jueves, 24 de diciembre de 2020

Felices fiestas





 Me gustaría aprovechar este espacio para desear a todos los que os pasáis por aquí, todo aquello que necesitéis en estos momentos: Descanso, compañía, salud, una interesante conversación o un buen libro. Ánimo o cariño. Una cálida sonrisa desenmascarada y un abrazo virtual o no, según el riesgo que queráis asumir. 

Una pequeña reunión con lo más selecto de la familia, una vídeo conferencia que signifique encuentro, con ese ser que añoráis tanto a causa de la distancia física.

¡En fin! que todo en estos días brille a pesar de las dificultades.

Que todo se abra paso con generosidad a pesar de las restricciones.

Que el amor sea el que dirija vuestros deseos de felicidad.

Desde este espacio vaya mi abrazo para todos.






miércoles, 16 de diciembre de 2020

Te doy mi palabra 6




Coturno:

En la antigua Grecia y Roma, calzado de suela de madera o corcho que llegaba hasta la pantorrilla y podía llevarse indistintamente en uno u otro pie; fue un calzado usado principalmente por actores de teatro trágico, en neta oposición al socco (o soccus), reservado para la representación de la comedia. Con la suela más o menos gruesa según la categoría y el papel del actor.

También utilizado por las princesas de la Edad Media al salir a la calle, ya que antiguamente no existía sistema de alcantarillado ni de recogida de desechos en las vías públicas y, de este modo, no se ensuciaban los pies.

Los coturnos tenían la función de proporcionar altura al actor que representaba personajes nobles elevándolo por encima del coro y equiparándolo a las grandes dimensiones de la máscara, convirtiéndolo así en un personaje enorme. De este modo, se acrecentaba también la impresión sobre el público.

Se representaba calzada con coturnos a Melpómene, una de las dos musas del teatro.


Bruno:


Del lat. prunum 'ciruela' o prunus 'ciruelo'.

1. m. Ciruela negra que se coge en el norte de España.

2. m. Árbol que da el bruno.

Del fr. brun 'moreno', y este del franco *brûn; cf. ingl. brown y al. braun.

3. adj. cult. De color negro o muy oscuro.

El significado del nombre Bruno es "el protector" o bien "el que lleva una coraza". Sin embargo, este nombre es uno de los más interesantes que existen, pues en él coinciden varias etimologías.

Técnicamente, Bruno se considera un nombre de origen germánico y su significado más directo proviene de dicha lengua ("el de piel oscura, rojiza o quemada.

 

Noctívagos:


1adj. Poet: que anda vagando.

   Palabras similares: Nocharniego, noctámbulo. Ave nocturna.

[persona] Que tiene tendencia a realizar actividades durante la noche, en especial si son diversiones o si son actividades que normalmente se realizan durante el día.


Moloso:


1. adj. HISTORIA De Molosia, antigua región del reino de Epiro.

2. s. HISTORIA Personas natural de esta antigua región.

3. adj./ s. ZOOLOGÍA Se aplica a una raza canina de gran tamaño y pelo corto, que procede de Molosia. dogo

4. s. m. POESÍA Pie de la poesía clásica compuesto de tres sílabas largas.

Los molosos son un grupo de perros caracterizados por tener una constitución musculosa, fuertes mandíbulas, gran cabeza y hocico corto, lo que les hace ser excelentes guardianes y defensores. ... Es frecuente el uso de los términos mastín y dogo como sinónimos de moloso porque son las dos subdivisiones de esta categoría.


Perendengues:

1. s. m. Adorno que se ponen las mujeres en las orejas llevaba unos perendengues de esmeraldas. pendiente

2. Adorno femenino de poco valor suele ir llena de perendengues y quincallas. baratija

3. s. m. pl. Cosa usada para adornar o ataviar tiene la casa llena de cuadros, jarrones y otros perendengues.

4. Trabas o dificultades que se ponen para la ejecución de una cosa a pesar de los perendengues conseguimos salir

Similar: Sin tonterías.



 Texto


Eran como el Yin y el Jang, de lo más antagónico en el aspecto, pero terminaron juntos. Componían la pareja perfecta.

Ella de piel blanca. Rubia, con ojos verdes malaquita. De altura destacable, y más con esos zapatos de plataforma, que como los antiguos coturnos griegos, la elevaba por encima de la mayoría de féminas que pululaban por la ciudad. Sus curvas bien proporcionadas eran de las que hacían derrapar las miradas de ambos sexos sobre su cuerpo.

Él, con un cuerpo bien trabajado en el gimnasio, era la envidia de unos y el objeto de deseo de otras.

Compacto y musculoso, de ojos y piel brunos. No muy alto pero de aspecto recio. Era conocido en el ámbito de los noctívagos como “el moloso aunque a ella le gustaba llamarle “mi negro."

Su historia de amor fue de lo más convencional: Se vieron, se gustaron, se enamoraron y se fueron a vivir juntos. Sin perendengues ni prejuicios. Inseparables y fieles. Por encima de los tópicos que los hubieran podido clasificar tan solo por la superflua apariencia.

Y es que a pesar de su aspecto físico impecable también ejercitaban el cerebro. Ponían en práctica lo de “Mens sana in corpore sano que proclamó Décimo Junio Juvenal. Uno de los autores favoritos para ambos. No fue casualidad que se conocieran en la biblioteca de la universidad, mientras estudiaban filología clásica en horario nocturno. Pues ambos trabajaban por las mañanas. Ella de cuidadora de ancianos y él, de jardinero.

Lo que ya os dije: la pareja perfecta.










martes, 8 de diciembre de 2020

Futuro imperfecto

 



Su preferido era el blanco, con botones nacarados en la espalda y remates color de perla con unas filigranas en los bordes de las mangas.

Al final no se casaron, no porque no quisieran, por la juventud quizá, que era muy loca y atrevida. Que parece que va a durar siempre y sin embargo pasa pronto. Y esos detalles parecen no tener importancia. Y él le quitó esa idea de la cabeza, un gasto innecesario le dijo. Y ella se dejó convencer, pues lo más importante lo tenían; el uno al otro más el amor que se profesaban.

 Se comían el mundo, se atrevían con cualquier cosa que se les pusiese delante. Todo reto era poco para ellos y juntos irían a donde hiciera falta; pero ir hacía un futuro imperfecto era perder esperanza de continuo. La poca que tenían se empeñaban en tumbarla las sucesivas crisis que no les dejaron levantar cabeza. Les hacía perder sus trabajos precarios cuando conseguían alguno, y sucesivamente se comían los pocos dineros que conseguían ahorrar.

Ambos estudiaron mientras les tocó hacerlo, tenían una formación muy decente para lo que se estilaba;  y a pesar de tanta reforma educativa que se cambiaba antes casi de ponerse en marcha. Por supuesto cada una peor que la otra. En esos tiempos en los que se premiaba la ley del mínimo esfuerzo y se veía mal todo lo que iba en contra de lo políticamente correcto. Mucho buenismo y poca meritocracia.

A pesar de su preparación no se les ofrecieron muchas posibilidades en un mercado laboral tan precario y saturado de becarios; que trabajaban prácticamente gratis para las grandes empresas. Víctimas de mentiras edulcoradas, que se presentaban como promesas tentadoras de formación y que quedaban rubricados en contratos basura. Y la vida mientras, se les escurría como agua, viviéndola como si no fuera la que les correspondiese por ley y por lógica aplastante.

Mientras, veían como personajes mediáticos desvergonzados se libraban de penas de cárcel merecidas y políticos sin vocación se subían los sueldos simplemente porque se les ocurría que así debía ser, por eso estaban al servicio de los contribuyentes y estos, se conoce, les daban mucho que hacer y naturalmente se consideraban merecedores de una compensación por tan tremendo esfuerzo.

Ellos dos sin embargo, como muchos, levantaban el país, madrugando todos los días y no precisamente para ver el amanecer, y mientras les duraba el empleo claro; y se deslomaban doce o catorce horas diarias en jornadas que no parecían llegar a su fin y que a sus jefes les parecían cortas e improductivas. Más solo tenían derecho al salario mínimo que se les quedaba en nada después de hacer frente a los pagos exigidos por una voraz hacienda.

Y se reían de todo aquello por lo que no merecía la pena sufrir, pues el humor no les faltaba, y aquello como todo era pasajero y soportable.  

No, al final no se casaron, porque no pudieron; pero vivían juntos en un pisito alquilado de un barrio periférico y se alimentaban de su amor cotidiano, de ese del que se nutren los que realmente saben amarse con todas las consecuencias y a pesar de todas las contrariedades. En ellos, casi se hacían literal los dichos de “contigo pan y cebolla” y “En la riqueza y la pobreza.” siempre con más de lo segundo por descontado.

No les hizo falta firmar ningún contrato para saber que se tendrían y se apoyarían en la salud y en la enfermedad y en todo lo demás hasta que la parca hiciera su trabajo. Lo suyo no era un amor de usar y tirar cuando finalizara la pasión o se perdieran por el camino la frescura de la piel y la juventud. Eran de la opinión de que con el uso y el roce todo se desgasta pero el verdadero amor se pule, abrillanta y suaviza.

Sus tesoros fueron pocos; pues no tuvieron hijos, y los objetos son solo eso, cosas inanimadas  que  satisfacen lo que dura el momento de conseguirlos, acumularlos y olvidarlos para que se llenen de polvo.

Su mayor fortuna fueron por tanto, los momentos compartidos en espacios abiertos y cerrados. Los instantes tristes y alegres, lo amargo y lo celebrado. Caricias, besos, abrazos y sonrisas incrementaban su caudal diario de fortuna personal; muchas lágrimas de impotencia también, porqué negarlo.

Como aquellas que  caían de sus ojos en este instante pensando en ella, que se fue hace unos meses. Siempre hay uno que se marcha antes, dejando al otro sumido en un vacío inexplicable que le van erosionando las ganas de vivir.

Al final no hubo boda, no se casaron. Primero porque eran muy  jóvenes, después, por todas las circunstancias que se les fueron acumulando. Y piensa en ella con desconsuelo y la recuerda con nostalgia. Se entristece, pues sabe que le hubiera gustado lucir ese vestido blanco con botones nacarados en la espalda y remates color de perla; estando él a su lado, orgulloso de su compañera.  Y aunque lo más importante lo tuvieron. Ese capricho como otros muchos, no se lo pudo dar.



Derechos de autor: Francisco Moroz



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