En la habitación parpadean unas
luces azules y amarillas, un foco ilumina el centro de una mesa. Alrededor de
ella cinco hombres importantes controlan los designios de todo el mundo. Unas
pantallas de ordenador son testigos mudos del enfrentamiento.
En estos momentos el silencio reina
en el habitáculo, un silencio que se podría cortar con un cuchillo a causa de
la tensión con la que está cargado.
De pronto uno de los individuos con
galones, habla para decir al que tiene en frente:
-Creo que esta zona la acabas de
perder campeón, tu estrategia de defensa no ha sido la más adecuada. Has
apostado tus tropas en un llano donde son visibles desde lejos, siendo blanco
fácil para mis soldados y mis cañones.
-¡No puede ser! – responde el otro
enrabietado. Creía que los árboles de ese bosque cercano me ocultarían de tus
oteadores. Pero espera, creo que tengo una sorpresa para ti...
Coge una de las tarjetas que tiene a
su lado y después de leerla sonríe enseñando los dientes cual lobo a punto de
lanzarse sobre su presa.
-¿¡Qué!? –dice el otro.
-Malas noticias para ti mi
comandante acabas de morir a causa de un certero disparo realizado por uno de
mis francotiradores apostados en esos matorrales que no has visto. Muevo a mis
unidades a posiciones más ventajosas mientras tú pruebas suerte en tu turno a
ver si consigues ascender a alguno de tus capitanes para que asuma el mando.
-El primero pega un puñetazo encima del tablero que descoloca alguna de las
piezas situadas en los casilleros-.
-¡Eh, Eh, Eh! –dice un tercero,
tranquilo colega, esto es como el ajedrez, un juego de caballeros, si no sabes
perder te levantas y te relajas dándote cabezazos contra la pared. Estas
partidas son serias y se necesita cierta disciplina militar, para encajar los
resultados negativos de tu mala gestión como estratega.
-¡Bien dicho mi general!- responde
un cuarto-. Pero usted descuidó la retaguardia en su anterior jugada y me
toca mover a mí. -y mientras se dirige con esas palabras a su mando superior,
coloca por detrás y por delante de unas figuritas de soldados vestidas de
verde, otras con soldados coloreados de rojos y unas más con forma de tanques.
- Creo que acabo de desbaratar
los planes de avance por este sector, está usted bloqueado.
-Me caguentó! ¡No es posible!¿De
donde han salido estas piezas?¡Maldita sea tu estampa!
-General, dice el comandante, aplíquese la consigna que me dio
hace un ratito. Hay que saber encajar las perdidas, y ya que hemos sido
derrotados y nos hemos quedado sin munición y sin territorio que conquistar y
defender para nuestros respectivos países ¿Qué
le parece si salimos afuera a echar unos pitillos?
En ese momento las paredes y el
suelo empiezan a temblar como por efecto de un terremoto, vibran los paneles y
las luces azules se ponen rojas e intermitentes. Los ordenadores enloquecen
entre pantallazos; unas sirenas angustiosas empiezan a emitir su alarmante
sonido y otro más ronco se superpone a él.
Los cuatro individuos miran a un
quinto con la incertidumbre y el miedo pintado en sus rostros.
Uno de ellos, el malogrado general,
interroga con la mirada al personaje en cuestión, que se encuentra cerca del
tablero de mando, y este, se encoge de hombros y les dice con voz pausada a los
otros cuatro:
-Creo que acabo de derrotaros a
todos, de manera magistral.
-¿Cómo? -pregunta el comandante.
-Cuestión de suerte y oportunidad.
Pues en la tarjeta que cogí en mi turno de jugada ponía: "Puedes apretar
el botón rojo y con eso concluirás la partida siendo ganador absoluto de los
juegos de guerra nuclear".
Mientras
el quinto hombre comunica esto a sus cuatro compañeros, afuera, en la
explanada, se abren las compuertas de los silos donde se almacenan los misiles
de largo alcance con ojiva activada, que apuntan al resto de naciones.
En unos escasos 15 minutos quedará terminado definitivamente este pasatiempo tan entretenido en el que seguro quedará mucho escombro y devastación y al menos 10 millones de almas menos. Y lo peor de todo es, que los juegos de rol crean adicción y otros, podrán volver a jugar otra partida.
Derechos de autor: Francisco Moroz