–Nadie
lo percibe habitualmente.
Es
casi imposible sin conocer la obra de antemano, saber cuál será el final de la
misma.
Podremos
en todo caso intuir como los personajes van a interactuar en el escenario en
ciertos momentos, e incluso conseguiremos en parte, ir adivinando retazos del
dialogo que mantendrán entre ellos a lo largo de la representación. Pero el
colofón de la misma siempre será sorpresivo.
Es
como en los libros. Aunque leamos la sinopsis de una parte del argumento, no
podremos imaginar los giros que hallaremos a lo largo del relato, que harán, que
cambiemos de idea cada dos por tres. Penduleando de una a otra, yendo por donde
el autor en definitiva quiere que vayamos.
–Bueno,
todas las historias pueden ser muy previsibles. Por ejemplo: Podemos predecir
que un heroinómano terminará muerto por sobredosis. Un villano hallará un final
violento, o en el mejor de los casos dará con sus huesos en la cárcel. Un noble guerrero vencerá al vil traidor. Un galán terminará enamorando a la doncella…
–
Pero hablamos de la obra en sí, no de los personajes. Que estos tomen un rumbo
o una decisión de un signo o del contrario, es lo que influirá en el devenir
general del relato ¿Comprendes? Por
causa de ellos precisamente, la conclusión es inimaginable.
Los
actores son siempre secundarios, es la convicción con la que representan su
papel lo que realmente importa y lo que en la mayoría de las ocasiones,
despista esa corazonada casi asegurada sobre el desenlace de la pieza.
– Sí,
tienes parte de razón pero precisamente por esa misma causa que esgrimes, el
espectador tiene la posibilidad de ir
tirando del hilo y completar el puzzle con las pistas y las señales que los actores van dejando a lo largo de sus
intervenciones; y con ello predecir los finales que pretendían ser inauditos.
– ¡Qué
no hombre! que no puedes saber el final de una función hasta el término de la misma; actúen
los personajes como actúen y sea el espectador todo lo avispado que tú quieras
que sea. No habría interés por el teatro si fuera tan sencillo como tú dices.
–Mira,
el drama, la tragedia, la comedia, el sainete, el entremés, están en la calle,
en la vida cotidiana, en lo que vivimos de continuo a todas horas.
Tú y
yo, en este instante somos personajes. Interactuamos mediante el diálogo que
mantenemos mientras caminamos. Estamos hilando una historia ahora mismo. Si un imaginado
espectador imparcial nos observara desde el patio de butacas; iría tejiendo la
historia sobre nuestra relación de amistad, nuestro gusto común por el teatro y
los libros, el placer de conversar y debatir sobre ello.
Antes de que terminara
nuestra, en este caso, ficticia representación, ya habría sacado un final
concluyente y acertado del mismo.
– ¡Ea!
¡Y yo te digo que no! y te lo demuestro.
En ese mismo momento viene el autobús y el interlocutor
que defiende los finales inesperados, le pega un empujón al que lo hace con los
finales predecibles.
Este cae a la calzada, y es arrollado por el vehículo pesado.
Causando con ello alarma, nerviosismo,
sobresalto, espanto, estupor, inquietud y rebato, entre los transeúntes.
-¿Lo
ves? Nadie se esperaba este giro final tan sorprendente a pesar de los personajes.
Nadie
lo percibe habitualmente.
Derechos de autor: Francisco Moroz
Presentado en la comunidad de: Relatos compulsivos
incluido en el reto de: Epanadiplosis: figura retórica de construcción que consiste en terminar un texto con la misma palabra o frase con la que se empieza. En este caso cuatro palabras.