Relato en tres partes
17 de Noviembre de 1936 - Ciudad Universitaria- Madrid
(Reflexiones de un combatiente)
Los ataques por parte de las tropas golpistas se recrudecen por momentos, ya somos pocos los que mantenemos las líneas de defensa en la Ciudad Universitaria. Las tropas enemigas están a las puertas de la ciudad de Madrid bajo cuya consigna del ¡No pasarán! se hace fuerte e intenta resistir.
Me llamo Vicente Cardull, tengo 25 años y combato como miliciano en la conocida columna Durrutti.
El fuego es intenso, se lucha edificio por edificio, con saña fratricida de tal forma que no apreciamos contra quién disparamos. Las granadas de mano vuelan a través de las ventanas y caen por el hueco de las escaleras, es una defensa a la desesperada; Los bombardeos continuados por parte de la aviación han minado la moral de muchos milicianos de tal manera; que gritan cuando oyen silbar las bombas sobre sus cabezas, ese sonido terrorífico que anuncia el caos y la muerte que desencadenan tras explosionar.
Los sacos terreros no son lo suficientemente fuertes para frenar el miedo y el impulso de huir.
Dos días sin dormir son muchas horas de vigilia, y los nervios están a flor de piel, adormecerse no es posible entre la barahúnda del ruido de la batalla.
A pesar del esfuerzo y el sudor tirito de frío, es un Noviembre crudo como la misma guerra en la que estamos inmersos, y aunque la caída y toma de la ciudad por parte de los sublevados podría significar el fin de la misma, no cabe imaginar la magnitud de las represalias que serían llevadas a cabo por parte de los vencedores. Madrid no debe caer.
¿Por qué hemos llegado a estos extremos en donde no hay caminos de retorno?
Una bandera de la legión y dos compañías de Tabores, "Los moros" han cruzado el río Manzanares por la Casa de Campo y se han hecho fuertes en algunos de los edificios de las facultades; presiento que pronto recibiremos órdenes de repliegue hacía posiciones más ventajosas, pues no somos capaces de repeler ni de aguantar mucho más tiempo, el fuerte ataque de estas tropas enloquecidas y con sed de sangre y muerte.
Silban las balas alrededor de la barricada donde me parapeto agarrando con fuerza mi Máuser de cerrojo, me aferro a él como si me fuera a salvar del peligro, todavía creo en los milagros a pesar de confesarme ateo y agnóstico. Conceptos vanos formados por palabras, que cuando soñamos, sufrimos y padecemos no tienen ningún significado. Después de todo ¿Qué somos? sino insignificantes figurantes de comedias, tragedias y dramas continuados hasta nuestro fin y salida de escena en el teatro de la vida.
Creer puede llegar a significar un consuelo y un bálsamo ¿Pero qué culpa tenemos los que pensamos de otra forma?¿Somos peores seres humanos?¿Carecemos de sentimientos?¿No lloramos y reímos igual?¿No sangramos por las mismas heridas?
Me asomo un instante y disparo al frente, no se bien a quién. Me responde una ráfaga que levanta lascas de madera y piedra. Al rato un obús de mortero cae cerca de mi posición. He visto morir a muchos compañeros, vinimos al frente unos 1500 desde el de Aragón y nos han borrado como a sombras, que es en lo que nos hemos ido convirtiendo.
Soy todavía joven, pero presiento que mi vida no tiene futuro ni horizonte, solo sobrevivir ya supone un sacrificio, un sufrimiento el respirar el aire lleno de polvo de escombro y de destrucción.
¡Por fin! Llega la orden de repliegue, oigo las voces de los mandos que todavía quedan, insistiendo en la retirada hacia el edificio del Hospital conocido como El Clínico.
Agachado para no convertirme en blanco fácil retrocedo poco a poco para levantarme de pronto y echar a correr como alma que lleva el diablo; hasta el siguiente parapeto o la próxima trinchera. Veo los cadáveres de los que fueron camaradas de mejores tiempos, y aunque me empecino en pensar que todavía creo en los milagros, veo que la muerte, no acepta pago a cambio por pasar de largo y no fijarse en tu frágil existencia.
Un fogonazo en mi cerebro me anuncia que llegó mi hora, el dolor viene después, intenso y paralizante. Caigo de bruces y mi pecho impacta contra ladrillos y barro. Muero y soy consciente. Me acuerdo de los míos, de los que dejo y me precedieron en la muerte; no me dio tiempo suficiente para poder amar, pero si me sobró para odiar a aquellos que nos empujaron a desangrarnos como animales, impidiéndonos vivir con la dignidad de los hombres. La oscuridad me rodea, después la nada.
17 de Noviembre de 1936 - Ciudad Universitaria- Madrid
(Reflexiones de un combatiente)
Los ataques por parte de las tropas golpistas se recrudecen por momentos, ya somos pocos los que mantenemos las líneas de defensa en la Ciudad Universitaria. Las tropas enemigas están a las puertas de la ciudad de Madrid bajo cuya consigna del ¡No pasarán! se hace fuerte e intenta resistir.
Me llamo Vicente Cardull, tengo 25 años y combato como miliciano en la conocida columna Durrutti.
El fuego es intenso, se lucha edificio por edificio, con saña fratricida de tal forma que no apreciamos contra quién disparamos. Las granadas de mano vuelan a través de las ventanas y caen por el hueco de las escaleras, es una defensa a la desesperada; Los bombardeos continuados por parte de la aviación han minado la moral de muchos milicianos de tal manera; que gritan cuando oyen silbar las bombas sobre sus cabezas, ese sonido terrorífico que anuncia el caos y la muerte que desencadenan tras explosionar.
Los sacos terreros no son lo suficientemente fuertes para frenar el miedo y el impulso de huir.
Dos días sin dormir son muchas horas de vigilia, y los nervios están a flor de piel, adormecerse no es posible entre la barahúnda del ruido de la batalla.
A pesar del esfuerzo y el sudor tirito de frío, es un Noviembre crudo como la misma guerra en la que estamos inmersos, y aunque la caída y toma de la ciudad por parte de los sublevados podría significar el fin de la misma, no cabe imaginar la magnitud de las represalias que serían llevadas a cabo por parte de los vencedores. Madrid no debe caer.
¿Por qué hemos llegado a estos extremos en donde no hay caminos de retorno?
Una bandera de la legión y dos compañías de Tabores, "Los moros" han cruzado el río Manzanares por la Casa de Campo y se han hecho fuertes en algunos de los edificios de las facultades; presiento que pronto recibiremos órdenes de repliegue hacía posiciones más ventajosas, pues no somos capaces de repeler ni de aguantar mucho más tiempo, el fuerte ataque de estas tropas enloquecidas y con sed de sangre y muerte.
Silban las balas alrededor de la barricada donde me parapeto agarrando con fuerza mi Máuser de cerrojo, me aferro a él como si me fuera a salvar del peligro, todavía creo en los milagros a pesar de confesarme ateo y agnóstico. Conceptos vanos formados por palabras, que cuando soñamos, sufrimos y padecemos no tienen ningún significado. Después de todo ¿Qué somos? sino insignificantes figurantes de comedias, tragedias y dramas continuados hasta nuestro fin y salida de escena en el teatro de la vida.
Creer puede llegar a significar un consuelo y un bálsamo ¿Pero qué culpa tenemos los que pensamos de otra forma?¿Somos peores seres humanos?¿Carecemos de sentimientos?¿No lloramos y reímos igual?¿No sangramos por las mismas heridas?
Me asomo un instante y disparo al frente, no se bien a quién. Me responde una ráfaga que levanta lascas de madera y piedra. Al rato un obús de mortero cae cerca de mi posición. He visto morir a muchos compañeros, vinimos al frente unos 1500 desde el de Aragón y nos han borrado como a sombras, que es en lo que nos hemos ido convirtiendo.
Soy todavía joven, pero presiento que mi vida no tiene futuro ni horizonte, solo sobrevivir ya supone un sacrificio, un sufrimiento el respirar el aire lleno de polvo de escombro y de destrucción.
¡Por fin! Llega la orden de repliegue, oigo las voces de los mandos que todavía quedan, insistiendo en la retirada hacia el edificio del Hospital conocido como El Clínico.
Agachado para no convertirme en blanco fácil retrocedo poco a poco para levantarme de pronto y echar a correr como alma que lleva el diablo; hasta el siguiente parapeto o la próxima trinchera. Veo los cadáveres de los que fueron camaradas de mejores tiempos, y aunque me empecino en pensar que todavía creo en los milagros, veo que la muerte, no acepta pago a cambio por pasar de largo y no fijarse en tu frágil existencia.
Un fogonazo en mi cerebro me anuncia que llegó mi hora, el dolor viene después, intenso y paralizante. Caigo de bruces y mi pecho impacta contra ladrillos y barro. Muero y soy consciente. Me acuerdo de los míos, de los que dejo y me precedieron en la muerte; no me dio tiempo suficiente para poder amar, pero si me sobró para odiar a aquellos que nos empujaron a desangrarnos como animales, impidiéndonos vivir con la dignidad de los hombres. La oscuridad me rodea, después la nada.
Derechos de autor: Francisco Moroz