Me veo
como niño agarrado de su mano,
confiado.
Significaba mucho para mí.
Cuanta seguridad
me proporcionaba su compañía,
sus
caricias valiosas
preciado regalo.
Le asaltaba con preguntas sin respuesta
con
honesta ignorancia,
en bucles sin fin,
en andanadas.
Siempre me respondía con infinita paciencia,
con verdades pactadas.
Pero llegó la juventud
y rehuía cada vez más
de su presencia.
Muy crecido era mi ego,
muy terca mi conducta
encastillada en mi orgullo.
Elevado
en el pedestal de la soberbia
a la décima potencia de lo absurdo.
Me jactaba
de no necesitar su ayuda
siendo
capaz de sobrevivir sin sus consejos.
Otros maestros busqué,
otras verdades, otras escuelas.
Obtuve
otros resultados.
Vanidoso
los retuve
cual tesoro,
insatisfecho.
Creí ser más libre, más hombre,
más completo.
Triunfador sin parangón,
habilidoso tahúr
desbordante
de virtudes.
En resumen:
Un
cretino ruin y necio.
Ahora en
la madurez
medito el craso error de mi mentira.
Y no olvido, más bien recuerdo
por ejemplo el sacrificio.
Las horas
invertidas y el detalle,
y
siendo consciente reconozco
el tiempo que no se dedicó así mismo
por quererme.
La firme convicción de su conducta
su debilidad, sus fallos,
y no me
siento quien para juzgarle.
Ahora
el padre soy yo,
y lo entiendo tanto.
Su
palabra amiga,
el gesto grave.
El premio, el castigo,
el rincón de pensar
la mirada severa
y el profundo dolor que le causaba.
Le agradezco infinito,
las directrices
firmes
con las
que me fue instruyendo.
Los
valiosos principios de coherencia
con los
que ahora me rijo.
Una personalidad marcada,
sentimientos manifiestos
de lo que dicta mi alma.
Ahora
soy yo
el que le agarra de la mano
cuando camina
con inseguros pasos.
El que le ayuda a comer,
el que responde.
Él me confía sus limitaciones.
Ya no
sabe quién es,
pero yo no lo olvido:
Al
igual que no lo traiciono en mi recuerdo,
en el vínculo del pasado ya borroso.
En mañanas
de sol y parque,
de juegos, de risas, de carreras.
abrazos que arropaban mis miedos,
besos de buenas noches,
cuentos, libros regalados
leídos a la par.
La oración que nos unía
el
apoyo amable en su cansancio,
las
fiestas familiares,
su mano en mi hombro.
Su
extenso legado de palabras sabias
perdura.
Valorada herencia
de continuo altruismo.
He
descubierto de nuevo
su limpia
sonrisa que tanto amaba,
su
ingenua confianza de niño anciano,
y he
vuelto a recordar
todo lo
que era y lo mucho que hizo
con mi
persona.
Y me
siento orgulloso de ser su hijo
que celebra los días compartidos
mientras duran.
Derechos de autor: Francisco Moroz