viernes, 6 de octubre de 2017

Todos los días de mi vida






No te desbordes en palabras de consuelo.
Solo poetízate.
Que el dolor con versos duele menos
y es menos hondo el vacío de la pena que padezco.

Bálsamo tu esencia discreta,
que es como imaginar la flor sin hallarse cerca.
Presencia que acompaña y no interroga.
Un estar si se requiere que no estorba.

Compañera.

No me acaricies con las manos, no hace falta.
Que tus ojos ya lo hacen con pasión desenfrenada
cada vez que me miran lo profundo,
que me buscan el alma y la descubren.

Aliviándome del penar de la jornada
y ofreciéndome el amor de cada día.
Me alimento de beso y de sonrisa,
 de abrazo que arropa el corazón fatigado de rutina.
Te peticiono en mi aflicción y vienes.

Tan generosa.

Que eres maestra conjugando el verbo dar,
que llorarías mis lágrimas si hiciera falta.
Pero ya te digo, no es necesario.
Me basta tu voz recitadora y fabulada
En la salud y en la enfermedad.

para soñarte y amarte de por vida.



Derechos de autor: Francisco Moroz


miércoles, 4 de octubre de 2017

Noche sin luna






Una pareja camina por una plaza solitaria iluminada tan solo por unas farolas. No hay testigos.

En un momento determinado uno de ellos avanza diez pasos y se detiene, presiente algo a su espalda. 
Cuando se da la vuelta, se da cuenta con sorpresa que el otro ha desenfundado y le apunta con premeditación, a traición, sin mediar aviso.

Únicamente le da tiempo a componer una cara de sorpresa justo antes de oír el clic y sentir el fogonazo en los ojos.
Cuando todo termina, se oye la voz del que disparó emitiendo una queja:


– ¡En el último momento te moviste! ¡La foto saldrá desenfocada, como siempre!



Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 2 de octubre de 2017

Culpable






La elegancia, no era algo que caracterizara al individuo que caminaba desgarbado con las manos en los bolsillos, y que vestía una ropa algo ajada por su excesivo uso confiriéndole un aspecto desaliñado.

Desde el principio le dio que pensar su aptitud sospechosa. Siempre seguía las mismas pautas: salía temprano de un edificio destartalado de un barrio obrero. Caminaba por algunas calles, como intentando despistar sus pasos a un posible seguimiento. Se dirigía a una joyería ostentosa, y se quedaba un tiempo más que razonable frente al escaparate. Después reanudaba su marcha y hacía lo mismo frente a una entidad bancaria, donde observaba con fijación el cajero automático. Más tarde, mirando el reloj, atravesaba un parque cercano para introducirse en un bar donde consumía el resto del día; suponía que entre alcohol y cigarrillos.

El tipo, decididamente no era de fiar, y su fino olfato le incitaba a investigar un posible delito que se consumaría en poco tiempo si él no lo evitaba.
Todavía se preguntaba por qué le habían prejubilado del cuerpo policial, alegando que su enfermiza minuciosidad en las investigaciones, su fuerte carácter y sus continuas sospechas sobre los demás, atribuidas a un absurdo trastorno bipolar; podrían acarrearle serios inconvenientes en la ejecución de sus funciones como investigador, creándole algún conflicto personal y a su vez poner en peligro la integridad física de sus compañeros; ya que muchas veces pretendía asumir competencias que no le correspondían como eran la de juez y verdugo.

En su larga carrera había tenido que soportar muchas burlas, pero esta era una deshonra, algo que le había sumido en una depresión galopante que casi acaba con su autoestima.
Pero no estaba por la labor de abandonar aquello que mejor se le daba: seguir el rastro de criminales en potencia y ponerlos donde les correspondía estar.

Mientras reflexiona sentado en el banco desde el que hace el seguimiento diario del sospechoso, se da cuenta que algo cambia súbitamente en sus hábitos. Una variación en su comportamiento rutinario que le desconcierta; y es que tras salir del edificio, el tipo se ha dirigido al supermercado del barrio saliendo con dos bolsas repletas de productos alimenticios.
Después se dirige a la sucursal bancaria con andares que demuestran su nerviosismo, saliendo de la misma presuroso, como perseguido; introduciendo la mano en un bolsillo interior de su cazadora, para terminar en la joyería donde ha permanecido más tiempo del que pudiera corresponder a un comprador. Después ha omitido el parque y el bar y ha regresado sobre sus pasos a su cubículo.
El delito ya ha sido cometido como preveía…

¡Por fin llegó el día!
Miguel está inquieto, preocupado, y feliz a partes iguales. Hoy puede cambiar su vida para siempre.
Se levantó por la mañana con esa propósito firme, una decisión que le había costado tomar. Una sin retorno, que los amigos le avisaron, podría acabar con su libertad.

Ha salido rápido de casa para comprar los ingredientes para una buena comida de celebración, sacar del banco el dinero que ha podido ahorrar con tanto sacrificio trabajando en el bar; para comprarle a Helena el anillo de compromiso que se ha propuesto regalarle, cuando le pida el matrimonio durante el ágape preparado por él.

Cuando está cocinando la pasta, y mientras sofríe la cebolla, el tomate, el pimiento, y la zanahoria. llaman a la puerta.

Se limpia las manos con premura, pensando que Helena se ha adelantado a la cita. Pero cuando abre se encuentra a un señor mayor encañonándole con una vieja pistola que dirigiéndole una mirada aviesa y una sonrisa torcida le dice una sola palabra antes de disparar: 
“Culpable”


Derechos de autor: Francisco Moroz

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