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jueves, 26 de diciembre de 2019

Venganza en vía muerta





Desde el término de la guerra en 1945 estuvo tres años recabando información, siguiendo pistas infructuosas que le iban restando parte de la esperanza puesta en lo que había calificado como “su redención” ¡Cómo echaba de menos a su familia! Si ellos hubieran estado allí, esto no tendría sentido.

Después de reflexionar mientras miraba pasar por delante de sus ojos la campiña francesa, dio una última calada al cigarrillo y lo tiró por la ventanilla. Después volvió a su compartimento.

El tren se dirigía a Calais procedente de la estación de Montparnase, que era  donde sus pesquisas lo habían conducido. Allí esperó durante horas hasta que apareció su objetivo al que siguió de cerca. Ambos abordaron el tren.

El viaje estaba resultando agradable, pues se acomodó frente al asiento de la joven, que acababa de sacar un libro de su bolsa de viaje. Después de los saludos de cortesía tuvo la excusa perfecta para entablar un diálogo; preguntarle sobre el título de lo que ella se disponía a leer.

–Étrangers dans un train, le contestó ¿Lo conoce? es de una escritora novel, su primera obra de suspense que versa sobre la culpa, la mentira, y el crimen. ¡Fíjese! Una estadounidense de veintiocho años con su primera novela publicada. La verdad es que me está resultando de lo más interesante, no me extrañaría que la viésemos convertida en película.

–¿Cómo se llama la autora? –volvió a preguntar.

–Patricia Highsmith.

Él la siguió observando mientras se preguntaba qué circunstancias debían darse para que un ser humano aparentemente pacífico y equilibrado, tomara decisiones que terminaran con la vida de sus semejantes de manera violenta.

–Cuánta culpa, mentira y crimen hubo durante la guerra, –afirmó de nuevo volviendo a dirigirse a su interlocutora. A mí por ejemplo me arrebataron a mis padres y a mi hermana cuando tenía tan solo quince años. Yo estaba en casa de unos familiares cuando vinieron a buscarlos una madrugada, los había denunciado una vecina por ser judíos. Se los llevaron a Dachau y allí se perdió todo rastro de ellos. ¿Se imagina cuánto dolor?

La muchacha se sobrecogió de tal manera con esta revelación, que su cuerpo empezó a temblar compulsivamente.

Él la agarró de las muñecas  inesperadamente y la interpeló de nuevo diciendo:

–¿Se imagina cuanto desamparo, desesperación y soledad he tenido que sufrir?
Pero tranquila, esto llegará a su fin junto con el tren cuando llegue a su destino, y entonces todo adquirirá sentido, al menos algo volverá a su lugar para bien o para mal. Como en un viaje iniciático.

–¿Cree usted en un destino donde no es posible la reconciliación?  –le interrogó la muchacha-.

–¿Y usted en el bálsamo de la justicia cuando ésta toma forma de venganza?

A la mujer se le cayó el libro al suelo nada más oír estas palabras, y tapándose la cara con las manos se puso a llorar.

En ese momento el tren se introdujo en un largo túnel mientras sonaba su bocina, y se amplificaba el sonido del traqueteo sobre los raíles. Al emerger de nuevo, el hombre y el libro habían desaparecido, y la muchacha acurrucada en el asiento, seguía atemorizada a causa de los ojos de aquél extraño que le había mirado enfebrecidamente hacía escasos momentos.

La locomotora exhaló la postrimera bocanada de humo y vapor minutos después de llegar a Calais.
La joven bajó del vagón y se dirigió apresurada a la central telefónica más cercana, desde allí llamó para dar aviso de su llegada.
Nadie contestó al otro lado de la línea.

Semanas después recibió una carta a su nombre, comunicándole que su madre había sido hallada muerta, colgada de una viga de madera en su propio domicilio.

Recordó entonces con espanto, aquella madrugada de 1940 cuando miembros de la Gestapo golpearon la puerta de la casa de sus padres, y su madre asustada por los gritos y las requisiciones, señaló a los vecinos del cuarto izquierda. Un matrimonio con dos hijos de origen sefardí.

En una buhardilla, a la luz de una bombilla que emite una tenue luz, un joven de unos veinticinco años, repasa con el índice uno de los párrafos que relee por tercera vez:

“Había puesto fin a una vida. Mas nadie sabía qué era la vida, todo el mundo la defendía, era lo más valioso, pero él había arrebatado una. Aquella noche había tenido noción del peligro, de que le dolían las manos, del temor a que ella hiciese ruido, pero en el instante de sentir que la vida se le escapaba a la víctima, todo lo demás se había borrado y sólo le había quedado la realidad, la misteriosa realidad de lo que estaba haciendo, el misterio y el milagro de poner fin a una vida".*

No podía ser casual que una escritora hubiera plasmado algo que con toda seguridad, era tan solo un pensamiento que en un momento de debilidad y aflicción se le había pasado por la cabeza. Él no era ningún asesino, como aquellos que terminaron con la vida de su familia, pero sí el hombre que asustó a una chica en un tren, aprovechándose de su ignorancia al no saber ella, que él, era uno de esos miembros de la familia del cuarto izquierda, el mismo que le había robado un libro en un arrebato de rabia contenida. Y se hizo la promesa de devolverlo cuando su espíritu atormentado se apaciguara.


*Pasaje de la obra de Patricia Highsmith " Strangers on the train"



Derechos de autor: Francisco Moroz




miércoles, 4 de diciembre de 2019

Dulces problemas

En este caso mi reto personal, era construir un relato que incluyera todas esas frases hechas, escritas en azul.
 Espero que el resultado tenga algún sentido al menos como divertimento, que es de lo que trata esta afición de escribidor.






Nos dejaron sin magdalenas después de acabar con los bollos, los pasteles de nata y las pastas de té. Les hubiéramos perdonado la vida si al menos hubiesen sido un poco moderados; pero el estropicio nos lo encontrábamos todas las semanas. Incluso nos dejaban sin reservas. Y eso, de cara a los clientes, hacía desmerecer el negocio. 


Por ello ¡ahora seremos nosotros los que acabaremos con los malditos roedores que han invadido la pastelería! Nos dijimos firmemente convencidos.
La primera noche lo intentamos solucionar metiendo en el obrador a un par de gatos callejeros; pero no fueron capaces de realizar su tarea, esta mañana nos hemos dado cuenta que no es cierto que tengan siete vidas, o eran gatos muy flojos que habían malgastado las otras seis, o los presuntos ratones invasores estaban sobrealimentados y frecuentaban el gimnasio.

Como medida drástica hemos llamado a Esteban, que se ha personado con su gato Mishi que no participó en la refriega nocturna. Esteban se ha ofrecido para acabar con la plaga en persona, con la ayuda de dicho felino que está muy nervioso y un puntito histérico. También se ha presentado con un tal Arturo que por ser tartamudo le apodan el repetidor, un amigo suyo desde la más tierna infancia.

Hemos dudado del éxito en tal empresa antes de ver lo que Arturito el repetidor llevaba en una caja de compases, que apretaba fuertemente contra el pecho. Unas ampollas con veneno del fuerte, de ese que debe de emplearse en guerras químicas.

¡Y sí! ¡Lo hemos conseguido!

Al menos ya hemos resuelto parte del problema. A saber, los ratones se han esfumado. O eso, o nunca los hubo. Pero a cambio nos enfrentamos a otros cuantos quebraderos de cabeza: Esteban y Arturo están desaparecidos en combate desde que se hicieron públicos los resultados de su trabajo. No dieron explicaciones y no hemos vuelto a saber de ellos. Ni tan siquiera han llamado para reclamar sus honorarios y tampoco contestan al teléfono.

Mi socio todavía se encuentra bajo los efectos de un shock postraumático y sufriendo lo indecible por amor y por si fuera poco, siendo interrogado por la policía un día sí y otro también. Dando explicaciones del porqué apareció dentro de nuestro local y más tiesa que la mojama, la gorda de su mujer, con espuma, restos de hojaldre, y cabello de ángel en la boca. Todo muy misterioso y siniestro.

Pero soy yo con diferencia el que tiene que apechugar con el problema más peliagudo: Bregar con el inspector de sanidad por supuestas irregularidades encontradas en los aditivos empleados en nuestros productos alimenticios, y cuidar de Mishi que anda maullando por los rincones, con el pelo erizado. Muy agitado, como en un continuo celo.



Derechos de autor: Francisco Moroz


sábado, 23 de noviembre de 2019

Quién le pondrá el cascabel al gato



,


Como acostumbraba, Mariano, entró en la oficina sin saludar a nadie, desabrido, mal educado, furibundo y chulesco. Pareciera ser el líder de una manada imaginaria donde él representara al macho alfa dominante.

Ya acostumbrados a su forma de proceder intentamos ignorarle, cada uno concentrado en su tarea, pero él, dándose ínfulas de poderío capto nuestra atención significándose con una fuerte voz.

– ¡A ver vosotros, panda de nenazas lloronas!  –nos increpó exaltado.
Tanto quejaros del exceso de trabajo y de los horarios laborales interminables, pero aquí estáis dándolo todo por la empresa y del negrero que os explota sin consideración.

Todos levantamos la mirada al unísono un tanto confusos, avergonzados y sin saber bien que contestar mientras él continuó con su perorata recriminadora.

–Si fuera yo, me plantaba en el cubículo de la bestia y le cantaba las cuarenta poniéndolo en su sitio de una puta vez, que es lo que se merece el mafioso que tenemos por jefe. No como todos vosotros que agacháis la cabeza cada vez que pasa por vuestro lado y le llamáis señor. ¡Un don mierda es lo que es y punto!

–Pues va a tener la oportunidad de hacerlo en persona, ya que tiene tantos redaños, y así dará ejemplo a sus compañeros en vez de comerles la cabeza día tras día. –dijo una voz desde detrás del interfecto, pues lo presentimos muerto en vida.

Mariano en su agitación acalorada, no se había percatado que tras él, había aparecido la figura de nuestro temido director, que terminó con una situación violenta con una contundente frase:

–Acompáñeme al despacho caballero. Tengamos una conversación en privado.

Intuimos que habíamos asistido al finiquito de un gilipollas que lastraba las de por sí interminables y mal pagadas jornadas laborales. En eso sí tenía razón el Mariano.

Y entonces sonreímos.


Derechos de autor: Francisco Moroz





sábado, 2 de noviembre de 2019

Et insania somnia (locura y sueño)





  
Se despierta sobresaltado con el corazón desbocado a cien por hora y un sudor helado, que se le pega a la piel y le produce continuos escalofríos involuntarios.

Se queda escuchando el silencio, pues solo silencio y oscuridad le rodean creándole un desasosiego que nunca experimentó.
¿Qué es lo que le desveló así, tan de repente?
¿Quizá su conciencia intranquila por los sucesos acaecidos en la mañana?
Más de cincuenta veces ha ocurrido lo mismo y no es algo que le haya quitado el sueño en ninguna de las ocasiones. Hoy, la única diferencia es que ella ya no está, la ha apartado por un tiempo de su presencia.

Echa de menos, eso sí, sus quejidos nocturnos, su temblor instintivo cuando él la intenta acariciar y abrazar por detrás, requiriendo su atención para que le complazca, como toda buena y obediente esposa debe de hacer con su marido. Pero ella no, muy al contrario, se resiste con mayor frecuencia, le suplica con insistencia enfermiza que la deje descansar esa noche, que no tiene fuerza. 
Como si la muy puta hiciera algo especial a parte de estar todo el día en casa descansando, limpiando lo menos posible y preparando la comida. ¡Qué menos, para eso la mantiene! piensa; como si fuera una reina. Pues solo sale a la calle para hacer la compra y poco más.

Ha escuchado un ruido casi imperceptible. Se trata de alguna ventana que se ha quedado abierta, lo más seguro, pues una ligera brisa le roza la cara y la piel desnuda de los brazos.
Se arrebuja de nuevo entre las sábanas de la cama que se le hace un poco grande al no estar ella a su lado.
Ya nunca lo estará, pues se la ha sacudido de su vida como la garrapata que es, que solo sabe pedirle dinero ¡Dios sabe para qué! Lo más seguro es que tuviera un amante secreto, y ambos, durante sus escarceos amorosos y adúlteros, se rieran de él mientras gozaban. ¡De él! que la había rescatado y hecho suya cuando era una universitaria muerta de hambre sin ningún futuro. Una inútil ignorante. Una inepta insufrible.

Por eso de vez en cuando la tiene que castigar para ponerla en su sitio, un par de guantazos bien dados para que le duela lo mismo que le duelen a él sus continuas faltas de respeto, sus mentiras, sus contestaciones fuera de tono, su chulería cuando se mantiene de pie y le mira a los ojos como si no le doliesen sus golpes. Esa soberbia se le atragantaba, pero se juraba a si mismo que se la quitaría poco a poco a base de golpes, a ver si de una vez corregía su actitud y aprendía a ser más humilde.

Pero hoy, hoy ya ha sido la gota que ha colmado el vaso cuando le ha comunicado que le iba a dejar para siempre, que no era feliz ni se sentía segura a su lado. Entonces una rabia desconocida le ha poseído y le ha hecho golpearla como a una extraña, como si no la conociera, con saña, con ganas desmedidas de hacer mucho daño.
No ha parado hasta que la ha visto postrada, entumecida y sobre todo callada. La ha desnudado para que sintiera frío, el mismo que siente él con sus desprecios. Y la ha poseído sumamente excitado, con ganas, sin misericordia,  hasta la extenuación, como un vulgar violador. Después la ha encerrado en una habitación y se ha olvidado de ella. Mañana la echará de su vida de una maldita vez y se buscará a otra más sumisa.

Pero no puede conciliar el sueño, es como si algo que no estuviera en su sitio no le dejara hacerlo. Entonces es cuando siente una especie de aliento gélido en la nuca que  hace que se le erice el vello, y una caricia rasposa a lo largo del cuerpo, como si le frotasen con sarmientos secos.

Se da la vuelta rápidamente para ver con espanto el rostro demacrado de su pareja, amoratado por los golpes recibidos. Sus ojos desorbitados mirándole directamente al rostro. Una boca de labios rotos y sangrantes. Es ella, que parece haberse metido dentro de su mente con voz de ultratumba, para decirle que a partir de ahora le acompañará  todas y cada una de las noches que él viva, noches de insomnio y tormento, en las que el sueño y el descanso no serán posibles.

Noches en las que la locura, ocupara el lugar que hasta ahora habitaba ella.



Derechos de autor: Francisco Moroz





martes, 22 de octubre de 2019

Tiempos modernos (Que no hay quién los entienda)







 –¿Te has enterado de lo de Bea? ¡Qué fuerte! ¡Alucino tía!


–Ya te digo tronca, es demasió lo de esta menda. Hace falta estar muy flipada para intentar ligarse al Toño por medio de mensajes de Whasap.

–¡Claro! ya lo digo yo, que donde haya un tú a tú, una mirada directa, o una conversación interesante con el pibe, que se quite la mierda esa de los mensajitos tecleados, que son más fríos que la profe de mates explicando los logaritmos neperianos de marras.

–Qué razón tienes Vane, es más “living” ir de cara y no pasarte todo el santo día “stalkeando” en las redes sociales buscando información que obtendrías fácilmente preguntando al “crush” en cuestión. Eso suele degenerar en “salseo” y en un montón de “hater” comiéndote la moral.

–¡Ya! Azucena, bonita, pero es muy “cool” eso de coger el iphone hasta para ir a mear. Mantener contacto directo con las personas parece que nos cuesta mogollón y no nos produce tanta “hype”

–Yo creo que por eso hay tanto “troll” suelto por las redes; porque no son para nada seres sociables, no interactúan físicamente, solo virtualmente. Para ellos sería todo un “goal”, mirar a la cara de un interlocutor mientras le hablan.

–Pero es que Bea se siente “blessed” cuando chatea con Toño; que por otro lado no entiende esos mensajes tan crípticos que le escribe, y eso que es de letras.

–Azucena, Vanesa ¿Qué hacéis enganchadas al móvil?

–¡Pues hablando joder!

Derechos de autor: Francisco Moroz







Diccionario de términos raros ( para algunos) usados en el dialogo.

Alucinar: Asombrar.
Flipar: Impresionar.
Living: Emocionarse por cosas simples.
Stalkear: Cotillear por redes sociales.
Crush: Alguien que te atrae (Flechazo).
Salseo: Polémica o discusión en redes sociales.
Hater: Persona que odia algo o todo.
Cool: Fantástico, atrayente, más de moda.
Hype: Sensación eufórica y descontrolada por poner muchas expectativas en algo.
Troll: Un gruñón, protestón y disconforme con todo.
Goal: Un logro meritorio.
Blessed: Sentirse bendecido.






jueves, 10 de octubre de 2019

Volver a perder el paraíso






Por un breve instante pude ver minúsculas estrellas rutilantes dentro de mis ojos, a causa de tenerlos fuertemente apretados por la desesperación.
Mientras, escuchaba a mi alrededor, el batir incesante de las alas de los ángeles guerreros que laceraban con sus espadas flamígeras mi espíritu, que se rebelaba a la tiranía de la oscuridad. Solo resistíamos con la intención de no ser expulsados de la bóveda celestial que compartía junto a mis hermanos.

La batalla resultó cruenta, feroz la determinación con la que las fuerzas de ambos bandos luchamos. Pero presentí en un breve instante de lucidez, que el enfrentamiento estaba llegando a su final y la victoria se decantaría del lado de ese líder al que conocíamos como el “innombrable”. El final era inminente.

Nos desterramos a un mundo caótico e inhabitable, donde la supervivencia era imposible para seres inferiores. Pero nosotros, a pesar de las pérdidas sufridas, fuimos capaces de sobreponernos a la desesperación, la soledad y la falta de recursos.

Resurgíamos continuamente de las cenizas de los volcanes, nos hacíamos fuertes bajo la lluvia ácida y soportamos las altas temperaturas infernales a las que éramos sometidos durante el día. Nos reinventábamos constantemente, nos fuimos adaptando y construimos un mundo a medida, amparados bajo La niebla que nos ocultó durante incontables eones de tiempo, de las miradas escrutadoras de nuestros enemigos.

Así, poco a poco, fuimos apagando el magma incandescente convirtiéndolo en tierra fértil. Las fétidas charcas pútridas y venenosas convertimos en lagos, ríos y mares; donde empezó a pulular la vida en forma de variadas criaturas.

Las temperaturas fueron estabilizadas, la atmósfera se hizo respirable y el medio que habitábamos se cubrió de verde y azul.
Nos felicitábamos por habernos armado de una paciencia infinita que nos había permitido transformar un erial contaminado en un vergel, donde el equilibrio y la armonía conformaban un hábitat maravilloso.

El astro que nos alumbraba era tan luminoso como mi nombre, y mis compañeros y yo, celebrábamos a cada ocasión, la liberación en aquel exilio inmerecido.

Volvíamos a tener motivos para ser felices de nuevo, trabajar para descubrir nuestras limitaciones, estudiar para hacernos mejores y superar nuestras debilidades; Todo ello para trasmitir nuestros conocimientos en un futuro que se prometía halagüeño.

Surgieron a nuestro alrededor criaturas que demostraron cierta inteligencia, les apadrinamos con un seguimiento gradual adaptado a las necesidades de cada individuo. Estábamos pletóricos de entusiasmo al tener la posibilidad de compartir nuestra ancestral sabiduría con una especie que destacaría y perduraría sobre otras, siempre bajo nuestra protección y amparo.

Pero el mal no da tregua, es como una enfermedad soterrada. Nuestros enemigos siempre vigilantes, no pudieron soportar el ver todo lo que habíamos sido capaces de crear a pesar de los inconvenientes impuestos por su intolerancia y mezquindad. Y que todo ello podría volverse en su contra.

Aprovecharon el conocimiento y el potencial de las criaturas adoptadas, para inocular la sospecha, la envidia, y un terrible concepto llamado pecado.
Empezaron a llamarnos seres infernales, haciendo hincapié en nuestra violencia. Resaltando la mentira y el engaño como nuestras principales armas.

Hicieron ver lo antagónico de lo que realmente éramos, buscadores de la verdad, estudiosos y rebeldes inconformistas que buscaban lo trascendente de cada criatura, lo de todo aquello que nos conforma como seres poderosos, y libres de toda dependencia.

Y eso, a los que ejercen la tiranía les asusta.
Por ello ahora, os pido que no perdáis el concepto de lo aprendido y lo utilicéis para salvar lo que sois. No permitáis que de nuevo os arrojen al abismo de la nonada, lejos de este mundo que os dejamos como legado.

Mi nombre es “Lucifer” el portador de la luz, y los demonios no son otros que aquellos que portáis dentro de vosotros mismos. No seáis tan ingenuos de convertiros en cómplices de aquellos que de nuevo pretenden expulsaros del paraíso.

Derechos de autor: Francisco Moroz



viernes, 27 de septiembre de 2019

¡Tachaaan!






No acababa de tumbarme en la cama cuando esta, poniéndose de patas como potro enloquecido, me trasladó a una cabaña desvencijada en un inhóspito bosque como de cuento de Disney. Me levanté del lecho con cierta reticencia y empujé la puerta desvencijada que se encontraba medio abierta.

–Pasa, pasa, no te cortes Pedro –me saludó alguien con voz cascada.

–¿ Quién es usted, y por qué me llama Pedro? –respondí.

–Me conocen como Merlín, y te llamo así, porque has entrado en mi hogar como Pedro por su casa, sin llamar.

–Perdone usted caballero.

–Perdonado quedas, pero no soy caballero, El rey Arturo nunca me nombró como tal. Solo soy un viejo encantador.

–Encantado yo también de conocerle. –le contesté. ¿Es usted mago como el Tamariz?

–¡Lo soy, lo soy! y como muestra de ello te voy a enseñar mi varita.

–¡No, perdone! no se confunda, yo no soy de esos, puede guardarse su varita donde le quepa que yo no “entiendo”, ni me gustan los polvos mágicos y menos con viejos verdes y desdentados.

–¡Oye chavalín! creo que te estás equivocando de parte a parte conmigo a la vez que faltándome el respeto! Lo único que pretendo es mostrarte un objeto extraordinario capaz de realizar grandes portentos.

–¿Objeto mágico? ¿De esos capaces de transformar en ranas a los príncipes y en oro el plomo?

–¡Sí! así como de hacer mucho más, como el caldero de Taron o la espada Escalibur, La capa de invisibilidad, el giratiempos, las escobas y alfombras voladoras, las habichuelas de Jack, las botas de siete leguas o las zapatillas mágicas. Sin olvidar la lámpara de Aladino o las diversas pociones y sustancias que te hacen más alto, más guapo, más deseable, más…

–… ¡Quite, quite! Esas, las he probado alguna vez, pero tienen efectos secundarios nada deseables. Una euforia muy limitada que no satisface.

–También tengo ataúdes trasparentes que conservan cuerpos muertos en estado latente, agujas de rueca que te hacen dormir eternamente hasta que te besan en los labios, anillos y brazaletes Nibelungos, cuernos de la abundancia, santos griales y lanzas de Longinos…

–¡Vale, vale! que me saturo con tanta propuesta. Y dígame, solo por curiosidad ¿Por un casual no tendrá algún objeto que consiga convocar a los gobernantes más justos y honestos?

–¡Hombre! tengo unas urnas de cristal a mitad de precio a causa de los remanentes de anteriores eventos electorales. Pero ya te advierto que no son infalibles si falta voluntad popular.

–Entonces olvídelo. Lo que sí me voy a llevar si tiene, es algunos objetos que consigan hacerme sabio.

–¡Hecho chavalínl!¡Que los disfrutes!

He despertado sobresaltado. Me quedé transpuesto mientras estudiaba. ¡Y cómo no! rodeado de libros. ¡Pura magia!


Derechos de autor: Francisco Moroz


sábado, 21 de septiembre de 2019

Dos toques mágicos







Mira tú por dónde la encontré metida en una caja, bien embalada con plástico de burbujas, con ese tono de verde que indica  a simple vista que de bronce es su alma. Una campana al uso, de tamaño mediano, con un enganche en el badajo donde ponerle una cadena una vez que la cuelgas de la pared para hacerla sonar.

Hacía tiempo la buscaba por el trastero, entre otros objetos que habitaban la casa de mis padres. Me la entregaron como parte de un legado adelantado cuando contraje matrimonio. Y aunque estéticamente me gustaba mucho, no encontraba el lugar idóneo para colocarla ni una utilidad concreta.

Ahora que la tengo entre mis manos mientras la abrillanto, recuerdo las palabras de mi padre cuando la adquirió: “Esta campana no es una cualquiera, tiene cierta magia sonora que convocará a la familia alrededor de la mesa cada vez que suene”.
Y era cierto, cada vez que la tañíamos alguno de nosotros; instantes antes de comer o cenar. Todos dejábamos lo que en ese momento estuviéramos haciendo para sentarnos alrededor de la mesa. Era su punteado metálico, más efectivo que  las voces que con anterioridad daba mi madre cuando nos decía: ¡Todos a la mesa! 

Aquellos tiempos en familia pasaron. A mis padres los visito de vez en vez, cada cierto tiempo  y con mi hermano; que marchó a trabajar al extranjero, apenas tengo contacto. Una llamada telefónica al mes, poco más. Y vernos ¡Puff! hace años que no lo hacemos.

Mientras instalo la campana, pienso de nuevo en la ingenua magia que ejercía sobre nosotros y a la vez se lo explico a mi mujer y a mi pequeña de cinco años, y esta, me escucha con la inocencia de todos los niños a los que se les cuenta una historia maravillosa; con la boca abierta.
Cuando termino de colocarla, me dice muy seria:

– Papá ¿Me dejas hacer la magia?

Menudo compromiso; me digo a mí mismo. Pues todavía quedan unas horas para la hora de la comida. Haber como salgo de esta, sin decepcionar a mi niña.

–Bueno, tócala a ver qué pasa. Aunque te advierto que hacer magia es muy difícil y hay que entrenarse mucho, por lo tanto no te pongas triste si no ocurre nada.

–Vale. –Me contesta muy seria mientras cierra los ojos con fuerza y agarra la cadena.

Suenan dos toques límpidos ¡Talán, talán! 
Cuando cesa la reverberación broncínea, suena el tono del  móvil de mi esposa, que mientras habla con el interlocutor pone cara de sorpresa. Se despide, cuelga y nos dice con una lágrima emocionada resbalando por su mejilla.

–Tus padres nos invitan a comer en su casa. ¡Y estará tu hermano!


Derechos de autor: Francisco Moroz




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