Lo que leeréis es un pequeño relato, de los que suelen aparecer de vez en cuando en estas páginas virtuales. Sería uno más si no fuera especial para mi ¿Por qué? por poseer en sus renglones un sentimiento compartido como es el amor por las letras escritas.
Desde hace bien poco una joven seguidora del blog me pidió que supervisase algo escrito por ella, de ahí surgió una complicidad que ha originado en este caso, este relato corto que tiene esa delicadeza en su interior que yo no hubiera sabido trasmitir. Ese matiz romántico que a los hombres nos falta en tantas ocasiones.
El caso es, que ella lo imaginó y lo escribió, yo tan sólo lo pulí y cambié algunas palabras. El resultado es este, y ambos quisimos compartirlo con vosotros, con la esperanza de que os guste y lo disfrutéis.
¡Baila! ¡Baila! ¡No dejes de bailar!
Desde hace bien poco una joven seguidora del blog me pidió que supervisase algo escrito por ella, de ahí surgió una complicidad que ha originado en este caso, este relato corto que tiene esa delicadeza en su interior que yo no hubiera sabido trasmitir. Ese matiz romántico que a los hombres nos falta en tantas ocasiones.
El caso es, que ella lo imaginó y lo escribió, yo tan sólo lo pulí y cambié algunas palabras. El resultado es este, y ambos quisimos compartirlo con vosotros, con la esperanza de que os guste y lo disfrutéis.
¡Baila! ¡Baila! ¡No dejes de bailar!
Ella es observada, él no puede parar de mirarla. Solo
se oye el rasgueo de su lápiz al ritmo de su danza.
No hay música, no hay prisa ¿Por qué bailar?... ¿Por
amor quizá?
Sus labios entreabiertos y sus manos delicadas, sus
rizos dorados y su piel blanca casi transparente, la hacen parecer perfecta.
Los ojos cerrados, sintiendo el silencio mientras los
copos de nieve caen pausados sobre ella. Los del joven abiertos para captar
todos los detalles.
Ella baila para él, lo presiente. El muchacho la
dibuja, mientras olvida que en su mundo no es real. Se empapa de sus
movimientos y los traza con mano hábil de artista. Se siente pareja de baile
junto a ella.
Su lápiz se mueve por el papel trazando curvas, de la misma
manera que el cuerpo femenino a través del cristal, tan cercano e inalcanzable.
Ni siquiera se conocen. Tal vez se pudiera presentir
que son amantes clandestinos que se encontraron en un instante de soledad, o
tal vez amigos incondicionales que comparten un efímero momento. Lo único que
se podría afirmar, es que se admiran y se acarician con los ojos.
Ella tiene la expresión relajada, pero seguro que
desearía ver su boceto; posar su mirada en los trazos de grafito, reconocerse
en ellos y difuminarse también.
Él no puede dejar de observar su cuerpo como filigrana
en movimiento.
Sus ojos se pasean libres en sus formas. No
puede decidir que curva le gusta más, si la de su sonrisa, o la de su de
perfilada cintura.
…Y entonces la nieve deja de caer, ya no
cubre su pelo dorado, ni su piel blanca
El lápiz experto se levanta del papel y el muchacho
artista se acerca a ella para susurrarle su admiración. Le resulta muy extraño
que haya dejado de nevar.
La recoge con manos temblorosas ¡Qué
pequeña se ve allí adentro! ¡Qué frágil! ¡Qué insignificante!
Él, agita la bola de cristal y la nieve
empieza a caer de nuevo por el escueto paisaje cubriéndola toda. Ella sigue
hierática en su danza eterna, incluso cuando la esfera transparente se
resbala de entre sus manos y se hace añicos contra el suelo de
madera, emborronando el esbozo del dibujo de una preciosa bailarina.
Ya no hay nieve, sólo queda un pequeño charco de agua.