Pestañeó dos veces para decir que sí, luego me
miró agradecida con lágrimas en los ojos.
Eran
muchos los días compartidos repletos de intensas emociones. El caso es que me había
encariñado de la muchacha y sospechaba que ella sentía igualmente un amor
profundo por mí.
Su sumisión hacia mi persona y sus gemidos nocturnos cuando me acercaba así lo demostraban.
Me
dolía la separación, pero no tenía más remedio que abandonarla a su suerte.
Le
quité la mordaza y la cuerda que la maniataba. La dejé marchar, después de todo
ya tenía el dinero del rescate y no era cuestión de dejarme atrapar ni por los sentimentalismos ni por la policía.
Derechos de autor: Francisco Moroz