–Desde
ese día nadie vende barquillos en el parque del Oeste, ni manzanas de caramelo.
Tampoco se volvió a instalar el tiovivo.
Mientras
empujo su silla de ruedas me cuenta la historia:
–Aquí
mismo me quedé sin piernas, cuando como niño de posguerra jugaba con los amigos
y una mina hizo explosión.
Me compadezco
de su desgracia y se lo comunico con auténtico pesar.
El
sonríe agradecido, pero le quita importancia al hecho contestándome:
Derechos de autor: Francisco Moroz