El individuo nunca fue una buena persona, ya de pequeño apuntaba malas maneras
cuando pegaba patadas en las espinillas a los compañeros de colegio y puñetazos en la nariz o la tripa. Tiraba de las trenzas a su sufrida hermana cuyos gritos no
conseguían que menguara el maltrato y nunca sus mascotas duraban mucho; teniendo todas finales muy trágicos.
Su
madre le reconvenía cada vez que sus actuaciones dejaban que desear; por
ejemplo el día en que atizó un buen mamporro con el borrador en la cabeza a un profesor, que según explicó a sus progenitores, le tenía manía y le cateaba una
y otra vez. Cero puntos en la asignatura
y cinco puntos de sutura les costaron a
ambos respectivamente.
Eso
le valió su primera expulsión del primer colegio; más adelante hubo alguno más,
y tanto desarrolló su mal carácter que consiguió lo expedientaran a nivel
académico de por vida con el calificativo de “individuo matemáticamente conflictivo ” osea en grado sumo y sigo elevado a la enésima potencia.
Tanto
alumnos como docentes coincidieron unánimemente en que su maldad era comparable a su falta de
entrañas y corazón.
Su
padre fue el que le dio el ultimátum: “Ya que no quieres estudiar tendrás que
trabajar” breves minutos después, este, tuvo
que ser ingresado en urgencias con algún traumatismo de huesos, complicado todo ello con hemorragia
interna en el bazo.
La criatura ya tenía por entonces dieciocho añitos cumplidos y
acumulaba algún que otro delito menor en su currículo, esta actuación fue de tarjeta
roja y expulsión de la casa donde había vivido en familia, la cual desde ese mismo instante lo repudió
con todas las de la ley cambiando cerraduras y renegando de su consanguinidad.
Padres y hermana coincidieron en que sería mejor alejarlo del núcleo parental, ya que no sabía convivir en armonía, careciendo de
sentimientos y de corazón.
Se
tuvo que buscar la vida y a pesar de su insuficiente preparación académica, la suerte le sonrió con dentadura postiza; pero consiguió trabajo a pesar de todo. Una temporada como peón, en una obra que
construía edificios de protección oficial, le duró poco a causa de un conflicto
de intereses con el capataz, pues este se empeñaba en que desarrollase su
trabajo cumplidamente y exigía además, puntualidad. Naturalmente no
estaba dispuesto a someterse al régimen dictatorial de la casta
empresarial y una mañana, abandonó el
tajo dignamente; no sin antes moler a palos con una pala al encargado de obra en cuanto este le
dio la espalda.
Ofreció
sus servicios en otras pequeñas empresas, y en las que conseguía entrar, duraba
lo que dura la alegría en casa de un pobre, o
sea, casi nada. Por donde pasó dejaba heridas en vez de huella, utilizando más de una vez los pies más para patear costillas que para andar.
Lo
denunciaron más de tres veces a la policía y pasó a formar parte de esos
que tienen fichas abiertas, y no precisamente de las que se cambian por dinero
en los casinos ni de esas otras de colores con las que te comes una y te cuentas veinte.
Todos
los compañeros que tuvo en las diversas empresas por una vez, llegaron a un mutuo
acuerdo con sus jefes; sin sindicatos por medio, en la opinión de que
este energúmeno ni tenía vergüenza ni corazón.
Visto
el resultado, el bravucón de tres al cuarto empezó a frecuentar las malas compañías
nada recomendables que le introdujeron en un mundo de violencia y adicciones, que no resultaban nada baratas, pues se pagan caras a la larga.
Se puso a las órdenes de un Matón de barrio bajo que era pura
simpatía cuando los negocios iban con viento de cola, pero que sacaba la peor
faceta facinerosa cuando sus deseos no eran cumplidos con total servilismo.
Aquí
nuestro personaje se aplicó en ciencias y arte. La ciencia infusa, la habilidad natural y la maestría que conformaron un
conjunto de conocimientos en lo que al delinquir se refieren. Y las malas artes
del engaño y la extorsión del prójimo.
Que decir tiene que su tutor y maestro en la materia, amaneció un buen día con la fresca, tirado en una cuneta. Ajuste de cuentas dijeron los de atestados, los de la prensa que si guerra de bandas. Cuentas en todo caso de las que no cuadran. Nuestro villano se hizo con el puesto del capo eliminado y sembró el terror allá por donde ejercía su mandato.
Visitó
la cárcel una docena de veces, con escasa devoción y sin ánimo de redención.
Cumplía la penitencia a duras penas por obligado consenso unilateral de la institución
penitenciaria, dejando señales y marcas de su paso, no solo en las paredes de
la trena; algún recluso fue objeto también de su saña incontenible. No aprovechó
sus internamientos para adquirir más juicio. Solamente los que una y otra vez le
condenaban a pasar temporadas a la sombra con más penas cumplidas que gloria.
Todas
y cada una de sus víctimas al uno y al otro lado de los barrotes, coincidirían más tarde al afirmar, que este energúmeno ni tenía escrúpulos ni corazón.
Total,
que la vida y el tiempo que van de la mano y a su aire, sin dar muchas explicaciones al personal, pasan más rápidos o más lentos
según el nivel de los sufrimientos o placeres que cada cuál experimente en sus propias carnes.
Llegan irrefutablemente tarde o temprano con el extracto del débito en sus
manos.
Le tocó también ese momento a nuestro jaque baladrón de forma inesperada
y en el momento justo en el que tenía que acaecer su final, caer su telón y escribir el epílogo. Ni un minuto antes ni
un segundo después.
Murió
de manera fulminante, sin tiro ni bala de por medio. Se dolió en el pecho, se
encogió y se postró de rodillas como
nunca hubiese imaginado ponerse delante de nadie. Temeroso de algo indefinido que llamamos muerte. Él, que nunca temió a ningún mortal, se sometió a la fuerza a la huesa.
Cayó
como árbol talado al que mutilan desde su base y feneció como lo hace todo hijo
de vecino, solo, pero en esta ocasión solo de verdad. Y para siempre, como es
norma preceptiva que ocurra.
Los que encontraron su cuerpo tirado en la calle como basura; cada uno como lo que es, llamaron a urgencias, y los que llegaron se limitaron a dar fe de su óbito cierto y pasaron la patata caliente a los que lo enterraron en fosa común con posterioridad. Pues no se encontraron familiares, amigos, compañeros, jefes o enemigos que quisieran
reconocerle o hacerse cargo de sus despojos. Pero todos sin omisión, lo olvidaron con prontitud; que estos operarios bastante tienen con desarrollar su ingrata tarea de manera profesional como para exigirles sobre esfuerzos sentimentales.
Los paramédicos dictaminaron que: despojado de su soberbia, orgullo, violencia y bravuconería era un don nadie que había muerto a causa de un
infarto agudo de miocardio.
Al
fin y al cabo los círculos existenciales se cierran como para dar la razón a mi abuelo, que siempre
dijo que a cada cerdo le llega su San Martín. Pero al mismo tiempo aclarando equívocos y dejando las cosas en su sitio.
Pues
este personajillo según la opinión de los que le conocieron a lo largo de su periplo, no tenía ni entrañas, ni sentimientos. Carecía de vergüenza y escrúpulos. Pero al fin y al cabo, sí que tenía corazón.
El mismo que le dio el disgusto al dejarle de latir.
¡Y menos mal! pues gracias a ese detalle muchos ya pueden descansar en paz y reposar tranquilos, al igual que el fenecido. Pero los primeros, al contrario que el tipejo, por encima de la tierra depositada sobre sus restos.
Derechos de autor: Francisco Moroz