lunes, 9 de diciembre de 2019

Suicidio programado







Seguir viendo la tele a toda costa, acomodado en mi desgastado sillón de orejas, viendo debates, programas del corazón, concursos, telenovelas y anuncios morralla durante horas y horas, mientras me alimento de comida basura y bebidas estimulantes.
Esa es mi propuesta. 
Sin ser consciente de conforme pasan los días, se van atrofiando los músculos, deteriorando el sistema nervioso y licuando el cerebro.

Si llego al final deseado, habré conseguido descubrir la manera más placentera de suicidio asistido por televisión.

Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 4 de diciembre de 2019

Dulces problemas

En este caso mi reto personal, era construir un relato que incluyera todas esas frases hechas, escritas en azul.
 Espero que el resultado tenga algún sentido al menos como divertimento, que es de lo que trata esta afición de escribidor.






Nos dejaron sin magdalenas después de acabar con los bollos, los pasteles de nata y las pastas de té. Les hubiéramos perdonado la vida si al menos hubiesen sido un poco moderados; pero el estropicio nos lo encontrábamos todas las semanas. Incluso nos dejaban sin reservas. Y eso, de cara a los clientes, hacía desmerecer el negocio. 


Por ello ¡ahora seremos nosotros los que acabaremos con los malditos roedores que han invadido la pastelería! Nos dijimos firmemente convencidos.
La primera noche lo intentamos solucionar metiendo en el obrador a un par de gatos callejeros; pero no fueron capaces de realizar su tarea, esta mañana nos hemos dado cuenta que no es cierto que tengan siete vidas, o eran gatos muy flojos que habían malgastado las otras seis, o los presuntos ratones invasores estaban sobrealimentados y frecuentaban el gimnasio.

Como medida drástica hemos llamado a Esteban, que se ha personado con su gato Mishi que no participó en la refriega nocturna. Esteban se ha ofrecido para acabar con la plaga en persona, con la ayuda de dicho felino que está muy nervioso y un puntito histérico. También se ha presentado con un tal Arturo que por ser tartamudo le apodan el repetidor, un amigo suyo desde la más tierna infancia.

Hemos dudado del éxito en tal empresa antes de ver lo que Arturito el repetidor llevaba en una caja de compases, que apretaba fuertemente contra el pecho. Unas ampollas con veneno del fuerte, de ese que debe de emplearse en guerras químicas.

¡Y sí! ¡Lo hemos conseguido!

Al menos ya hemos resuelto parte del problema. A saber, los ratones se han esfumado. O eso, o nunca los hubo. Pero a cambio nos enfrentamos a otros cuantos quebraderos de cabeza: Esteban y Arturo están desaparecidos en combate desde que se hicieron públicos los resultados de su trabajo. No dieron explicaciones y no hemos vuelto a saber de ellos. Ni tan siquiera han llamado para reclamar sus honorarios y tampoco contestan al teléfono.

Mi socio todavía se encuentra bajo los efectos de un shock postraumático y sufriendo lo indecible por amor y por si fuera poco, siendo interrogado por la policía un día sí y otro también. Dando explicaciones del porqué apareció dentro de nuestro local y más tiesa que la mojama, la gorda de su mujer, con espuma, restos de hojaldre, y cabello de ángel en la boca. Todo muy misterioso y siniestro.

Pero soy yo con diferencia el que tiene que apechugar con el problema más peliagudo: Bregar con el inspector de sanidad por supuestas irregularidades encontradas en los aditivos empleados en nuestros productos alimenticios, y cuidar de Mishi que anda maullando por los rincones, con el pelo erizado. Muy agitado, como en un continuo celo.



Derechos de autor: Francisco Moroz


domingo, 1 de diciembre de 2019

La fragilidad de ser humano.





Temblamos mientras les esperamos parapetados entre las ruinas. También de los nervios al sentirnos vulnerables.

Temblamos de incertidumbre al no saber si las circunstancias nos favorecerán. De desasosiego al no predecir por dónde aparecerán los primeros.

De frío, mientras exhalamos aliento sobre nuestras ateridas manos a punto de congelarse.

Temblamos de miedo cuando empezamos a oír el persistente tableteo de las ametralladoras enemigas. De angustia al escuchar los gritos de dolor de los que son alcanzados por los proyectiles.

Y nos preguntamos si ellos temblarán al igual que nosotros, aunque tan solo sea por la emoción al presentirse vencedores de esta sangrienta batalla.

Ardenas. 25 de enero de 1945.


Derechos de autor: Francisco Moroz


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