Echo de
menos tus caricias madre,
tus
abrazos.
El
bienestar de tu regazo,
el
arrullo de tu voz.
En la
necesidad
tu
presencia,
el
consejo sabio en la incertidumbre
del que
no es fuerte y lo sabe.
En la
cocina tu esencia añoro,
y el
sabor de tus milagros cotidianos.
También
los besos que empezaban
y
terminaban mi día.
Besos que
cicatrizaban heridas,
que me
daban calidez
en noches
desamparadas.
Te pienso
a veces
en mi
infantil madurez
de
temores y de miedos.
Y en una
lágrima furtiva
se me
escapa la ternura
que
deshace mi armadura.
Y el alma
que tu fraguaste
se postra
siempre a tus pies.
Y es que
madre aún te anhelo
como a la
infancia perdida,
como a
tantos sueños rotos
dejados
por el camino.
Que
aunque uno se hace viejo
nunca
renuncia a lo eterno
y entre
ello a tu recuerdo
que
guardo como tesoro.
La
inocencia ya se escondió
detrás de
arrugas y canas.
Pero
creedme si os digo:
que
después de tantos años
no se han
deshecho los lazos
ni
emborronado los trazos
que en
común forjamos ambos
sin mediar contrato escrito.
Alguien
dijo:
Que el
amor gratuito
lo
inventaron las madres.
Y tú
madre mía,
me
trajiste al mundo
con amor
del grande
de mujer
sensata y buena.
Con
amor que suma y sigue.
A los
nueve meses de espera
añadiste.
La
dedicación, la entrega,
tu
ilusión, tu fe, tu lucha.
Los
disgustos que te di,
y tanta y
tanta renuncia.
los
sacrificios constantes
por
hacerme sentir bien.
Tus
desvelos y altruismo,
las
regañinas severas
que
escondías con pericia
tras
despistes y sonrisas.
Quisiera
al fin compensarte
y no
encontré mejor modo
que
hacerlo llevando adentro
tu
presencia generosa.
Donde
late un corazón
al ritmo
de una canción
con letra
escrita por ti
pero
cantada por dos.
Y es que
madre solo hay una
y a todos
sin excepción
nos
tocó la más querida.
Entre
todas la mejor.
La más
guapa y la más justa
Derechos de autor: Francisco Moroz