miércoles, 30 de mayo de 2018

Mi pequeño hombrecito




Hoy domingo es un día especial, celebramos el cumpleaños de nuestro pequeño Fabián.

Mientras preparo la tarta rememoro aquellas etapas de su niñez pasada en la que fuimos tan felices, tanto su padre como yo. Sus primeros balbuceos y llantos, los biberones trasnochados y de madrugada. Los juegos compartidos tirados en el suelo de su cuarto, las pataletas cuando lo llevaba al colegio.

El día en que dio sus primeros pasos,  fue en el que nos hizo sentirnos tan orgullosos; pues era la señal de que empezaba a valerse por sí mismo, a descubrir su autonomía y a depender menos de nosotros.

El tiempo pasa inexorable sin tener en cuenta el sentimiento de los padres, no queremos que los hijos se hagan grandes, pues presentimos el peligro que corren lejos de nuestro amparo y nuestros brazos protectores. Tememos las malas compañías y los entornos conflictivos en los que ellos se habrán de valer sin nuestros cuidados.

Pero gracias a Dios Fabián es muy responsable y él sabe que en casa tendrá siempre a su madre que velará por su bienestar. Se siente a gusto conmigo y apenas sale de casa. Lo justo para ver a sus amiguitos, para compartir con ellos alguna fiesta.

Ahora mismo está en la cama, esperando a que vaya y le despierte con un achuchón y algunos  besos en los mofletes. 
Hoy es un día de celebración y alegría, pero sin embargo siento tristeza al recordar todo lo que ya ha pasado por nuestras vidas, sabiendo que muchos momentos entrañables y algunas personas ya no volverán; como por ejemplo su padre que nos abandonó prematuramente, agotado por tanta responsabilidad, cansado de trabajar de sol a sol para mantener a la familia.

Estoy segura, que en el instante en que mi pequeño sople las velas se me encogerá el estómago y se me hará un nudo en el corazón al adquirir conciencia de que llegará tarde o temprano ese día en que decida abandonar el nido, con deseos de formar su propia familia y un nuevo hogar. En esa coyuntura, sentiré como un puñal me traspasa las entrañas y por ello no deseo que llegue nunca.
Tendré que hacer un esfuerzo para que él no detecte que he llorado ni me vea apenada a causa de mis negativos pensamientos.

Me seco las manos en el mandil y agarro las muletas para dirigirme al cuarto de mi hijo y despertarlo con delicadeza y cariño. Son las doce y cuarto del mediodía, y si me descuido se le va a juntar el desayuno con la comida.

Cuando abro la puerta y subo la persiana me doy cuenta que su sueño es profundo; me acerco quedito y aparto sus muñecos de peluche, le doy unos cuantos besos, y cuando abre los ojos le sonrío y le abrazo con la fuerza que me deja mi artrosis y el dolor de espalda.

Y mientras se despereza le digo: -Buenos días ¡Feliz cumpleaños mi niño!
y observo confusa, las arruguitas que se le formaron en la frente y que junto a unas ojeras que le llegan al suelo, fruto de la trasnochada del sábado con los coleguitas del barrio, le hacen parecer mayor.

No en vano mi niño se está haciendo todo un hombrecito, creo recordar, a pesar de que he perdido mucha memoria, que hoy precisamente cumple cincuenta y seis añazos…

¡Ay! sin darnos cuenta como  se nos escurre el tiempo entre los dedos.




Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 28 de mayo de 2018

Divino tesoro





Cuando éramos jóvenes no teníamos paciencia ni límites a la hora de afrontar los retos cotidianos. Nos precipitábamos en la toma de decisiones sin dudar si la elección era arriesgada.

Estas son las palabras que transmito desolada a la paciente cajera del híper-mercado, mientras con manos temblorosas cuento las monedas despacito, una a una, y le pregunto sobre la conveniencia de haber seleccionado la leche sin lactosa y los yogures con bífidus activos, y de paso, explicándola con detalle parte de los achaques que sufro en silencio.

Derechos de autor: Francisco Moroz



miércoles, 23 de mayo de 2018

En acto de servicio





Deberías ver las rozaduras de mis talones antes de emitir tus opiniones juzgándome tan a la ligera.

Cada uno de nosotros ha aportado su dosis de sacrificio en esta guerra despiadada en la que ambos hemos participado por igual.
Tú luchaste en el frente, esquivaste balas, dormiste al raso, pasaste hambre y sed y perdiste a tus compañeros.

Yo tuve que soportar tediosas reuniones de estado donde se delineaban las estrategias a seguir. Asistir a aburridas cenas y fiestas de protocolo. Mantener la posición de firmes y sobre todo, dar taconazos a diestro y siniestro en las innumerables ocasiones en que saludaba a los generales.

Por tanto, compañero, no subestimes mis heridas que duelen tanto como las tuyas.

Derechos de autor: Francisco Moroz

miércoles, 16 de mayo de 2018

Santa paciencia




¡No seas impaciente! todo llega en esta vida, –me recriminas cuando te meto prisa–.

Que lo dice Shakespeare: “Qué pobres son aquellos que no tienen paciencia”.
Y la Santa Teresa en una de sus oraciones “La paciencia todo lo alcanza” Y “El tiempo y la paciencia son guerreros poderosos” como nos recordará un tal León Tolstói cuando llegue su momento.

– ¡Estoy de acuerdo! –respondo–, ¡Pero hombre! Si no empiezas a escribir de una vez tu novela cumbre, no creo que lleguen a conmemorarse los cien años de la publicación de eso que vas a titular: “El ingenioso hidalgo Don Qvixote de la Mancha.”

derechos de autor: Francisco Moroz

viernes, 11 de mayo de 2018

Sueño roto





Era nuestro sueño compartido, o eso pensaba yo hasta que me defraudaste.

En su sencillez radicaba todo su encanto. Consistía en que fueras libre, pero te conformaste con lo básico y elemental: El espejismo de la cotidiana seguridad que no era más que una rutina desesperante.

Nunca me consideraste como a una amiga que podría haberte ayudado a escapar del encierro al que estabas sometido.

Me desengañé el día en que dejé como al descuido la puerta abierta y tras unas horas de espera, te volví a encontrar picoteando el alpiste del comedero sin intención alguna de emprender el vuelo.


Derechos de autor: Francisco Moroz



lunes, 7 de mayo de 2018

La historia interminable





Nos enviaban de una patada a las duras calles, siempre emitiendo la misma respuesta: “No hay para todos.”

Al día siguiente nos volvíamos a organizar en grandes grupos y largas filas, nos armábamos de paciencia y esperábamos innumerables horas ante sus puertas. 

Volvían a recibirnos con cordialidad, como a viejos conocidos, para después de remover unos cuantos papeles y pulsar unas cuantas teclas, decirnos lo mismo de ayer pero con distintas palabras: “Volved mañana a ver si hay más suerte con la búsqueda de trabajo”.
Y así, hasta la desesperanza.


Derechos de autor: Francisco Moroz

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