miércoles, 10 de agosto de 2016

Apuesta arriesgada



Sería por el horario laboral que teníamos los dos, o porque nos buscábamos de manera inconsciente; el caso es que coincidíamos en el ascensor un día sí y otro también, y en el intervalo de los cinco pisos que nos separaban de nuestras respectivas viviendas, manteníamos charlas insustanciales sobre el tiempo y el tráfico.

Pero en uno de esos encuentros cotidianos, no sé bien por qué razón, le hablé de mi soledad, de mi falta de amigos provocada por el perentorio y descontrolado deseo de jugar. Le confesé lo de mi ludopatía, una tara que no soportaba fácilmente ninguno de los que me conocía.

Ella me confesó que había soñado inexplicablemente esa noche con ese encuentro en el que yo le abría mi corazón, a su vez me confió que su timidez también le suponía una barrera para conocer a hombres sinceros como yo. Descubrió cierta afinidad con mis sentimientos, pues desde hacía unos meses sufría el mismo problema que un servidor: sentía una urgencia psicológica y física incontrolable a jugar de forma persistente.

Al preguntarla sobre los síntomas que sufría, me contesto con una dulce mirada y una bonita sonrisa que había apostado su corazón a una sola carta, y el que barajaba era el que escribe estas líneas.


Desde ese preciso instante, los dos jugamos con intensidad a ese arriesgado  y adictivo juego del amor.


Derechos de autor: Francisco Moroz



sábado, 6 de agosto de 2016

Sueño eterno






En el sueño que se repite noche tras noche, corre hacia la luz como las mariposas nocturnas, despavorida, pues unos seres diabólicos la persiguen para agarrarla y llevarla a la oscuridad eterna.

Justo cuando están a punto de alcanzarla y agarrarla con sus deformes garras, salta
al final del túnel de luz y escapa liberándose de la agonía.
Cuando abre los ojos se da cuenta que todo ha sido una pesadilla inocua.

Hoy, antes de acostarse y para facilitar el descanso, se traga tres pastillas junto con un sorbo de agua. Se duerme enseguida volviéndose a repetir por enésima vez el delirio recurrente: Todo está negro y en silencio hasta que los oye venir y los presiente tras la puerta del piso. 
Sale de la cama y busca frenéticamente el pasillo y allí, los ve: esos seres siniestros con apariencia de diablos de ojos inyectados en sangre vienen de nuevo en su busca.

Empieza a correr con torpeza pues sus piernas parecen de plomo, al final reconoce la luz del final del túnel y corre hacia ella para encontrar su salvación como en otras ocasiones.
Salta y se vuelve a librar por los pelos de esos seres del infierno una vez más.

Abre de nuevo los párpados encontrándose con la misma oscuridad y esta vez la pesadilla no termina, pues aunque vuelve a ver la luz al final de un túnel hacía donde irremediablemente se dirige su cuerpo astral... esta vez su sexto sentido intuye, que será de forma definitiva.

Su cadáver fue encontrado al amanecer estrellado contra las losetas del patio. Había caído desde el decimocuarto piso del bloque donde habitaba. Sus vecinos comentaron a los que les quisieron escuchar, que la muchacha no estaba pasando por sus mejores momentos.


  
                                                                                         Derechos de autor: Francisco Moroz



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