Mi aporte para: #creaunahistoria
¡Te estás matando Mario! me decían cada vez que me cruzaba con ellos.
Los amigos hace tiempo se habían ido alejando gradualmente de mi , desentendiéndose de mi persona conflictiva y a causa de los recientes vicios adquiridos en los que como mosca en tela de araña había caídoy en los que me hallaba sumido irremediablemente.
Todo empezó con un cigarro, que suponía para mi, el oxigeno diario para seguir caminando al menos como zombi abotargado, evadiéndome de mi problemática y viviendo por inercia. Lo malo es que a la primera cajetilla le seguía la segunda y el dinero se me iba en humo.
Mi situación era deprimente, pues después del despido vino el paro y después la falta de prestaciones. El sentimiento de fracaso existencial y de culpa se instaló en lo más profundo de mis entrañas haciéndome insensible a cualquier estímulo.
Como en un efecto dominó, la situación se hizo insoportable. Pues mis frecuentes alteraciones nerviosas ocasionaban cada vez más discusiones violentas y altercados con mi familia. Mi mujer se llevó a los chavales un buen día y yo me quedé como trapo sucio tirado en el sillón, indiferente a los latidos de mi corazón abocado a la desidia y visionando tele-basura.
Fumar compulsivamente se volvió inevitable para sosegar mi espíritu, pero ampliaba a la contra esos dolores de pecho que me hacían toser de forma desgarradora y desesperante para las personas que tenía alrededor.
Dejé de buscar trabajo, inútil todo esfuerzo, nadie quería a un malogrado apático, a alguien que se sentía como tal y no quería levantar cabeza sumido en su propio pozo de amargura y abandono.
Entonces llegó él y me liberó de mis pesares. Lo encontré en el bar cada vez más frecuentado por mi arrastrada persona. Él mitigó mi sensación de derrota. Él me ánimo en los peores momentos y me acompañaba copa tras copa hasta que perdía el sentido y la noción del tiempo.
El alcohol entró en mi vida como amigo fiel y acabó con lo que quedaba de mí. Me aisló de la realidad, como envasado al vacío, licuando lo que quedaba de lucidez en mi triste persona. Convirtiéndome en guiñapo. Un camarada más, que al fin y al cabo también me daba la espalda cada noche en forma de fuertes resacas. Dejándome abatido, pesaroso, resentido y hundido en la más absoluta de las miserias.
La imagen que refleja el espejo es el de un muerto conservado en formol, continuamente idiotizado.
Derecho de autor: Francisco Moroz.
¡Te estás matando Mario! me decían cada vez que me cruzaba con ellos.
Los amigos hace tiempo se habían ido alejando gradualmente de mi , desentendiéndose de mi persona conflictiva y a causa de los recientes vicios adquiridos en los que como mosca en tela de araña había caídoy en los que me hallaba sumido irremediablemente.
Todo empezó con un cigarro, que suponía para mi, el oxigeno diario para seguir caminando al menos como zombi abotargado, evadiéndome de mi problemática y viviendo por inercia. Lo malo es que a la primera cajetilla le seguía la segunda y el dinero se me iba en humo.
Mi situación era deprimente, pues después del despido vino el paro y después la falta de prestaciones. El sentimiento de fracaso existencial y de culpa se instaló en lo más profundo de mis entrañas haciéndome insensible a cualquier estímulo.
Como en un efecto dominó, la situación se hizo insoportable. Pues mis frecuentes alteraciones nerviosas ocasionaban cada vez más discusiones violentas y altercados con mi familia. Mi mujer se llevó a los chavales un buen día y yo me quedé como trapo sucio tirado en el sillón, indiferente a los latidos de mi corazón abocado a la desidia y visionando tele-basura.
Fumar compulsivamente se volvió inevitable para sosegar mi espíritu, pero ampliaba a la contra esos dolores de pecho que me hacían toser de forma desgarradora y desesperante para las personas que tenía alrededor.
Dejé de buscar trabajo, inútil todo esfuerzo, nadie quería a un malogrado apático, a alguien que se sentía como tal y no quería levantar cabeza sumido en su propio pozo de amargura y abandono.
Entonces llegó él y me liberó de mis pesares. Lo encontré en el bar cada vez más frecuentado por mi arrastrada persona. Él mitigó mi sensación de derrota. Él me ánimo en los peores momentos y me acompañaba copa tras copa hasta que perdía el sentido y la noción del tiempo.
El alcohol entró en mi vida como amigo fiel y acabó con lo que quedaba de mí. Me aisló de la realidad, como envasado al vacío, licuando lo que quedaba de lucidez en mi triste persona. Convirtiéndome en guiñapo. Un camarada más, que al fin y al cabo también me daba la espalda cada noche en forma de fuertes resacas. Dejándome abatido, pesaroso, resentido y hundido en la más absoluta de las miserias.
La imagen que refleja el espejo es el de un muerto conservado en formol, continuamente idiotizado.
Derecho de autor: Francisco Moroz.