Hemos
tomado una posición avanzada donde tenemos una panorámica bastante completa de
la zona. Nos parece mentira el poder haber llegado hasta esta costa después de una
jornada interminable y agotadora llena de penurias. El
calor se ha convertido en nuestro peor enemigo durante la marcha, y ahora que
estamos observando desde arriba vemos que lo más penoso está por comenzar.
Después
de arengar a los que me acompañan, impartiendo órdenes que coordinen nuestra
maniobra y durante unos interminables minutos de tensión contenida, nos
lanzamos a lo que presiento, será una misión imposible de la que algunos de
nosotros guardaremos memoria traumática durante un año al menos, si es que sobrevivimos a semejante experiencia.
Al
principio avanzamos con decisión, pero calmados y expectantes. Sobre todo cono ganas de acabar con la
misión a la mayor brevedad posible, aunque el sufrimiento llegue a ser
insoportable nos agarramos a la esperanza de la victoria.
El aire nos acribilla el cuerpo con miles de granos de arena. Me identifico con Lawrence de Arabia sorteando las dunas en su lucha contra los turcos.
El aire nos acribilla el cuerpo con miles de granos de arena. Me identifico con Lawrence de Arabia sorteando las dunas en su lucha contra los turcos.
Durante
los primeros cien metros todo parece despejado, pero es una vana ilusión, pues los
primeros obstáculos se interponen en nuestro camino. Tropezamos con cuerpos
quemados, abandonados e inermes, casi desnudos que yacen tirados en el suelo consumidos por un sol
de justicia. Los integrantes de mi compañía, asustados por ese futuro incierto que les acecha también a ellos, intentan no pisarlos.
Resulta más que imposible avanzar sin sufrir algún percance, mientras nos ensordecen los gritos del enemigo que parece querer confundirnos con su algarabía caótica en un intento de que abortemos nuestra empresa suicida, algo así como lo que aconteció en la batalla del Bruch y en Carrhae.
Resulta más que imposible avanzar sin sufrir algún percance, mientras nos ensordecen los gritos del enemigo que parece querer confundirnos con su algarabía caótica en un intento de que abortemos nuestra empresa suicida, algo así como lo que aconteció en la batalla del Bruch y en Carrhae.
Un tiro casi a bocajarro da en el blanco en uno de mis brazos, me quejo tocándome la parte afectada donde recibo el impacto de un objeto volador no identificado, tal como en la serie de Expediente X.
Al no sufrir lesión grave sigo con pasos precipitados junto a los demás, esquivando el choque directo con el adversario, obcecado como está en
cerrarnos el paso hacia nuestro objetivo. Interponiendo barreras disuasorias estratégicamente
camufladas dispuestas en el suelo como
trampas. Redes, telas, estacas, objetos electrónicos ¿Me pareció ver algún Libro?
Lo que ocurrió en la playa de Omaha fue poco en comparación con esto.
El
agotamiento hace mella en nuestros organismos, deshidratados. No hay lugar
donde pararnos a descansar. Echamos mano a nuestro pesado equipo de campaña sobre la
marcha, buscando con que reponer las fuerzas gastadas, hasta que alguien consigue encontrar un poco de agua caliente que es consumida entre todos en
unos instantes y que se evapora al entrar en contacto con nuestros resecos y agrietados labios, pero consiguiendo mitigar momentáneamente la sed e insuflándonos nuevos bríos marciales.
Al fondo y un poco a la derecha vemos la zona
a conquistar. Parece despejada y nos lanzamos en una carrera desesperada hacia
el lugar indicado por mi dedo; que de esta forma se transforma por un instante en orden
perentoria de lo que puede significar nuestra última
oportunidad de conseguir el lugar que convertir en base de operaciones, un cacho de terreno firme donde
poder refugiarnos, descansar, y atacar la segunda fase de la operación denominada por el alto mando logístico
femenino: “Verano de sol y playa.”
Clavo
la sombrilla como bandera en Iwo Jima y poniéndome la palma de la mano como
visera, visualizo en la lejanía, un pedazo de mar que se convierte en el siguiente reto
que afrontar.
La “Generala” con los brazos en jarras y la segunda al mando, su hija convertida en mi mujer, pero que se pone la máscara que guarda para estas ocasiones que la hace parecer una psicokiller en potencia; marcarán el territorio con toallas entendidas, mochilas y neveras de camping.
Se quedarán como defensoras de la cabeza de playa que hemos conseguido con tanto esfuerzo. Cual defensoras del fuerte del Álamo en Texas, en una actitud de: "No pasarán" salvo por encima de nuestros cadáveres.
Se quedarán como defensoras de la cabeza de playa que hemos conseguido con tanto esfuerzo. Cual defensoras del fuerte del Álamo en Texas, en una actitud de: "No pasarán" salvo por encima de nuestros cadáveres.
El
resto de los miembros de la aguerrida tropa asaltamos la orilla, armados con gafas de buceo,
flotadores, manguitos y pistolas de agua a la conquista por derecho, de esa inmensidad mediterránea
de la que nos corresponde un trocito. Con el ímpetu arrollador de las tropas del desembarco de Normandía, pero al revés; más parecido si cabe a Carros de fuego por lo del calzón corto y la carrera desesperada por el triunfo.
En
el instante que comienzo a avanzar, un nuevo tiro me da de lleno en el pecho;
pero hago gala de mi terca determinación devolviendo la pelota con un tremendo
patadón que la manda casi hasta el paseo marítimo haciendo oídos sordos a los
improperios que recibo en un idioma incomprensible por parte del agresor.
Peor fue el golpe recibido
con el frisbee, ese si me dejará un moratón.
Este
es nuestro territorio y lo defenderé con ahínco del guiri invasor.
Como
mandan los cánones y dijo el gran Groucho Marx:
Derechos de autor: Francisco Moroz