Casi
terminando la jornada laboral el jefe de recursos humanos le llamó a su oficina
para comunicarle que su contrato temporal no se lo iba a renovar. Se le
desvanecieron las ilusiones que tenía de pillar las vacaciones de verano que le
debían desde el año pasado y dada su edad, las esperanzas de encontrar otro
curro. Se encogió de hombros. Iba a ser un parado de larga duración.
De
vuelta a casa conducía nervioso mientras planeaba que iba a hacer con su vida.
Eso le costó un buen abollón en el coche cuando el conductor que llevaba
delante frenó en un semáforo en rojo. Tardó casi tres cuartos de hora en
rellenar el parte amistoso. El seguro a terceros que tenía contratado, no le
cubriría sus desperfectos y le subiría la tasa. Ahora tendría que utilizar el
transporte público.
Al
abrir la puerta del piso, salió a recibirle su mujer enfurruñada por su
tardanza. Aguantó la bronca impertérrito, con la paciencia del santo Job, y aún
así ella le puso cara de perro, comunicándole a continuación que fuera pensando
en el divorcio, que iba en serio, y que se preparara la comida, pues ella se
iba a casa de su madre. Hoy comería fuera de casa y más tarde buscaría un
abogado que dirimiera pleitos matrimoniales.
Su
hijo estaba en el cuarto con los cascos puestos y tecleando frenético en su
Iphone. Con la música a todo volumen, al igual que las luces y el ordenador. Ni
tan siquiera le saludó, llevaba una temporada como ausente, como en otro
planeta del que él, su padre parecía no formar parte. Más tarde encontraría las
calificaciones del primer trimestre
encima de la encimera de la cocina. Todas suspensas menos una. Estaba tan
cansado de insistirle para que estudiara y fuera el hombre de provecho que él
quería que fuese… Ya no daría más lecciones dimitía como cabeza de familia.
Se
metió en la ducha para relajarse, después del día que llevaba lo necesitaba.
Naturalmente cuando estaba desnudo y con el grifo abierto volvió a recordar que
la caldera llevaba un mes sin funcionar.
Sonó el teléfono y tuvo que salir
mojado, helado y envuelto en una toalla.
La
llamada era de una agencia de préstamo en la que le reclamaban tres
mensualidades con sus respectivos intereses de un crédito que había solicitado
para pagar unas letras retrasadas de la hipoteca y la derrama de la comunidad
de vecinos.
Hoy se marcharía de allí para siempre, desaparecería para todos, no
volverían a oír hablar de él. se iría a vivir al extranjero donde nadie le
reclamara nada. Se olvidaría de mujer, hijo, familia, vecinos, compañeros y jefes y también dejaría atrás las deudas contraídas.
Se
vistió de nuevo con su ropa más elegante, y mientras preparaba su maleta pensaba
en que la jornada le estaba saliendo redonda. Nunca pensó en la mala suerte ni
era supersticioso, tampoco creía que le echaran un mal de ojo ni en que
estuviera gafado. Pero que en un día como el de hoy le estuvieran ocurriendo
todas estas cosas, era más que casualidad.
Parecía que los hados le estuvieran
preparando el camino para un cambio radical en su vida, esa segunda oportunidad
que se merecía, esa libertad para hacer lo que quisiera sin rendir cuentas a
nadie.
Esta
noche la pasaría en un hotel después de cenar en un buen restaurante. Se iba
a dar un buen homenaje. Mañana cogería
el primer vuelo a Cancún y allí comenzaría su nueva andadura con otra identidad.
Que
inocentes habían sido todos al haberle dado la espalda en su mejor momento, justo
un 28 de diciembre.
Ahora
no compartiría con nadie ese premio gordo de la lotería que le permitiría a
partir de hoy realizar todo lo soñado durante sus 48 años de existencia. No
confiaron en él, pues pensaron que era un pobre perdedor.
Derechos de autor: Francisco Moroz