Hablando todo el día con el loro del vecino he aprendido tres cosas:
Primero, que el
animalito no es especialmente dialogante conmigo.
Segundo.
Que habiendo sido testigo de los acontecimientos puede ser de gran ayuda o
perjuicio el que abra el pico o lo mantenga cerrado.
Y
tercero y más desafortunado, es el no haber sido capaz de enseñarle otras
palabras durante el periodo de tiempo que ha mediado, entre los hechos
acontecidos y los timbrazos de la policía en mi puerta.
El muy asqueroso sigue gritando su odiosa
frasecita desde el balcón de enfrente: “¡Es culpable, es culpable!”
Derechos de autor: Francisco Moroz