miércoles, 1 de septiembre de 2021

El trasto viejo

 


Le obligaron a sentarse en el sofá y una vez que lo hizo parecieron olvidarse de él. 

No es que no estuviera acostumbrado a que le ignoraran, pero después de haberse preparado para este encuentro tan deseado le parecía de muy mal gusto que lo arrinconaran como un trasto inútil; mientras pasaban por delante, como si tuvieran muchas tareas pendientes, sin tan siquiera mirarle ni dirigirle la palabra.

Pensaba mientras tanto en que a lo largo de su existencia nadie le había regalado nada. Recordaba los muchos sacrificios que tuvo que hacer por ellos, renunciando a tantas cosas para conseguir sacarlos adelante.

Y ahora esto. Quietecito y calladito para molestar lo menos posible; como si fuera un cojín arrugado que hiciera juego con el sofá,  sintiéndose como una carga añadida cada fin de semana.

Estaba a punto de llorar pensando en lo cabrona que es la vida que te deja sufrir de esta manera; justo unos segundos antes de que un pequeñajo saliera por una puerta, y viniese corriendo hacia él con los brazos abiertos y una gran sonrisa en la boca, gritando: ¡Abueeeelo!

Y entonces olvidó todos sus males y sonrió.

Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 2 de julio de 2021

Único testigo

 


Hablando todo el día con el loro del vecino he aprendido tres cosas: 

Primero, que el animalito no es especialmente dialogante conmigo.

Segundo. Que habiendo sido testigo de los acontecimientos puede ser de gran ayuda o perjuicio el que abra el pico o lo mantenga cerrado.

Y tercero y más desafortunado, es el no haber sido capaz de enseñarle otras palabras durante el periodo de tiempo que ha mediado, entre los hechos acontecidos y los timbrazos de la policía en mi puerta.

 El muy asqueroso sigue gritando su odiosa frasecita desde el balcón de enfrente: “¡Es culpable, es culpable!”

Derechos de autor: Francisco Moroz





domingo, 6 de junio de 2021

Carlitos

 



–Carlitos no tiene maldad doctor, es un niño inocente como lo son todos los niños. Pero tiene un problema; bueno, más bien lo tienen los que le hacen enfadar o le contrarían.

Por eso se lo hemos traído, para que lo reconozca, analice y estudie un caso tan extraordinario desde el punto de vista de su especialidad.

¿Qué cómo nos dimos cuenta de que algo no marchaba bien?

Le cuento: Cuando nació lo hizo como todos los mamíferos, de la forma habitual y por el conducto apropiado. La comadrona lo sacó con suavidad y como el niño no lloraba le azotó las nalgas; El susto que nos llevamos la madre y yo no se nos olvidará en la vida. Al bebé lo pude agarrar a tiempo, Pero la comadrona salió impulsada hacía el techo como si una fuerza paranormal la empujara hacia arriba. Tuvieron que venir dos celadores, los bomberos y la policía autonómica. Y ni por esas pudieron bajar a la pobre mujer. Fue solo cuando la criatura se calmó poniéndola sobre el pecho de la madre. Que la asistente al parto se precipitó hacia al suelo sobre el colchón que habían preparado los enfermeros que anduvieron a ese respecto muy espabilados.

Nos dieron el alta a los tres de forma precipitada, para que nos fuéramos a casa lo antes posible y descansáramos de tamaño sobresalto. Sin  por otro lado, darnos ningún tipo de explicación sobre lo acaecido.

Nos fuimos acostumbrando con el tiempo a esta forma de protesta de nuestro hijo. Cuando por ejemplo le trajimos al hermanito. Lo sacó a pulso de la cuna, con tan solo una mirada furibunda y un gesto concentrado. Sin tocarlo ¿Por qué? La aparente excesiva atención que le mostrábamos al pequeño recién nacido en detrimento de su persona. Eso que se conoce como el síndrome del príncipe destronado, supongo.

Cuando nuestros amigos venían a casa, encerrábamos a Carlitos en su cuarto para evitar accidentes. Con el tiempo y ante la extrañeza de estos, al preguntarnos de el porqué que el niño durmiera tanto, no tuvimos más remedio que dejarles de invitar para no tener que responder. Nuestra vida social menguó irremediablemente.

Con los compañeros de trabajo sin embargo presumía de hijo. Cuando estos me contaban que los suyos con pocos años ya levantaban pesos considerables yo les decía que el mío con tan solo cinco años, era capaz de tenerme toda la noche en vilo por no contarle su cuento preferido cuando me lo pedía. Lo que no les descubría es a la forma tan literal en que lo hacía. Me pasaba noches enteras en vela. levitando alrededor del ventilador del techo.

Cuando empezó la escuela la cosa fue a más y ahí, doctor, ya no pudimos disfrazar los acontecimientos de casuales; de fenómenos de la naturaleza como la confluencia de ondas hertzianas, electromagnetismo, o intentar demostrar a director y profesorado que la escuela estaba construida sobre un cementerio indio o en una zona con abundante influencia telúrica.

Ahora el niño recibe clases particulares de un profesor medio friki; bueno friki por entero todo él. Pues cree en extraterrestres, súper héroes de Marvel y el amor libre; no nos convence, pero es el único que parece conectar con el niño. Si al menos lo del colegio Hogwarts de magia y hechicería del tal Harry Potter hubiera sido real, nos habríamos evitado muchos quebraderos de cabeza con el chiquillo

¡En fin doctor! Nuestra vida se ha convertido en un verdadero calvario y no sabemos lo que hacer con el chaval. Sabemos que no es habitual su reacción cuando algo no le gusta, o cuando se enfurruña. Pero por lo demás es normalito, del montón. Ni más listo ni más tonto que los demás.

No queremos que crezca con un trauma, pensando que es un bicho raro y que al final, tenga que aislarse voluntariamente del entorno social para sortear sucesos difíciles de explicar.

Bueno doctor, pues eso es todo lo que podemos contarle al respecto sobre Carlitos, que será su paciente si usted lo acepta como tal. ¿Cómo lo ve?

– ¿Desde aquí arriba se refiere?

– ¡Carlos! Compórtate por favor, que este doctor no te va a pinchar hombre.


Derechos de autor: Francisco Moroz




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