Presentado a concurso en Círculo de escritores, con la temática: "Gladiadores"
A una señal del editor del
espectáculo, sonó la trompa que señalaba el comienzo de lo que sería una
jornada de enfrentamientos en los que la sangre correría por la arena empapándola
de rojo.
Los gritos de la plebe apretujada en
las gradas hacían vibrar las piedras del circo. Enfervorizados, clamaban la
salida de los primeros contendientes que se batirían a muerte…
El promotor de estos juegos era un
senador. Patricio orgulloso y violento donde los hubiera. Su caprichosa
personalidad era de temer por los esclavos y personal a su servicio. Cualquier detalle
que no considerase a su gusto, podía ser motivo suficiente para terminar de
forma cruel con la vida del responsable de tal descuido para con su persona...
Los primeros en salir fueron los
bestiarii, como el protocolo exigía, no eran gladiadores propiamente dicho,
sino hombres entrenados para enfrentarse a fieras salvajes en un recinto cerrado, donde no era posible la escapatoria ni para los
hombres ni para las fieras.
Entre los cinco que salieron a la arena, un fornido negro armado con lanza y puñal y cubierto solamente con un taparrabos, causó las delicias de las féminas que contemplaban esta “Damnatio ad bestias” que prometía la suficiente violencia y emoción como para recordar durante semanas.
Entre los cinco que salieron a la arena, un fornido negro armado con lanza y puñal y cubierto solamente con un taparrabos, causó las delicias de las féminas que contemplaban esta “Damnatio ad bestias” que prometía la suficiente violencia y emoción como para recordar durante semanas.
Akinlana era su nombre, un nigeriano
sometido a la esclavitud desde la juventud junto a su familia. Entrenado y acostumbrado
a sufrir, a luchar, y sobrevivir a pesar de todo.
Era el más famoso y reconocido de todos
los venatores. Él sólo, había sido capaz de vencer en una ocasión a un oso únicamente
con sus puños; de ahí esas cicatrices que lucía con orgullo en su costado como
recordatorio de aquel encuentro.
Esta vez lo que salieron por las
puertas enrejadas fueron una pareja de leopardos, tres leones y un tigre.
Los cinco luchadores se prepararon con las piernas separadas y semiflexionadas para recibir a las fieras. En un principio los animales desorientados y asustados por el griterío rehuían la lucha arrimándose a las paredes del circo; pero azuzados por los sirvientes con hierros candentes, se enfurecían y se lanzaban ciegos hacía los que consideraban responsables de su tortura.
Los cinco luchadores se prepararon con las piernas separadas y semiflexionadas para recibir a las fieras. En un principio los animales desorientados y asustados por el griterío rehuían la lucha arrimándose a las paredes del circo; pero azuzados por los sirvientes con hierros candentes, se enfurecían y se lanzaban ciegos hacía los que consideraban responsables de su tortura.
Akinlana se enfrentó a uno
de los leones mientras sus compañeros elegían presa.
Los leones son lentos y se
limitan a repartir zarpazos y abalanzarse contra la víctima, con lo cual lo
tenía fácil y su rival no duró mucho, lo justo hasta que Akinlana le diera la
puñalada de gracia que lo tumbó definitivamente en el suelo.
La turba estaba
entregada y jaleaban al hercúleo africano que les regalaba esas sensaciones de poderío.
Esta vez fue el negro venator el que eligió a
su contrincante. Mientras el resto de bestiarii se repartía el esfuerzo con el
resto de fieras.
Se fijó en el tigre. ¡Ese era suyo! Él lo consideraba el más
poderoso de los animales salvajes. Su fuerza y agilidad lo convertían en un digno contrincante.
El tigre lo observó acercarse
ralentizando sus movimientos, disponiéndose al salto. El bestiarii color de
ébano lo esperaba de tal manera que el salto no le pilló desprevenido, y con una
voltereta por el suelo se libró del felino que cayó en falso sobre la arena.
En este preciso momento Akinlana “El valiente”,
supo que iba a sucumbir, pues, iba a dejarse matar por el soberbio animal rayado. Agarró el
arma con fuerza.
Su destino estaba escrito desde que una
esclava, sometida al poder de Roma pereció.
Su lanza describió una parábola perfecta,
una trayectoria definida que terminó en el pecho del senador. El único causante
de la muerte de su querida madre.
Derechos de autor: Francisco Moroz