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sábado, 3 de junio de 2023

Shadow



  Shadow, es el apodo utilizado por la organización, para reconocer al personaje que hay detrás de esa versión antagónica del James bond creado por el escritor Ian Fleming.

  El cambio de siglo ha aportado avances no solo tecnológicos y científicos en muchos campos como el de la ingeniería, la computación, la energía, la experimentación genética, microbiológica o médica. Y el correspondiente desarrollo industrial, con la incorporación reciente de la inteligencia artificial en la vida cotidiana. El mundo cambia a marchas forzadas desde que la globalización es un hecho constatado por todos los gobiernos y todos los ciudadanos. La seguridad de los países se ve constantemente amenazada por Crackers informáticos, satélites y drones no tripulados con funciones militares o de espionaje. Ninguna nación está totalmente a salvo de ataques terroristas, chantajes, secuestro o amenaza nuclear.

  Por todo ello, el factor humano no deja de ser importante, y, por ende, el adiestramiento y formación de agentes especiales es necesaria para mantener un equilibrio entre potencias competidoras, siempre enfrentadas por intereses económicos, geopolíticos y estratégicos. Los infiltrados, pertenecen a esa selecta élite de individuos que pasan desapercibidos para el común de los mortales.

  Shadow forma parte de ellos.

 

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–¡Papá!

–Qué pasa peque. ¿Algún problema?

–Papá, que tengo quince años, creo que lo de peque ya no me define.

–Bueno, ya sabes que para mí siempre serás mi niña. Dime ¿Qué es lo que necesitas?

–Pues el ordenador, que se queda bloqueado. Mira la pantalla ¿Lo ves? Ni puedo mover el cursor, y así no hay quien haga los deberes.

–A ver, el sistema es Windows11, tocamos esta tecla junto a estas otras dos y ¡Voila! ¡Ahí lo tienes, otra vez operativo!

–¡Eres un crack papá! Choca el puño.

–Te dejo baby, que tu hermano pequeño está berreando, seguro que por un código de «KK positivo»

  Efectivamente el pequeño Sam ha ensuciado los pañales y reclama atención exclusiva, pues se le han juntado la necesidad fisiológica, el hambre y las ganas de comer.

  Williams se concentra en la ardua tarea de eliminar la materia altamente tóxica mientras calienta el biberón a la temperatura justa y se lo acerca a la mejilla para asegurarse que no quema.

  Mientras, aprovechando la tesitura, pone una lavadora con carga completa utilizando el programa ecológico que garantiza menor consumo de recursos. Hay que cuidar el planeta.

  Recuerda de pronto que tiene pendiente la preparación de la comida, y para ello dispone de una hora y media escasa. Aunque sea sábado, su esposa trabaja y llega a casa en dos horas más o menos. Y la puntualidad cronométrica de Sarah es de sobra conocida por él.

  Finiquita el asunto con Sam, dejándolo en la cuna como si le hubiera inyectado un anestésico y se pasa por el cuarto de Hanna para ver si todo está en orden.

–¿Qué tal va todo peque?

–¡Papaaaaá!

–¡Vale, vale! Entiendo ¿Todo bien con el ordenador?

–Todo ok, parece que funciona correctamente. Ya estoy terminando las tareas del insti.

–Estupendo, haz tu cama y recoge un poquito tu cuarto, que parece un campo de batalla. Yo me pongo con la comida.

  Williams llega a la cocina y despliega su arsenal culinario. Enciende el horno para que se vaya calentando hasta alcanzar los 338º Fahrenheit que convertidos a Celsius son unos 170º y saca todos los ingredientes necesarios comprados por la mañana. Con ellos preparará una sabrosa ratatouille de verdura. Tomates, berenjena, calabacín. Pasa revista a las especias de la alacena y escoge el romero y la pimienta. El aceite de oliva siempre presente, es su arma secreta para triunfar con este plato. Por último, la sal al gusto. Corta en rodajas finas e iguales todas las verduras. Su manejo del cuchillo es preciso. Prepara entre tanto una salsa de tomate que sofríe con soltura de especialista bien capacitado para estos casos.

–¡Ummmm! Que bien huele la casa, algo sabroso se cocina a mis espaldas. –Es Sarah que entra por la puerta en esos momentos, sorprendiendo a su marido con el mandil puesto. –

  Williams la agarra por la cintura, y ambos se dan un beso en los labios de película.

–¡Eh! ¡Que estoy aquí! cortaros un poco. –Les sorprende Hanna a ambos poniendo voz de indignada.

–Ya te lo recordaré a ti cuando llegue el momento, graciosilla. –Todos a la mesa, hoy os sorprenderé con mi arte gastronómico de chef cinco estrellas.

 

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  El director de la Central Intelligence Agency, convocó hace unas horas, con carácter urgente, a todos los responsables de supervisar las operaciones tácticas y actividades encubiertas.

–Como conclusión de esta reunión señores. Coincidimos en que hemos de enviar al mejor de nuestros agentes ejecutores para solucionar el problema que atañe a la seguridad nacional. Nuestro observador en la zona de conflicto, nos ha informado que las negociaciones diplomáticas han fracasado.

  Alguien propone a Shadow como la mejor opción, y el resto de asistentes están de acuerdo. Se utilizarán los canales habituales para comunicar con él, con orden de partir mañana mismo.

 

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–Bueno ¿Qué os ha parecido mi plato especial, familia?

–¡Espectacular cariño! Vas mejorando ¿Has hecho algo más que cocinar? –Le pregunta Sarah con cara de guasa y guiñando mientras tanto un ojo a su hija. –

–Pues la colada, y cuidar de tus hijos, listilla ¿Y tú?

–Poca cosa, ya sabes que en la oficina todo es pura rutina diaria.

En ese instante, Sarah recibe un mensaje personal con código encriptado.

 

 

 Derechos de autor: Francisco Moroz




 



domingo, 21 de mayo de 2023

Falta no solo de respeto

 

 


 

«No todos son tan amables como yo», se lo estoy intentando hacer comprender desde hace diez minutos al tío que, frente a mí, me mira impasible, con cara de perplejidad y bastante chulería. Como que no se cree que vaya en serio.

Mi paciencia tiene un límite como la de todo el mundo, pero la diferencia es que se guardar las formas y contengo las ganas de pegarle un bofetón con la mano abierta para que espabile.

A individuos como este, que parecen te están vacilando, hay que ponerles en su lugar o te torean como Manolete.

A cada argumentación que le hago por la decisión tomada por un servidor, con respecto a la situación que él mismo ha provocado, me responde como con desprecio. Está a un «Tris» de mandarme al carajo, lo veo en su mirada extraviada. Me cubre de insultos entre salivazos, pienso que resultantes de su estado de nervios, me nombra a la madre que me trajo; y eso que lo interpelo con respeto, dicho todo con tono amable y melifluo, como para no ofender sus sentimientos que parecieran estar a flor de piel. Tan machotes por un lado y por otro tan delicados como muñecas vestidas de azul con su camisita y su canesú.

Pero todo tiene un final y hay que cumplir con los horarios establecidos por las normas que nos rigen a todos, no puedo estar todo el día intentando convencer a un solo personaje «tiquismiquis» como este. Estoy muy harto del oficio que me obliga a tratar con seres tan intransigentes, ególatras y soberbios. Putos niñatos sin respeto a las canas ni a la veteranía.

La tensión se masca como en el circo romano. Los setenta mil energúmenos sentados en las gradas se impacientan y el griterío es insoportable.

Pienso que el tipejo de calzón corto se ha molestado porque le toqué el pito por una falta realizada a un contrario.  

Le repito por enésima vez que la próxima vez que abra la boca para insultarme le saco la tarjeta roja y lo expulso del campo de juego.

Si hubiera próxima vez, le sacaría una pistola, y le apuntaría al pecho con ella. Pienso para mí mismo. Sería la única manera de poner a estos fulanos prepotentes en su sitio. O eso, o que pongan a la Parca ¡Total! Ambos vamos de negro. Aunque con una guadaña, los árbitros impondríamos más respeto.

 


 Derechos de autor: Francisco Moroz


domingo, 9 de abril de 2023

El que siembra recoge

 


 

  Os traigo la breve historia de un labrador, siervo de un joven príncipe, al que estaba sometido por nacimiento. Ligado a sus tierras de por vida.

   No era un gañán como la mayoría de sus compañeros de laboreo. Muy al contrario, observaba  lo cotidiano y aprendía de ello, mostrando interés por lo que desconocía para así comprender lo que acontecía a su alrededor. Aceptaba su condición, pero no quería conformarse. Para ello y al igual que la tierra, intentaba cultivar su intelecto. Pues sabía que el que siembra recoge fruto aun siendo escaso.

   Por ello sabía escuchar las enseñanzas y los consejos de los más viejos del lugar, que por experiencia acumulada sobre sus espaldas encorvadas, no eran hueras ni vanas y si provechosas para quien las aplicaba. Todo ello iba conformando el bagaje de nuestro protagonista, y no los bienes materiales que se pudren o se pierden por el camino, significando tan solo el pan para hoy y el hambre para mañana. Era considerado hombre bueno, pues ayudaba a sus vecinos siempre que le requerían, tanto durante el trabajo cotidiano, como apercibiéndoles sobre temas peliagudos a la hora de resolver conflictos o prevenirse de ellos.

   No eran pocas las ocasiones en las que su joven señor requería de sus servicios junto al resto de siervos de gleba, para llevar a cabo alguna escaramuza contra feudos vecinos. En una de esas, destacaron sobremanera sus actitudes reflexivas, al resolver con astucia e inteligencia una situación en la que la se vieron comprometidos frente al enemigo. Insistió con machacona humildad ante el capitán para que dispusiese a la hueste en lo intrincado del bosque. No precipitarse y observar. Eso daría tiempo a descubrir las verdaderas intenciones del enemigo. Ese día no perdieron a ningún hombre al ser pacientes y no víctimas propiciatorias del engaño urdido por las tropas contrarias, que con salidas reiteradas de la muralla y sucesivas provocaciones, pretendían atraerlos a unas zanjas cubiertas de brea, que en caso de haber avanzado hubiera sido prendida para prejuicio de los suyos.

   El príncipe por su parte, tampoco era uno de esos nobles que solo se ejercitaban con las armas. Él mismo, se consideraba un sembrador del intelecto. Gustaba solazarse con la lectura de tratados, códices, y manifiestos tanto civiles como militares. También escribía con donosura cuentos, alegorías, apólogos y fábulas. Era para él la escritura aún siendo joven, solaz para su espíritu y recreo para sus horas. También practicaba la caza y la cetrería con atinado criterio.

   En aquellos tiempos no eran muchos los que dominaban las letras, solo los monjes de algún monasterio copiaban mecánicamente algunos de los textos que circulaban por el reino. Naturalmente era costoso hacerse con ellos y por tanto prohibitiva su adquisición. Tampoco la iglesia ponía mucho interés en que fuesen conocidos. Con ello se aseguraba su poder sobre las almas sencillas del vulgo. Sometidos mediante la ignorancia a una esclavitud soterrada disfrazada de resignación por ser voluntad del designio divino.

   Llegó a oídos del príncipe la fama de nuestro labrador de la que hablaban soldados y servidumbre del castillo. Llamó al mayordomo  para que lo trajera a su presencia. Era mucho lo que ansiaba conocer a alguien con quien poder compartir inquietudes y conversaciones. Temiendo por otro lado, ser defraudado por un simple patán embaucador de lengua fácil. Un charlatán.

   Después de cumplimentar presentaciones y protocolos impuestos, dada la diferencia de clases, el príncipe y el siervo debatieron largamente sobre temas prácticos de carácter mundano. El príncipe estaba encantado con el fluido verbo e inteligente pensamiento de su interlocutor. No obstante como prueba inequívoca de que había encontrado a alguien capacitado para ocupar el puesto de consejero personal, pues no era otro su deseo. Propuso a nuestro protagonista una serie de adivinanzas a las que tendría que dar cumplida respuesta en el plazo de una semana.

   Y estas fueron las referidas adivinanzas:

   ¿Cuántos sillares se necesitarían para concluir la construcción de una fortaleza?

    ¿Cuál es la cosa más blanda sobre la que apoyaría un rey su cabeza?

   ¿Qué es aquello que ningún mortal puede ver, aún subido en la atalaya más alta?

   ¿Qué es aquello que cuanto más grande se hace menos se ve, y aquella otra que cuanto más se le quita más grande se hace?

   ¿Qué cosa no ha sido y tiene que ser y que, cuando sea, dejará de ser?

   Con ello príncipe y labrador se despidieron amistosamente en buena hora, citándose para cuando el segundo encontrase las respuestas a los enigmas propuestos.

   Nuestro protagonista encontró las soluciones. No en vano fueron muchos los años durante los que observó la naturaleza, su entorno y sus gentes. Utilizando a partes iguales lógica e imaginación. Llevó puntualmente las respuestas a su joven señor. Nombrándolo este con pronta premura su consejero personal. Convirtiéndose en cuasi pares inseparables con el paso de los años. El humilde labrador medró en la corte, dando consejos acertados al príncipe que impartía gracias a ellos, justicia cabal. Resolviendo cuitas de manera inteligente e ingeniosa.

   Por ello, gentes que habéis escuchado pacientemente a este juglar, os dejo la moraleja final de esta historia que aún no siendo veraz, encierra verdades significativas para esta sociedad de la que formamos parte.

 

«El hombre que cultiva el intelecto es tolerante. No dice todo lo que piensa, pero sí piensa todo lo que dice, llegando a donde se propone gracias a su tenacidad y preparación.»

 

 

Derechos de autor: Francisco Moroz
 
 

 

 

   Las respuestas a los enigmas planteados son:

-         * Uno. El último.

-         * La mano. Pues hasta debajo de una almohada de plumas la metemos para reposar.

-         * Su propia espalda.

-         * La oscuridad y un agujero respectivamente.

-         * El concepto de «mañana»

 

Si fuisteis capaces de resolver los acertijos sin mirar la solución, ya sois buenos consejeros y personas de fiar.

 

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