lunes, 9 de octubre de 2017

Historia de mi pueblo (1) Nos llaman pepineros


Fue Paloma, la conocida como Kirke, del blog: 
Leer,el remedio del alma la que empezó todo ¡Lo juro! Que uno ya tiene bastante con lo que tiene como para embarcarse en proyectos de este tipo. Y me nominó para seguir con este que tituló: "Mi barrio" Pero como la sarna con gusto no pica, pues me arrasco y en paz. Y aquí me tenéis, con la primera parte de "nosecuantas" historias de mi pueblo que os iré contando. Que el barrio se queda corto y un pueblo entero da para más.

Espero que lo disfrutéis al igual que yo lo estoy haciendo con la investigación y su posterior puesta en escrito para que todo adquiera cierto sentido. 
Que la historia, esa gran madre, y abuela anciana, tiene muchas cosas que enseñarnos. Aunque vayamos de listos pretendiendo saberlo todo.

¡Al lío!  





En general a los que habitamos este pueblo, al igual que a los miembros del equipo de fútbol, nos llaman los “Pepineros” a estos últimos ¿Por el color y el diseño de la equipación quizás? algo de eso hay, pero no por ello exactamente los denominan de esa manera tan "horticultural". 

Para saber el porqué de este dato tengo que remontarme muchos, pero que muchos años atrás, y nombrar por de pronto al pueblo del que os quiero hablar. Si os digo que es Leganés ¿Qué os viene a las mientes, a voz de pronto, pensamiento hecho idea o imagen? ¿El lago de Escocia, y por ende, al monstruo que supuestamente lo habita? ¡Pues tampoco se trata de eso! pero no anda uno descaminado si lo piensa de forma ensoñadora y fabulada.

Comienzo desde el principio y os explico la historia de mi pueblo de adopción, pues aunque yo soy de ¡Madrid, Madrid! del mismísimo barrio de Chamberí para ser más exacto; aquí es donde habito en la actualidad, y ya se sabe lo que dice el dicho popular: “Uno no es de donde nace sino de donde pace”.

Los primeros pobladores que habitaron el entorno de lo que actualmente es, uno de los pueblos más grandes de la comunidad de Madrid (188.000 aprox) se asentaron en una zona rica en torrentes y humedales, que se conoció y se conoce con el nombre de Polvoranca. 

Estamos remontándonos a la edad de hierro (Año 1000 A.c) datos confirmados por vestigios de restos arqueológicos encontrados en la zona.

La misma causa que originaría este primer asentamiento fue la que constituyó su abandono: el agua, en la que proliferaron los mosquitos transmisores de enfermedades como el paludismo que causó mucha mortandad a lo largo de la edad media.
De esta época medieval datan los primeros documentos escritos en los que hay constancia de dichos acontecimientos.

Y documentado está, que en aquellos tiempos que a Leganés no se le conocía como tal, era más bien "Mayorazgo de Polvoranca", cuyos fértiles terrenos eran cultivados de olivo, cereal, y muchos productos de huerta.También rebaños de ganado ovino eran pastoreados por la zona.

Todo el género que hubiera podido producir riqueza y bienestar, iba a parar indefectiblemente a esos señores feudales que lo acaparaban todo; dejando al que trabajaba la tierra sin nada que llevarse a la boca. La historia es reiterativa en algunos aspectos.

Ruinas de la iglesia de San pedro apóstol lugar del antiguo asentamiento

Durante el siglo XVI hasta el XVIII el Mayorazgo siempre perteneció a la nobleza de cuyos personajes destaca el Conde de Orgaz (El del famoso cuadro del Greco donde entrega su alma) o el licenciado Juan Ponce de León y su esposa Ana de Osorio.

Esta ubicación poblacional, donde en la actualidad solo pueden contemplarse las ruinas de la iglesia de San Pedro apóstol, edificio que al parecer nadie pretende restaurar como patrimonio local; la conforman 150 hectáreas rehabilitadas como parque de interpretación y educación medioambiental, donde también se ubican huertos comunitarios. A si mismo se ha recuperado un lago conocido como el de los sisones (Por la cantidad de ellos que campan por sus respetos) donde se puede practicar la pesca controlada y el piragüismo. Un jardín botánico, circuitos perimetrales para la práctica de ciclismo y senderismo. y zonas de salud con aparatología variada, para ejercitar el músculo y la elasticidad de jóvenes y mayores.


Es curioso que en su momento, y según crónicas escritas, fuese un entorno frecuentado por Fray Luis de León; gran poeta espiritual que nos dejó aquellos hermosos versos que dicen:

“¡Qué descansada vida!
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido.”

De igual manera parece que de este germen de pueblo se acordó otro personaje con renombre intelectual. Me refiero a Don Benito Pérez Galdós que en su libro “Nazarín” escribe sobre el mayorazgo de Polvoranca lo siguiente:

“Tierra fría y llana, pobre de leña y de pan, de vino mediana, de ganado no iba mal”.

Después de estos siglos donde el Mayorazgo llegó a tener poco más de 1000 habitantes y a lo largo del XIX, el lugar queda deshabitado definitivamente a causa de la presión que ejerció sobre sus habitantes el paludismo, la peste y la constante hambruna sufrida de manera casi continuada. De tal manera, que existe una especie de historia negra cuajada de leyendas fraguadas en las mentes de los más ancianos.

Los supervivientes y los continuos flujos migratorios de otras poblaciones constituyeron lo que a partir de ¡ahora sí! podremos llamar Leganés. Pero será otra historia que os contaré en otra ocasión pues: "No se conquistó Zamora en una hora".



Laguna de los sisones
 Segunda parte 
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte




Derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 6 de octubre de 2017

Todos los días de mi vida






No te desbordes en palabras de consuelo.
Solo poetízate.
Que el dolor con versos duele menos
y es menos hondo el vacío de la pena que padezco.

Bálsamo tu esencia discreta,
que es como imaginar la flor sin hallarse cerca.
Presencia que acompaña y no interroga.
Un estar si se requiere que no estorba.

Compañera.

No me acaricies con las manos, no hace falta.
Que tus ojos ya lo hacen con pasión desenfrenada
cada vez que me miran lo profundo,
que me buscan el alma y la descubren.

Aliviándome del penar de la jornada
y ofreciéndome el amor de cada día.
Me alimento de beso y de sonrisa,
 de abrazo que arropa el corazón fatigado de rutina.
Te peticiono en mi aflicción y vienes.

Tan generosa.

Que eres maestra conjugando el verbo dar,
que llorarías mis lágrimas si hiciera falta.
Pero ya te digo, no es necesario.
Me basta tu voz recitadora y fabulada
En la salud y en la enfermedad.

para soñarte y amarte de por vida.



Derechos de autor: Francisco Moroz


miércoles, 4 de octubre de 2017

Noche sin luna






Una pareja camina por una plaza solitaria iluminada tan solo por unas farolas. No hay testigos.

En un momento determinado uno de ellos avanza diez pasos y se detiene, presiente algo a su espalda. 
Cuando se da la vuelta, se da cuenta con sorpresa que el otro ha desenfundado y le apunta con premeditación, a traición, sin mediar aviso.

Únicamente le da tiempo a componer una cara de sorpresa justo antes de oír el clic y sentir el fogonazo en los ojos.
Cuando todo termina, se oye la voz del que disparó emitiendo una queja:


– ¡En el último momento te moviste! ¡La foto saldrá desenfocada, como siempre!



Derechos de autor: Francisco Moroz


lunes, 2 de octubre de 2017

Culpable






La elegancia, no era algo que caracterizara al individuo que caminaba desgarbado con las manos en los bolsillos, y que vestía una ropa algo ajada por su excesivo uso confiriéndole un aspecto desaliñado.

Desde el principio le dio que pensar su aptitud sospechosa. Siempre seguía las mismas pautas: salía temprano de un edificio destartalado de un barrio obrero. Caminaba por algunas calles, como intentando despistar sus pasos a un posible seguimiento. Se dirigía a una joyería ostentosa, y se quedaba un tiempo más que razonable frente al escaparate. Después reanudaba su marcha y hacía lo mismo frente a una entidad bancaria, donde observaba con fijación el cajero automático. Más tarde, mirando el reloj, atravesaba un parque cercano para introducirse en un bar donde consumía el resto del día; suponía que entre alcohol y cigarrillos.

El tipo, decididamente no era de fiar, y su fino olfato le incitaba a investigar un posible delito que se consumaría en poco tiempo si él no lo evitaba.
Todavía se preguntaba por qué le habían prejubilado del cuerpo policial, alegando que su enfermiza minuciosidad en las investigaciones, su fuerte carácter y sus continuas sospechas sobre los demás, atribuidas a un absurdo trastorno bipolar; podrían acarrearle serios inconvenientes en la ejecución de sus funciones como investigador, creándole algún conflicto personal y a su vez poner en peligro la integridad física de sus compañeros; ya que muchas veces pretendía asumir competencias que no le correspondían como eran la de juez y verdugo.

En su larga carrera había tenido que soportar muchas burlas, pero esta era una deshonra, algo que le había sumido en una depresión galopante que casi acaba con su autoestima.
Pero no estaba por la labor de abandonar aquello que mejor se le daba: seguir el rastro de criminales en potencia y ponerlos donde les correspondía estar.

Mientras reflexiona sentado en el banco desde el que hace el seguimiento diario del sospechoso, se da cuenta que algo cambia súbitamente en sus hábitos. Una variación en su comportamiento rutinario que le desconcierta; y es que tras salir del edificio, el tipo se ha dirigido al supermercado del barrio saliendo con dos bolsas repletas de productos alimenticios.
Después se dirige a la sucursal bancaria con andares que demuestran su nerviosismo, saliendo de la misma presuroso, como perseguido; introduciendo la mano en un bolsillo interior de su cazadora, para terminar en la joyería donde ha permanecido más tiempo del que pudiera corresponder a un comprador. Después ha omitido el parque y el bar y ha regresado sobre sus pasos a su cubículo.
El delito ya ha sido cometido como preveía…

¡Por fin llegó el día!
Miguel está inquieto, preocupado, y feliz a partes iguales. Hoy puede cambiar su vida para siempre.
Se levantó por la mañana con esa propósito firme, una decisión que le había costado tomar. Una sin retorno, que los amigos le avisaron, podría acabar con su libertad.

Ha salido rápido de casa para comprar los ingredientes para una buena comida de celebración, sacar del banco el dinero que ha podido ahorrar con tanto sacrificio trabajando en el bar; para comprarle a Helena el anillo de compromiso que se ha propuesto regalarle, cuando le pida el matrimonio durante el ágape preparado por él.

Cuando está cocinando la pasta, y mientras sofríe la cebolla, el tomate, el pimiento, y la zanahoria. llaman a la puerta.

Se limpia las manos con premura, pensando que Helena se ha adelantado a la cita. Pero cuando abre se encuentra a un señor mayor encañonándole con una vieja pistola que dirigiéndole una mirada aviesa y una sonrisa torcida le dice una sola palabra antes de disparar: 
“Culpable”


Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 28 de septiembre de 2017

Presencia amada





Desde el día que murió me acerco casi a diario al cementerio para visitarle y sentirle más próximo. Le hablo de cómo me va sin él, de lo mucho que le extraño, del vacío que dejó en mi corazón.

Vierto innumerables lágrimas de desconsuelo al ser consciente de su ausencia, y le pido con insistencia, alguna señal de su presencia tan añorada.


Hoy de regreso a casa, me encontré un ramo de flores rojas sobre la mesa del salón. En la tarjeta, escrito con su letra, figuraba su nombre.


Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 25 de septiembre de 2017

Finales sorprendentes






–Nadie lo percibe habitualmente.

Es casi imposible sin conocer la obra de antemano, saber cuál será el final de la misma.
Podremos en todo caso intuir como los personajes van a interactuar en el escenario en ciertos momentos, e incluso conseguiremos en parte, ir adivinando retazos del dialogo que mantendrán entre ellos a lo largo de la representación. Pero el colofón de la misma siempre será sorpresivo.

Es como en los libros. Aunque leamos la sinopsis de una parte del argumento, no podremos imaginar los giros que hallaremos a lo largo del relato, que harán, que cambiemos de idea cada dos por tres. Penduleando de una a otra, yendo por donde el autor en definitiva quiere que vayamos.

–Bueno, todas las historias pueden ser muy previsibles. Por ejemplo: Podemos predecir que un heroinómano terminará muerto por sobredosis. Un villano hallará un final violento, o en el mejor de los casos dará con sus huesos en la cárcel. Un noble guerrero vencerá al vil traidor. Un galán terminará enamorando a la doncella…

– Pero hablamos de la obra en sí, no de los personajes. Que estos tomen un rumbo o una decisión de un signo o del contrario, es lo que influirá en el devenir general del relato ¿Comprendes? Por causa de ellos precisamente, la conclusión es inimaginable.

Los actores son siempre secundarios, es la convicción con la que representan su papel lo que realmente importa y lo que en la mayoría de las ocasiones, despista esa corazonada casi asegurada sobre el desenlace de la pieza.

– Sí, tienes parte de razón pero precisamente por esa misma causa que esgrimes, el espectador tiene la posibilidad de ir tirando del hilo y completar el puzzle con las pistas y las señales que los actores van dejando a lo largo de sus intervenciones; y con ello predecir los finales que pretendían ser inauditos.

– ¡Qué no hombre! que no puedes saber el final de una función hasta el término de la misma; actúen los personajes como actúen y sea el espectador todo lo avispado que tú quieras que sea. No habría interés por el teatro si fuera tan sencillo como tú dices.

–Mira, el drama, la tragedia, la comedia, el sainete, el entremés, están en la calle, en la vida cotidiana, en lo que vivimos de continuo a todas horas.

Tú y yo, en este instante somos personajes. Interactuamos mediante el diálogo que mantenemos mientras caminamos. Estamos hilando una historia ahora mismo. Si un imaginado espectador imparcial nos observara desde el patio de butacas; iría tejiendo la historia sobre nuestra relación de amistad, nuestro gusto común por el teatro y los libros, el placer de conversar y debatir sobre ello. 
Antes de que terminara nuestra, en este caso, ficticia representación, ya habría sacado un final concluyente y acertado del mismo.

– ¡Ea! ¡Y yo te digo que no! y te lo demuestro. 

En ese mismo momento viene el autobús y el interlocutor que defiende los finales inesperados, le pega un empujón al que lo hace con los finales predecibles. 
Este cae a la calzada, y es arrollado por el vehículo pesado. Causando con ello alarma, nerviosismo, sobresalto, espanto, estupor, inquietud y rebato, entre los transeúntes. 

-¿Lo ves? Nadie se esperaba este giro final tan sorprendente a pesar de los personajes.


Nadie lo percibe habitualmente.



Derechos de autor: Francisco Moroz



Presentado en la comunidad de: Relatos compulsivos 
incluido en el reto de: Epanadiplosis: figura retórica de construcción que consiste en terminar un texto con la misma palabra o frase con la que se empieza. En este caso cuatro palabras.






miércoles, 20 de septiembre de 2017

Despistes





¡Otra vez se dejó el grifo del lavabo abierto! Antes de ayer fue la luz del salón. La semana pasada el gas del quemador de la cocina, otras el horno. La televisión a todas horas la abandona encendida y a todo volumen.

Cualquier día tendremos un disgusto a causa de sus frecuentes despistes por no hablar de alguna queja por parte de los vecinos.


Me dirijo al dormitorio para recriminárselo y cuando llego, recuerdo con aprensión que hace cinco meses se marchó de casa, alegando no poder soportar por más tiempo mis broncas injustificadas.



Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Una bruja llamada...






Érase una vez una república pequeña, independiente, casera y de propiedad vertical, donde vivían una pareja de seres humanos que querían ser felices como pretenden serlo todos los personajes de todos los cuentos clásicos que se escribieron y se van contando por ahí.


Ellos tenían su territorio de ochenta metros cuadrados bien organizado, administrado y decorado con armonía. Propiamente no reinaban ellos, más bien lo hacía el acertado criterio de lo minimalista y el buen gusto.

Todos los días salían de casa a batirse el cobre contra duras jornadas laborales, como si se tratase de dragones disfrazados para no causar el pavor que da enfrentarse contra un trabajo mal remunerado y exigente. Pero era la única manera que tenían de ingresar peculio en las arcas, para poder hacer frente a los impuestos exigidos por la única gran señora que los gobernaba a todos con mano firme y recaudatoria: “Una grande y libre arpía” aunque los ministros voceros de turno dijeran por activa y pasiva que “Esa señora hacienda eran todos”.
¡En fin!

Ramiro y Juliana, que así se llamaban dos de los personajes principales de nuestro cuento, pertenecían a ese tipo de personas que tras el censo de acatamiento obligado, fueron clasificados como “de la tierra media”.

La jerarquía era clara: Primero la familia real, el alto clero, el ejército y la nobleza, la burguesía, los políticos evasores de impuestos. Unas auténticas bestias corruptas en su gran mayoría. Y por último, la clase media que reunía a los artesanos, obreros, curritos inclasificables entre los que destacaban los becarios. Y al final de la cadena de despropósitos, los parados de larga duración.

En este entorno subsistían estos dos, casi siempre remando contra corriente de modas y modismos habituales. Eran lo que se dice de lo más convencionales, sencillos y moderados; con su puntito de originalidad y a veces de extravagancia.

Al menos así eran hasta que todos los proyectos de su vida en común parecieron derrumbarse como los naipes de “Alicia en su país de las maravillas”. Toda la ilusión acumulada durante los años de espera en un futuro halagüeño junto con las ganas de realizarlos, se desvanecieron como el sueño que era, y todo era engullido por una densa niebla de pantano tenebroso, donde habitan esos seres indescriptibles, incomprensibles e incómodos para la mente humana llamados “Dudas” y “Miedos”

Y es que Juliana se quedó embarazada a causa de unos polvos mágicos en una noche de luna llena donde se oyeron aullidos ajenos a los lobos. El sobresalto y el terror a lo desconocido no fueron causados por la preñez de ella, sino por lo que se les venía encima: Esa responsabilidad de un tercero en discordia con el que compartir los bienes y los dones que poseían, entre los que se encontraba como el más preciado el tiempo disponible que antes era solo para ellos y sus ocios.

Pero cuando los ancianos sabios dicen que: “No hay que lamentarse de lo malo porque siempre puede ocurrir algo peor”, suelen tener razón como viejos que son, aunque los lugareños se empeñen en aislarlos en residencias asistidas para quitárselos de en medio alegando que nada más que dicen tonterías.

Y lo peor ocurrió cuando ese bebé que nacía presentó signos claros de no ser uno cualquiera, de esos catalogados por los cánones rigoristas como normales. De esos que cumplían todos los criterios establecidos por la sociedad médico-pediátrica de la región para serlo.

Para empezar, la comadrona que asistió a Juliana ya puso cara de circunstancias cuando cruzó su mirada con la parturienta, haciéndola sentir una incontenible desolación que le duró lo que tardaron en ponerle al niño en su regazo. Entonces lo que experimentó fue, esa profunda paz que proporciona el amor de verdad, el que sienten las madres cuando sostienen un pedazo de su propia vida entre sus brazos después de nueve meses de portarla dentro ¿Qué tenía aquel precioso niño que lo hiciese diferente? ¿Qué hizo que la partera la mirara con cara de pena?

La duda les fue despejada a los padres cuando el sanador del centro paso a ver a la pareja de padres, para explicarles el porqué su hijo iba a ser una persona especial desde el momento de su nacimiento.

La culpa, les comunicó, era de una bruja envidiosa de ver a las madres cuando jugaban con sus hijos. Envidiosa cuando oía a los padres contarles cuentos como este para que conciliaran el sueño. Envidiosa de la felicidad que desbordaban todos cuando estaban juntos; algo que no podía arrebatarles con pócimas ni elixires, pero si con algo llamado “Enfermedad rara” de esas que no se alivian porque sí. Para las que no hay remedios de la abuela ni curas milagrosas, ni casi paliativos para mitigar la desazón que ocasiona en los que las padecen y sufren.

La bruja en concreto, les dijo el sanador, se llama “Acondroplasía” y que en concreto está especializada en conferir a los afectados dimensiones mínimas, como por ejemplo a los enanitos de “Blancanieves”, con cabeza grande y extremidades cortas.

Lo único que esta bruja sarmentosa no puede menguar les confirmó, es el corazón de estas personitas que son capaces de sobreponerse a sus carencias con esa fuerza interior tan poderosa como la que poseen los caballeros “Jedais de la Guerra de las Galaxias”.

Estos padres no se quedaron muy conformes, pero aceptaron a su hijo como lo mejor que les pudo ocurrir, de tal forma que ese crecimiento descompensado y desacelerado de su cuerpo lo veían retribuído con su mirada luminosa y la gran sonrisa que adornaba su cara.

Mientras, fueron apoyados por otros miembros de afectados que pertenecían a una logia poco conocida, como la de los antiguos masones, pero en plan unificador y asertivo. Una fundación llamada “ALIBER” que es “como la casa madre, como una gran colmena donde un número importante de asociaciones se aúnan para intentar dar a conocer las enfermedades raras”.

Víctor, que así llamaron al protagonista de este cuento, era un niño que se integró bien en la escuela, después de sobreponerse a las burlas y las risas de los cuatro ignorantones analfabetos que hay en toda comarca que se precie. Los llamados “Tontos de pueblo”. Hasta en la comarca de los “Hobitts”, que son seres de baja estatura, abundan los imbéciles, que se han convertido en patrimonio de la humanidad aunque no estén en peligro de extinción.
En la universidad pulió las preciadas dotes con las que fue regalado por sus hadas madrinas a las que se conocía con el nombre de musas, creciendo en sabiduría y don de gentes.

El caso es que Víctor cautivaba a aquellos que se acercaban a él. Divertido y humilde como él solo, de tal manera que sabía reírse de sí mismo. 
En una ocasión en que alguien le preguntó sobre su enfermedad, le contestó sin ambages: Simplemente soy el resultado de un gen mutante al que todos conocen como FGFR3, que mejora al de los robots “R2-D2 y el C-3PO” que tienen menos letras al igual que gracejo.

Participaba en todas las actividades propuestas, incluso ayudaba a los compañeros sacándolos de más de un apuro. Era en esas ocasiones que aprovechaba para decirles: Hay que creer en los enanitos, nunca se sabe cuando te sacarán del atolladero. Acordaos del famoso “Rumpelstilskin” que estaba al quite de ciertas demandas.

Se hizo popular en poco tiempo, pero tampoco quería ser el líder ni el centro de atención, era muy suyo y le gustaba que le dejaran su espacio personal para poder inventar esos cuentos que escribía y presentaba en alguna revista local para que se los publicaran con el seudónimo de “Tyrion Lannister”.

Que creció, es un decir para los muy optimistas, pero jamás perdió esa sonrisa que le caracterizó junto al brillo de sus ojos cuando se enfrentaba a los grandes retos que se le planteaban en un mundo que para él siempre fue de gigantes. Un loco bajito que se enfrento a molinos como su admirado Don Quijote.

Su lema siempre fue: 
“Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, harán cosas pequeñas que cambiarán el mundo”

Y Víctor, que para los que no lo sepan significa victorioso, triunfó como autor y escritor de cuentos infantiles. Con ellos animaba a los más pequeños de los pequeños, a ser los más grandes entre los grandes, para que fueran luchadores incansables contra esa bruja llamada “Acondroplasia”; que no tuvo la satisfacción de ver derrotadas ni infelices a esas familias que tenían entre sus miembros a seres tan especiales como Víctor, que con “El poder de las letras”, supo vencer a esos monstruos que por desconocimiento parecían imbatibles.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

– Ahora a dormir.
–Papá.
– Dime pequeño.
–Este cuento te lo has inventado ¿Verdad?
– No hijo, este lo escribió ese tal Víctor y aparece en este libro de historias sobre enfermedades raras que ya leerás tú solo. Cuando crezcas.
--¿Pero yo creceré?
-- Todos lo hacemos, solo depende de las ganas que tengamos de hacerlo.

                                                                                    ·····························


Si la vida nos ha enseñado algo es que todos somos iguales, aunque con características diferentes”.



Derechos de autor: Francisco Moroz


Un relato que se ha escrito en apoyo de la asociación ALIBER.
Dedicado a todos los niños con enfermedades raras.



viernes, 8 de septiembre de 2017

Normas de convivencia




La casa ha comenzado a llenarse de hormigas desde que el inquilino desapareció.

Me alertó el que dejará de ingresar el alquiler en mi cuenta corriente.
Ha dejado atrás perchas con ropa usada, productos de limpieza e higiene personal, un par de zapatillas bajo la cama y una maleta vacía.

Le prohibí hacer reformas y aún así, veo restos de argamasa y ladrillo en una de las habitaciones. Justo donde va a parar, la interminable hilera de himenópteros que campan por sus respetos saliendo por el balcón con lo que parecen ser ¿Trocitos de carne?

¡Me va a oír este individuo cuando me lo eche a la cara!


Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 4 de septiembre de 2017

Veladas excitantes






En un principio no quería y se resistía, pero terminaba por ceder a la tentación como Eva. Se dejaba arrastrar por sus dos demonios preferidos. 
Se dejaba llevar por la pasión más desenfrenada que jamás hubiera podido concebir. Se prometía una y otra vez que esa sería la última, pero volvía a reincidir a pesar de los avisos que le enviaban su cuerpo y su mente. Por las noches necesitaba descansar, pero se empeñaba en alargar esas estimulantes y apasionadas veladas 

En el comienzo todo era negación por un lado, por el otro, reafirmación de sus convicciones más arraigadas basadas en el conocimiento de sus debilidades y limitaciones.
Al inicio se opuso con obstinación a ser seducida por ellos y luchó contra sus apetencias básicas, sus ganas, su deseo, el placer que presentía iba a recibir, y su hedonismo desaforado.

Pero sucumbía a su naturaleza de mujer sensible y emocional, al instinto más primitivo, salvaje y básico de su ser. Se dejó arrastrar por el primero, como por la marea. Impulsada por su fuerza, su color moreno, sus dulces maneras y las excitantes expectativas de saber a ciencia cierta, que le dejaría un buen sabor de boca después de disfrutarlo con calma. Y por añadidura sabía presentarse deseable y caliente.
El otro la entretenía con su culto bagaje. Tenía un cuerpo contundente y era capaz de calmar sus ansias. En cuanto la abrazaba se sentía en paz, sosegada. Recuperaba la calma al instante. Además sabía contarle unas historias que eran capaces de transportarla a otro plano existencial.
¡Tal era su virtud! que conseguía que ella se desnudase, entregándose entera, dejándose poseer por él sin limitación alguna.

A ella siempre le gustó lo de hacer tríos aunque lo negara por temor al escándalo y al qué dirían los que se enterasen de sus encuentros nocturnos.
Pero sobre todo, ocultaba con celo la certeza de querer ser siempre la protagonista de esas relaciones tan contundentes, placenteras y continuadas. Le gustaba ser la que recibiera todo el placer de esos intercambios tan esperados como deseados.

Todo lo que empezó como un entretenimiento se había convertido en una necesidad física y emocional en la que cada vez se implicaba y daba más de sí misma, hasta el punto de sentirse muchas veces abducida, perdiendo el control del tiempo que pasaba con sus amores. 
Se sentía el personaje principal, siempre en medio de los dos: Del café que la excitaba y de un buen libro que se le entregaba entero para su deleite exclusivo y personal.


Sabía que lo pagaría más tarde con desvelos, cansancio y nerviosismo; pero era inevitable. Era tan voluble a esas intensas aventuras nocturnas que no estaba dispuesta a renunciar fácilmente a ellas.



Derechos de autor: Francisco Moroz


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