Mi aportación para el reto de: #fraseletreando
Hay por ahí un cantautor muy versado, por lo poético de sus letras que cantan al amor y al desamor, de sentimientos, de soledades y de esas pequeñas cosas. Enamorado del Mediterráneo y de una tal Lucía.
Desde niña uno de mis favoritos, y de esto hace nada, pues tengo 43 años de marras, dos hijos talluditos y un marido calvo. Esto no viene a cuento pero es lo que hay.
¡A lo que voy! Que toda la vida escuchando canciones de este señor y resulta, que una en particular la descubro recientemente gracias a una de esas comunidades blogueras literarias que proponen un reto para escritores; que consiste en incluir en un escrito una frase conocida de un autor o cantante como es el caso.
Me entró curiosidad y la busqué en Internet, panacea de buscadores. ¡Y la encontré!¡Y la escuché!¡Y aluciné con la letra!
Hilé fino con mis recuerdos animándome a escribiros mi historia.
Fue un verano de costa, de esos de playa, chiringuito y paellas al sol. Todo el día tostándome encima de una toalla con las gafas y el sombrero de paja propio de Guiris, untada de aceite como fritanga y rebozada de arena como croqueta.
¿Os hacéis a la idea?
Mi Mariano que es muy aventurero me propuso alquilar una piragua para dar una vuelta hasta el espigón, que no es una espiga muy gorda, si no las piedras enormes donde rompen las olas.
El caso es que nos embarcamos él y yo, que los chicos ya hacen vida propia; remando a todo remar para que la hora de alquiler nos cundiera y poder regresar sin coste añadido.
Todo iba bien con el ritmo, con la sincronización de los remos, con el equilibrio... Pero llegados al rompeolas divisamos en lo alto del mismo algo parecido a una estatua sedente de un buda tibetano. Según nos aproximábamos nos dimos cuenta tarde, que se trataba de un pescador. Lo que no vimos fue el sedal traicionero e invisible delante de nosotros.
Para no acabar sin cuello como la francesa Mª Antonieta, tuvimos que bascular nuestros cuerpos hacia estribor con el consiguiente vuelco de la embarcación y al menos la que esto escribe quedó cabeza abajo. Perdí los nervios y me puse a gritar y para ello a coger aire, algo del todo incompatible en el líquido elemento. Tragué agua cual sumidero de ducha y a partir de ese momento no recuerdo más que una luz al final de un túnel y la película de mi vida pasando ante mi rápidamente.
¡Qué digo yo!
Si no será la luz de un proyector en un cine de sesión continua y nosotros polillas atraídas por ella.
¡De repente! desperté de un sueño eterno echando agua por la boca como tritón de fuente ornamental; y delante de mí la cara sonriente de un muchacho guapiiiisimo con camiseta blanca y atractivo bronceado.
Hubiera querido pensar que estaba en el cielo, pero vi el bigote de mi marido que me apretujaba la mano, explicándome atropelladamente, como el socorrista me había salvado la vida utilizando el método habitual para estos casos; que consiste en insuflar aire a la víctima por vía oral.
Por tanto a partir de ahora cuando escucho esta canción me retrotraigo a esos recuerdos estivales y afirmo junto con el cantautor eso que dice:
"De vez en cuando la vida te besa en la boca".
Conmigo lo hizo de forma literal, aunque después volviese de nuevo a mi rutina, agarrada a la calabaza de mi querido Mariano.
Derechos de autor: Francisco Moroz