viernes, 27 de septiembre de 2019

¡Tachaaan!






No acababa de tumbarme en la cama cuando esta, poniéndose de patas como potro enloquecido, me trasladó a una cabaña desvencijada en un inhóspito bosque como de cuento de Disney. Me levanté del lecho con cierta reticencia y empujé la puerta desvencijada que se encontraba medio abierta.

–Pasa, pasa, no te cortes Pedro –me saludó alguien con voz cascada.

–¿ Quién es usted, y por qué me llama Pedro? –respondí.

–Me conocen como Merlín, y te llamo así, porque has entrado en mi hogar como Pedro por su casa, sin llamar.

–Perdone usted caballero.

–Perdonado quedas, pero no soy caballero, El rey Arturo nunca me nombró como tal. Solo soy un viejo encantador.

–Encantado yo también de conocerle. –le contesté. ¿Es usted mago como el Tamariz?

–¡Lo soy, lo soy! y como muestra de ello te voy a enseñar mi varita.

–¡No, perdone! no se confunda, yo no soy de esos, puede guardarse su varita donde le quepa que yo no “entiendo”, ni me gustan los polvos mágicos y menos con viejos verdes y desdentados.

–¡Oye chavalín! creo que te estás equivocando de parte a parte conmigo a la vez que faltándome el respeto! Lo único que pretendo es mostrarte un objeto extraordinario capaz de realizar grandes portentos.

–¿Objeto mágico? ¿De esos capaces de transformar en ranas a los príncipes y en oro el plomo?

–¡Sí! así como de hacer mucho más, como el caldero de Taron o la espada Escalibur, La capa de invisibilidad, el giratiempos, las escobas y alfombras voladoras, las habichuelas de Jack, las botas de siete leguas o las zapatillas mágicas. Sin olvidar la lámpara de Aladino o las diversas pociones y sustancias que te hacen más alto, más guapo, más deseable, más…

–… ¡Quite, quite! Esas, las he probado alguna vez, pero tienen efectos secundarios nada deseables. Una euforia muy limitada que no satisface.

–También tengo ataúdes trasparentes que conservan cuerpos muertos en estado latente, agujas de rueca que te hacen dormir eternamente hasta que te besan en los labios, anillos y brazaletes Nibelungos, cuernos de la abundancia, santos griales y lanzas de Longinos…

–¡Vale, vale! que me saturo con tanta propuesta. Y dígame, solo por curiosidad ¿Por un casual no tendrá algún objeto que consiga convocar a los gobernantes más justos y honestos?

–¡Hombre! tengo unas urnas de cristal a mitad de precio a causa de los remanentes de anteriores eventos electorales. Pero ya te advierto que no son infalibles si falta voluntad popular.

–Entonces olvídelo. Lo que sí me voy a llevar si tiene, es algunos objetos que consigan hacerme sabio.

–¡Hecho chavalínl!¡Que los disfrutes!

He despertado sobresaltado. Me quedé transpuesto mientras estudiaba. ¡Y cómo no! rodeado de libros. ¡Pura magia!


Derechos de autor: Francisco Moroz


martes, 24 de septiembre de 2019

Sabor,sabor




Me queda un regusto amargo en la boca, como de almendras amargas. Una manera fácil para poner un final.

Y es que todo empezó a complicarse cuando me quedé sin trabajo y a la semana, mi novio me abandonó. Esto me condujo a una fuerte depresión que derivó en periódicas visitas al psicólogo que acabó con casi todos mis ahorros.

Y hoy pensé en acabar con todos mis problemas de forma tajante, lo primero con mi dieta, tomándome este helado de pistacho con ese sabor que le caracteriza, tan peculiar. Y del mismo color que la esperanza.

Mañana ya veremos, esta decisión puede significar un principio.


Derechos de autor: Francisco Moroz



sábado, 21 de septiembre de 2019

Dos toques mágicos







Mira tú por dónde la encontré metida en una caja, bien embalada con plástico de burbujas, con ese tono de verde que indica  a simple vista que de bronce es su alma. Una campana al uso, de tamaño mediano, con un enganche en el badajo donde ponerle una cadena una vez que la cuelgas de la pared para hacerla sonar.

Hacía tiempo la buscaba por el trastero, entre otros objetos que habitaban la casa de mis padres. Me la entregaron como parte de un legado adelantado cuando contraje matrimonio. Y aunque estéticamente me gustaba mucho, no encontraba el lugar idóneo para colocarla ni una utilidad concreta.

Ahora que la tengo entre mis manos mientras la abrillanto, recuerdo las palabras de mi padre cuando la adquirió: “Esta campana no es una cualquiera, tiene cierta magia sonora que convocará a la familia alrededor de la mesa cada vez que suene”.
Y era cierto, cada vez que la tañíamos alguno de nosotros; instantes antes de comer o cenar. Todos dejábamos lo que en ese momento estuviéramos haciendo para sentarnos alrededor de la mesa. Era su punteado metálico, más efectivo que  las voces que con anterioridad daba mi madre cuando nos decía: ¡Todos a la mesa! 

Aquellos tiempos en familia pasaron. A mis padres los visito de vez en vez, cada cierto tiempo  y con mi hermano; que marchó a trabajar al extranjero, apenas tengo contacto. Una llamada telefónica al mes, poco más. Y vernos ¡Puff! hace años que no lo hacemos.

Mientras instalo la campana, pienso de nuevo en la ingenua magia que ejercía sobre nosotros y a la vez se lo explico a mi mujer y a mi pequeña de cinco años, y esta, me escucha con la inocencia de todos los niños a los que se les cuenta una historia maravillosa; con la boca abierta.
Cuando termino de colocarla, me dice muy seria:

– Papá ¿Me dejas hacer la magia?

Menudo compromiso; me digo a mí mismo. Pues todavía quedan unas horas para la hora de la comida. Haber como salgo de esta, sin decepcionar a mi niña.

–Bueno, tócala a ver qué pasa. Aunque te advierto que hacer magia es muy difícil y hay que entrenarse mucho, por lo tanto no te pongas triste si no ocurre nada.

–Vale. –Me contesta muy seria mientras cierra los ojos con fuerza y agarra la cadena.

Suenan dos toques límpidos ¡Talán, talán! 
Cuando cesa la reverberación broncínea, suena el tono del  móvil de mi esposa, que mientras habla con el interlocutor pone cara de sorpresa. Se despide, cuelga y nos dice con una lágrima emocionada resbalando por su mejilla.

–Tus padres nos invitan a comer en su casa. ¡Y estará tu hermano!


Derechos de autor: Francisco Moroz




martes, 17 de septiembre de 2019

Empujón






Vuelve a pedirme que la empuje, y yo hago oídos sordos a su petición mirando para otro lado como si el ruego no fuera dirigido a mí. No quiero complicarme la vida con pleitos, juicios y otras zarandajas legales.

Las madres me observan con suspicacia, como para pillarme en falta y poder denunciarme por acosador, por pervertido, o vete tú a saber porqué otras transgresiones más.

Pero la miro, y veo esa carita tan linda y esos ojos que en silencio, me ruegan que la impulse de nuevo, para subir hasta el cielo sentada en la silla del columpio.

¡Qué diantres, soy su padre!... La empujo sin remordimientos.

Derechos de autor: Francisco Moroz



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