sábado, 6 de mayo de 2023

Montaña rusa

 

 


 

   De niña, preguntó con cierta vergüenza a su madre por el amor, como era. La respuesta fue escueta: «Una montaña rusa».

  Se enamoró. Experimentó la ansiedad en su primera cita, El miedo a decepcionar a la pareja, la consternación cuando no recibía la llamada esperada. La sorpresa cuando recibió un anillo y el éxtasis al pronunciar un «Sí quiero» durante la boda.

  Ilusión al entrar en la nueva casa, y apasionado interés en crear un hogar donde ser felices.

  Alegría inmensa cuando sostuvo en sus brazos a la pequeña después de meses cuajados de anticipación y vigilancia, donde hubo momentos en que no soportaba sus estados de melancolía.

  Ahora, todo era una fuente continua de asombro ante ese ser indefenso que a veces la enojaba con sus llantos y otras le aportaba momentos imponderables de serenidad mientras velaba su sueño.

  No dejaba de pensar en el futuro con optimismo y un poquito de temor.

  Su niña creció hasta hacerse adolescente de igual manera que sus propias emociones descontroladas. Tan pronto sentía remordimientos por haber dado una mala contestación a su hija, como indignación al ver el poco caso que hacía de las recomendaciones.

  En ocasiones el tedio la embargaba. « ¡Que haga lo que le de la gana! » y otras, la pena a que su hija se fuese alejando.

  Hoy, cuando le dijo: «¡Feliz día mamá! ¡Te quiero!» Recordó a su propia madre con tristeza. Siendo consciente, de las intensas vueltas que restaban por dar, en esa emocionante montaña rusa del amor.

 

  Derechos de autor: Francisco Moroz

 

No me hizo falta poner un listado de las emociones utilizadas. Las nombré a lo largo del micro :)


 
 

 

jueves, 27 de abril de 2023

Cinco minutos antes

 
 
 
 

  Cinco minutos antes del amanecer

 encuentro un lugar pequeño donde perderme.

  No veré en él salir el sol,

 pero todo se hace luminoso ahí donde me hallo.

  Y aunque haya despertado es, 

como si mi mejor sueño se alargara agradable, esponjoso.

  Tanta ternura encuentro que no quiero abrir los ojos

 ni salir en busca de la realidad que me espera.

Siempre tan inquietante, imprevista, árida.

  Tú estás cerca, como siempre,

 y en tí me pierdo y me encuentro, me refugio y escondo. 

Dentro de tu abrazo. 

Mi mundo pequeño, el hogar donde regreso de continuo. 

Y del que obligado parto.

Cinco minutos antes del amanecer.

 

 


Derechos de autor: Francisco Moroz

sábado, 22 de abril de 2023

A grandes males, grandes remedios

  

 


 

Tenía claro que necesitaba algo más fuerte para poder acabar con esa situación tan desesperante

  Las jaquecas se le solapaban de manera inaguantable y creía que ya estaba al límite,  ese en que su mente machacada por falta de descanso perdiese el control.

  Por ello, en un principio, buscó remedios caseros que mitigaran la situación: una infusión de tila de manzanilla, melisa o hinojo, pero nada, seguía dando vueltas en la cama sin conciliar el sueño, se levantaba de ella de madrugada como si le hubieran apaleado una panda de súcubos furiosos.

  Probó con algo más contundente.  Un vaso de leche con miel y un chorrito generoso de coñac del bueno. Al principio parecía funcionar, le entraba cierta somnolencia momentánea, pero duraba lo que tardaba en tumbarse en la piltra. Volvía a despejarse como un cielo de verano. Le entraban los siete males, pensando en otra jornada laboral interminable con continuos bostezos y cansancio general. Su jefe y compañeros ya empezaban a sospechar que estaba de fiesta durante toda la semana en una interminable bacanal de juergas nocturnas. Veía peligrar su empleo por culpa del insomnio.

  Temía sobremanera por su salud mental, estaba decidido a terminar con el problema de una forma u otra y se acercó a la primera farmacia que encontró abierta. Allí hizo la compra como en el súper del barrio. Adquirió medicamentos de venta libre que el farmacéutico muy atento, le indicó que  contenían antihistamínicos  y que en un principio eran indicados más bien para tratar alergias. Que al no ser sustancias adictivas el cuerpo se habitúa rápidamente a ellas y era poco probable que solucionasen el problema a largo plazo.

  Efectivamente era como tomar  gominolas. Cuantas más pastillas engullía, más le pedía el cuerpo, y para mayor desespero le originaban problemas de memoria, cansancio y mareos. Por lo cual acudió al especialista. Este, viendo sus ojos enrojecidos como los de un vampiro, junto con esas bolsas hinchadas debajo de ellos y el grado de desesperación que mostraba el paciente, su ansiedad y la cara de loco, no dudo en recetarle un poco de todo. Zolpidem, Eszoplicona, Ramelteon. Y por si las moscas una caja de Trazadona y otra de Doxepina de refuerzo.

  Más feliz que una lombriz se marchó para casa dispuesto a dormir sí o sí aunque fuese a costa de tomar doble ración de todo lo recetado.

  Todo en vano, no había manera. Lo suyo no parecía tener remedio. La idea de suicidio fue tomando cuerpo en su errática mente trastornada por la falta de descanso.

  De manera reveladora en la duermevela forzada, surgió una posible solución a todos sus males que no fuera el quitarse de en medio. Llamó un taxi y cuando indicó la dirección, el chofer le dijo que ni borracho le llevaba al sitio deseado, que a lo más, le acercaba a las inmediaciones, y aún así bajo su cuenta y riesgo.

  Cuando llegó a su destino, un tanto confuso y sin saber a quién preguntar se metió en la primera chabola que encontró en el poblado marginal. Aquello parecía ser un trastero lleno de zombis demacrados. Algunos de ellos le miraron con desconfiada mirada asesina, como hacen los perros hambrientos ante cualquier intruso que se acerque a su hueso.

  Enseguida dos tipos mal encarados llenos de tatuajes y cicatrices mal cosidas le llevaron a un aparte del habitáculo y le preguntaron que buscaba. Les contó el problema que acarreaba, todos los remedios probados, y las sustancias que había ingerido al cabo de los años para remediarlo de manera infructuosa.

  Dijeron tener la solución milagrosa, la panacea para todos los males incluidos los de amores, pero que eso tenía un precio.

  ¿Mil euros serán suficientes? Les dijo.

  Se miraron con complicidad ambos fulanos, con media sonrisa ladeada en sus labios cortados, para replicarle que con ese dinero podría disfrutar del producto cómodamente dentro de la estancia junto con el resto de clientes.

Le indicaron un rincón y le facilitaron los útiles necesarios para aplicarse la solución a todos sus males. Unos minutos después de administrarse su chute empezó a experimentar un cosquilleo placentero en sus pies y un sopor gratificante que abotagaba todos sus sentidos.

  Antes de perder la consciencia tuvo claro que lo iba a conseguir de una vez por todas, el descanso deseado, el desapego total de la dura realidad, el olvido de su frustración. Fue en el momento justo en que vio sonreír a una rata que trepaba por sus piernas ya dormidas. Y que digan que la droga es mala, pensó.

 


 Derechos de autor: Francisco Moroz

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