Antes de que comencéis a leer os indico que la frase del comienzo os sonará.
Formó parte de un "relato a cien" de los que escribo que titulé: Orgullo paterno.
¡Pues bien! Recibí una petición muy especial durante las fiestas de navidad, la propuesta de redactar un relato algo más largo que le quitase algo de gravedad al que escribí en su momento.
Puse dos condiciones y con ello evadí parte de la tarea, más bien toda la esencial (El que quiera peces que se moje el C--- )
Primera:
Que la idea de la trama fuese original e inventada por el peticionario.
Segunda:
Que la escribiese en todo su desarrollo.
Yo solo me reservaría las correcciones de forma y estilo.
De esta manera quedó lo que leeréis a continuación, y que
ambos (dos) esperamos que os guste.
Su
padre le dejaba conducir la furgoneta solo en días especiales, pues Alfredo tenía
dieciséis años, aunque aparentaba más. No quería arriesgarse a que le pusiesen
una multa, a pesar de que su hijo conducía con la técnica de un piloto de
carreras.
Hoy tocaba
trabajar aun siendo domingo, ya que no sobraba el dinero. Llevaban una semana
planeando esta salida que recorrería el interior de una urbanización de lujo,
parando en los objetivos señalados.
Alfredo
arrancó el vehículo con nerviosismo, ajustó el retrovisor de la cabina, metió
la primera y pisó el acelerador. El cambio de marchas lo manejaba con tal
pericia que parecía una extremidad más de su cuerpo.
Cuando
llegaron a la entrada del complejo, se dieron cuenta que una barrera les cerraba
el acceso. El padre intercambió unas palabras con el vigilante y este les dejó
paso franco. Giraron a la derecha, y en dos calles más, a la izquierda. La
primera parada la realizarían a doscientos metros. Entonces el muchacho frenó
suavemente y sin apagar el motor miró a su padre.
Este aprovechó para pasarle
una pistola mientras el agarraba otra.
Abrieron
las puertas y salieron con cautela, acercándose lentamente a la finca, mirando
con recelo al otro lado de la cancela, donde se vislumbraba un jardín muy
cuidado con setos recortados por manos expertas. Un poco más allá una
fuente, y en el lateral derecho unos parterres cuajados de coloridas flores. Al
fondo se veía una ostentosa edificación de tres plantas con amplios ventanales.
Su
padre le señaló con la cabeza la cámara de circuito cerrado instalada sobre la
puerta, y le indicó la gran caseta que había en el interior a la izquierda. Esa
sería la zona de mayor riesgo y de la que más tendrían que estar pendientes mientras realizaban su trabajo.
Padre
hijo intercambiaron una mirada, y el primero le pasó su pistola,
comunicándole que el cogería el dinero.
De
pronto se oyeron unos fuertes ladridos, y Alfredo comenzó a sudar de puro
miedo. Ocurrió lo que temían. Una descomunal bestia negra con forma de perro se
abalanzó contra la verja, gruñendo y enseñando sus afilados colmillos.
Después del sobresalto todo ocurrió muy rápido.
El
padre introdujo precipitadamente una de sus manos dentro de la bolsa blanca, sacando
las monedas que se hallaban en el interior, a la vez que su hijo depositaba las
dos barras de pan, para finalmente correr hacia la furgoneta con el corazón
palpitando a mil por hora.
Nadie
hubiera dicho que ganarse un dinerillo repartiendo el pan, supusiese tamaña aventura.
Derechos de autor: J.M & Francisco Moroz