Todo
empezó con el anuncio de un final antes del principio.
Y
siguió con un viaje a través del universo. Estuvimos hibernando en cámaras estancas
acondicionadas en base a la ciencia criogenética para la conservación de
organismos vivos. Con total ausencia de percepciones sensoriales. Perdidos en
la nada más completa y oscura, olvidada absolutamente la noción del tiempo.
Después
de miríadas de estrellas nunca presentidas por nuestros científicos y de
galaxias atravesadas por la nave a una
velocidad sólo comparable con la de la energía lumínica; llegamos por fin a nuestro destino.
Allá
desde donde veníamos nos creíamos dioses omnipotentes, poderosos,
indestructibles y eficaces con todo aquello que nos proponíamos ¿Acaso no
habíamos hecho realidad la idea de llegar hasta aquí?
En
aquellos años y antes de ser conscientes de nuestros errores, tuvimos que
sufrir parte del caos como el hambre, el frío la enfermedad o las guerras fratricidas
encadenadas unas con otras. La muerte siempre presente junto a tanta
imperfección y debilidad. Tanta codicia y soberbia. Y soledad en cada final de
cada una de las historias personales.
En
contadas ocasiones dimos el justo valor a la vida como tal, solo la considerábamos
como soporte para conseguir nuestra felicidad, una somera ilusión basada en
saciar los instintos básicos y prevalecer soberanos por encima de lo creado.
Degradamos, corrompimos, devaluamos, ensuciamos, expoliamos, quemamos y destruimos
todo con derroche, sin el pudor ni la
sensación de que la tumba estuviese bajo cada una de nuestras decisiones
desacertadas. Desoímos a los pocos que avisaban de la precariedad de los
ecosistemas, del derrumbe inminente de la casa que habitábamos.
El
planeta colapsó, pero no antes de que se preparara una expedición de
exploración para encontrar algún entorno habitable. Solo unos pocos elegidos
evaluados por sus cualidades. Mujeres y hombres a partes iguales formamos
parte de la misma.
Después
de ser despertados por los sistemas informáticos programados para hacerlo en
cuanto los detectores de viabilidad lo considerasen apropiado. De programar los
parámetros para proporcionar oxígeno y la temperatura idónea al habitáculo y de
escanear el exterior, nos reconocimos entre nosotros después de estar aislados
y ausentes tantos años. Asistimos silenciosos a la bajada de la compuerta de
salida de la astronave. Con el pensamiento particular de empezar de nuevo, de explorar el medio, colonizar con prudencia el nuevo mundo, sabiéndolo administrar utilizando sus
recursos con sabiduría, respeto y moderación.
Se
nos brindaba una segunda oportunidad para hacerlo.
Bajábamos
despacio, embelesados por la luminosidad del único astro que alumbraba este
planeta ignoto. Extasiados ante tanta belleza y variedad de colores.
Presentimos a otros seres vivos muy diferentes a nosotros, que se acercaban
curiosos a una distancia prudencial medio ocultos entre árboles y maleza, escuchábamos absortos el sonido del agua y disfrutamos de la caricia del aire puro con el que llenamos los pulmones después de nuestro forzado encierro.
Felices como niños inocentes, que después de estar ausentes regresaran a su hogar. Y de
esta forma, algunos abrazados y otros cogidos de las manos, sonreíamos mirando
al cielo, mientras las primeras gotas de una suave lluvia acariciaban nuestros
rostros.
La
expedición de la que formábamos parte era conocida con el nombre de Evadán y
este paraíso al que estábamos destinados desde el principio era un lejano
planeta llamado tierra.
Mi
primera reflexión fue que este lugar tenía un nombre muy humilde para ser tan
grandioso y elocuente.
Derechos de autor: Francisco Moroz