En alguna ocasión escuché, que al término del viaje, veías una luz al final del túnel. Recordarlo, me proporcionaba cierta tranquilidad. Intuía que ese mi final estaba cerca y necesitaba aliviar la angustia que me roía las entrañas, originándome un malestar rayano en la agónica sensación de creer morir.
Las jornadas de trabajo se me iban haciendo demasiado largas para mis años. Me acercaba de manera insoslayable a una jubilación que no parecía llegar nunca. Sentía el desgaste ocasionado por esos esfuerzos repetidos día tras día de manera automática.
Dejé caer mi cuerpo en el primer asiento que encontré, por pura inercia instintiva ¡No podía más! Los madrugones estaban minando mi salud. Los nervios siempre a flor de piel. La falta de apetito, y lo que era más preocupante, la carencia de ilusión.
Cada mañana lo mismo, la claustrofóbica percepción de dirigirme al matadero sin remisión, el miedo a no superar esas interminables horas que absorbían la poca energía que me quedaba.
En algún momento perdí la consciencia, mi cuerpo dejó de estar sometido a la fuerza de la gravedad, mi mente se eclipsó, como narcotizada por una sensación indescriptible de paz y bienestar. Presentía seres amigables en mi entorno que murmuraban. Un pitido agudo. Abrí los ojos y vi la luz al final del túnel. Me levanté como un resorte, llegué a ese destino anunciado de antemano y otro día más me sentí morir.
El metro abrió sus puertas. Era mi parada.
Es muy comprensible que, afectado por ese caos emocional y sometido a tanto estrés físico y psicológico, el pobre hombre se confundiera de luz. Pienso que cuando le llegue el final de verdad, quizá se lleve una gran decepción al comprobar, no sé de qué forma ni con qué sentido, que no hay luz blanca, ni túnel, ni nadie esperándole, je, je.
ResponderEliminarUn abrazo.
Buenas tardes Josep. Estamos supeditados a la decepción continua, en esta vida y lo más seguro que en el más allá. Pero es cierto que durante nuestro cotidiano deambular por este valle de lágrimas buscamos satisfacciones y recompensas que nos aporten algo de ilusion y de felicidad. La luz al final del tunel puede ser una métafora de aquello que esperamos tras tanta etapa oscura.
EliminarUn abrazo, amigo, después de tanto tiempo sin andar enredando por aquí.
Esa merma física y mental, y silenciosa la mayoría de veces, la produce el trabajo. Tener que vender nuestro tiempo es lo peor que nos ha podido pasar.
ResponderEliminarEsta es la sociedad que hemos creado, en la que pensamos que somos seres libres y sin ataduras. JA,Ja y ja.
EliminarSomos en todo caso como los personajes sometidos y felices de "Un mundo perfecto"
Abrazos.
Hola, Javier.
ResponderEliminarLa rutina, las obligaciones diarias, repetir día tras día lo mismo desgasta, nos privan de ilusión. Aquí, haciéndome la exagerada, ;) No, pero es cierto que uno se cansa de la repetición.
Como siempre nos sorprendes con tus finales, el pobre le queda todavía años de cotización para ver esa luz llamada jubilación.
Besos, y feliz de leerte de nuevo.
Cuantos podrán decir que gozan trabajando, pocos y contados, segurisimo. Hasta los autónomos que no fichan ni aguantan encargados y jefes impertinientes admiten el ser felices.
EliminarLa rutina erosiona como la gota de agua que cae con constancia e implacablemente hasta horadar la roca más dura.
Yo me alegro también de poder interactuar con vosotros. No se lo que durará, precisamente porque la vida te crea situaciones imprevisibles en las que nos vemos sumidos en la impotencia de no poder hacer lo que más nos gusta ni estar con quien realmente queremos estar.
Beso grande para ti.
Hola Francisco gracias por compartir una historia de vida, de alguien que ya está agotado, que solo espera disfrutar de la vida, romper con la rutina y simplemente vivir, sin horarios ni peticiones que al terminar el día lo llevan a la cama agotado del cansancio, y tristemente te levantas sin energía. Abrazos desde Venezuela, regresé de un tiempo por estos lados, me sentí identificada con tu protagonista, con lo que me toca a mi edad, pero yo al contrario disfruto dar clases, pero no me molestaría si tuviera unas largas vacaciones jejeje.
ResponderEliminarSiempre un placer compartir con vosotros, los que me leeís. Es muy de agradecer que después de tanto tiempo sin aportar nada nuevo, sigais ahí como fieles seguidores de un blog casi abandonado a su suerte.
EliminarTú, aunque cansada, disfrutas con lo que haces. Te imagino como docente con auténtica vocación.
Los verdaderos maestros solo sufren ante la ignorancia de los que se consideran sabios y no se dejan enseñar. Sin saber que son solamente, imbéciles engreídos.
Un abrazo desde España, apreciada Raquel.
La agotadora monotonía de la vida aburrida ✨
ResponderEliminarRealmente es agotador hacer todos los dás lo mismo y sin ningún incentivo, más que el de llegar cuanto antes a la jubilación ; )
ResponderEliminarMi abrazo.
Qué bueno, Javier. Me has hecho dudar. Según te leía pensaba: va de un animal que lo llevan al matadero. Pero no, no ha sido así; aunque en cierto modo la vida monótona y sin ilusiones de los humanos por culpa de un trabajo nada ilusionante es una especie de muerte lenta, un estar en el matadero años y años. Bravo, amigo, bravo.
ResponderEliminarUn abrazo
Uf, pobre tipo. Ya me imagino al estrés y la ansiedad a la que debe estar sometido, que cualquier luz la quiere ver como si fuera un rayo de esperanza. En tal caso, también tiene algo de optimista, si lo pensamos detenidamente jeje
ResponderEliminarSimpático texto, mi desaparecido compañero de letras. Espero que estés bien.
Va un abrazo, Francisco.
Hola Francisco, agotado estaba el protagonista, no sé si llegó a dormirse mientras esperaba en la estación del metro y sufrió una pesadilla, que por cierto es como si el estrés y la angustia que sufría a diario le arrojarán hacia esos pensamientos turbulentos donde un rayo de luz parecía ser su alivio. Me gustó mucho. Un abrazo
ResponderEliminarHola Fran, me gustó tu propuesta. Nos haces sentir las emociones de tu personaje, ese desgaste y desilusión que da a veces la vida. Me pareció buenísimo cómo lo terminas. Muy original. Te mando un abrazo y enhorabuena por un reto cumplido con creces.
ResponderEliminarHola, Francisco, menudo relato, tan poéticamente derrotista, deprimente, pero luego llegas al giro final y todo cobra otra dimensión, jeje.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo
Hola Francisco. Pude compartir el sentimiento del protagonista. Me faltan 2 años para la jubilación!
ResponderEliminarUn abrazo
¡Hola! Un microrrelato que define muy bien y en profundidad las emociones del protagonista ante sus circunstancias y con un entorno metafórico donde él se siente atrapado. Me ha gustado mucho la similitud de este túnel psicológico con el túnel del metro mencionado al final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Francisco, el pobre hombre estaba muerto en vida ya, cansado de vagar falto de ilusiones, esperando una muerte que lo iba a liberar, pero otro dia mas le falló, ojala cuando de verdad le toque, esa luz sea su gran despertar a una nueva vida. Bien lograda esa sensación de desfallecer y dejarse caer en el asiento del metro..., dando a entender que por fin había muerto, me gustó el truco. Un abrazo
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