miércoles, 7 de junio de 2017

Esperar es virtud



Siempre queda un recuerdo tras la muerte
nunca se ha de dar una batalla por perdida.
No olvidaros que el final del camino es recompensa,
a pesar del dolor, del fracaso y la fatiga.

Siempre hay un amanecer tras el ocaso
algún campo que recordar en el destierro.
Un buen amigo que te abrace en la distancia,
o una primavera que estrenar tras el invierno.

Una certeza hilvanada con la duda
y una mirada limpia que te acepte como eres.
El corazón amado que añora tus regresos,
y esa sencilla flor que brota en la basura.

Y es por ello que la pasión la pinto en rojo,
la pureza del alma en azul celeste.
Y si tengo que poner color a la esperanza
coloreo en verde la vida que yo espero.



Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 5 de junio de 2017

Remedio casero






La coge con sus propias manos y la parte en dos. La última que le quedaba y que guardaba para una emergencia. La escondía morosamente en un cajón Pero llamaron a su puerta y se encontró de frente a su mejor amiga llorando desconsoladamente.

Mientras le preparaba un café escuchaba la dramática historia intentando insuflarle ánimos. Y es que cuando tu pareja te abandona, es para sacar un arma y empezar a matar.

Entonces es cuando se le encendió la bombilla y accedió a ese rincón secreto donde guardaba el remedio infalible para tanta tragedia.

Ahora le dice palabras alentadoras mientras le da la mitad de la tableta de chocolate.


Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 1 de junio de 2017

Recuerdos de niñez






“Hoy hace un año, comenzó nuestro principio”

Con esta contundente frase terminaba un manuscrito  deteriorado por la humedad y el fuego que había encontrado debajo del cobertizo de las mulas. Lo único legible, que se convertía por ello, en una cita lapidaria.

Regresó de otra tierra donde se refugió y preservó su vida, a la vez que pretendió olvidar un pasado que ahora quería recuperar.
Medró en la corte real, reclamando el título nobiliario que le correspondía por herencia.
Quería saber las circunstancias que provocaron su alejamiento del solar familiar.

Recuerda como dentro de una nebulosa el comienzo de su forzado viaje: Las prisas, los cuchicheos y la oscuridad de la noche sin luna. Recuerda el sabor salado de las lágrimas de su madre que llegaron a su boca y el fuerte abrazo de su padre, con el que confirmaba la confianza que depositaba en él, un niño de seis años. Su único heredero.

Después rememora el frío de las montañas y el miedo a los aullidos que parecían seguirles durante el viaje.

Veintitrés años después regresaba para encontrar unas ruinas quemadas, allí donde se erigía antaño su hogar. Aquél donde de manera inusitada se puso fin a su niñez.
Su mentor, que le acompañó en el forzado destierro; hacía unos meses que había muerto de viejo. Feliz por haber cumplido su misión.

Antes de exhalar su aliento postrero, depositó un anillo en su mano diciéndole: –Nunca olvides quien eres– e instándole a encontrar sus raíces y su historia.

Cinco años después de su regreso ¡Por fin! Se hallaba donde le correspondía. En las tierras que antaño fueron igualmente concedidas por el rey a su familia.

Ha vuelto a reconstruir el castillo. Más alto y recio, más escarpado. Para que no se vuelvan a repetir las circunstancias que forzaron su exilio.

Ahora, la población de la que es señor y de la que salieron los verdugos de sus padres, tendrá que pagar el tributo de venganza correspondiente.

Luce en su dedo un anillo con un dragón.

Vlad IV empezará a ser conocido como Drácula, el hijo del diablo.



Derechos de autor: Francisco Moroz


                      Relato presentado en la comunidad de: Relatos compulsivos.



LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...