sábado, 21 de septiembre de 2019

Dos toques mágicos







Mira tú por dónde la encontré metida en una caja, bien embalada con plástico de burbujas, con ese tono de verde que indica  a simple vista que de bronce es su alma. Una campana al uso, de tamaño mediano, con un enganche en el badajo donde ponerle una cadena una vez que la cuelgas de la pared para hacerla sonar.

Hacía tiempo la buscaba por el trastero, entre otros objetos que habitaban la casa de mis padres. Me la entregaron como parte de un legado adelantado cuando contraje matrimonio. Y aunque estéticamente me gustaba mucho, no encontraba el lugar idóneo para colocarla ni una utilidad concreta.

Ahora que la tengo entre mis manos mientras la abrillanto, recuerdo las palabras de mi padre cuando la adquirió: “Esta campana no es una cualquiera, tiene cierta magia sonora que convocará a la familia alrededor de la mesa cada vez que suene”.
Y era cierto, cada vez que la tañíamos alguno de nosotros; instantes antes de comer o cenar. Todos dejábamos lo que en ese momento estuviéramos haciendo para sentarnos alrededor de la mesa. Era su punteado metálico, más efectivo que  las voces que con anterioridad daba mi madre cuando nos decía: ¡Todos a la mesa! 

Aquellos tiempos en familia pasaron. A mis padres los visito de vez en vez, cada cierto tiempo  y con mi hermano; que marchó a trabajar al extranjero, apenas tengo contacto. Una llamada telefónica al mes, poco más. Y vernos ¡Puff! hace años que no lo hacemos.

Mientras instalo la campana, pienso de nuevo en la ingenua magia que ejercía sobre nosotros y a la vez se lo explico a mi mujer y a mi pequeña de cinco años, y esta, me escucha con la inocencia de todos los niños a los que se les cuenta una historia maravillosa; con la boca abierta.
Cuando termino de colocarla, me dice muy seria:

– Papá ¿Me dejas hacer la magia?

Menudo compromiso; me digo a mí mismo. Pues todavía quedan unas horas para la hora de la comida. Haber como salgo de esta, sin decepcionar a mi niña.

–Bueno, tócala a ver qué pasa. Aunque te advierto que hacer magia es muy difícil y hay que entrenarse mucho, por lo tanto no te pongas triste si no ocurre nada.

–Vale. –Me contesta muy seria mientras cierra los ojos con fuerza y agarra la cadena.

Suenan dos toques límpidos ¡Talán, talán! 
Cuando cesa la reverberación broncínea, suena el tono del  móvil de mi esposa, que mientras habla con el interlocutor pone cara de sorpresa. Se despide, cuelga y nos dice con una lágrima emocionada resbalando por su mejilla.

–Tus padres nos invitan a comer en su casa. ¡Y estará tu hermano!


Derechos de autor: Francisco Moroz




martes, 17 de septiembre de 2019

Empujón






Vuelve a pedirme que la empuje, y yo hago oídos sordos a su petición mirando para otro lado como si el ruego no fuera dirigido a mí. No quiero complicarme la vida con pleitos, juicios y otras zarandajas legales.

Las madres me observan con suspicacia, como para pillarme en falta y poder denunciarme por acosador, por pervertido, o vete tú a saber porqué otras transgresiones más.

Pero la miro, y veo esa carita tan linda y esos ojos que en silencio, me ruegan que la impulse de nuevo, para subir hasta el cielo sentada en la silla del columpio.

¡Qué diantres, soy su padre!... La empujo sin remordimientos.

Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 7 de agosto de 2019

El azul del océano en los mapas


Queridos compañeros, seguidores y amigos.
Que los calores aprietan por estas fechas es tema por todos conocido. Que las personas de bien se van de vacaciones abandonando y olvidando sus rutinas, también. Por ello los blogs andan tan desangelados y faltos de entradas y comentarios.

Un servidor se irá de vacaciones el último, cuando todos esteis de regreso, soportando el "Trauma postvacacional" esa milonga que nos venden como enfermedad del siglo XXI pero que en realidad no deja de ser, la tristeza morriñosa originada, al recordar nuestra libertad concedida por esta sociedad manipuladora y condicionadora durante un periodo de treinta días justitos y a veces ni eso.

Por tanto, no es que cierre por vacaciones, sino que me quedo en modo "Off" hasta que las cosas vuelvan a su ser verdadero, que decía mi abuela.
Para entonces, todos reintegrados de nuevo en nuestras maravillosas actividades cotidianas, disfrutaremos del reencuentro con las letras y las palabras. Abriendo ventanas virtuales que nos relajen de esa vida real, tan dura y alejada de la idílica veraniega, que intentaremos separar con sendos paréntesis durante el resto del año, para diferenciarla, destacarla y poder volver a ella con remenbranza de desterrados.

Os dejo pues, con este relato un tanto personal con el que me retrotraigo cuando me pongo melancólico llegadas estas fechas.

Abrazos y besos a quien corresponda.
Feliz descanso.  Nos veremos en Septiembre o mucho más allá. 







Creo recordar que el pequeño Javi contaba con ocho primaveras cuando ese año tras la finalización del curso escolar y al comienzo de las vacaciones, sus padres le anunciaban de forma inesperada, que irían a visitar durante un par de días a unos familiares de Valencia.

El pequeño no conocía el mar y por ello cuando intuyó que ese viaje convencional podía incluir una escapada a la costa, los ojos le hicieron chiribitas, se le erizó el vello de los brazos, y el corazón se le puso a cien por hora de media.

De todos es conocido que Madrid tiene muchos museos y piscinas públicas, pero que no tiene playa, de la misma manera que en Cádiz se hacen pocos muñecos de nieve aunque se coman ricos helados de cucurucho. Y el chavalín por tanto, recluido durante toda la temporada docente, en la capital , y vacacionando durante esos ocho años de su corta existencia en un pueblo recóndito de Castilla La Mancha. Sabía más de cardos, trigales, botijos y “resequíos” que de barquitos de vela, arena fina, sombrillas y agua salada.

Su sueño desde siempre era conocer la inmensidad del mar de la que hablaban sus compañeros de clase. Esas olas que te arrastraban, te mecían o te zarandeaban de forma gustosa. Esos puertos llenos de barcos de pesca, esas calas escondidas donde imaginaba piratas berberiscos haciendo de las suyas.

Y naturalmente visualizaba a esa multitud de personas tan variopintas, con sus cuerpos medio desnudos, tomando el sol de manera tan desesperada, que de blanco nuclear pasaban por amplia gama de rojos chillones a marrones y ocres de diversa intensidad. También le contaron sus compis de colegio de cómo se jugaba a hacer castillos con solo un cubo y una pala, convertidos en un instante de peones de albañil de obra, a arquitectos tan geniales como Gaudí el constructor de la catedral de Barcelona.

La imaginación de Javi se desbordaba y no veía llegado el momento de su encuentro con el mar, con esa grandiosidad que no abarcarían sus ojos por mucho que mirara más allá del horizonte.

Tal era su ilusión, que abría su libro de geografía e historia por las páginas de los mapas y se pasaba las horas muertas perfilando el contorno de la costa con un dedo, recreándose en el color azul de los mares y océanos.
Localizaba una y otra vez con exactitud meridiana la ciudad a dónde irían, y cerrando los ojos le parecía estar escuchando el graznar de las gaviotas, el sonido de las aguas saladas rompiendo en espuma junto a sus pies descalzos. Y visualizando toda la playa repleta de conchas y de mágicas caracolas marinas donde se escucharían las olas rompientes y los vientos ululantes. 

El viaje en el coche familiar rodeado de hermanos por todos lados menos por uno, se le hizo largo, y mi memoria escueta me recuerda que fue él, el que repitió con más asiduidad aquello de: ¿Cuándo llegamos? o esa otra frase de no menos original enunciado ¿Cuánto queda?

Los kilómetros se amenizaban como buenamente se podía, cantando las consabidas canciones del repertorio de todo buen viajero de carretera de los años sesenta y setenta, a saber: “Vamos a contar mentiras”, “Estaba el señor Don gato”, “Bartolo tenía una flauta”, “Tengo una vaca lechera”, Un elefante se balanceaba"… o con juegos como el de contar todos los coches azules, verdes o amarillos ( que también los había) que se cruzaban. O aquellos cuyas matriculas empezaran por un número determinado. O ese más difícil de adivinar por las letras a que ciudad pertenecía el conductor.

Pero con el que más tiempo se invertía era con el de “Veo, veo. Qué ves, Una cosita. Con que letrita es”. Hasta que alguno de los ocupantes se hartaba de ver pasar árboles y señales de tráfico y campos inmensos de girasoles y cebada y le entraba la somnolencia, la sed o las ganas de mear. O alguno de los mayores gritaba ¡Basta ya! que sois muy cansinos.

Y como todo llega en esta vida aunque tarde, mal y nunca. Javi bajó del coche corriendo en cuanto este se detuvo; y preguntó y preguntó que donde estaba el agua, que aquello se parecía mucho al lugar donde vivían, aunque menos cosmopolita y más provinciano. Naturalmente lo dijo con otras palabras que ahora no recuerdo.

–Primero la visita a los tíos y a los primos Javi –le contestaron, lugar habrá después para lo otro.

Pero lo otro seguía haciéndose esperar como todo lo bueno, que por otra parte una vez que llega pasa enseguida.
Porque visitar a unos tíos que no le aportaban nada como adultos que eran, y unos primos cuatro veces mayores que él, pues como que no le llenaban ni le divertía, ni le hacía ninguna ilusión. Además siempre estaban hablando de cosas que él no entendía. De chicas, fútbol y colecciones de sellos.

Pero ¡por fin! 

Por la tarde, sus padres pudieron llevarlo a una de esas famosas playas que había visto tantas veces en las fotografías, casi todas en blanco y negro. Lo vería todo en directo, su primer contacto con algo hasta ahora desconocido. La misma sensación, supongo, que la que experimentó Neil Armstrong al pisar la Luna.

Supongo que sería la playa conocida como "Las Arenas", la que más cerca estaba, en la que pisó Javi por vez primera la orilla de un mar, pero con zapatos y calcetines. No se pudo descalzar por inconveniencias logísticas o por falta de equipación, o porque la temperatura ya no era la adecuada a esas horas del atardecer. Teniendo en cuenta que el cambio climático era por entonces un concepto tan desconocido como los Ovnis o incluso como las Hamburguesas.

Fue todo un espectáculo verlo acercarse a la orilla batida por suaves olas. Con recelo, con sorpresa, con algo de miedo y timidez ante lo que le superaba y le tenía anonadado. Una especie de shock emocional hipnótico ante el que no parecía reaccionar.

Su padre se acercó después de observarle tras un largo intervalo y le puso la mano en el hombro, algo preocupado por su actitud pasiva y cariacontecida y le preguntó:

-¿Qué te parece Javi? ¿Te lo esperabas así?

A lo que el canijo peinado con flequillo a lo Ringo Starr cortado con cacerola, le contestó:

–No sé Papá, es que no las encuentro ¿Dónde están que no las veo?

Ante esa pregunta su padre extrañado le contestó con otra.

–A qué te refieres ¿A las barcas?

–No –le contestó Javi mirando al horizonte, hacia un lado y hacia el otro, como decepcionado.

– ¿Pues qué buscas?¿Un faro, el puerto? ¿a los bañistas?

– ¡No Papá! ¡Las letras!

– ¿Las letras? ¿A qué letras te refieres Javi?

–¡Pues cuales van a ser! esas donde pone lo de Mar Mediterráneo Papá.

Naturalmente os podéis imaginar las risas de todos los que estaban alrededor del protagonista, risas, que se hicieron extensibles en cada sobremesa o reunión familiar que tuvieron lugar a lo largo de los años. Pero a Javi no le hizo ninguna gracia hasta que con las explicaciones oportunas lo comprendió. y para entonces, maldita la gracia que le hizo su ignorancia.

Y es que alguien inocente como era yo hace cincuenta y muchos años, alguien que ya ha pasado de ser viejo a ser antiguo, valoraba lo desconocido como algo descrito, explicado, ilustrado y fotografiado hasta la saciedad, por expertos profesionales que editaban los libros donde nosotros estudiaríamos todo con posterioridad.

Y a un servidor le pareció por entonces un error mayúsculo, el no ver flotando sobre las aguas, esas letras que señalaban claramente, de que mar se trataba aquel que estaba viendo por primera vez. Y encima, para más Inri, que esas aguas no estuvieran tintadas con ese azul tan intenso y homogéneo como el que coloreaba la presentida masa líquida señalada en los mapas.

No sé yo si por vergüenza, pero ni me planteé preguntar por el punto negro, redondo y gigante que marcaba la ubicación exacta de Valencia.

Hoy, esbozo una sonrisa ingenua en mi descargo cada vez que recuerdo esta historia tan íntima, y me digo a mi mismo: Javi. La ignorancia que atrevida que ha sido siempre. Y aunque el tiempo pasa inexorablemente para todos para bien o para mal, hay cosas que no parecen cambiar. Parece seguir primando la desinformación, el engaño, y la imbecilidad voluntariosa de tantos y tantos que se conforman con espejismos y trampantojos; puestos por algunos interesados, de la misma manera que las equis en rojo de los planos de un tesoro inexistente que ilusos, buscamos sin parar. 




Derechos de autor: Francisco Moroz











LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...