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Cuando evoca a “Grand Father” se le ensancha la sonrisa. Pues se trata de un hombretón de no menos de
100 kilos de peso con un corazón tan grande como él. Le empezaron a llamar “El
Padrino” pues con su generosidad y bondad
parecía arroparnos a todos; incluso sufragando nuestras necesidades perentorias, como
cuando a alguno de nosotros se le olvidaba el almuerzo y nos compraba el
bocadillo, o se necesitaba un bolígrafo, unos kleenex o una tirita.
Lo que
fuera necesario no tardaba en proporcionarlo sin pedir nada a cambio nunca.
Pero el apodo no le hacía honor, porque nos recordaba a los mafiosos que
siempre cobran los favores, con lo cual lo cambiamos por ese “Grand Father” que
nos resultó más adecuado dado su altruismo.
No nos sorprendió a ninguno cuando nos dijo trabajar
en una ONG.
Mira
el reloj: las cuatro y media, apura sus pasos, y más cuando vuelve a escuchar
junto al chapoteo de sus pies, la de otros pasos precipitados que resuenan muy
cerca de él.
Al leer estas últimas líneas mira por inercia el reloj de la pared, herencia de sus abuelos ¡Como se le ha pasado el tiempo! Con la excusa del
insomnio devora volúmenes de 500 hojas como una posesa ¿O se dice poseída?
Se
levanta para estirar las piernas y coge el vaso para llevarlo a la cocina y
recalentarlo. No ha tomado nada desde que regresó a casa, y de eso hace unas
cuantas horas.
Hoy ha sido un día de esos en los que una llamada te alegra la
jornada, pues ese chico de la juventud lo había hecho después de tanto sin
saber de él. Después de una precipitada y diría que alborotada conversación telefónica; y con la promesa de una gran sorpresa habían quedado, y ahora rememoraba como en sueños, las chispas que habían saltado
entre los dos ¡Quién sabe! Esta vez a lo mejor no le dejaría escapar de nuevo.
El
libro la ha acompañado a la cocina sin querer, y mientras espera que suene el “Clinck”
del microondas, abre la hoja donde dejó el marca páginas y prosigue recorriendo
con sus ojos ávidos, los renglones en los que se había quedado. Le quedaban
unas pocas páginas para terminarla historia.
Un escalofrío recorre su espina dorsal, y con un impulso primitivo echa a correr como
prevención a lo que se imagina que va acontecer.
Dicen
que el miedo a lo imaginado es superior a la amenaza real.
En este caso certifica lo inminente del peligro concreto, cuando alguien se abalanza con
fuerza sobre su cuerpo y lo derriba en el suelo manteniéndose sobre su espalda.
En la caída se le rompe la nariz y al tragar nota un regusto salado.
Intenta
liberarse del peso de su agresor revolviéndose salvajemente con todas sus fuerzas, pero no
lo consigue, lo cual le hace cambiar de estrategia profiriendo un grito de socorro
que apenas sale de su boca, queda enmudecido por el gorgoteo del líquido espeso
que sale de su garganta rajada profundamente por un tajo que le ha producido un cúter afilado.
Su
último pensamiento va dirigido a esa mujer que con su simple presencia le había
vuelto a enamorar, dándole esperanzas de una existencia compartida.
Un relámpago ilumina la calle, junto con la macabra escena del crimen. Le sigue el estampido del trueno ensordecedor que la victima apenas oye.
Después la oscuridad lo envuelve todo de nuevo mientras exhala junto a su sangre caliente, el aliento de la vida.
Se
pone a temblar, no sabe bien si de frío o por un presentimiento instantáneo que ha sido acompañado casualmente de un relámpago que a su vez ha encendido una luz de alerta en su
cabeza.
El trueno posterior la ha terminado de estremecer.
Esa
parte de la historia escrita en el libro la ha trastornado de tal forma que le
ha causado una conmoción considerable. Es como si ella formara parte de una
trama concebida con cierto toque de malignidad insana. Hay partes concretas del relato que parecen encajar, como si lo leído fuese un puzzle algo distorsionado que no hubiera logrado enfocar.
Pero ahora es como si todo adquiriera ese sentido que ella se resistía a visionar. No cree en las casualidades, detrás de todo esto pareciera haber una mano siniestra que hubiera escrito su historia personal.
Se
dirige a la sala dispuesta a apagar la luz para marcharse a la cama. Debe descansar,
mañana tiene que trabajar y necesita despejarse después de tantas emociones.
Se acerca a la ventana para cerrar la persiana, pero antes se asoma por última vez
por si acaso hubiera dejado de llover.
El cielo sigue cubierto de nubes negras
como la sombra que se despega de la pared frente a su casa y la mira a los ojos
con deseo lascivo.
No puede comprender lo que ve, y cierra la persiana
apresuradamente.
Está aterrorizada y sin poder creer lo que está
pasando. sin querer se está convirtiendo en testigo y personaje involucrado de una historia delirante.
Tropieza
con la alfombra a causa de los nervios que la empiezan a dominar y agarra el libro
abriéndolo casi por el final.
Cuando lee la continuación, rompe a llorar con
impotencia y auténtico terror reflejado en su rostro.
Su propia historia, los mismos personajes con otros nombres diferentes. Eso es lo que
ha estado leyendo desde hace días.
No puede aceptar el final que el autor ha dado a sus protagonistas principales. Se resiste a ser una víctima más, e intenta serenarse pensando que en cualquier momento despertará.
Aunque reconoce, que la frase con la que acaba el libro, es una sentencia clara y firme de muerte.
El verdugo de Sergio levanta la mirada y ve un cielo cuajado de nubes negras, pero también la ve a ella asomarse a la ventana, tan hermosa como siempre, tan deseable. Asustada como un animalillo indefenso ante su cazador. Otra presa más.
Hoy la había vuelto a ver en el bar de copas, después de tantos
años de búsqueda infructuosa no podía creerlo. La fortuna le sonreía.
Su sueño de juventud, pensó, al fin se podría convertir en realidad. Pero ahí estaban también el resto, y entre todos, al tonto al que apodaban Dalma” que empezó a eclipsarlo de nuevo, cuando imitando la voz rasgada del famoso cantante le había interpretado a ella, esa canción que tanto le gustaba, cuya primera estrofa decía: "Mía, solamente mía"
¡Sergio! siempre él por medio. Pero se había condenado el solito desde el momento en que entonó la primera nota a Ana, su exclusiva“Kim Basinguer” ¡La que siempre fue suya!
No esperaría otros diez años para poner fin a su obsesión de poseerla. Y es
que, esa reunión tan cordial de reencuentro de antiguos amigos, fraguada como sorpresa por parte de "Grand Father" durante una década interminable y dolorosa para él; iba a dar sus frutos en escasos minutos.
Esa tarde solo había tenido que mentir en una cosa: Su dedicación plena, su amado oficio ¿Abogado? ¡No!
Esos pardillos se tragaron tan burda mentira, pues realmente a lo que se dedicaba era a escribir novela negra. Tenía práctica a la hora de urdir tramas y encontrar coartadas perfectas.
¡No podía ser de otra manera!
Y los primeros actos ya habían concluido satisfactoriamente. Ciertos obstáculos se eliminaron convenientemente y solo se interponían en su camino dos puertas que abriría fácilmente. Las del corazón de Ana le fueron imposibles de forzar.
Y el relato concluiría
solo en tres páginas más y una frase lapidaria:
"Lo escrito, escrito está"
Derechos de autor: Francisco Moroz