Solo esas pocas palabras que salen de la boca del individuo son
suficientes para que la tensión empiece a reinar en el reducido habitáculo. La
amenaza latente queda suspendida como espada de Damocles sobre las cabezas de
los que allí penamos, encerrados por los ineludibles designios de nuestro
malhadado destino.
Es más que palpable el olor a sudor frío que traspasa la ropa y
que emana de los poros de nuestros cuerpos, pues somos víctimas propiciatorias
que cual reos condenados a muerte, exudamos miedo mientras esperamos la
sentencia definitiva.
El temor que sentimos por el temible sujeto es compartido por casi
todos. Su figura enjuta y grisácea imprime si cabe más drama a la escena. Solo
hubiera podido magnificarse más, con la añadidura de la banda original de la
película “Psicosis”.
La amenaza hecha hombre se parapeta en su rincón de araña
acechante junto a su trampa de seda. Detrás de una mesa, sobre fondo negro.
Escalado en su tribuna de juez y verdugo inquisitorial, mientras por encima de
sus gafas fulmina con su mirada reprobatoria a todo aquel que se atreva a
levantar la cabeza. Por supuesto nadie lo hace, y menos para preguntar cosas
fútiles, que dilatarían el padecimiento de manera innecesaria.
Todos somos sospechosos de actos que todavía no se han cometido y
nadie quiere ser el primero en condenarse por anticipado.
Repentinamente una mano se alza al fondo de la estancia, sujetando
entre sus dedos un bolígrafo que señala al techo.
Todos identifican al compañero de reclusión programada conocido
por la mayoría con el mote de: “El espíritu burlón”, que en un acto irreflexivo
y provocador encara al cancerbero, que en ese mismo instante le dedica con
exclusividad y derechos de autor, una mirada de puñal afilado capaz de asesinar
como cada uno de los componentes de la familia “Manson”.
El atrevido formula con voz meliflua pero claramente retadora y a
bocajarro, la pregunta que nos hace temblar cual gelatina a todos los que estamos
enclaustrados en la sala de tormento:
Derechos de autor: Francisco Moroz