querido nieto, me voy tranquilo, sabiéndome valorado. Sé que me escuchaste, y que por ello habrás aprendido parte de lo que quise trasmitirte. Quiero dejarte algo que me perteneció desde después de la guerra, algo que me recordaba diariamente que las personas, las circunstancias y las cosas, son tan buenas o malas como la mirada del que las observa, que todo es relativo y nada para siempre. Cultiva aquello que dé buenos frutos y no los malos hábitos que terminan ahogando los sueños y matando las ilusiones. 
Y ante todo recuerda, que nunca debes esperar a las despedidas para demostrar el amor que sientes por aquellos que te importan.

Tu abuelo, que te quiso con casi todo su ser".

Y envuelto en un pequeño trozo de papel de periódico, su ojo de cristal metido en un tarro de canicas. Esas que fueron parte de nuestro tesoro.

Derechos de autor: Francisco Moroz

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