Dedicado al niño de la eterna sonrisa
No soy muy amigo de lectura de libros
románticos. ¡Disculparme! No por ese tópico que muestra a los hombres enfrentados
con el romanticismo y la ternura. ¡Para nada! ¡Yo, lloro! y las lágrimas no
me avergüenzan cuando tienen un sentido. Se decir un: ¡Te amo! con
sinceridad, de corazón, sintiendo vibrar mis emociones cuando lo hago, pues la
persona amada lo merece.
¡No! no es por eso por lo que no me
guste leer libros de ese género.
Más bien no me gustan por lo edulcorado y artificial de sus argumentos, y las cursiladas típicas de los escritores, que salvando las honrosas excepciones redundan en situaciones tan ficticias como increíbles.
Argumentos pueriles, encuentros idílicos
entre personajes perfectos llenos de pasión desenfrenada, jóvenes aventureros, salvajes
de pelo largo y mujeres atractivas, sensuales y provocadoras
de libido exacerbado.
¡Bueno! quizá exageré un tanto para
que comprendáis a que tipo de novela y argumentos me refiero.
Pero hay otras historias de amor que te hacen recapacitar de verdad, esas que te llegan por casualidad y las ves o las lees por curiosidad, o tan solo para complacer a la pareja, que es más propensa a la ternura a la sensibilidad y al romance. Otro tópico con el que cargan las mujeres, pues no todas poseen esas cualidades.
Este es el caso de un libro que no pensé leer ni leeré, pero cuya historia adaptada al cine se me hizo más plausible. Eso, y la decisión democrática por mayoría absoluta para visionarla. Fueron las dos causalidades que me hicieron conocer esta obra. Sorprenderme con ella, y pulsar esa fibra sensible que todos llevamos dentro, y al mismo tiempo hizo surgir esta reflexión.
Cuando conoces a una persona que te hace reír, con la que disfrutas de cualquier ocasión emocionándote sólo con mirarle a la cara, se puede empezar a sospechar que “AMOR” que no Cupido, entró en escena, nunca es fácil el primer contacto con este tipo de seres especiales que cada uno va encontrando por el camino si es que los hados le son propicios, pero una vez que te relacionas con ellos es imposible olvidarles.
Amar y ser amado siempre será un privilegio a la par que una necesidad vital que nos completa como seres y nos hace humanos.
Los hay que se hacen los duros, los
pétreos e incluso se consideran algo así como autónomos y autosuficientes en
estas cuestiones amorosas. Pero ¡Ay! que equivocados están, que necesitados
estamos todos de una simple mirada que nos haga sentir especiales para alguien.
Hablo del “AMOR” con mayúscula, el de
letras grandes, el que es capaz de darlo todo sin pedir nada a cambio, sin
hipotecar al otro, sin condicionarlo, sin comprometerlo ni absorber
su propia forma de ser; sin intentar moldearlo a nuestro antojo. Amor de
entrega, casi de adoración, cuajado muchas veces de renuncia, sacrificio y lágrimas,
pero también de satisfacciones, alegrías y gozos compartidos.
Y es en ese instante, cuando esta conjunción de almas gemelas, se encuentra con pruebas y situaciones insostenibles, sin posible continuidad, sin futuro. Es entonces, que nos rompemos como cristales, pues los sentimientos son frágiles y el corazón es un músculo que palpita al ritmo de las emociones.
¿Cómo podríamos soportar el
sufrimiento de la pérdida de una persona amada? ¿Como nos despediríamos para
siempre sabiendo que no podremos sustituirla. Tampoco verla, besarla ni
acariciarla?
Es difícil decir adiós al que marcha, es lenta la agonía del que espera que esto suceda, sabiendo que va a suceder a corto plazo. No sabemos cómo manejar la situación ni elegir las palabras finales, no acertamos a canalizar nuestros sentimientos desbordados, entramos en barrena y vamos cayendo en un abismo negro y sin final.
Por eso admiro a los padres y a las madres que perdieron a sus hijos y siguen adelante con sus vidas sin olvidarles. A los hijos que siendo adolescentes perdieron a sus padres en la etapa de la vida en la que más los necesitaban.
Lloro por los amigos de la niñez que se
despiden en la estación de la vida para siempre, de las parejas eternas de
ancianos que respiraron el uno junto al otro hasta el fin. Pienso en las
despedidas, no es lo peor el que uno se marche sino que el otro se quede, anegado
en lágrimas y rodeado de soledad silenciosa del vacío dejado por el
que marchó.
Desolación es la palabra que describe la situación final de una catástrofe, en la que queda todo arrasado y destruido en ruinas.
¡Ya veis! empecé a escribir sobre mi opinión al respecto de las novelas con temática romántica, y termino de esta guisa.
Todo por una película que habla de amor
de pareja de adolescentes, como Romeo y Julieta, un amor profundo y verdadero.
Pero si los primeros tuvieron como obstáculo a su felicidad a unos Capuleto y a
unos Montesco, estos otros protagonistas tuvieron al Cáncer como enemigo
declarado de su historia de amor.
El mensaje, el único mensaje, es que hay que beberse la vida, comérsela, disfrutarla según la vivimos, no dejarla pasar de corrida sin aprovecharla. Sin sacarle los sabores, las texturas y los placeres. Aprovechando el encuentro con esas personas que hacen de nuestro paso por este valle de lágrimas un pequeño paraíso donde brillar con sus sonrisas, bailar con sus manos y aprender con sus palabras.
No sabemos lo que nos durará la maravillosa
compañía de los ángeles a las que amamos, por eso un: ¡Te quiero! nunca sobra,
un beso, un abrazo o una caricia pueden aliviar nuestras, y sus penas. Todo acaba
tarde o temprano, no esperemos a mañana para “AMAR” con mayúsculas, con el “AMOR”
de las letras gordas.
El título de la entrada como habréis reconocido es el de la canción de Eric Clapton, la que compuso para su hijo pequeño cuando murió de forma violenta. La película a la que me refiero: -Bajo la misma estrella-
¿Sabrías mi nombre si te viera en el cielo?
¿Sería lo mismo si te viera en el
cielo?
Debo de ser fuerte y seguir adelante.
Porque sé que mi lugar no está aquí en
el cielo.
¿Cogerías mi mano si te viera en el cielo?
¿Me ayudarías a resistir si te viera en
el cielo?
Encontraré mi camino a través de la
noche y el día.
Porque sé que no
puedo estar aquí en el cielo.
El tiempo puede abatirte, el tiempo puede doblar tus rodillas.
El tiempo puede romper tu corazón,
hacerte suplicar
Por favor.
Más allá de la puerta, hay paz, estoy
seguro
Y sé que allí no habrá más lágrimas.
En el cielo.
"Sólo
apreciamos lo que tuvimos cuando lo perdemos, y entonces siempre es tarde para
rectificar los errores y decir las palabras que no dijimos."
Derechos de autor: Francisco Moroz