jueves, 26 de diciembre de 2019

Venganza en vía muerta





Desde el término de la guerra en 1945 estuvo tres años recabando información, siguiendo pistas infructuosas que le iban restando parte de la esperanza puesta en lo que había calificado como “su redención” ¡Cómo echaba de menos a su familia! Si ellos hubieran estado allí, esto no tendría sentido.

Después de reflexionar mientras miraba pasar por delante de sus ojos la campiña francesa, dio una última calada al cigarrillo y lo tiró por la ventanilla. Después volvió a su compartimento.

El tren se dirigía a Calais procedente de la estación de Montparnase, que era  donde sus pesquisas lo habían conducido. Allí esperó durante horas hasta que apareció su objetivo al que siguió de cerca. Ambos abordaron el tren.

El viaje estaba resultando agradable, pues se acomodó frente al asiento de la joven, que acababa de sacar un libro de su bolsa de viaje. Después de los saludos de cortesía tuvo la excusa perfecta para entablar un diálogo; preguntarle sobre el título de lo que ella se disponía a leer.

–Étrangers dans un train, le contestó ¿Lo conoce? es de una escritora novel, su primera obra de suspense que versa sobre la culpa, la mentira, y el crimen. ¡Fíjese! Una estadounidense de veintiocho años con su primera novela publicada. La verdad es que me está resultando de lo más interesante, no me extrañaría que la viésemos convertida en película.

–¿Cómo se llama la autora? –volvió a preguntar.

–Patricia Highsmith.

Él la siguió observando mientras se preguntaba qué circunstancias debían darse para que un ser humano aparentemente pacífico y equilibrado, tomara decisiones que terminaran con la vida de sus semejantes de manera violenta.

–Cuánta culpa, mentira y crimen hubo durante la guerra, –afirmó de nuevo volviendo a dirigirse a su interlocutora. A mí por ejemplo me arrebataron a mis padres y a mi hermana cuando tenía tan solo quince años. Yo estaba en casa de unos familiares cuando vinieron a buscarlos una madrugada, los había denunciado una vecina por ser judíos. Se los llevaron a Dachau y allí se perdió todo rastro de ellos. ¿Se imagina cuánto dolor?

La muchacha se sobrecogió de tal manera con esta revelación, que su cuerpo empezó a temblar compulsivamente.

Él la agarró de las muñecas  inesperadamente y la interpeló de nuevo diciendo:

–¿Se imagina cuanto desamparo, desesperación y soledad he tenido que sufrir?
Pero tranquila, esto llegará a su fin junto con el tren cuando llegue a su destino, y entonces todo adquirirá sentido, al menos algo volverá a su lugar para bien o para mal. Como en un viaje iniciático.

–¿Cree usted en un destino donde no es posible la reconciliación?  –le interrogó la muchacha-.

–¿Y usted en el bálsamo de la justicia cuando ésta toma forma de venganza?

A la mujer se le cayó el libro al suelo nada más oír estas palabras, y tapándose la cara con las manos se puso a llorar.

En ese momento el tren se introdujo en un largo túnel mientras sonaba su bocina, y se amplificaba el sonido del traqueteo sobre los raíles. Al emerger de nuevo, el hombre y el libro habían desaparecido, y la muchacha acurrucada en el asiento, seguía atemorizada a causa de los ojos de aquél extraño que le había mirado enfebrecidamente hacía escasos momentos.

La locomotora exhaló la postrimera bocanada de humo y vapor minutos después de llegar a Calais.
La joven bajó del vagón y se dirigió apresurada a la central telefónica más cercana, desde allí llamó para dar aviso de su llegada.
Nadie contestó al otro lado de la línea.

Semanas después recibió una carta a su nombre, comunicándole que su madre había sido hallada muerta, colgada de una viga de madera en su propio domicilio.

Recordó entonces con espanto, aquella madrugada de 1940 cuando miembros de la Gestapo golpearon la puerta de la casa de sus padres, y su madre asustada por los gritos y las requisiciones, señaló a los vecinos del cuarto izquierda. Un matrimonio con dos hijos de origen sefardí.

En una buhardilla, a la luz de una bombilla que emite una tenue luz, un joven de unos veinticinco años, repasa con el índice uno de los párrafos que relee por tercera vez:

“Había puesto fin a una vida. Mas nadie sabía qué era la vida, todo el mundo la defendía, era lo más valioso, pero él había arrebatado una. Aquella noche había tenido noción del peligro, de que le dolían las manos, del temor a que ella hiciese ruido, pero en el instante de sentir que la vida se le escapaba a la víctima, todo lo demás se había borrado y sólo le había quedado la realidad, la misteriosa realidad de lo que estaba haciendo, el misterio y el milagro de poner fin a una vida".*

No podía ser casual que una escritora hubiera plasmado algo que con toda seguridad, era tan solo un pensamiento que en un momento de debilidad y aflicción se le había pasado por la cabeza. Él no era ningún asesino, como aquellos que terminaron con la vida de su familia, pero sí el hombre que asustó a una chica en un tren, aprovechándose de su ignorancia al no saber ella, que él, era uno de esos miembros de la familia del cuarto izquierda, el mismo que le había robado un libro en un arrebato de rabia contenida. Y se hizo la promesa de devolverlo cuando su espíritu atormentado se apaciguara.


*Pasaje de la obra de Patricia Highsmith " Strangers on the train"



Derechos de autor: Francisco Moroz




viernes, 20 de diciembre de 2019

Ojo al dato




Con el derecho siempre procuro mirar para otro lado no sea que me pase como con el izquierdo, que por estar con los ojos bien abiertos lo perdí. De momento funciona. La duda que tengo es si me volverá a pasar de nuevo, pues al ser de cristal no puedo perder de vista el objetivo, que es el que no me deja pegar ojo. Poner un parche al problema tampoco solucionará este entuerto.

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La muchacha me miraba con interés mientras me ponía ojitos. Lástima que la manera en que me los ponía fueran cosidos con aguja e hilo. 
Solo soy un muñeco de trapo. En otras circunstancias, me hubiera enamorado de ella.

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Ciertamente hay miradas que matan, reflexionaba el francotirador mientras apretaba el gatillo.

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Aunque te hicieras la distraída, presentía como me mirabas de reojo sin ningún disimulo. Animado por aquello me levanté de la silla y me dirigí al lugar donde estabas decidido a conquistarte. Cuando me puse frente a ti solo te pregunté la hora de forma precipitada antes de alejarme, sin poder apartar la vista de tu ojo estrábico. 

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A veces alguien te mira y enmudeces porque sobran  todas las palabras. Como me ocurre ahora con el personaje del cuadro de la Gioconda que a la vez me sonríe desde su cuadro.
Por otro lado, alguien me habla con verborrea desatada sin mirarme. Con mal gesto. Es mi mujer metiéndome prisa para seguir visitando el museo.

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Mientras la oftalmóloga me examinaba los ojos yo le echaba un vistazo a su escote. De inmediato quedé cegado por su belleza a causa de tan bonita vista.

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El amor es ciego al igual que la justicia, por ello, cuando se nos cae la venda de los ojos terminamos el idílico romance en los juzgados de lo contencioso.

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Unos pequeños detalles lingüísticos son los únicos que marcan la diferencia entre dos conceptos diferentes:
Llevar un ciego de mucho cuidado o llevar a un ciego con mucho cuidado.Y sino que se lo pregunten al perro guía.

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–Mamá ¿Por qué no quieres dialogar conmigo?
–¡Porque te veo venir y punto! Y en eso consisten los puntos de vista de mi madre.




Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 9 de diciembre de 2019

Suicidio programado







Seguir viendo la tele a toda costa, acomodado en mi desgastado sillón de orejas, viendo debates, programas del corazón, concursos, telenovelas y anuncios morralla durante horas y horas, mientras me alimento de comida basura y bebidas estimulantes.
Esa es mi propuesta. 
Sin ser consciente de conforme pasan los días, se van atrofiando los músculos, deteriorando el sistema nervioso y licuando el cerebro.

Si llego al final deseado, habré conseguido descubrir la manera más placentera de suicidio asistido por televisión.

Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 4 de diciembre de 2019

Dulces problemas

En este caso mi reto personal, era construir un relato que incluyera todas esas frases hechas, escritas en azul.
 Espero que el resultado tenga algún sentido al menos como divertimento, que es de lo que trata esta afición de escribidor.






Nos dejaron sin magdalenas después de acabar con los bollos, los pasteles de nata y las pastas de té. Les hubiéramos perdonado la vida si al menos hubiesen sido un poco moderados; pero el estropicio nos lo encontrábamos todas las semanas. Incluso nos dejaban sin reservas. Y eso, de cara a los clientes, hacía desmerecer el negocio. 


Por ello ¡ahora seremos nosotros los que acabaremos con los malditos roedores que han invadido la pastelería! Nos dijimos firmemente convencidos.
La primera noche lo intentamos solucionar metiendo en el obrador a un par de gatos callejeros; pero no fueron capaces de realizar su tarea, esta mañana nos hemos dado cuenta que no es cierto que tengan siete vidas, o eran gatos muy flojos que habían malgastado las otras seis, o los presuntos ratones invasores estaban sobrealimentados y frecuentaban el gimnasio.

Como medida drástica hemos llamado a Esteban, que se ha personado con su gato Mishi que no participó en la refriega nocturna. Esteban se ha ofrecido para acabar con la plaga en persona, con la ayuda de dicho felino que está muy nervioso y un puntito histérico. También se ha presentado con un tal Arturo que por ser tartamudo le apodan el repetidor, un amigo suyo desde la más tierna infancia.

Hemos dudado del éxito en tal empresa antes de ver lo que Arturito el repetidor llevaba en una caja de compases, que apretaba fuertemente contra el pecho. Unas ampollas con veneno del fuerte, de ese que debe de emplearse en guerras químicas.

¡Y sí! ¡Lo hemos conseguido!

Al menos ya hemos resuelto parte del problema. A saber, los ratones se han esfumado. O eso, o nunca los hubo. Pero a cambio nos enfrentamos a otros cuantos quebraderos de cabeza: Esteban y Arturo están desaparecidos en combate desde que se hicieron públicos los resultados de su trabajo. No dieron explicaciones y no hemos vuelto a saber de ellos. Ni tan siquiera han llamado para reclamar sus honorarios y tampoco contestan al teléfono.

Mi socio todavía se encuentra bajo los efectos de un shock postraumático y sufriendo lo indecible por amor y por si fuera poco, siendo interrogado por la policía un día sí y otro también. Dando explicaciones del porqué apareció dentro de nuestro local y más tiesa que la mojama, la gorda de su mujer, con espuma, restos de hojaldre, y cabello de ángel en la boca. Todo muy misterioso y siniestro.

Pero soy yo con diferencia el que tiene que apechugar con el problema más peliagudo: Bregar con el inspector de sanidad por supuestas irregularidades encontradas en los aditivos empleados en nuestros productos alimenticios, y cuidar de Mishi que anda maullando por los rincones, con el pelo erizado. Muy agitado, como en un continuo celo.



Derechos de autor: Francisco Moroz


domingo, 1 de diciembre de 2019

La fragilidad de ser humano.





Temblamos mientras les esperamos parapetados entre las ruinas. También de los nervios al sentirnos vulnerables.

Temblamos de incertidumbre al no saber si las circunstancias nos favorecerán. De desasosiego al no predecir por dónde aparecerán los primeros.

De frío, mientras exhalamos aliento sobre nuestras ateridas manos a punto de congelarse.

Temblamos de miedo cuando empezamos a oír el persistente tableteo de las ametralladoras enemigas. De angustia al escuchar los gritos de dolor de los que son alcanzados por los proyectiles.

Y nos preguntamos si ellos temblarán al igual que nosotros, aunque tan solo sea por la emoción al presentirse vencedores de esta sangrienta batalla.

Ardenas. 25 de enero de 1945.


Derechos de autor: Francisco Moroz


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