viernes, 22 de abril de 2016

Mamá

Hoy es el día de la tierra, y aunque ya escribí pequeñas cosas con anterioridad sobre ella; en este su día quiero dedicarle estas letras que escribo como narrador, para definir el enfado de nuestra madre común.
Sería un bonito detalle regalarle nuestra conciencia y deseos de cuidarla para que sufra lo menos posible, y tenga un futuro menos imperfecto

¡Feliz día de la MADRE TIERRA!






Mamá tiembla de indignación, sus hijos no la respetan y la maltratan de continuo.
Ruge en su interior con la fuerza de mil volcanes, se remueven sus entrañas con la fuerza del mar.

Ella es dura a la vez que frágil, superviviente de muchos cataclismos y desastres sufridos a lo largo de millones de años. De pérdidas devastadoras, de epidemias y enfermedades, de guerras, incendios y armagedones.

Ella sigue adelante siempre, dando una nueva oportunidad a sus hombrecitos para que corrijan los errores cometidos y prosperen con su ayuda.

Siempre fue generosa, nunca escatimó la ayuda material que necesitaron para construir su futuro, nunca le importó que cogieran lo necesario. Pero ahora, ahora, roban y esquilman y encima a ella que es vieja como el universo la explotan y la exigen más, cuando sus recursos no son infinitos, y ella está tan trabajada y cansada.

¡La hieren! ¡Si! ¡La hieren sus propias criaturas! a los que ella alimenta y cobija; y sus heridas cada vez más grandes, cicatrizan más lentamente, pues por ellas se le escapa la vida en lágrimas de manantiales y ríos.

Siente que la están consumiendo con sus continuas exigencias, se han vuelto egoístas. Ambiciosos que acaparan sin freno ni control hasta lo que no les pertenece.

Por si fuera poco no colaboran en casa,  la tienen toda llena de basura, mugre y podredumbre. La casa madre que les sustenta se está convirtiendo en un muladar, en una escombrera llena de despojos.

Se revela y avisa de vez en cuando, porque ella lleva sangre antigua de lava y fuego, sabe defenderse del depredador gritando como vendaval y tornado.

A pesar de su piel agrietada es recia como las montañas y amonesta de vez en cuando con sus quejidos. Cuando sus lamentos no son oídos se revuelve en espasmos que rompen y desgarran, cuando no se atiende a su susurro, golpea como huracán y tsunami  ya que a sus criaturas no les conmueve su gemido de brisa.

Madre de muchos hijos: suave y pródiga, bella y misteriosa llamada "La Pachamama" que significa: Madre tierra. De ella se trata y no de otra. La madre de todas las madres.


Y mamá, aunque paciente, es fogosa cuando se enfada, cuidemos de ella pues si no quizá algún día se canse de tanto despropósito y se nos sacuda de encima como corpúsculos molestos.

Huéspedes e incordios en que nos hemos convertido para el planeta que habitamos. Cáncer que se extiende por la piel de la madre común, y que la está matando.


                                                                                              Derechos de autor: Francisco Moroz

                                                                                                Código de registro: 1605087457908

miércoles, 20 de abril de 2016

Abro la puerta


 Relato presentado al concurso de micro cuentos " Micro terror V"





Despierto sobresaltado con unos ruidos que proceden de la planta baja, donde tengo el taller.

Me levanto despacio invadido por una desazón que me impulsa a hacer lo contrario; pero algo en mi interior me dice que debo descubrir de qué se trata.

Los sonidos se repiten, como gañidos de gato amortiguados por las gruesas paredes de la vivienda. Soy consciente que no tengo mascotas y vivo solo.

Salgo al pasillo sin encender la luz para no alertar al posible intruso, y bajo las escaleras lentamente para que la vieja madera de los escalones no emita sus característicos crujidos.

Una vez abajo me quedo quieto esperando a oír el sonido que me despertó y ubicar su procedencia.

Suena de nuevo, como un lamento, un lloriqueo que me recuerda el ulular del viento en las contraventanas; pero estas siempre están cerradas.
Me dirijo al cuarto donde trabajo y abro despacio.

Al encender la luz repentinamente doy un respingo y emito un  grito que sorprende a mi víctima.

Ahora recuerdo que la dejé colgada del techo con un gancho, suspendida boca abajo, para seguir trabajando con ella.

Respiro más tranquilo y mientras agarro una radial, vuelvo a oír sus quejidos sofocados.


Derechos de autor: Francisco Moroz

Código de registro: 1604277331592

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