Con cuanto agrado guardo el recuerdo de aquella
primera vez que oí hablar de aquel libro tan especial que ahora obra en mi
poder, fue el primero de los muchos que ahora tengo en mi haber.
Me lo recomendaron y me indicaron donde podría adquirirlo.
Cuando me acerqué a esa librería tan especial, un
temblor recorrió mi columna vertebral, pasar al otro lado de la puerta fue
penetrar en un mundo misterioso y desconocido para mí.
El olor a tinta y papel de los volúmenes que allí se vendían excitó mis sentidos, poniéndolos alerta, deseando tocarlos, descubrir su interior, sus mensajes cifrados.
El dependiente me guió con suma delicadeza hasta
la sección especial donde encontraría lo que buscaba con tanta ansiedad; me
orientó hacia donde debía dirigirme y me dejó a solas para que experimentase
con los tomos expuestos en las estanterías.
Tanteé con delicadeza los lomos, como si de animalillos asustadizos se tratase, los acaricié, palpé sus tapas y los toqué a placer hasta que me decidí por uno, por el que me acompañaría a casa; a mi refugio, donde podría saborearlo a placer.
Llegada la noche y llena de expectativas con mi reciente adquisición me acosté rápido para deleitarme con "mi libro especial" lo abrí, y acaricié sus hojas mientras me empapaba de lo escrito en él. ¡Tanto lo acariciaba! que mi pareja, a mi lado sintió celos de él en algún momento y desentendiéndose de mí, se durmió.
Hoy recuerdo ese día con fruición de novicia, y esa noche convertida en antesala de una prueba y un reto desconocido con anterioridad; la consecución placentera de lo que en principio empezó como calvario desesperante, como algo que minó mis ilusiones.
Tuve que empezar desde cero, desde el principio, como niña que deletrea en su cartilla de aprendizaje en una lectura pausada, tropezando de continuo en el texto plasmado a lo largo de las páginas.
Me vi forzada a volver a la escuela, a llorar la pérdida. Pero nunca me consideré derrotada, y con tesón y lágrimas de rabia conseguí salir adelante y seguir disfrutando de lo más amado.
Desde aquel fatídico accidente en que perdí la vista y me encontré con la tesitura de aprender el braille, pasé de leer mis libros a acariciarlos, y ellos agradecidos me devolvieron la esperanza y la alegría en letras con relieve que trasmitían sus historias contadas a través de mis dedos.
Derechos de autor: Francisco Moroz