A Kumeza le había resultado fácil adaptarse a
esta ciudad. Estaba acostumbrada a los continuos cambios. Sus padres le
enseñaron mucho de lo que ahora sabía: a socializar e interactuar. Adaptarse a
las circunstancias y a los elementos según lo requiriese la necesidad. A transformarse,
mimetizarse con el entorno. En un principio, lo más difícil, fue aprender el
idioma, a comunicarse con los individuos y hacerse comprender. Las palabras le
apasionaban. Con el tiempo fue capaz de hablar hasta trece idiomas diferentes,
sin contar unos cuantos dialectos que dominaba a la perfección.
De niña, su etapa escolar fue pasable.
En el instituto se le hizo todo más cuesta arriba. Recordaba los prejuicios
ante alguien, que como ella, siempre era considerada como una forastera. "La nueva"
La universidad constituyó la
prueba de fuego, pero con un mínimo esfuerzo, consiguió destacar en todos los
aspectos; en el docente y en el personal. Superó a todos sus compañeros, convirtiéndose
en la joven más prometedora de la promoción y una de las más populares del
campus por su belleza y sensualidad. Adquirió la seguridad necesaria para
abrirse camino y afrontar los retos que este mundo le propusiese. También fue
el lugar donde su afición por los hombres se acentuó considerablemente.
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Ahora, llegaba al bar de copas
donde había quedado con el último al que había conocido en una página de citas
por Internet. En la barra le esperaba un tipo alto y proporcionado con unos
ojos de azul intenso. Nunca fue exigente en cuestión fisionómica. Le daba igual
que fueran rubios, morenos o calvos. Negros, morenos, blancos o sonrosados de
piel. Lo único que pedía a sus contactos eran unas medidas de higiene personal
mínimas. De lo contrario se daba media vuelta sin tan siquiera dirigirles la
palabra.
Cuando apareció por la puerta, ella detectó en la
amplia sonrisa del hombre, que no le defraudaba lo que veía. No en vano Kumeza era
una "hembra de bandera"; siempre le gustó esa expresión con que
algunos se referían a ella. Por el contrario, las palabras "puta o
ninfómana", que también utilizaban a modo de insulto contra su persona
alguna que otra vez, le sonaban despectivas y no las aceptaba. Otras como "mujer fatal" la dejaban indiferente. Ella, lo único que buscaba era
cubrir sus necesidades sin depender de nadie. Y menos de esos machos
prepotentes que pretendían aportar seguridad a la fémina que les acompañaba.
Cuando se sentó al lado de su
acompañante notó como le miraba con fruición el escote antes que sus ojos, y se
deleitaba con la observación de sus torneadas y largas piernas, cuyo final
prometía algún paraíso imaginado entre sus muslos.
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Ella sabía cómo captar la
atención; las artes de seducción se las enseñó su madre. Mientras que su padre
se centró más en las de defensa personal. No en balde era un soldado entrenado
para la guerra. Recuerda que su familia vino a esta tierra huyendo de una.
Sus progenitores tuvieron que
soportar condiciones de supervivencia extremas ante la escasez de alimento;
teniendo que desprenderse de todo para huir precipitadamente del lugar donde
habían nacido. Todo, con el único propósito de salvar lo más valioso que en ese
momento poseían; lo más sagrado: sus vidas.
Se había convertido en toda una
maestra, cautivando con sus encantos a los hombres. Se había especializado en
vivir a costa de ellos mientras le duraban. De hecho desde que se independizó
de su familia tuvo que cambiar varias veces de país, de localidad, de ciudad, de estado; y más de una
vez, de nombre. Simplemente para salvaguardar su seguridad en las zonas donde
habitaba. Eso de que la llamaran "viuda negra" no lo acababa de comprender;
quizá se referían a su color, aunque de eso también solía cambiar; era
camaleónica.
En ciertos países más liberales,
su manera de actuar pasaba más desapercibida. No obstante nunca bajaba la
guardia; en más de una ocasión tuvo que demostrar su fortaleza ante seres
dominantes y agresivos que querían imponer su criterio de manera brutal. Estas
relaciones eran las que menos duraban, acababa con ellas de forma tajante. No
eran baladís sus conocimientos de lucha cuerpo a cuerpo.
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Kumeza acarició el
rostro del hombre y le miró intensamente, observando cómo las pupilas de su
interlocutor se le dilataban a causa del deseo.
Enseguida él, le propuso ir a su
apartamento. Los había que se saltaban los preludios amorosos de cortejo. Eran
directos e instintivos, demasiado básicos como para obtener placer de ellos.
Cuando estuvo desnudo y tendido
en la cama frente a ella, le observó con interés científico. Un espécimen un
poco más sobresaliente que otros. Evaluó fríamente cuanto le duraría este administrando bien los recursos.
Deslizó el escueto vestido hasta
el suelo, y su esplendoroso cuerpo provocó en el sujeto una especie de
conmoción; el colapso lo provocó ella poco después, cuando se puso sobre él y
le desgarró el cuello con sus dientes.
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Después de saciar su voraz
apetito, pensó en lo importante de las palabras y su significado. Por ejemplo "devoradora de hombres" era el calificativo con el que más se
identificaba. En el mundo extinto del que procedía, lo eran literalmente todas
las hembras.
Eligió su nombre precisamente
por eso. Kumeza, en Suajili, podía significar golondrina o devoradora. Al igual
que "gustar" como verbo intransitivo, tenía dos acepciones. Aplicaba solo una con los hombres .
Derechos de autor: Francisco Moroz