Hay días en los que la jornada se te resiste. levantarse de la cama y despegarse de las sábanas ya cuesta, pero hacerlo cuando el frío aprieta y la lluvia cae allá afuera es tremendamente difícil.
¿Qué sacrificio puede haber mayor que ese? Bueno sí, el de abandonar el cálido hogar para abonarte a la habitual caravana de automóviles, en la que aparentemente nos dirigimos todos al mismo sitio. Los soñolientos conductores parecen tener el pie puesto en el freno para no llegar nunca a los respectivos puestos de trabajo y eso, origina atascos que quitan las ganas de seguir adelante si no fuera porque la marcha atrás es imposible.
Cuando llegas, acción que nunca conseguirás realizar con puntualidad, te agobias pensando en lo que queda por delante de periplo laboral, cuando todavía no has empezado con ello, y diriges tus pasos arrastrados a la máquina del café soluble, que siempre sabe a poco y al que siempre le falta algo: si no es el café es el azúcar y si no el agua. Perra vida la del currante inconformista, al que siempre le falta algo para sentirse a gusto.
Tiendes los brazos hacia los laterales, o a lo alto y en paralelo, como si te dispusieras a hacer algún ejercicio aeróbico, y te estiras hasta casi desencajar los brazos de los hombros, y te desentumeces y bostezas largamente y te pones a la labor; esa labor repetitiva que te espera donde la dejaste, ningún voluntario se ofrece nunca a realizarla por ti y menos, los encorbatados señoritos que aparecen sobre las 11 AM, con cara de tener muchos asuntos pendientes y estar super, hiper, mega ocupados.
Por lo tanto te toca a ti, impepinable, ineludible, inaplazable, irremediablemente, no solo realizar lo tuyo sino lo de ellos.
Para eso te pagan el salario de borrachera que te pagan.
De borrachera por la risa que entra cuando ves la nómina, y la flojera posterior cuando recapacitas que con él, difícilmente llegarás a final de mes sin hacer juegos malabares. Después te entran ganas de llorar y te pones triste. Ciertamente trastabilleas y te tambaleas cual beodo alcoholizado. ¿Borracho yo? ¡Tururú!
Desesperado más bien.
Para más Inri ahí viene el soplaflautas de turno, el que toca las narices con las prisas, las entregas urgentes y los plazos previstos.
¡Dios mío! ¿Qué he hecho para merecer esto?
Esta pregunta te la sueles hacer pero muy bajito, como si la pensaras para adentro, porque si alguien la oye te pueden endosar eso de: ¡Haber estudiado más! O la otra muy recurrida: ¡Es lo que hay! Como si en la actualidad dependiera de los estudios y la cultura personal, eso cada vez más extraño de tener un trabajo bien remunerado, divertido y facilito de hacer. Y por el otro lado lo de: ¡Es lo que hay! es una falacia inventada por empresarios aprovechados para exprimirte al máximo, valorarte poco; e infravalorar tu trabajo para no tener que soltar euros en exceso.
Esos mismos que van diciendo: "Los negocios están para ganar dinero". Lo que no concretan es quién gana ese dinero habitualmente y a costa de quienes lo consiguen.
¡En fin! a los pobres trabajadores, según marchan las cosas nos tocará aportar en el futuro algo de nuestro escaso pecunio a las empresas; para que estas nos permitan personarnos a trabajar y con ello satisfacer nuestras necesidades laborales y sentirnos satisfechos, por colaborar en el desarrollo de la nación y de su pujante economía.
Valientes sinvergüenzas están hechos los que abusan de las coyunturas y los que permiten tales abusos por parte de los que siempre tienen la sartén por el mango; aunque la tortilla siempre esté dando la vuelta.
Esa casta heredada de elegidos a dedo, o lo que es peor, elegidos por los contribuyentes, que siempre caemos en la misma trampa con los mismos cebos de promesas incumplidas, y el grosero engaño posterior, al depositar nuestro papelito en esas urnas que parecen reírse de nosotros cuando nos damos la vuelta.
No nos queda otra que seguir bregando, cumplir las leyes a rajatabla y continuar oyendo: ¡No te puedes quejar, al menos tienes trabajo! Pero señores, si gasto más en carburante y transporte público que lo que me aporta ese alucinante empleo, regalo de los dioses y la oligarquía empresarial bien-amada.
Y entretanto para animarnos en nuestra rutinaria actividad de desempleados o empleados a medio pelo, nos bombardean con noticias positivas y gratificantes, que nos enardecen, nos suben la moral y nos llenan de orgullo nacional, al comprobar con satisfacción la honestidad de nuestros altos cargos políticos, padres de la nación e hijos de la gran madre P...atria.
Cuanta desgracia en las familias sin ingresos y cuanto desgraciado zascandileando entre los escaños. Cuanta miseria en el pueblo y cuanto miserable predicando reformas y recortes, que ciertamente siempre afectarán con suma efectividad, a esos que siempre tienen la bota encima de la cabeza, esos que tiran del carro mientras los otros les arrean. Esos que cada vez son más reacios a levantarse por la mañana para seguir trabajando, pensando que cualquier mañana, en vez de integrarse en una impaciente caravana de coches a las entradas de la ciudad o en sus salidas, pueden engrosar esas otras largas filas de gentes penitentes sin esperanzas, a las puertas de unas oficinas que por cierto, no sirven para nada más, que jugar con estadísticas nefastas.
La triste realidad es que los ladrones y los incompetentes siempre están dentro de las grandes instituciones. Las personas de valía, con estudios y educación, los que se baten el cobre diariamente para sobrevivir en una sociedad cada vez más injusta, más desequilibrada y con menos ilusión en el futuro. Esos, son los que están afuera, los excluidos de las grandes decisiones de los próceres que solo en teoría, están al servicio del pueblo llano, impenitente, sufrido e inconformista.
Cada vez somos más los indignados a los que califican como terroristas incívicos. Nuestras pancartas como puras apologías a favor de la violencia. Las reivindicaciones manifestadas pacíficamente son tratadas como revueltas para derrocar al gobierno. Según ellos somos ciudadanos egoístas que no estamos contentos con nada de lo mucho que nos dan con generosidad apabullante; velando ellos, por nuestros intereses fundamentales de "pan y circo".
A base de decepción, nos hemos convertido en personas que nos aburrimos en casa viendo los partidos de fútbol y telebasura que nos administran para anestesiar los sentidos, desviando la atención de los problemas que nos cercan por todos los flancos. Nos hemos transformado en individuos con ganas de armar la marimorena y complicarles a "Ellos" sus consentidas existencias de garrapatas institucionales, y sanguijuelas con cartera ajena, robada al descuido. Nos temen como a acosadores de sus falacias y bienestares.
En las próximas elecciones lo tengo decidido: votaré a mi perro, o por el del vecino, que yo no tengo. Ciertamente son animales más nobles, fieles y honrados e incapaces de traicionar al que les da de comer, mucho más que todos esos otros de dos patas que pululan como mosquitos en pantano... esos que solo sirven para chuparte la sangre y vivir a tu costa en una orgía continua de auto-complacencia.
Como me gustaría que nos pusiéramos las caretas de V de Vendeta y salir a las calles a pedir lo nuestro... incluso sin caretas.
Muy por el contrario, creo que nos queda cada vez menos para ponernos todos juntos, en filas prietas, delante de los bancos y los ministerios y gritar eso de:
¡Queremos Soma!¡Queremos Soma! que ya gritaban los sometidos, en ese libro visionario escrito por Aldous Huxley donde se imaginaba una sociedad perfecta...
para los que mandaban ¡claro!
¡Dios! cuanta ironía.
Que malos son los Lunes para la reflexión.