viernes, 26 de febrero de 2016

La acariciadora de libros




Con cuanto agrado guardo el recuerdo de aquella primera vez que oí hablar de aquel libro tan especial que ahora obra en mi poder, fue el primero de los muchos que ahora tengo en mi haber.

Me lo recomendaron y me indicaron donde podría adquirirlo.
Cuando me acerqué a esa librería tan especial, un temblor recorrió mi columna vertebral, pasar al otro lado de la puerta fue penetrar en un mundo misterioso y desconocido para mí.

El olor a tinta y papel de los volúmenes que allí se vendían excitó mis sentidos, poniéndolos alerta, deseando tocarlos, descubrir su interior, sus mensajes cifrados.

El dependiente me guió con suma delicadeza hasta la sección especial donde encontraría lo que buscaba con tanta ansiedad; me orientó hacia donde debía dirigirme y me dejó a solas para que experimentase con los tomos expuestos en las estanterías.

Tanteé con delicadeza los lomos, como si de animalillos asustadizos se tratase, los acaricié, palpé sus tapas y los toqué a placer hasta que me decidí por uno, por el que me acompañaría a casa; a mi refugio, donde podría saborearlo a placer.

Llegada la noche y llena de expectativas con mi reciente adquisición me acosté rápido para deleitarme con "mi libro especial" lo abrí, y acaricié sus hojas mientras me empapaba de lo escrito en él. ¡Tanto lo acariciaba! que mi pareja, a mi lado sintió celos de él en algún momento y desentendiéndose de mí, se durmió.

Hoy recuerdo ese día con fruición de novicia, y esa noche convertida en antesala de una prueba y un reto desconocido con anterioridad; la consecución placentera de lo que en principio empezó como calvario desesperante, como algo que minó mis ilusiones.

Tuve que empezar desde cero, desde el principio, como niña que deletrea en su cartilla de aprendizaje en una lectura pausada, tropezando de continuo en el texto plasmado a lo largo de las páginas. 

Me vi forzada a volver a la escuela, a llorar la pérdida. Pero nunca me consideré derrotada, y con tesón y lágrimas de rabia conseguí salir adelante y seguir disfrutando de lo más amado.

Desde aquel fatídico accidente en que perdí la vista y me encontré con la tesitura de aprender el braille, pasé de leer mis libros a acariciarlos, y ellos agradecidos me devolvieron la esperanza y la alegría en letras con relieve que trasmitían sus historias contadas a través de mis dedos.





Derechos de autor: Francisco Moroz

lunes, 22 de febrero de 2016

Simple detalle




Cada vez que la hablada del último sobre rechazado me  interpelaba pidiéndome explicaciones del porqué ocurría.
¿Es que los de la compañía la tenían manía?

Era como dialogar con una sorda, nunca quería escuchar las razones, simplemente porque no llegaba a comprenderlas. Pertenecía a una generación acostumbrada a lidiar con las nuevas tecnologías, a comunicarse por medio de los correos electrónicos y utilizar las aplicaciones ofrecidas por la telefonía móvil.

Como hacerla entrar en razón y demostrarla que no se trataba de que la tuvieran tirria los de la compañía postal, sino que el motivo de la devolución era, la ausencia del obligado y consabido sello en las cartas enviadas. 



Derechos de autor: Francisco Moroz

domingo, 21 de febrero de 2016

Palabras para regresarte




Entre el mar y tu casa
la arena de otra tierra.
Entre la arena y el cielo,
el verbo transmisor de estos poemas
que quedaron pendientes de decir,
como tantas cosas.

En la orilla estamos
esperando tu regreso,
entre las olas y el viento.
Allá donde se construyen los caminos
con jirones de nube
para llegar hasta ti.

Que puedas saber
de la añoranza infinita que sentimos,
la esperanza que desborda
y  también,
de nuestro miedo
a perderte sin más.

                                                                                                         Soñando,
                                                                             el instante puntual de los reencuentros,
en los abrazos que nos faltan por dar
y los besos.
Las caricias
que quedaron sin sentir sobre la piel.

Y acá estamos enraizados
junto al margen que dejaste al partir.
Al límite de las miradas,
tan lejos del mar que nos separa
y tan adentro de tierra
que olvidamos.

Gritando verte,
por si vienes como río
desembocando en tu hogar.
Donde quedaron los tuyos
con un reloj parado
en la hora de tu marcha.

El corazón, ya ves,
se empeña desde entonces
en convertirse en gaviota
para volar hacia ti.
Allá donde te encuentras
en voluntario destierro.

Y mi mano se obstina 
en escribirte un mensaje
en el que el alma
se desnuda sin vergüenza.
Para decir que te anhela 
y en palabras para regresarte.

Derechos de autor: Francisco Moroz


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