miércoles, 18 de noviembre de 2015

Voces



De nuevo las voces invadían mi cabeza, se metían adentro donde me torturaban con sus ordenes y exigencias.

No era capaz de soportar ni un minuto más, tenía ganas de matar para desahogar todos esos impulsos que de alguna forma incomprensible me provocaba el oírlas. 

Mis neuronas al límite, mi sistema nervioso cortocircuitado, mi cuerpo al borde del colapso más absoluto.

Intentaba en vano mantener el control, evadirme pensando en cosas positivas, pero era del todo imposible ignorarlas. Ellas repiqueteaban con violencia de campana.

Esas voces aparecían cada cierto tiempo y desde el momento en que lo hacían mi vida se complicaba, el día a día se distorsionaba, mi rutina ordenada se acababa.¡Todo era una pura locura!

Los pensamientos negativos cada vez eran más frecuentes y deseaba con toda mi alma quitarme de en medio para no sufrir esos murmullos inquisitivos, esas palabras mordaces que me fustigaban, que me interrogaban de continuo sobre mis quehaceres cotidianos, mi forma de actuar, me responsabilizaban y me hacían considerar culpable, me recriminaban, me exigían cada vez más…

Lo hablé con mi mujer, y ella sin aparente preocupación no se le ocurrió nada más, que ponerme entre la espada y la pared y contra las cuerdas. No se puso de mi parte en ningún momento, es más, no quería comprender que es lo que  encontraba de molesto en oírlas.

Decidí pues, plantarme a las puertas de un profesional que aliviara mi creciente esquizofrenia; sabía que era mi salud mental lo que estaba en juego, que no era algo nimio.
Dudé, me sentí como un ser ruin y rastrero al ir a contarle a un extraño mis problemas personales, pero no me quedaban más cartuchos que quemar.

De entrada ya me presenté como futuro paciente desahuciado si es que él no encontraba solución. El psiquiatra me recibió con esa seguridad en sí mismo, que desde el primer momento hace creer al paciente que ha elegido al mejor. 
Me estrechó la mano y me invito a tumbarme en ese diván que parece un triclinio romano en el que te aposentas para tomarte unas uvas como un patricio acomodado. ¡Sí! Yo iba para tragarme las uvas, las de la ira que me desbordaba por todo mi ser.

-¡Bien! Usted dirá cual es el problema.

-Mi problema son las voces que oigo a todas horas cada ciertos periodos de tiempo llenando mi cabeza con malas ideas.

-Me podría explicar qué tipo de voces oye usted.

-Voces fuera de tono, groseras, que gritan a veces con violencia recriminando, exigiendo, interrogando, incitándome a realizar cosas que no deseo…Otras veces son murmullos lo que alcanzo a escuchar, que me denigran, me vilipendian y ningunean; haciéndome creer que no valgo nada y soy un miserable gusano que no merezco la existencia que llevo.

-¿Le incitan a realizar actos que usted no desea?

-De continuo. Sobre todo cuando en vano intento evadirme para buscar descanso y sosiego en actividades lúdicas para escapar de la estrecha prisión en la que, esas voces convierten mi cerebro, estrujando y oprimiéndolo.

-Explíquese.

-Leer, ver la televisión, salir a correr, se convierten en actos prohibidos. Es una pesadilla doctor, en mi propia casa no encuentro sosiego. Discuto con mi esposa de continuo, y ella por demás no quiere apoyarme ni darme la razón. Me da miedo enfrentarme con el origen de esas voces, podría ser nefasto.

-Le haré una última pregunta, que quizás sea la que nos aclare su penuria-

-¿Y es?

-¿Con cuánto intervalo de tiempo aparecen esas voces en su entorno?

Y naturalmente como no podía ser de otra forma respondí con esa inocencia que hace a los hombres como niños, con la sinceridad que rodea de un aura misteriosa a los ingenuos bienaventurados de corazón.

-Las oigo doctor, cada vez que viene mi suegra a casa.

Todavía me pregunto por qué, el tonto del haba del psiquiatra me echó de su consulta amenazando con llamar a la policía.

¡Y entre tanto sigo, con mi problema a rastras, y las voces que me atormentan!



                                                                                                                          Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 16 de noviembre de 2015

Hoy le toca a París





Hoy le toca a París llorar.
Poner sus banderas a media asta,
vestir con crespones negros sus balcones,
derramar flores en sus calles y sus plazas.

Han perdido parte de la luz
con la que suele brillar su ciudad,
pues sus hijos murieron de forma estéril,
a manos de la locura y de los fanatismos.

Hoy París sufre por la ausencia de sus hermanos muertos,
el color rojo de la tricolor será de sangre,
la tristeza del luto, la sal de sus lágrimas
cubrirán los semblantes de sus hijos.

Hoy le toca a Paris gemir,
y recordar sus ideales que les une a todos en abrazo,
los que dan cordura y sentido al despropósito,
de esos que creen que matando triunfará su causa.

No será así mientras perdure la fraternidad,
La de los hermanos que permanecen juntos.
La libertad amada y sentida como si fuera una madre,
y la igualdad que nos une contra los intolerantes.

Esos violentos cobardes que ejecutan con saña homicida,
no conseguirán más que gastar sus consignas.
Enloquecer en el vacío de sus propios terrores,
al recorrer un camino que no conduce al futuro.

Serán oscuros y malignos,
impotentes seres, incapaces de sembrar nada 
destructores no más, de lo creado,
insensibles sicarios y verdugos.

Hoy París no será la ciudad enamorada,
hoy vestirá de gris y gritará de rabia.
pero no se rendirá y luchará con velas y con rosas,
con canciones dedicadas a los caídos.

Se aclararán las nubes que enturbian el cielo,
será nuestro deber no olvidarnos nunca de este día.
Tener de referencia y de enseñanza,
el que la fuerza común es nuestra mejor arma.

Contra aquellos que quieran golpear a los hombres,
contra los miserables que como único argumento
enarbolen venganzas desmedidas.
No más que son tiranos y necios, ignorantes y déspotas suicidas.

Hoy el mundo es París, desnudo y palpitante,
es la débil carne de nuestros cuerpos heridos de metralla.
Pero así mismo será la causa que nos haga pensar y levantarnos,
la que nos mantendrá inamovibles ante la amenaza.

Hoy Paris resurgirá de su aflicción
Como otras veces lo hizo pagando con dolor el precio.
Y volverá a ser ciudad luminosa y enamorada de la paz,
donde la esperanza lucirá como faro y guía.

De esta batalla saldremos victoriosos,
con valores humanos reforzados de heroísmo.
No hacen falta arengas, ni proclamas, ni sofismas.
Para unir a este pueblo del que somos todos.

Hoy le toca a París 
ser espejo y ejemplo
donde se reflejen otros.
incluidos nosotros.


                                                                                    Derechos de autor: Francisco Moroz


No olvidéis que hoy ha tocado en París como ocurrió en España y en Londres en su momento; pero ocurre de continuo en Turquía en Siria, en Egipto, en Iraq y Afganistán en África y en países de Latino América, en Estados Unidos o Tokio. 
No caigamos en sensacionalismos ni seamos menos sensibles cuando ocurren estos atentados en países lejanos.
Los miserables son los mismos, y los seres humanos vestimos la misma piel aún con diferente color, y todos somos seres que intentamos vivir en paz, en libertad , luchando por nuestra dignidad y felicidad personal y la de nuestras familias.
Con lo cual este poema se refiere no solo a las víctimas de ahora, sino las que sufren la violencia injustificada de esos que han perdido el Norte y sólo tienen armas y violencia como argumento.

martes, 10 de noviembre de 2015

Damnatio ad bestias


Presentado a concurso en Círculo de escritores, con la temática: "Gladiadores"



A una señal del editor del espectáculo, sonó la trompa que señalaba el comienzo de lo que sería una jornada de enfrentamientos en los que la sangre correría por la arena empapándola de rojo.

Los gritos de la plebe apretujada en las gradas hacían vibrar las piedras del circo. Enfervorizados, clamaban la salida de los primeros contendientes que se batirían a muerte…

El promotor de estos juegos era un senador. Patricio orgulloso y violento donde los hubiera. Su caprichosa personalidad era de temer por los esclavos y personal a su servicio. Cualquier detalle que no considerase a su gusto, podía ser motivo suficiente para terminar de forma cruel con la vida del responsable de tal descuido para con su persona...

Los primeros en salir fueron los bestiarii, como el protocolo exigía, no eran gladiadores propiamente dicho, sino hombres entrenados para enfrentarse a fieras salvajes en un recinto cerrado, donde no era posible la escapatoria ni para los hombres ni para las fieras. 

Entre los cinco que salieron a la arena, un fornido negro armado con lanza y puñal y cubierto solamente con un taparrabos, causó las delicias de las féminas que contemplaban esta “Damnatio ad bestias” que prometía la suficiente violencia y emoción como para recordar durante semanas.

Akinlana era su nombre, un nigeriano sometido a la esclavitud desde la juventud junto a su familia. Entrenado y acostumbrado a sufrir, a luchar, y sobrevivir a pesar de todo.

Era el más famoso y reconocido de todos los venatores. Él sólo, había sido capaz de vencer en una ocasión a un oso únicamente con sus puños; de ahí esas cicatrices que lucía con orgullo en su costado como recordatorio de aquel encuentro.

Esta vez lo que salieron por las puertas enrejadas fueron una pareja de leopardos, tres leones y un tigre. 
Los cinco luchadores se prepararon con las piernas separadas y semiflexionadas para recibir a las fieras. En un principio los animales desorientados y asustados por el griterío rehuían la lucha arrimándose a las paredes del circo; pero azuzados por los sirvientes con hierros candentes, se enfurecían y se lanzaban ciegos hacía los que consideraban responsables de su tortura.

Akinlana se enfrentó a uno de los leones mientras sus compañeros elegían presa.
Los leones son lentos y se limitan a repartir zarpazos y abalanzarse contra la víctima, con lo cual lo tenía fácil y su rival no duró mucho, lo justo hasta que Akinlana le diera la puñalada de gracia que lo tumbó definitivamente en el suelo. 
La turba estaba entregada y jaleaban al hercúleo africano que les regalaba esas sensaciones de poderío.

Esta vez fue el negro venator el que eligió a su contrincante. Mientras el resto de bestiarii se repartía el esfuerzo con el resto de fieras. 
Se fijó en el tigre. ¡Ese era suyo! Él lo consideraba el más poderoso de los animales salvajes. Su fuerza y agilidad lo convertían en un digno contrincante.

El tigre lo observó acercarse ralentizando sus movimientos, disponiéndose al salto. El bestiarii color de ébano lo esperaba de tal manera que el salto no le pilló desprevenido, y con una voltereta por el suelo se libró del felino que cayó en falso sobre la arena.

En este preciso momento Akinlana “El valiente”, supo que iba a sucumbir, pues, iba a dejarse matar por el soberbio animal rayado. Agarró el arma con fuerza.
Su destino estaba escrito desde que una esclava, sometida al poder de Roma pereció.

Su lanza describió una parábola perfecta, una trayectoria definida que terminó en el pecho del senador. El único causante de la muerte de su querida madre.


                                                                                                              Derechos de autor: Francisco Moroz

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