martes, 10 de noviembre de 2015

Damnatio ad bestias


Presentado a concurso en Círculo de escritores, con la temática: "Gladiadores"



A una señal del editor del espectáculo, sonó la trompa que señalaba el comienzo de lo que sería una jornada de enfrentamientos en los que la sangre correría por la arena empapándola de rojo.

Los gritos de la plebe apretujada en las gradas hacían vibrar las piedras del circo. Enfervorizados, clamaban la salida de los primeros contendientes que se batirían a muerte…

El promotor de estos juegos era un senador. Patricio orgulloso y violento donde los hubiera. Su caprichosa personalidad era de temer por los esclavos y personal a su servicio. Cualquier detalle que no considerase a su gusto, podía ser motivo suficiente para terminar de forma cruel con la vida del responsable de tal descuido para con su persona...

Los primeros en salir fueron los bestiarii, como el protocolo exigía, no eran gladiadores propiamente dicho, sino hombres entrenados para enfrentarse a fieras salvajes en un recinto cerrado, donde no era posible la escapatoria ni para los hombres ni para las fieras. 

Entre los cinco que salieron a la arena, un fornido negro armado con lanza y puñal y cubierto solamente con un taparrabos, causó las delicias de las féminas que contemplaban esta “Damnatio ad bestias” que prometía la suficiente violencia y emoción como para recordar durante semanas.

Akinlana era su nombre, un nigeriano sometido a la esclavitud desde la juventud junto a su familia. Entrenado y acostumbrado a sufrir, a luchar, y sobrevivir a pesar de todo.

Era el más famoso y reconocido de todos los venatores. Él sólo, había sido capaz de vencer en una ocasión a un oso únicamente con sus puños; de ahí esas cicatrices que lucía con orgullo en su costado como recordatorio de aquel encuentro.

Esta vez lo que salieron por las puertas enrejadas fueron una pareja de leopardos, tres leones y un tigre. 
Los cinco luchadores se prepararon con las piernas separadas y semiflexionadas para recibir a las fieras. En un principio los animales desorientados y asustados por el griterío rehuían la lucha arrimándose a las paredes del circo; pero azuzados por los sirvientes con hierros candentes, se enfurecían y se lanzaban ciegos hacía los que consideraban responsables de su tortura.

Akinlana se enfrentó a uno de los leones mientras sus compañeros elegían presa.
Los leones son lentos y se limitan a repartir zarpazos y abalanzarse contra la víctima, con lo cual lo tenía fácil y su rival no duró mucho, lo justo hasta que Akinlana le diera la puñalada de gracia que lo tumbó definitivamente en el suelo. 
La turba estaba entregada y jaleaban al hercúleo africano que les regalaba esas sensaciones de poderío.

Esta vez fue el negro venator el que eligió a su contrincante. Mientras el resto de bestiarii se repartía el esfuerzo con el resto de fieras. 
Se fijó en el tigre. ¡Ese era suyo! Él lo consideraba el más poderoso de los animales salvajes. Su fuerza y agilidad lo convertían en un digno contrincante.

El tigre lo observó acercarse ralentizando sus movimientos, disponiéndose al salto. El bestiarii color de ébano lo esperaba de tal manera que el salto no le pilló desprevenido, y con una voltereta por el suelo se libró del felino que cayó en falso sobre la arena.

En este preciso momento Akinlana “El valiente”, supo que iba a sucumbir, pues, iba a dejarse matar por el soberbio animal rayado. Agarró el arma con fuerza.
Su destino estaba escrito desde que una esclava, sometida al poder de Roma pereció.

Su lanza describió una parábola perfecta, una trayectoria definida que terminó en el pecho del senador. El único causante de la muerte de su querida madre.


                                                                                                              Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 8 de noviembre de 2015

Casi se me olvida que te amo




Casi se me olvida que te amo
por culpa de este ritmo que arrastramos,
a causa del ruido que amontona, 
nuestras voces que se pierden en tumulto.

Culpables las rutinas repetidas,
las ciento de consignas infringidas,
también el arrebato perentorio,
la falta de tiempo y nuestras prisas.

Y es cierto que me emociono,
si te veo enamorada,
llenando mis sentidos de deseos,
pretendiendo atraparme cada día.

Son tus lazos de romántica alegría,
entretejes el amor como hilandera.
Y con arte y pasión de curandera
 desinfectas las heridas de mis miedos.

los que tengo al no saber corresponderte,
y al no poder compensar tu dulce esmero.
Miedo a ser poco de lo mucho que mereces,
y no merecer lo que me das con tanto celo.

 Y sabes bien que la entrega es el anhelo
completar junto a ti nuestro proyecto,
que una vida no me basta para amarte ,
cuando encima se me escurre entre los dedos.

Te prometo no cansarme de mirarte,
conquistarte con detalles y requiebros,
estar junto al calor de tu regazo,
 y pegarme con mis labios a tus besos.

Y quererte cada día,
 como si fuera el final de nuestra historia,
como si no hubiera lugar para otro encuentro,
en este frágil mundo que habitamos.

Casi se me olvida que te amo,
a causa de esta vida que lastima
y pienso y me pregunto ¿Qué pretendo?.
Estúpido de mi, si no te guardo.

No quiero arrepentirme de perderte,
 lo mejor que me ha ocurrido está en mis manos,
y por eso te lo digo con mis letras,
más tarde esto lo haré con mis abrazos.


Derechos de autor: Francisco Moroz


jueves, 5 de noviembre de 2015

Excepcional





Mi nombre es Sarabi, al menos conservo este dato en la memoria, es algo que todavía no he perdido, tampoco la dignidad como hombre. Sin embargo si he perdido otras muchas cosas importantes que se quedaron por el camino, por el largo camino de la vida que que me tocó en suerte, de la que no reniego a pesar de lo pasado, de lo sufrido, y lo llorado.


No siempre fue así, yo era un hombre completo: con mis conocimientos, mi cultura. mi familia, mi trabajo como pescador.

Compartía momentos, viajaba, paseaba bajo el sol y la lluvia; charlaba visitaba y era visitado por los amigos. Hasta que se cruzó por mi camino la desdicha disfrazada de guerra, de horror, de muerte y destrucción.

Ya nada volvió a ser igual, lo perdí todo, pues lo dejé atrás con mi marcha precipitada. No como cobarde que escapa, sino como derrotado. Acosado por mis perseguidores, esos que tras acabar con mis ilusiones de presente querían acabar con la esperanza de mi futuro.

Lo primero que se quedó atrás fueron los seres a los que amaba, con los que iluminaba los sueños nocturnos y abonaba mis pensamientos diarios. Por ellos emprendí el gran viaje a través de campos baldíos y estepas secas. Soy de África, donde mi nombre significa espejismo, y como persiguiendo alguno de ellos caminaba, con la mirada siempre puesta en un horizonte lejano e ilusorio. ¡Huyendo diréis! Yo digo: ¡Buscando una puerta de salida!

Y aquí me planté entre vosotros, con mis huesos doloridos y mis pies cansados, pidiendo ayuda, una oportunidad para seguir existiendo como persona y seguir teniendo una excusa para no rendirme al abatimiento y al fracaso.

Pagué cara la insensatez de embarcarme en la tarea de averiguar lo que había más allá de ese mar interminable lleno de acechanzas y peligros. Quise cerciorarme, de que era verdad lo de la tierra prometida que me aseguraban iba a encontrar una vez desembarcara.

Y conseguí que buenas gentes me dieran asilo, me alimentaran y cuidaran durante unos días, me repuse, rebroté de nuevo en expectativas y me dije: ¡No todo está perdido!¡He llegado a una tierra de promisión donde poder labrar y recoger mis frutos!


Pero el tiempo pone a cada cual en su lugar, y después de requerir un trabajo o alguna manera de ganarme el pan que me daban, me quedé con la mano extendida en la esquina de una calle, durmiendo envuelto en cartón y solventando mi penuria de la caridad, envuelto en trapos y podredumbre.


Me he dado cuenta que a pesar de mi color o tal vez por ello mismo, he conseguido aquello deseado por muchos, sin saber lo que anhelan en realidad. Un super-poder que te humilla y denigra como ser humano; un poder que muchos creen excepcional, pero que a nadie deseo le sea concedido nunca:


El don de la invisibilidad.




                                                                                  Derechos reservados de autor: Francisco Moroz

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