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viernes, 30 de noviembre de 2018

Hasta aquí hemos llegado






Tan misteriosamente como aparece se cierra de nuevo la ventana en el cielo. Las nubes que oscurecen el día se apartan repentinamente dejando una mañana soleada y luminosa que dura un instante; pero nadie parece percatarse de nada y el suceso pasa inadvertido, aun después de que el astro vuelva a ocultarse tras la masa gaseosa de nubarrones negros.

En otra ocasión derramó miles de litros de agua sobre la ciudad limpiando el ambiente de impurezas, saneando el aire, dejando ese vivificante olor a ozono. Adornando el horizonte con un extraordinario arco iris. 
Nadie parecía encontrarse en el lugar, pues no se significó como noticia destacada digna de mención.

Inundó los campos y las montañas con infinidad de colores y tonos de verde, dando un rostro más amable a esa opacidad de negros y grises que los ciudadanos acostumbraban a ver normalmente; pero ninguno levantó la mirada de sus Iphones ni la desvió de sus quehaceres rutinarios. Aquel mes de mayo ya empezó a notar los síntomas de la decepción ante seres tan desagradecidos. 

Hundió el astro en el mar lenta y majestuosamente, rodeándolo de dorados y de rojos apoteósicos, de naranjas e iridiscentes malvas que hubieran dejado embobado hasta al más insensible de los mortales. La luna hizo acto de presencia como dama vestida de blanco y plata resplandeciente, haciendo vibrar la noche con su cortejo de millones de rutilantes luminarias.

Los humanos se hallaban metidos en salas oscuras llenas de humo o quemándose los ojos bajo luces fluorescentes en oficinas, talleres y tugurios. Ensordecidos sus oídos, no fueron capaces de escuchar el silencio esclarecedor de la creadora de tan magno espectáculo, que llora lágrimas de escarcha.

La naturaleza está cansada de tanto desapego. Cualquier día tirará la toalla, dejará de manifestarse tan bella y delicadamente. No le merece la pena obrar tanta maravilla y preparar tanto milagro para unos espectadores tan insensibles que la están forzando a tomar drásticas medidas con un cambio climático que los sumirá en la miseria y el caos absoluto. 
Quizá es lo que se merezcamos todos nosotros, banda de pendejos descreídos en portentos cotidianos. 
Si las cosas siguen por este cauce asistiremos atónitos a su último proyecto.

Consistirá de un espectáculo de pirotecnia, deshielo, temblores de tierra y maremotos que no olvidaremos jamás, si es que la especie sobrevive a todo ello. 
Todavía no nos la tomamos en serio y ya va mandando señales de estar hastiada de nuestro desprecio.
Somos desaprensivos maltratadores de todo lo creado por ella con tanto esmero para nuestro disfrute y deleite. Estamos perdiendo el rumbo y el norte, corriendo el riesgo inminente de naufragio. 

Derechos de autor: Francisco Moroz



domingo, 25 de noviembre de 2018

Hasta el infinito y mucho más allá





Comienzan a acumularse en la superficie del planeta, y empieza a ser preocupante la situación, convirtiéndose en un verdadero problema el tener que cohabitar con ellos a todas horas y en cualquier situación; con los muchos inconvenientes que ocasiona a nuestra salud física y psíquica, pues entre otras muchas cosas son tóxic0s.

Vayas por donde vayas los tienes que sufrir en silencio. Te los tropiezas en grupos numerosos, amontonados, en parejas o de uno en uno según se den las circunstancias del entorno. Pegas una patada a una piedra y salen unos cuantos, abres cualquier puerta y te los encuentras de frente. En cualquier local o gran superficie te rodean, muchas veces aparatosa y violentamente mientras manejas tu coche. 

En mi humilde opinión debería acontecer algún cataclismo para que desaparecieran de la faz de la tierra, pero lo veo harto difícil a estas alturas; pues ya invaden cualquier rincón de la superficie del orbe como la mala hierba. Es un cáncer que afecta incluso al subsuelo y los mares. El aire está repleto de ellos trasladándose de un lugar a otro, llenando cualquier espacio imaginable e inimaginable.

Y no son virus ni bacterias. Ni plásticos, ni alienígenas ni residuos…

¡Cuánta razón tenía Einstein cuando planteaba el paradigma de lo infinito!
La interrogante que se me plantea es: ¿Por qué todos esos seres piensan que los imbéciles somos los demás?


P.D: "Es más peligroso un imbécil que un violento" (Arturo Pérez Reverte")

Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 12 de noviembre de 2018

La vida es sueño






Es cuando empezamos a tener uso de razón que la perdemos a cada instante.

Las ilusiones y los sueños inalcanzables se acumulan alrededor nuestro metiéndose en nuestra cabeza y corazón, tirando de nosotros, exigiéndonos el tiempo necesario para darles consecución y forma.

Son como metas a alcanzar, retos que hacen que todos los esfuerzos merezcan la pena nada más levantarnos cada mañana. Enanitos que nos incordian a todas horas impidiéndonos realizar otras tareas de manera ordenada. Voces interiores que nos indican la estrategia a seguir para coronarse con los laureles fugaces del logro.

Desde niño he sido un tipo súper ilusionado con todo.
¿Qué salía el último número del coleccionable de alguno de mis héroes favoritos de Marvel? Allá me plantaba el primero en el quiosco; no fuera que me quedase sin el cómic y que mi quimera, se esfumase en manos de otro chaval más espabilado que yo.

Me ocurrió lo mismo cuando me encapriché de aquella motocicleta de color rojo que posaba ante mí en el escaparate. Me costó muchas horas extras en el curro, muchos sábados y domingos sin salir con los amigos al bar, sin ir al baile o al cine. Pero al final  la pude adquirir.
Y aquél viaje a Londres, o el otro a Paris… Renuncié a mucho por esos sueños que perseguía, y ello me colmaba de dicha mientras duraba su disfrute. Efímeros destellos de felicidad.

Por eso cuando conocí a María Pilar se me encendieron todas las bombillas de alerta roja. Este sería mi sueño definitivo a perseguir. El culmen a todas las ilusiones con fecha de caducidad.

Todas mis neuronas enloquecieron de puro deseo y mis ojos se negaban a mirar hacia otro lado que no ocupara ella. La muchacha más bonita de la universidad. Poseedora de la más simpática de las sonrisas, guapa a rabiar, elegante, agradable, dicharachera y la que mejores curvas tenía donde derrapar una pasión.

¡En fin! Que me pasé todo el primer año y el segundo ambicionando el anhelo de alcanzarla. Hasta me cambié de carrera cuando ella lo hizo, solamente para poder hacerme el encontradizo en los pasillos o tener la oportunidad de verla en la cafetería durante los descansos entre clases.
Seis años pasaron hasta que tuvimos un encuentro algo más formal donde compartir una conversación más pausada. Descubriendo que además de guapa era inteligente.
El tiempo pasó y no en vano, mi utópica aspiración iba definiéndose en el horizonte: toda una vida compartida con la mujer ideal, por la que todo cobraría un sentido cada amanecer…

Cuatro años después de la luna de miel todo empezó a volverse amargo, todo lo recto a torcerse. Me cansé de oír recriminaciones por no realizar ciertas tareas. Desaprobaciones cuando las hacía, amonestaciones si la replicaba. Queja y reproche cuando callaba para que la discusión no fuera a más.

Por ello las conversaciones se volvieron monólogos. También la elegancia se transformó en dejadez envuelta en bata, las armoniosas curvas en volúmenes y la simpática sonrisa se tornó en perenne rictus de sufrimiento. Mi sueño se había convertido de pronto en pesadilla.

Pero ya os dije que soy un tipo muy asertivo que se ilusiona por todo.
¡Es más! Ahora lo estoy y mucho con los trámites de divorcio que me alejarán de semejante pécora.

Que ya lo dijo Calderón:

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”


Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 1 de noviembre de 2018

No me apetece celebrar





Suena el teléfono, lo coge, no articula más que cuatro palabras: “De acuerdo, estaré esperando.”

Cuando cuelga el aparato ya sabe que la muerte vendrá a por él esta misma noche. Noche de difuntos, Halloween o cómo demonios se denomine entre las distintas culturas de este mundo en el que se celebra hasta a la negra parca.

La verdad es que no está preparado para partir tan pronto. No le ha dado tiempo a dejar todo listo. La casa sin recoger, un libro que parecía interesante sin terminar. Recuerda que debería haber puesto un mensaje a su pareja para decirle que mañana no estará en condiciones de verla, pero ya es tarde.

Llaman a la puerta, se siente forzado a abrir aunque no le apetece en absoluto encontrarse con lo que sabe se va a encontrar.
Insiste el que llama al timbre con impaciencia, como si tuviera prisa por recoger un paquete que ha de entregar con urgencia. Naturalmente el paquete es él y cuando abre se encuentra con el mensajero: ni más ni menos que su amigo Nick disfrazado de muerte, con una máscara de calavera, una túnica negra y en una de sus manos enguantadas, la consabida guadaña. En la otra una botella de whisky medio vacía.

¡Ah! no le apetece en absoluto ir a esa fiesta de Frikis disfrazados. Con lo a gusto que se hubiera quedado en casa con una taza de café caliente y ese libro que le venía a la memoria hace unos momentos. Y no quiere ni imaginarse cuál será la reacción de su novia Rachel cuando pretenda localizarlo mañana para verse con él, y la tenga que decir que le es imposible a causa de la resaca que le producirá el alcohol que consuma.
Desde luego Nick ya va servido con el que lleva encima.

Cogen el coche para dirigirse a la cabaña donde el grupo se reúne habitualmente para beber, fumar, cantar y despendolarse con cualquier motivo. Hoy toca como excusa la noche de los muertos y él no ha sabido decirles que no.

En el kilómetro 35 de la estatal el coche se sale de la carretera, el copiloto queda atrapado entre los hierros retorcidos del vehículo, las piernas rotas con seguridad, pues no las siente. Su visión queda nublada por la sangre espesa que le brota de la cabeza y se escurre por la cara. No tiene movilidad ni fuerzas para salir al exterior pero siente un movimiento a su derecha, una cara que se aproxima a la suya diciéndole con voz profunda: “Nos vamos Nicholas” y ve a su amigo Nick con su disfraz de muerte, como si nada. Y se pregunta ¿ No era Nick el que conducía? ¿Qué hace fuera del coche sin un rasguño?

Antes de expirar, otra postrera interrogante toma cuerpo en su destrozada cabeza: ¿Sería su amigo el que estaba disfrazado de muerte, o la muerte era la que se había disfrazado de amigo?
La única certeza es, que esa noche el difunto sería él y no tenía ningún motivo para celebrar.


Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 30 de julio de 2018

Venganza celestial






Aquel suceso ocurrido hace unos años lo sigo considerando como un aviso para navegantes. Fue el que decidió de alguna manera el cambio en el sector profesional al que me dedico.

Todo empezó cuando con intención de emanciparme de mis padres, obtuve el carnet acreditativo con el que poder convertirme en guía turístico de monumentos y conjuntos museísticos.

Como mi ciudad tiene una bonita catedral me pareció adecuado centrarme en ella para ejercer la actividad que me permitiría abrirme paso en el complicado mercado laboral. Por ello decidí empaparme bien sobre la historia de la misma. Estructura y estilo arquitectónico, tesoro catedralicio, esculturas y pinturas que se hallaban en su interior. Todo con el fin de presentar a los posibles grupos de turistas que requiriesen mis servicios, la mayor y mejor información que se pudiera ofrecer.

Tardé unos meses en adquirir todos los conocimientos necesarios, para, armándome de valor, proceder con mi primera visita guiada. Un grupo de güiris ingleses que contactaron conmigo demostrando un gran interés por conocer los entresijos de la grandiosa construcción religiosa.
Mi inglés era bastante fluido como para que entendiesen convenientemente los conceptos y los nombres de los elementos constructivos y ornamentales, con lo cual por ese lado no habría problema alguno.

Nos encontrábamos pues en el interior, cerca del retablo, y les explicaba en qué consistía el plateresco. Un estilo híbrido desarrollado sobre el siglo XVI basado en la continuidad del gótico, con exuberante decoración y estética renacentista inspirada en modelos clásicos de la antigüedad. Acaeció entonces, aquello que nos dejó a todo el grupo con el alma en vilo y el grito puesto en el cielo. Aunque con las miradas a ras del suelo que pisábamos y un susto tremendo dentro de nuestro cuerpo.

En un momento de la locución explicativa les comenté, que el arte era sempiterno como Dios, y bello como los mismísimos ángeles que le acompañaban; si es que ambos entes existieran en realidad, añadí con una sonrisa irónica, pretendida muestra de mi incredulidad al respecto.

Fue en ese justo instante cuando de forma inesperada y gran estruendo, una escultura del arcángel Miguel se precipitó en picado desde el nicho que ocupaba a unos seis metros. Lo vimos con una espada flamígera en su mano, y con intenciones aviesas de expulsarnos de forma violenta de este valle de lágrimas; que no del paraíso.

Se estrelló contra las losas de piedra, muy cerca del espantado grupo, dejando restos esparcidos de yeso y madera con policromías variadas. Y entre la nube de polvo que levantó, semejante a una niebla infernal que no auguraba nada bueno. Vislumbramos los ojos retadores y llenos de ira del custodio celestial.

Y fue aquel suceso, repito, el que me convenció sobre el cambio que tenía que realizar con respecto a mi orientación profesional.

En la actualidad sigo ejerciendo como guía, pero en distinto lugar: el jardín botánico de la localidad. Algo que presumiblemente tiene menos riesgos laborales y menos implicaciones peligrosas con respecto a mi agnosticismo.


Derechos de autor: Francisco Moroz

                                                 

domingo, 22 de julio de 2018

Sueño de una noche de verano




¿Cuál sería esa montaña brillante, frondosa y exuberante que parecía llamarle tan desesperadamente? Tendría que averiguarlo sobre la marcha, no pensaba demorarse lo más mínimo para descubrirlo.
Esa misma noche había estado soñando con ella, erigida como obsesión, la imagen recurrente de sus desvelos.

–––––––––

En consecuencia, aquél mismo dos de Julio decidió emprender la marcha en busca de aquello que poblaba sus pensamientos desde hacía aproximadamente un año. Había estado preparándose mentalmente para  ese momento.
¡Justo para ese preciso momento y no otro!

En su cabeza no había dejado de hacer planes y preparativos para que llegados a este día tan puntual, no tener que consumir más tiempo de lo conveniente con retrasos de última hora ocasionados por olvidos e imprevistos varios.
Y no obstante, sabía que algo se le escapaba; un detalle volátil que no era capaz de apresar y retener en su memoria. Algo así como unas letras escritas en la arena y borradas con premura por las olas del mar.
Pero no por eso dejó de concentrarse en la preparación de su mochila con eficiencia alemana, metodismo inglés, y toda la ilusión que pone un español en toda aventura que se precie de ser coronada con éxito.
Y esa montaña soñada era su meta y destino en aquella ocasión ¡Su Ávalon, su Ragnarok!

A su lado, una mujer y sus hijos tenían la sorpresa impresa en la cara. Sus ojos reflejaban extrañeza y confusión. Se miraban entre ellos y después a él, pero sin atreverse a emitir ningún sonido para no romper el hechizo al que parecía estar sometido el hombre mientras, en voz alta, enumeraba los objetos esparcidos alrededor:

–Un saco de dormir, tienda de campaña, linterna, termo, botas de marcha, cuerda, ropa apropiada y cómoda. Gorra, pantalones de lona, tres pares de calcetines gruesos, una muda. Cantimplora, brújula, Campin gas, pote y cubiertos, tartera, navaja multiusos, esterilla de caucho, y líquido anti mosquitos.

Aparentemente no le faltaba ninguno de los artículos que aparecían en una lista que sostenía entre sus dedos temblorosos a causa de los nervios y la emoción. Estaba todo listo para comenzar su deseo con cuenta atrás, su ilusión con fecha concreta de caducidad. Por tanto, no estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo segundo.

Fue entonces cuando la magia se esfumó como por ensalmo. Una voz rompió el hermoso encantamiento en el que el hombre estaba imbuido. Una voz que emitió un sonido en forma de palabra que conformó una fatídica frase que le hizo recordar al instante ese detalle, que como soplo inspirado de musa, se le había estado escabullendo hasta aquel momento.

Todo se desmoronó, estalló la burbuja que originó que un lagrimón brillase en uno de sus ojos.

Su mujer deshizo su castillo construido en el aire, presintiendo al mismo tiempo el alejamiento irremisible de esa montaña que le había estado seduciendo desde hacía exactamente un año y dos días. 

Ocurrió cuando ella le dijo:

¡Pepe, sabes bien que este año toca playa! Y que no es negociable un cambio de planes.


Derecho de autor: Francisco Moroz




lunes, 11 de junio de 2018

Isabel



Habían pasado dos años desde que recibieron la noticia que trastornó sus rutinas cotidianas. La misma que les conmocionó e hizo peligrar sus convicciones. 
La que más tarde les incitó a recapacitar sobre el valor justo y el necesario orden de las cosas, sobre las prioridades cotidianas, y lo excepcional de los detalles que pasan desapercibidos por la mayoría de mortales insensatos.

Isabel se incorpora de la cama, se estira remolona y todavía soñolienta piensa en el día que tiene por delante. Le llega ese sabroso olor a café recién hecho y a tostadas crujientes que provocan que la boca se le haga agua. Se dirige a la cocina donde Ángel la espera y la recibe diciéndola:

–Buenos días preciosa. Qué guapa te has levantado esta mañana. La verdad es que te sienta bien.

– ¿El pijama? –Contesta Isabel.

–No, tonta, la sonrisa. La tienes linda y te aprovechas de ella para conquistarme todos los días, ¡Y lo sabes! Y abusas de mis debilidades por tus encantos.

– ¡No seas bobo y zalamero! Sabes que me tienes en el bote desde que te conocí.

Mientras lo dice, acerca la mano a su mejilla y él aprovecha entonces para agarrarla de la cintura y darle un largo beso en los labios. Cuando se separan ella le devuelve el piropo.

–Creo que hoy no me echaré azúcar en el café, después de este beso tengo dulce de sobra.

Ángel la abraza con ternura y la mira a los ojos con devoción de enamorado adolescente.

–Me tengo que ir, y mira que lo siento, esto empezaba a ponerse interesante; pero a la fuerza ahorcan, y hay que ganarse los garbanzos del puchero, que dice mi madre. 
Te veo a la noche, cuidaos mucho mi amor, que cuando regrese os cuidaré yo. Y sal a la calle a dar una vuelta que te sentará bien y de paso regalarás con tu presencia a los que tengan la fortuna de cruzarse contigo.
Sigo certificando que te levantaste preciosa. ¡En fin! ¡Adiós!

Isabel cierra la puerta despacio regresando a donde le espera el desayuno para disfrutar de uno de los mejores momentos del día. Con calma, envuelta en sus pensamientos más amables.
Le queda por delante una pesada jornada, pero no por ello renuncia a tomarse el tiempo que es consciente le pertenece.

Piensa en su compañero, en el hombre que la hace feliz solo con su presencia. Solamente con saber que él está ahí, para acompañarla, sin presionarla ni acapararla le basta.

El hombre que va a ser padre dentro de unos meses si todo sale bien y de acuerdo con sus ilusionados planes. Un hijo, es lo que más desean desde hace seis años, y los dos mantienen viva la esperanza en que lo conseguirán a pesar de todas las vicisitudes.

Cuando termina, Isabel mete la taza y el plato en la pila y se dirige al cuarto de baño para ducharse.
Se desnuda y se pone de perfil ante el espejo acariciándose su abultado vientre de embarazada mientras sonríe preguntándose si será niño o niña.

Isabel lleva dos años intensos, desde que le dieron la noticia. Se pone de frente y se acerca a su reflejo a la vez que se pasa la mano por la cabeza rapada al cero.

Es entonces cuando le invade la congoja y traga saliva mientras se le escapa una lágrima furtiva. 
Se acuerda de su periódica sesión de quimioterapia. Todavía está preocupada por su futuro hijo y por si dispondrá del tiempo suficiente para dejarle a su esposo el mejor de los regalos.


Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 30 de mayo de 2018

Mi pequeño hombrecito




Hoy domingo es un día especial, celebramos el cumpleaños de nuestro pequeño Fabián.

Mientras preparo la tarta rememoro aquellas etapas de su niñez pasada en la que fuimos tan felices, tanto su padre como yo. Sus primeros balbuceos y llantos, los biberones trasnochados y de madrugada. Los juegos compartidos tirados en el suelo de su cuarto, las pataletas cuando lo llevaba al colegio.

El día en que dio sus primeros pasos,  fue en el que nos hizo sentirnos tan orgullosos; pues era la señal de que empezaba a valerse por sí mismo, a descubrir su autonomía y a depender menos de nosotros.

El tiempo pasa inexorable sin tener en cuenta el sentimiento de los padres, no queremos que los hijos se hagan grandes, pues presentimos el peligro que corren lejos de nuestro amparo y nuestros brazos protectores. Tememos las malas compañías y los entornos conflictivos en los que ellos se habrán de valer sin nuestros cuidados.

Pero gracias a Dios Fabián es muy responsable y él sabe que en casa tendrá siempre a su madre que velará por su bienestar. Se siente a gusto conmigo y apenas sale de casa. Lo justo para ver a sus amiguitos, para compartir con ellos alguna fiesta.

Ahora mismo está en la cama, esperando a que vaya y le despierte con un achuchón y algunos  besos en los mofletes. 
Hoy es un día de celebración y alegría, pero sin embargo siento tristeza al recordar todo lo que ya ha pasado por nuestras vidas, sabiendo que muchos momentos entrañables y algunas personas ya no volverán; como por ejemplo su padre que nos abandonó prematuramente, agotado por tanta responsabilidad, cansado de trabajar de sol a sol para mantener a la familia.

Estoy segura, que en el instante en que mi pequeño sople las velas se me encogerá el estómago y se me hará un nudo en el corazón al adquirir conciencia de que llegará tarde o temprano ese día en que decida abandonar el nido, con deseos de formar su propia familia y un nuevo hogar. En esa coyuntura, sentiré como un puñal me traspasa las entrañas y por ello no deseo que llegue nunca.
Tendré que hacer un esfuerzo para que él no detecte que he llorado ni me vea apenada a causa de mis negativos pensamientos.

Me seco las manos en el mandil y agarro las muletas para dirigirme al cuarto de mi hijo y despertarlo con delicadeza y cariño. Son las doce y cuarto del mediodía, y si me descuido se le va a juntar el desayuno con la comida.

Cuando abro la puerta y subo la persiana me doy cuenta que su sueño es profundo; me acerco quedito y aparto sus muñecos de peluche, le doy unos cuantos besos, y cuando abre los ojos le sonrío y le abrazo con la fuerza que me deja mi artrosis y el dolor de espalda.

Y mientras se despereza le digo: -Buenos días ¡Feliz cumpleaños mi niño!
y observo confusa, las arruguitas que se le formaron en la frente y que junto a unas ojeras que le llegan al suelo, fruto de la trasnochada del sábado con los coleguitas del barrio, le hacen parecer mayor.

No en vano mi niño se está haciendo todo un hombrecito, creo recordar, a pesar de que he perdido mucha memoria, que hoy precisamente cumple cincuenta y seis añazos…

¡Ay! sin darnos cuenta como  se nos escurre el tiempo entre los dedos.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 23 de abril de 2018

Alta tensión






Aquí estoy yo, aburrida del todo, dejando pasar la vida en uno de esos días en los que no te apetece compartir nada con nadie ¡Ni un café!

Y lo veo a él. Como sin querer, está apoyado en esa esquina, esperando indiferente a que yo pase por delante y me fije en sus formas bien delineadas.

No creo en lo casual, y tengo la sospecha, que este en concreto me acecha desde hace un tiempo.

Lo miro de reojo, con indiferencia, no vaya a creer que quiero rollo e interacción. No soy mujer fácil para cualquiera de estos que se abre de pronto a ti, te ofrece el corazón y el mundo entero, y en cuanto te descuidas te endiña su propia historia que puede ser tan soporífera como el peor de los ensayos. Y eso no lo aguanto de nadie y de ninguno.

Ya soy talludita y tengo gustos definidos. Como para conformarme con tochitos de estos que te vienen todo chulitos mostrando su perfil más atractivo para intentar seducirte. 
Los hay que son pura imagen exterior, con mucho pixel y poca chicha y por dentro más vacíos que las muñecas matrioskas, llenos solamente de ellos mismos.

Estoy escarmentada de esos otros que van de ilustrados o de modernos. Petulantes de tres al cuarto que pretenden embaucarte con la milonga de conocer mucho mundo y estar de vuelta de todo. Prometiéndote el oro y el moro si les prestas atención, con el único propósito de llevarte a su terreno para que los admires en su genialidad.

Yo lo que realmente busco es uno que me haga reír y llorar. Que me haga sentir viva. Diva en un entorno de ensueño. Que me interrogue, se muestre tierno y amoroso. Que sea un aventurero tenaz e imaginativo, que me haga vibrar en la cama cuando parece que me rindo al sueño y no puedo dar más de sí… o donde me pillen las ganas de disfrutar de un buen rato ¡Para que nos vamos a engañar! Soy adicta al placer.

Lo quiero misterioso, ameno. Elegante de presencia pero con conocimientos de buen maestro que enseña como sin querer hacerlo. Que me guarde algún secreto y se haga el interesante hasta el final, para luego, con sorprendente naturalidad hacerme revelaciones que me dejen con la boca abierta por la sorpresa.
Que sepa ofrecerme lo que busco en cada momento y esté disponible cuando yo lo solicite. Y sobre todas las cosas, que me mantenga en tensión.

También quiero que me posea toda entera, penetrando todas las fibras de mí ser, mientras yo me entrego sin remisión y lo devoro con fruición
Le condiciono a que me deje marcas indelebles pero ninguna sombra. Emociones a flor de piel junto a recuerdos que me hagan volver a él una y otra vez para experimentar el amor, la pasión y el deseo. Abrazarnos hasta que me duelan los ojos de tanto mirarlo y los dedos de tanto acariciarlo…

Ahora que recuerdo. Este que me espera apoyado como casualmente en la esquina de la estantería, creo haberlo leído un par de veces al menos.
Pero ¿Por qué no disfrutarlo de nuevo? ¡Quizá hoy me sacuda las neuronas o me toque el corazón con su sensibilidad versada o su prosa seductora! 
¡Puff!

¡Creo que voy a preparar un café para compartir con sus letras!


Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 11 de abril de 2018

Amor de verdad






Yo no la conocí en aquellos lejanos años, pero por lo que me contaron era una de las muchachas más bonitas de todo el contorno. Nació y creció en un pueblo chiquito, donde la mayor pretensión era ganar con esfuerzo el pan de cada día.


Sus padres la guardaban como buen paño, pues no eran pocos los mozos que la codiciaban y que se hubieran conformado con ser nombrados por su boca o ser el objetivo de su mirada. Pero sus ojos y sus pensamientos eran dedicados al único varón que la hacía suspirar y que ella consideraba inalcanzable.

Un mozalbete de buena cuna que sabía leer y escribir, siendo estos, atributos casi inéditos para la mayoría de los que la cortejaban, que lo más que trazaban eran surcos en la tierra para la siembra.

Este chaval acostumbraba a pasear por el campo, siempre con un libro en la mano, parándose a ratos para contemplar y escuchar todo aquello que le causaba asombro: Un almendro en flor, el trigo, los girasoles. El zumbido de unas abejas, el trino de algún pájaro, el borboteo del agua en la acequia.

Aunque su secreto objetivo era encontrarse con ella como por casualidad, ensimismarse con su presencia e intercambiar un saludo formal y recatado, no fuera a pensar que era un arrogante.

La timidez y el miedo les ponían a ambos freno en la lengua, impidiéndoles entablar una conversación que hubiera facilitado el descubrimiento de lo que sentían el uno por el otro.
Los dos se querían y ninguno lo sabía. Languidecían de amor…

El tiempo es efímero, un parpadeo, un desvelo entre sueños. Se escurre entre los dedos dejando un regusto amargo la mayoría de las veces. Todo es pasajero y muere.

Menos el amor de esa mujer que sigue siendo bella cuando sonríe, que llora agradecida cuando recuerda al único hombre que la mereció, que la conquistó con las letras de esas cartas que le enviaba cuando estaba lejos, las mismas en las que leyó por primera vez que la amaba con ternura y pasión.

Todavía se sonroja mi viejita cuando habla de mi padre.


Derechos de autor: Francisco Moroz



Premio en: Relatos compulsivos

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