jueves, 21 de mayo de 2020

La fórmula magistral





Le confesé a mi padre lo que había hecho pero ni se percató de mi presencia, y como con estudiada indiferencia siguió a lo suyo.

Recurrí a mi madre y le conté los pormenores del asunto y fue como si no me hubiera oído, visto, ni sentido. Y eso no es algo normal en ella, siempre tan atenta a todo.

Para qué decir de mis dos hermanos, directamente pasaron delante de mí, como si no estuviera cerca de ellos, casi rozando sus cuerpos.

Con lo cual consideré que el experimento había sido todo un éxito. Lo malo, es que ahora mismo no sé cómo revertir el proceso de invisibilidad.

Derechos de autor: Francisco Moroz



jueves, 14 de mayo de 2020

Resurrección






Espero el milagro por quinta vez sin resultado alguno. Ya me estoy empezando a cansar, a sentirme decepcionado; y eso que me considero un fervoroso creyente cuya fe es de esas que puede mover montañas.
La cuestión es, que mi interés por verificar el pasaje evangélico en el que se nos narra cómo Jesucristo resucitó a Lázaro va disminuyendo.  Será porque se me acumulan los cadáveres en casa.

Derechos de autor: Francisco Moroz

jueves, 7 de mayo de 2020

Población de riesgo






Al final del pasillo está la maldita puerta que no se abre desde hace más de dos meses, la que separa la amenaza exterior de nuestra seguridad cotidiana.

Cuando nos informaron sobre esta pandemia que ponía en riesgo nuestras vidas, cerramos las tres llaves, el cerrojo de seguridad, una cadena y dos candados que añadimos.

Ahora las fuerzas me fallan, no puedo salir. Aislada, sin teléfono. No tengo balcón ni ventanas por las que solicitar ayuda. Vivimos en un interior, la comida escasea y no encuentro las llaves que guardó mi marido; y este ya empieza a oler mal.


Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 3 de mayo de 2020

Espera

Dedicado a mi madre  pero también felicito a todas esas mujeres que saben esperan.


Ella y su continuo esperar. 
Desde el principio obligada a hacerlo. Primero unos cuantos meses, se le harían interminables, pesados, y al final un poco dolorosos. Pero cuando aparecí llorando me bastó mirar sus ojos para calmar el sollozo y conformarme con mi destino ignoto y con mi suerte.
Fue amor a primera vista y eso que nos acabábamos de conocer, ella me llamaba hijo y yo poquito a poco aprendí a llamarla madre.

Ella y su continuo esperar.
Esperó mis primeras palabras con la ilusión puesta en que fueran dos sílabas balbuceadas para nombrarla.
Esperó como esperan los seres humildes, pequeñas cosas, fruto de tanto desvelo y enseñanza. Los primeros pasos que di cuya meta eran sus brazos, algunos besos mojados, gratuitos y espontáneos en su cara. Que me comiera lo que servía en el plato, era todo un triunfo y un regalo. Una por papá y el resto por mis hermanos.

Ella y su continuo esperar. 
Esperaba a que llegase mi sueño para poder descansar un ratito, siempre velando en mi enfermedad siempre desvelada con mis quebrantos y los miedos, enjugando lágrimas y limpiando mocos. Me enseñó a escribir, me enseñó a rezar y a olvidar prontito los enojos.
Me hice grande como ella esperaba que fuese y le costó separarse el primer día de escuela. No podía recogerme en la puerta muchas veces, pues siempre estaba atareada con la compra y sus labores. Le hubiera gustado esperarme más a menudo, y cada vez que lo hacía me sentía importante y seguro de su mano.
Le costaban un disgusto mis malas calificaciones o mis peleas. Me regañaba y me corregía esperando como siempre se espera, que el tiempo, el tesón y la paciencia corrigieran mis desatinos y que aprendiese la lección tras la caída, lo inútil de la venganza y lo malo de la envidia.

Ella y su continuo esperar.
Pues esperó que sus consejos me llevaran por el buen camino: Estudia, se responsable y honesto. Esfuérzate, que el esfuerzo da sus frutos. Yo a veces le hacía caso y me arrepiento de no habérselo hecho más a menudo.
En mis salidas nocturnas esperaba preocupada mis regresos y me recibía  preguntando ¿Qué tal fue todo? ¿Te divertiste? Te dejé algo de cenar en la cocina.
Y después volé del nido y trabajé para formar otra familia y me fui alejando, acercándome puntualmente a cada cita en la que poder celebrar el encontrarnos. Y ella me esperaba a mí y a los míos con la mesa puesta, con la comida preparada. Nos agasajaba con sabores añorados, cocinados con amor a fuego lento, como se hacía antes de olvidarnos cómo era todo en otros tiempos.

Ella y su continuo esperar. 
Espera una llamada todavía para hablar conmigo, y me escucha aunque ya no me oye por causa de su sordera, espera una felicitación de cumpleaños o que recuerde el día que se dedica a las madres. Espera que le cuente de sus nietos, saber cómo nos va la vida a todos, esta vida tan perra que nos roba el tiempo necesario para vernos,
Siempre espera algún abrazo que la alivie de la pesada carga de la vejez y la soledad, las únicas compañías que le sobran. Pero no teme la muerte, pues siempre dice que tiene bastantes años asumidos que ya pesan. Que no le importa irse siempre y cuando yo me encuentre bien cuando se vaya. Pues tanto ama una madre, que estaría dispuesta a ser eterna a nuestro lado, con tal de evitarnos el dolor y de librarnos de toda angustia, incertidumbre o pena.
Todo le sobra, pues da con generosidad lo que le falta. Se conforma con nada. 
Un ¡Te quiero mamá! Le es suficiente.

Pero es tenaz como ella sola siempre esperando, reacia a renunciar a su derecho de amarme, de la excepcional manera en que solo las madres lo hacen. Dándose entera.
Para cuando faltes, siempre quedará mi respeto por tu persona, simplemente recoges lo que siembras.


Derechos de autor: Francisco Moroz


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