lunes, 8 de febrero de 2021

Un buen marido hace una buena esposa

  



–Bien, empecemos, suéltate y libera toda la tensión, sin cortapisas, no te reprimas. ¿Tienes ganas de hablar? Pues hazlo que te escucho.

– ¿Pero tú eres tonta o qué? ¿Crees que me chupo el dedo y no sé lo que pretendes con esa actitud tuya de mosquita muerta complaciente y conciliadora?

Que mucha culpa de que nuestro matrimonio haga aguas es de tu madre, que desde que nos casamos no para de meterse donde no la llaman; esa mujer que cuando se asoma a la ventana piensa el vecindario que la casa está embrujada. La misma que te dice que si lo que deseabas era a alguien a tu lado que te fuese siempre fiel, tendrías que haberte emparejado con un perro. ¡No la soporto! Qué culpa tengo yo que se casara con un marido, tan obsesionado con el futbol que no la toca desde hace años con la excusa de no cometer falta y que le expulse de casa con tarjeta roja.

Yo por lo menos te intento complacer querida. Si no, acuérdate cuando me dijiste que necesitabas más espacio y te regalé un disco duro de dos terabyte y te amplié la cocina. Tú a cambio me ignoras, como en este instante en que pareces no escuchar todo lo que te estoy diciendo; como si contigo no fuera la cosa, igual que si estuvieras ausente.

Y mira que es difícil contentarte. Todo te molesta, lo que me pides y lo contrario. Hago memoria de aquella ocasión en que te quejaste de que no era tan cariñoso como lo era el vecino del quinto con su esposa a la que besaba todos los días ¡Ya podrías hacer lo mismo que él! Me recriminaste. Y después de subir tres pisos y besar a la mujer del vecino y comunicártelo cumplidamente me sacudiste un collejazo que casi me desnucas.

O cuando me preguntaste como te veía y te dije que muy bien, y me contestaste que como era eso, que estabas muy gorda. Solo por decirte: “eso ya lo sé mujer por eso te digo que te veo muy bien” me propinaste otro mamporro. Que parezco el Vaticano con tanto cardenal junto sobre mi cuerpo.

Comprendo que tengo mis fallos, que no soy perfecto y meto la pata más por ignorancia que por malicia. Prueba de ello es que durante una agriada discusión entre nosotros me preguntaste que significaba nuestro matrimonio; que qué éramos tú y yo. Te repliqué de la siguiente manera: “Cariño el matrimonio, según la RAE es la unión de dos personas mediante determinados ritos y formalidades legales y tú y yo son dos pronombres. La contestación fue espontanea sin significaciones aviesas ni dobles sentidos, pero me cascaste otra bofetada con la mano abierta, que me tumbaste en el sillón. Después te estás quejando que estoy todo el día tumbado, que cualquiera te replica. Creo que solo el eco tendría suficientes redaños como para contestarte.

Muy al contrario yo me tengo que callar y resignarme cuando me sueltas alguna de las tuyas. ¡Claro que te explico! A ver, justifica aquella vez que declaraste querer volver a ser feliz como antes ¿Cómo cuando éramos novios? Te interpelé, y me soltaste: “no, como antes de conocernos” eso duele querida, de tal manera, que me tengo que ir al bar para beber y ahogar penas. Que después me llamas borrachuzo, pero es por causa justificada por la que bebo, que más tarde me entra la llorera. Que no comprendes que un hombre también sufre y tiene su corazoncillo; que si te murieras, también lloraría por ti, que sabes que lloro por cualquier tontería mujer.

– ¿Ya has terminado de desfogar, de soltar toda la mierda acumulada contra tu esposa? ¿Te encuentras más tranquilo y relajado? ¿Dispuesto a afrontar los nuevos retos que se te plantearán más adelante en tu relación?

–Creo que sí doctora, que esta terapia de choque que hacemos cada semana me ayudará a largo plazo a mantener relaciones más cordiales con mi esposa; de momento hasta San Valentín creo que podré sobrevivir.


Derechos de autor: Francisco Moroz








miércoles, 3 de febrero de 2021

Cuento para niños

 


Cojo tu mano y salimos corriendo de la casa; no aguantamos más las vejaciones y los abusos de nuestro padre. Tampoco la indiferencia de nuestra madre, que permanece muda ante tanta violencia gratuita.

Hemos sufrido hambre y frío a partes iguales y es hora de huir lejos para encontrar un destino mejor, a alguien que nos proteja en nuestra indefensión.

Llamamos a una puerta en la que pone: Hogar de acogida.

Nos recibe una amable y anciana mujer que pregunta nuestro nombre.

–Hansel y Gretel, –respondemos.


Derechos de autor: Francisco Moroz


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